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DÍA 22 DE ENERO
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SAN VALERO. Era obispo de Zaragoza cuando el año 303, al arreciar la persecución del emperador Diocleciano, fue detenido junto con su diácono san Vicente. Trasladados ambos a Valencia y encarcelados, fueron presionados y torturados para que renegaran de su fe y, al no conseguirlo, Valero, que ya era anciano, fue desterrado, mientras que el joven Vicente fue martirizado hasta la muerte. No se sabe con seguridad el lugar y la fecha de su fallecimiento. Su memoria se celebra el 29 de enero.- Oración: Dios todopoderoso y eterno, al celebrar la fiesta del santo obispo Valero, perseguido por su fidelidad a tu nombre, concede a tus siervos que, libres de todo pecado, lleguen, por su intercesión, a la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
* * * San Anastasio. Fue soldado en el ejército del rey persa Cosroes II, que tomó Jerusalén y se llevó la Cruz de Cristo. Se informó sobre el cristianismo, se convirtió y se bautizó. Luego abrazó la vida monástica. Volvió a Cesarea de Palestina para predicar la fe de Cristo, pero fue apresado y llevado ante el rey persa. No consiguieron que apostatara, y el año 628, en Bethsaloe (Persia), fue estrangulado y decapitado. San Bernardo. Abad y obispo de Vienne. Militó en el ejército de Carlo Magno, pero luego se convirtió totalmente a Cristo, distribuyó a los pobres los bienes recibidos de su padre y construyó dos monasterios en los Alpes, uno en Ambronay y otro en Romans. Murió en este último el año 842. Santo Domingo. Fue un abad que fundó monasterios en varias regiones de Italia, en los que, llevado de su espíritu reformador, estableció la disciplina regular. Murió en el monasterio de Sora (Lazio, Italia) el año 1031. Santos Francisco Gil de Frederic y Mateo Alonso de Leciniana. Sacerdotes dominicos españoles, el primero de Tortosa (Tarragona) y el segundo de Nava del Rey (Valladolid). Los dos marcharon a Oriente a evangelizar. Estuvieron un tiempo en Manila y luego pasaron a Tonkín, donde siguieron ejerciendo su ministerio en medio de muchas dificultades. Se mantuvieron firmes en la fe, y los tormentos no consiguieron que apostataran. Fueron decapitados en Tonkín (Viet Nam) el año 1745. San Gaudencio. Nació de familia pagana, y se convirtió al cristianismo. Es considerado como el primer obispo de Novara (Liguria, Italia). Murió el año 418. Beato Antonio della Chiesa. Sacerdote dominico, al que nombraron superior de varios conventos, en los que restauró la observancia de la Regla. Fue clemente ante las debilidades humanas que, a la vez, corregía con firmeza. Murió en Como (Lombardía) el año 1459. Beato Guillermo José Chaminade. Sacerdote, gran promotor de la devoción a la Virgen. Durante El Terror, en la Revolución Francesa, ejerció clandestinamente el apostolado en Burdeos. Fue desterrado, y marchó a Zaragoza, junto a la Virgen del Pilar. Vuelto a Burdeos, fundó la Sociedad de María (Marianistas) y las Hijas de María Inmaculada, para la educación y formación de la juventud. Murió en Burdeos en 1850. Fue beatificado el año 2000. Beato Guillermo Patenson. Inglés de nacimiento, estudió y se ordenó de sacerdote en Reims. Volvió a su patria y estuvo ejerciendo el sagrado ministerio unos cuatro años, hasta que lo arrestaron y lo condenaron a muerte. Aun en la cárcel logró que seis presos abrazaran la fe católica. Fue ejecutado en la plaza Tyburn de Londres el año 1592. Beato José Nascimbeni. Sacerdote dedicado muchos años al ministerio parroquial en pueblos pequeños y aislados. En 1892 fundó la congregación de las Hermanitas de la Sagrada Familia, para la promoción social y religiosa del pueblo. Murió en Castelletto di Brenzone, junto al lago Garda (Véneto), el año 1922. Beato Ladislao Batthyány-Strattmann. Laico, húngaro de nacimiento, casado y padre de familia, famoso médico oculista, armonizó a la perfección la vida de familia y la vida profesional, la piedad intensa y la caridad generosa. Murió en Viena el año 1931. Lo beatificó el 2003 Juan Pablo II, que dijo de él: "Utilizó la rica herencia de sus nobles antepasados para curar gratuitamente a los pobres y construir dos hospitales. En su vida no buscó el éxito y la carrera. Eso fue lo que vivió y enseñó en su familia...". Beata Laura Vicuña. Nació en Santiago de Chile en abril de 1891, y murió en Junín de los Andes (Argentina) en enero del año 1904, o sea, con trece años de edad. Su madre, cuando enviudó, marchó a Argentina y, dada su compleja situación personal, confió la educación de la pequeña a las Hijas de María Auxiliadora. Era estudiosa, piadosa, responsable, generosa y simpática. Ofreció su vida por la conversión de su madre. Beata María Mancini. Después de enviudar por segunda vez y de perder a sus siete hijos, siguiendo el consejo de santa Catalina de Siena en aquella dura situación, abrazó la vida de las dominicas: primero en la Tercera Orden, y más tarde profesando en el monasterio de Santo Domingo, del que fue abadesa diez años. Murió en Pisa (Italia) el año 1431. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús a los fariseos: --Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor (Jn 10,14-16). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco en su Regla: --Todos los hermanos aplíquense a sudar en las buenas obras, porque está escrito: Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado. Y de nuevo: La ociosidad es enemiga del alma. Por eso, los siervos de Dios deben perseverar siempre en la oración o en alguna obra buena (1 R 7,10-12). Orar con la Iglesia: Dirijamos con fe nuestra oración al Padre, principio de unidad y de paz, para que todos los creyentes en Cristo nos reunamos en la perfecta comunión de su Espíritu: -Tú que nos has creado a tu imagen, abate todas las barreras del egoísmo que nos separan de ti y nos hacen extraños para nuestros hermanos. -Tú que has enviado a tu Hijo al mundo para formar un solo rebaño bajo un solo pastor, líbranos de todo principio de discordia y haznos fermento de unidad para todos los pueblos. -Tú que eres paciencia infinita, concede a todas las confesiones cristianas sentimientos de humildad y de caridad, para que busquemos los caminos de la reconciliación. -Tú que como Padre de todos quieres vernos unidos en una sola familia, sana el egoísmo y desamor que nos impiden la plena comunión en tu nombre. Oración: Padre bueno, haz que tus hijos seamos unánimes en la confesión de la fe y concordes en la proclamación de tu alabanza. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * «DONDE ESTÁN
DOS O TRES Queridos hermanos y hermanas: Estamos en el centro de la «Semana de oración por la unidad de los cristianos», que todos los años se celebra del 18 al 25 de enero. Se trata de una iniciativa, nacida a comienzos del siglo pasado, que ha tenido un desarrollo positivo, convirtiéndose cada vez más en un momento ecuménico de referencia, en el que los cristianos de las diversas confesiones en todo el mundo oran y reflexionan, a partir de un mismo texto bíblico. Este año el pasaje elegido se ha tomado del capítulo dieciocho del evangelio de san Mateo, que recoge algunas enseñanzas de Jesús concernientes a la comunidad de los discípulos. Entre otras cosas, afirma: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19-20). ¡Cuánta confianza y cuánta esperanza infunden estas palabras del Señor Jesús! En particular, impulsan a los cristianos a pedir juntos a Dios la unidad plena entre ellos, por la que Cristo mismo, con apremiante insistencia, rogó al Padre en la última Cena (cf. Jn 17, 11. 21. 23). Así se comprende bien cuán importante es que nosotros, los cristianos, invoquemos con constancia perseverante el don de la unidad. Si lo hacemos con fe, podemos estar seguros de que nuestra súplica será escuchada. No sabemos cómo ni cuándo, porque no nos corresponde a nosotros conocerlo, pero no debemos dudar de que un día seremos «uno», como Jesús y el Padre están unidos en el Espíritu Santo. La oración por la unidad constituye el alma del movimiento ecuménico que, gracias a Dios, progresa en todo el mundo. Ciertamente, no faltan las dificultades y las pruebas, pero también éstas son útiles espiritualmente, porque nos impulsan a practicar la paciencia y la perseverancia y a crecer en la caridad fraterna. Dios es amor, y sólo convirtiéndonos a él y aceptando su Palabra llegaremos a estar todos unidos en el único Cuerpo místico de Cristo. La expresión «Dios es amor», que en latín se dice «Deus caritas est», es el título de mi primera encíclica, que se publicará el próximo 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo. Me alegra que coincida con la conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos: ese día iré a la basílica de San Pablo para presidir las Vísperas, en las que participarán también los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales. La Virgen María, Madre de la Iglesia, interceda por nosotros. * * * SOBRE EL MARTIRIO DE SAN
VICENTE A vosotros se os ha concedido la gracia -dice el Apóstol- de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. Una y otra gracia había recibido el diácono Vicente; las había recibido y, por esto, las tenía. Si no las hubiese recibido, ¿cómo hubiera podido tenerlas? En sus palabras tenía la fe, en sus sufrimientos la paciencia. Nadie confíe en sí mismo al hablar; nadie confíe en sus propias fuerzas al sufrir la prueba, ya que, si hablamos con rectitud y prudencia, nuestra sabiduría proviene de Dios y, si sufrimos los males con fortaleza, nuestra paciencia es también don suyo. Recordad qué advertencias da a los suyos Cristo, el Señor, en el Evangelio; recordad que el Rey de los mártires es quien equipa a sus huestes con las armas espirituales, quien les enseña el modo de luchar, quien les suministra su ayuda, quien les promete el remedio, quien, habiendo dicho a sus discípulos: En el mundo tendréis luchas, añade inmediatamente, para consolarlos y ayudarlos a vencer el temor: Pero tened valor: yo he vencido al mundo. ¿Por qué admirarnos, pues, amadísimos hermanos, de que Vicente venciera en aquel por quien había sido vencido el mundo? En el mundo -dice- tendréis luchas; se lo dice para que estas luchas no los abrumen, para que en el combate no sean vencidos. De dos maneras ataca el mundo a los soldados de Cristo: los halaga para seducirlos, los atemoriza para doblegarlos. No dejemos que nos domine el propio placer, no dejemos que nos atemorice la ajena crueldad, y habremos vencido al mundo. En uno y otro ataque sale al encuentro Cristo, para que el cristiano no sea vencido. La constancia en el sufrimiento que contemplamos en el martirio que hoy conmemoramos es humanamente incomprensible, pero la vemos como algo natural si en este martirio reconocemos el poder divino. Era tan grande la crueldad que se ejercitaba en el cuerpo del mártir y tan grande la tranquilidad con que él hablaba, era tan grande la dureza con que eran tratados sus miembros y tan grande la seguridad con que sonaban sus palabras, que parecía como si el Vicente que hablaba no fuera el mismo que sufría el tormento. Es que, en realidad, hermanos, así era: era otro el que hablaba. Así lo había prometido Cristo a sus testigos, en el Evangelio, al prepararlos para semejante lucha. Había dicho, en efecto: No os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis. No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Era, pues, el cuerpo de Vicente el que sufría, pero era el Espíritu quien hablaba, y, por estas palabras del Espíritu, no sólo era redargüida la impiedad, sino también confortada la debilidad. * * * FRANCISCO, GRAN AMIGO DE
JESÚS [Entre los grandes amigos y testigos de Jesús durante la Edad Media, el P. Grandmaison, en su obra Jesucristo, destaca a Bernardo de Claraval y a Francisco de Asís]. Francisco de Asís, al igual que Bernardo, partía de la vida humana y terrestre de Cristo. Muy diferente del monje de Claraval, Francisco no fue ni sabio ni teólogo, ni siquiera presbítero. Su corta existencia no le permitió realizar personalmente las obras inmensas de apostolado que ilustraron la vida de un Vicente Ferrer o de un Francisco Javier. Humildemente sometido a las autoridades de la Iglesia, no ambicionó nunca el título de reformador; y, sin embargo, las almas religiosas saludan en él a un héroe incomparable del Espíritu. Pero fue por la contemplación del Salvador y el esfuerzo perseverante de una imitación que pudo parecer a los superficiales literal en exceso, como se elevó Francisco a tal altura. Acabó por estar de tal manera compenetrado del espíritu, del amor, de la doctrina, padecimientos y predilecciones de su Maestro, que apareció a los hombres de su generación y continúa apareciendo (y éste es el secreto de su ascendiente incomparable) como otro Jesús. Un discípulo más celoso que sabio, Bartolomé de Pisa, ha subrayado, hasta la exageración legendaria, las concordancias de la vida de Francisco con la de Jesús. Exageraciones inútiles; pues no son los rasgos materiales los que revelan esta conformidad, está en otra parte, y es más profunda. Manso y humilde de corazón, pobre como los pájaros del cielo, sencillo como un niño, vibrando de gozo en la humillación y el sufrimiento, comentario vivo de las bienaventuranzas, el Pobrecillo de Asís podía decir que no vivía ya, que Cristo era el que vivía en él. Los estigmas fueron en él más bien efecto que causa; pues consumaron en la carne del santo una imagen ya perfecta en el espíritu. ¡Qué llama tan viva de amor la que brota del alma y de los labios de Francisco! Todos los que han leído alguna vida moderna de este gran amigo de Dios lo saben. No se entenderá nada de esta vida, dice atinadamente G. K. Chesterton, mientras no se vea que su religión era para este gran místico, no alguna cosa abstracta e ideal, como una teoría, sino un asunto del corazón y el amor de un ser real. Conscientemente, continuamente quiso vivir como su Maestro, con su Maestro y de su Maestro. Su Regla, tal como la concibió, no es más que el Evangelio en acción; estaba al principio compuesta casi exclusivamente de versículos tomados a san Mateo. Y cuando el creciente número de hermanos, las necesidades del apostolado y las miserias humanas impusieron una serie de adiciones, de correcciones y de precisiones, aun son las expresiones inspiradas las que dominan. Hasta en la efusión sublime que termina la Regla primera o Regla no bulada, un ojo atento distingue, bajo las imágenes y los llamamientos tiernamente apasionados, la letra evangélica, asomando en todas partes, como la roca en la pradería de una montaña. ¡Y qué oraciones! «¿Quién eres tú, dulcísimo Señor y Dios mío? Y ¿quién soy yo, vilísimo gusano e inútil siervo tuyo? ¡Señor mío amadísimo, cuánto quisiera amarte! ¡Señor mío y Dios mío, te entrego mi corazón y mi cuerpo; pero con cuánta alegría quisiera hacer más por tu amor si supiera cómo!» (Florecillas, part. II, cons. 3). Francisco jamás separa al Hijo del Padre; en el punto culminante de su carrera en el monte Alverna, es todavía Jesús y Jesús crucificado el que le introduce en el «secreto del rey» y la gran alegría divina. Hasta el fin, este ilustre siervo de Dios perseveró adorador extasiado del Maestro de Nazaret. Pero a este Maestro, y es cosa notable, no va a buscarlo Francisco por un camino exclusivamente suyo, guiado por su solo amor, fuera de los sacramentos, doctrinas y tradiciones de la Iglesia. Sobre esto, el teólogo evangélico F. Heiler dice justamente que Francisco «es el modelo del santo católico. Todos los rasgos del ideal de santidad católica están impresos en su faz. Toda la riqueza de la piedad católica vive en su alma ancha y grande; las poderosas antinomias religiosas que la cristiandad católica abraza se manifiestan en su vida interior y exterior. El que quiera dar a conocer el catolicismo a un seglar piadoso, sencillo y sin ilustración teológica, que describa ante él la figura del Pobre de Umbría. Francisco no es un semi-herético en manera alguna; ni un reformador; mucho menos, el héroe de una religión moderna; antes al contrario, un ejemplar acabado y perfecto de la piedad católica, cuya irradiación esplendente ha llegado hasta nuestros días sin debilitarse». Y es que él sabía que «nadie tendrá a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre» (S. Cipriano). Más de una vez hace protestas de sumisión plena y perfecta a la autoridad; impone esta sumisión a sus discípulos; exalta la necesidad del intermediario autorizado, consagrado, del sacerdote católico, en términos donde la alusión a los terribles abusos de aquel tiempo pone una nota verdaderamente heroica: «La regla y vida de los hermanos menores es ésta: guardar el santo Evangelio de N. S. Jesucristo... El hermano Francisco promete obediencia y reverencia al señor papa Honorio y a sus sucesores canónicamente elegidos y a la Iglesia romana» (2 R 1). «Ningún hermano predique sino conforme a las disposiciones de la santa Iglesia...» (1 R 17,1). «Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente. Pero, si alguno se aparta de la fe y vida católica en dichos o en obras y no se enmienda, sea expulsado totalmente de nuestra fraternidad» (1 R 19,1-2). «El Señor me concedió el comenzar así a hacer penitencia... El Señor me dio y me da tanta fe en los sacerdotes que viven según la norma de la santa Iglesia romana, por el orden que tienen, que, si me persiguiesen, quiero recurrir a ellos. Y si tuviese tanta sabiduría como Salomón tuvo, y hallase a los pobrecillos sacerdotes de este mundo en las parroquias en que habitan, no quiero predicar contra su voluntad. Y a ellos y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero considerar en ellos pecado, porque discierno en ellos al Hijo de Dios, y son mis señores» (Testamento). |
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