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JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LA
PAZ
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. | Presentación y crónica de la Jornada El 27 de octubre de 1986 es ya una fecha que ha quedado grabada para siempre en la historia del camino arduo y esperanzador de la humanidad hacia la paz, a través de la oración. En vísperas del tercer milenio, por primera vez en la historia, jefes y representantes de las Iglesias cristianas y Comunidades eclesiales y de las diversas Religiones de todo el mundo se reunieron en Asís, invitados por el Papa, para rezar por la paz. Al mismo tiempo, en casi todas las latitudes del planeta callaron las armas, en respuesta a la llamada para una tregua universal que el mismo Papa había formulado para ese día: ¡Paz! Un ideal hecho plegaria en la ciudad de San Francisco, ¡Paz!, un grito religioso que ha subido al cielo y cuyos ecos se han difundido por el orbe entero. El 25 de enero de 1986, durante la clausura del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la basílica de San Pablo Extramuros, Juan Pablo II convocó a un encuentro de oración en Asís para pedir por la paz. La invitación iba dirigida no sólo a los cristianos, sino también a todos los que creen en Dios. El histórico encuentro tuvo lugar el lunes 27 de octubre del mismo año, centrando la atención del mundo entero hasta tal punto, que ese día se ha convertido en una «fecha para la historia». Ese 27 de octubre, el Papa llegó a la basílica de Santa María de los Ángeles a las 8'45, procedente de Perusa. En la puerta central de la basílica acogió a cada una de las delegaciones de las religiones invitadas. Ya en el interior de la misma, las distinguidas personalidades religiosas se colocaron en semicírculo en torno a la Porciúncula. Tras el canto del Salmo 148, al que siguió un tiempo de recogimiento en silencio, el Pontífice pronunció un discurso en el que explicó la finalidad del encuentro y el significado de esta singular Jornada [lo reproducimos luego]. Acto seguido, las delegaciones se distribuyeron por diversos lugares de Asís, donde cada una, por separado, iba a hacer su oración por la paz. La plegaria ecuménica por la paz que realizaron los cristianos y a la que asistió el Papa, tuvo lugar en la catedral de San Rufino, y en el curso de la misma Su Santidad pronunció una alocución [que también reproducimos más adelante]. Tras media hora de descaso -la Jornada era también de ayuno-, los varios grupos acudieron a la plaza de la basílica inferior de San Francisco, como peregrinos de la paz, en silencio, y allí se desarrolló la tercera parte de la Jornada, en la que, a partir de las 14'30 y por turno, cada una de las familias religiosas representadas oró en presencia de las demás, que asistían en silencio y respetuosamente. Sólo la familia a la que tocaba orar se destacaba un poco del grupo y recitaba su oración desde un atril que se hallaba colocado a un lado del escenario. El cardenal Roger Etchegaray hizo la introducción a la oración, hablando sobre la Jornada y sobre lo que significaba «estar juntos para orar». Se fueron sucediendo la oración de los budistas, hindúes, jainistas, musulmanes, sintoístas, sikh, de las religiones africanas tradicionales, amerindia, zoroastrana, de los judíos y de los cristianos. En la celebración hubo cantos y gestos simbólicos, ramos de olivo, palomas blancas lanzadas al vuelo... Finalmente, Juan Pablo II pronunció el discurso conclusivo [que puede verse más abajo]. A las 18 horas, los representantes de las diversas familias religiosas tuvieron con el Papa un ágape fraterno en el refectorio del convento de San Francisco. Luego, Juan Pablo II regresó al Vaticano. Como queda dicho, El 25 de enero de 1986, el Papa lanzó un apremiante llamamiento en favor de la paz y anunció la promoción de un encuentro de oración por la misma en Asís. Más tarde, el 6 de abril, anunció que el encuentro se celebraría el 27 de octubre. Durante su viaje apostólico a Francia, en Lión y precisamente el 4 de octubre, fiesta de san Francisco, el Papa hizo un llamamiento para una tregua universal de combates. En los meses anteriores a la celebración de la Jornada, Juan Pablo II se estuvo refiriendo constantemente al encuentro de oración por la paz, ilustrando sus motivos y su contenido, e invitando a todos a unirse espiritualmente al mismo. Y ha seguido fomentando el espíritu de Asís en multitud de ocasiones, entre las que reviste un relieve del todo especial el Encuentro de oración por la paz en Europa, celebrado también en Asís, en enero de 1993. Aquí reunimos, además de las alocuciones de Juan Pablo II durante la celebración de la Jornada mundial de oración por la paz, algunos otros textos que la precedieron y la prepararon, y, entre los documentos posteriores, hemos escogido como broche de oro el Mensaje de Navidad de 1986. Todos los textos están tomados de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española. Véase también la revista Selecciones de Franciscanismo, nn. 44, 45 y 46, 1986-1987. * * * * * La oración y la paz 1. Como es sabido, el 25 de enero del presente año invité en San Pablo Extramuros a todos los responsables de las Iglesias y Comunidades cristianas, así como de las demás grandes religiones del mundo a «un encuentro especial de oración por la paz en la ciudad de Asís, lugar que la seráfica figura de san Francisco ha transformado en centro de fraternidad universal». He querido hacer esta invitación a la oración, considerando además el hecho de que este año de 1986 ha sido proclamado por las Naciones Unidas Año Internacional de la Paz. El encuentro está ya muy cerca. En esta cita mariana del Ángelus quisiera invitaros a dirigir la mente y la oración a dicho acontecimiento que, si Dios quiere, tendrá lugar el lunes 27 de octubre. 2. El encuentro de Asís será una jornada dedicada precisamente a impetrar el gran don de la paz. Cuantos creemos en Dios estamos convencidos, en efecto, de que es Él quien nos da la paz. Cuanto más intrincadas se hacen las situaciones conflictivas y las dificultades resultan humanamente insuperables; cuantos más peligros se ciernen sobre la humanidad, tanto más debemos dirigirnos a Dios para que nos conceda la gracia de vivir como hermanos, en un mundo reconciliado. Nuestros recursos y medios humanos no bastan. Y la alternativa no es otra que la destrucción y la muerte. Vuelve a la mente lo que le ocurrió a Francesco di Pietro di Bernardone, quien intuyó esta sencilla verdad en un momento fundamental de su vida, tras haber participado en un enfrentamiento armado, con ocasión de una guerra entre diversos municipios. Francisco, derrotado y hecho prisionero, permaneció en la cárcel un año entero. Aquella experiencia le dio una concepción diversa de la vida; lo impulsó a convertirse en auténtico artífice de paz. Un servidor extraordinario de la paz interior y social. 3. Dios no quiere «la pérdida de los vivientes» (cf. Sab 1,13). Es un Dios que «ama la vida» (Sab 12,26). Firmes en esta convicción, común a todos los que creen en Dios, acudiremos juntos a Asís a presentar nuestras súplicas, para que la humanidad no se vea envuelta en una catástrofe. Y estoy seguro de que todos los católicos, así como todos los fieles de otras confesiones, se unirán a nosotros con la oración. La oración es el medio más inofensivo al que se puede recurrir y es, sin embargo, un arma potentísima; es una llave capaz de forzar incluso las situaciones de odio más inveterado. La oración nace del corazón y tiene sus raíces en un espíritu que cree en la posibilidad de la reconciliación y de la paz. 4. Nosotros, los cristianos, sabemos que es Jesús quien nos da la paz verdadera (cf. Jn 14,27). A Él, pues, decimos desde ahora, con la oración que precede a la comunión eucarística: «Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz». Y que María, Madre del Cordero Inmaculado, interceda por nosotros ante Él. Y el Señor, que «ve en los corazones» (cf. 1 Sam 16,7) y sigue desde lo alto del cielo nuestros pasos en la tierra, acogerá -así confiamos- nuestras súplicas, concediéndonos este gran don por el que suspira la humanidad entera. Así, pues, a Él y a María Santísima, a quien nos dirigimos ahora con el Ángelus, encomendamos la preparación de la Jornada de Asís. * * * * * La oración de todos los que creen en un Dios
providente 1. Quisiera dar las gracias ya desde ahora a todos los que, de las Iglesias cristianas y de las otras grandes Religiones del mundo, han aceptado la invitación a ir a Asís el próximo 27 de octubre para un encuentro especial de oración en favor de la paz, hoy tan frágil y amenazada. Con gran cordialidad manifiesto mi gratitud a los creyentes en Cristo y a los seguidores de las religiones no cristianas. El haber aceptado la invitación es ya de por sí una prueba del empeño que anima a las diversas religiones en favor de una verdadera paz, interna y externa, total y duradera. 2. Nadie debería maravillarse si los miembros de las diversas Iglesias cristianas y de las varias religiones se encuentran juntos para orar. Los hombres y mujeres que tienen un «animus religiosus» pueden ser, en efecto, la levadura de una nueva toma de conciencia de la humanidad entera por lo que respecta a su responsabilidad común en relación a la paz. Toda religión enseña la superación del mal, el empeño por la justicia y la acogida del otro. Hoy esta fidelidad común y radical a las tradiciones religiosas respectivas es más que nunca una exigencia de la paz. 3. Cada uno de los presentes en Asís ofrecerá a Dios su oración según la propia tradición religiosa. Los cristianos, en virtud de la comunión que ya existe entre nosotros, podremos orar juntos. Reunidos juntos para orar en la ciudad en la que vio la luz ese hombre de paz que fue Francisco, tendremos así la posibilidad de ofrecer al mundo un válido testimonio de nuestro empeño común por la paz y por la causa del hombre. Con el Pobrecillo queremos desear a la humanidad de hoy «Pax et Bonum», «Paz y Bien». Y el Señor, que «ve en nuestros corazones» (cf. 1 Sam 16,7) y desde lo alto de los cielos sigue nuestros pasos en la tierra, acogerá -lo esperamos- nuestras súplicas, concediéndonos este gran don por el que suspira toda la humanidad. A Él, pues, y a María Santísima, a quien nos dirigimos ahora con el Ángelus, confiamos la preparación de la Jornada de Asís. * * * * * El compromiso de las Iglesias y de las Religiones por
la paz 1. En el camino de preparación a la Jornada ecuménica e interreligiosa de Oración en Asís, ya cercana, quisiera detenerme con vosotros durante esta breve meditación antes del Ángelus dominical, para reflexionar un momento en el compromiso de las Iglesias y de las Religiones por la paz. Somos bien conscientes del hecho que «la guerra puede ser decidida por pocos, la paz supone el empeño solidario de todos» (Homilía del 25-I-86, en San Pablo Extramuros). La acción paciente y tenaz para la construcción de la paz es, por lo tanto, obra de todos: hombres de Estado y de Gobierno, parlamentarios, diplomáticos, Organismos internacionales públicos y grupos de todo género. Pero también, hombres y mujeres de la calle, personas privadas, sobre las cuales normalmente caería del modo más grave el enorme peso de la guerra; y también los jóvenes, que tan ardientemente aspiran al entendimiento recíproco y a la fraternidad. Pero el compromiso por la paz debe ser obra sobre todo de los creyentes. He aquí por qué las Iglesias cristianas y las grandes Religiones del mundo consideran el trabajo por la paz como una de sus tareas específicas. Para los creyentes en Dios, después, en un Dios «que ama la vida» (Sab 11,26), la mutua aceptación en el respeto recíproco y en la solidaridad es una de las más lógicas consecuencias de su servicio a Dios y a los hombres. La conciencia de la dimensión ultraterrena de los aconteceres humanos no deja indiferentes ante los problemas que se plantean sobre la tierra. La palabra de Cristo es clara a este propósito. Al proclamar las bienaventuranzas, Él enumera también a «los pacíficos -obviamente aquí en la tierra-, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). 2. Como «hijos de Dios» y para serlo cada vez más realmente, nosotros, hombres y mujeres de fe, queremos por tanto comprometernos en favor de la paz. Y esto, lo queremos hacer juntos. Sí, nuestras diferencias son muchas y profundas. Y en el pasado han sido con frecuencia causa de dolorosos enfrentamientos. Ahora el Señor nos hace comprender mejor que, más allá de nuestras verdades y divergencias, está el hombre, está la mujer, están los niños de este mundo, a los que todos queremos dar lo mejor que tenemos, nuestra fe que puede transformar el mundo. La fe común en Dios tiene un valor fundamental. Ella, al hacernos reconocer que todas las personas son creaturas de Dios, nos hace descubrir la hermandad universal. Por este motivo queremos iniciar un camino común con nuestro encuentro en Asís. La acción política, diplomática, técnica, no es misión nuestra, no cae en nuestra competencia. Lo nuestro es sobre todo la oración, es la invocación del nombre de Dios, es la súplica humilde y ferviente que transforma los corazones. Y estamos seguros de que el estar juntos para orar, no dejará de tener, por don de Dios, un verdadero y hondo influjo sobre el drama presente de la humanidad, la cual aspira profundamente a la paz. * * * * * Ser anunciadores y constructores de paz
Queridísimos jóvenes de la Acción Católica Italiana: Me uno también yo -hoy 4 de octubre, fiesta de san Francisco- a esta vuestra peregrinación de oración, desde Santa María de los Ángeles hasta la basílica de San Francisco. Estoy presente con mi voz, estoy cerca de vosotros con mi afecto, uniéndome espiritualmente a vuestra oración por la paz, en espera de poder ir a esa ciudad dentro de unos días, con los representantes de las varias religiones que se reunirán ahí de todas las partes del mundo. Esta concentración vuestra, tan numerosa, trae a la memoria aquella reunión que la historia franciscana recuerda como el «capítulo» más famoso de los inicios de la Orden -el capítulo llamado de las «esteras»- cuando, en el año 1221, en torno a san Francisco, se reunieron casi cinco mil amigos y seguidores para rezar y renovar la tarea de ser anunciadores del mensaje evangélico sintetizado en la expresión «Pax et Bonum», «Paz y Bien»: anunciadores de paz, no sólo de aquella fundada en las relaciones externas, sino también, y ante todo, de aquella interior. La paz que significa misericordia de Dios para con nosotros, perdón de los demás, concordia que regenera la estructura de la vida social. Queridísimos jóvenes: Aceptando la invitación a rezar por la paz, habéis venido a Asís para confirmar vuestro generoso empeño al servicio de este valor fundamental de toda convivencia ordenada. Que la oración os fortifique en este propósito. Sabéis cuánta fuerza encierra en sí, cuál es su capacidad de vencer la resistencia más obstinada. Por ello he querido que el encuentro del 27 de octubre próximo sea un encuentro de oración. Es significativo que sea la oración por la paz la que una a todos los creyentes en Dios. A vosotros, que con esta manifestación habéis querido prepararos al próximo encuentro interreligioso, os pido que continuéis en oración también después del regreso a vuestras casas. Rezad y no ahorréis esfuerzos para sustituir en nuestro tiempo el odio con el amor, la desconfianza con la comprensión, la indiferencia con la solidaridad. Queridísimos jóvenes de Acción Católica: Abrid cada vez más vuestros espíritus y vuestros corazones a las exigencias concretas del amor de todos nuestros hermanos, para que podáis ser cada vez más constructores de paz. Con afecto os bendigo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. * * * * * Llamada para una tregua universal de combates el
27-X-86
Hermanos en Cristo: Todos sabéis que el 27 de este mes tendrá lugar en Asís, por invitación mía, una Jornada ecuménica e interreligiosa de oración por la paz. Los responsables de vuestras Iglesias y comunidades cristianas, así como un gran número de otras religiones, ya han respondido favorablemente a esta iniciativa. Nuestra oración en común por un futuro pacífico de la humanidad producirá más frutos si los que están implicados hoy en acciones de guerra consienten en asociarse activamente a la iniciativa. Ciertamente, si los Jefes políticos y militares de las naciones y de los grupos comprometidos en conflictos armados pudieran, con un gesto significativo, secundar las súplicas de casi todas las fuerzas religiosas del mundo, se darían cuenta de que, incluso para ellos, la violencia no es la última palabra en las relaciones entre los hombres y las naciones. Así pues, en este día de la fiesta de san Francisco, apóstol de la paz evangélica, desde esta ciudad de Lión, al final de nuestra celebración ecuménica, deseo lanzar solemnemente a todas las Partes en conflicto en el mundo, una llamada ardiente y apremiante para que observen, al menos durante toda la jornada del 27 de octubre, una tregua completa de combates. Lanzo con confianza esta llamada, pues creo en el valor y la eficacia espiritual de los signos. Que la tregua del 27 de octubre sea, para las Partes en conflicto, una incitación a emprender o a continuar una reflexión sobre los motivos que les impulsan a buscar por la fuerza, con sus consecuencias de miserias humanas, lo que podrían obtener mediante la negociación sincera y el recurso a otros medios que ofrece el derecho. Dirijo también esta llamada a todos aquellos que tratan de alcanzar sus metas con métodos terroristas u otras formas de violencia. ¡Que recobren rápidamente sentimientos de humanidad! ¡Que estas personas y sus mandatarios, que todos los pueblos y las facciones en guerra escuchen la llamada que Dios dirige a su conciencia, tomen en consideración la actitud de los hombres religiosos y el deseo unánime de los hombres de paz, para asociarse a quienes oran y, con su adhesión a la tregua universal del 27 de octubre, testimonien que existe dentro de ellos el deseo de terminar lo más pronto posible con la violencia de las armas, para honor de Dios y tranquilidad de los hombres! * * * * * La Iglesia católica en estado de
oración por la paz 1. Dentro de pocos días iremos a Asís representantes de la Iglesia católica, de otras Iglesias y comunidades eclesiales cristianas y de las grandes Religiones del mundo. Iremos allí como creyentes en Dios, preocupados por las vicisitudes de la historia humana. Y estaremos allí para rezar durante toda la jornada del lunes 27. Pero no debe ser ésta una jornada aislada, una excepción en el ritmo de nuestra vida cotidiana. Ha de ser un tiempo fuerte de nuestro compromiso continuo de oración y de acción por la paz. 2. Como sabéis, 1986 ha sido declarado por las Naciones Unidas «Año Internacional de la Paz». Ello me ha movido a dirigir una invitación para que, con motivo de este año, se desarrolle un «movimiento mundial de oración por la paz» (Homilía del 25-I-86). Esta invitación la he dirigido «a los creyentes de todas las religiones» (Ibid.). Pero, en primer lugar, a los fieles de la Iglesia católica. Soy muy consciente de que, en las Iglesias particulares de todo el mundo, los obispos y sus comunidades han acogido mi exhortación. El mismo día del encuentro de Asís, o el día inmediatamente anterior, en el mundo entero se rezará mucho por la misma intención que nos reúne en la ciudad de san Francisco. Y allí, obispos provenientes de varios continentes harán visible el compromiso de la Iglesia católica en favor de la paz. Quiera el Señor Jesús, «Príncipe de la paz» (cf. Is 9,5), que esta singular ocasión reavive en cada uno la disponibilidad al servicio diario por la paz. Que anime un servicio de oración, de esfuerzos, de sincera contribución personal y comunitaria en favor de la paz. Se nos exige una auténtica conversión del corazón, para que todos seamos verdaderos «artífices de paz» (cf. Mt 5,9). Dentro de lo posible, este compromiso debe concretarse después en iniciativas comunes con nuestros hermanos cristianos y con los de otras religiones del mundo. Podemos estar seguros de cumplir así la voluntad de Dios, nuestro Padre, en el tiempo presente. Dios es efectivamente el «Dios de la paz» (cf. 1 Cor 14,33). Y que María Santísima interceda por nosotros ante su Hijo para que nos conceda ahora y siempre «su paz» (cf. Jn 14,27). * * * * * La Jornada mundial de oración por la
paz 1. Como es sabido, el próximo lunes 27 de octubre, estaré en Asís con numerosos representantes de otras Iglesias y Comunidades cristianas y de las otras religiones del mundo, con el fin de rezar por la paz. Es sin duda un acontecimiento singular, de carácter religioso, exclusivamente religioso. Así ha sido pensado y en esta perspectiva se desarrollará con la colaboración de todos los participantes: estará marcado por la oración, el ayuno y la peregrinación. Confío que sea de verdad, con la gracia del Señor, un momento culminante de ese «movimiento de oración por la paz» que auguré al principio de 1986, proclamado «Año Internacional de la Paz» por las Naciones Unidas. En Asís todos los representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas y de las religiones del mundo estarán comprometidos únicamente en invocar de Dios el gran don de la paz. 2. Quisiera que este hecho, tan importante para el proceso de reconciliación de los hombres con Dios y entre sí, fuera visto e interpretado por todos los hijos de la Iglesia a la luz del Concilio Vaticano II y de sus enseñanzas. En efecto, la Iglesia ha reflexionado mucho en el Concilio, bajo la inspiración del Espíritu Santo, sobre su posición en un mundo cada vez más marcado por el encuentro de las culturas y de las religiones. Según el Concilio, la Iglesia es cada vez más consciente de su misión y de su deber, incluso de su esencial vocación de anunciar al mundo la verdadera salvación que se encuentra solamente en Jesucristo, Dios y hombre (cf. Ad gentes, 11-3). Sí, sólo en Cristo los hombres pueden ser salvados. «Ningún otro puede salvar, y bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos» (Hch 4,12). Pero, ya que desde el principio de la historia, todos están ordenados a Cristo (cf. Lumen gentium, 16), quien es de verdad fiel a la llamada de Dios, en la medida en que le es conocida, participa ya en la salvación realizada por Cristo (cf. ib.). 3. La Iglesia, consciente de la común vocación de la humanidad y del único designio de salvación, se siente unida a todos y a cada uno, como Cristo «se unió en cierto modo a cada hombre» (cf. Gaudium et spes, 22; Enc. Redemptor hominis, passim). Y ella proclama a todos y a cada uno que Cristo es el centro del mundo creado y de la historia. Precisamente porque Cristo es el centro de todo en la historia y en el cosmos, y porque nadie «va al Padre sino por Él» (cf. Jn 14,6), podemos dirigirnos a las otras religiones con una actitud tejida al mismo tiempo de sincero respeto y de fervoroso testimonio de Cristo en el que creemos. Pues en ellas están los «semina Verbi», los «rayos de la única verdad» de que hablaban ya los primeros Padres de la Iglesia, que vivían y trabajaban en medio del paganismo, y a los que hace referencia el Concilio Vaticano II, tanto en la Declaración «Nostra aetate» (n. 2), como en el Decreto «Ad gentes» (nn. 11, 18). Conocemos cuáles son los límites de esas religiones, pero eso no quita en absoluto que haya en ellas valores y cualidades religiosas, incluso insignes (cf. Nostra aetate, 2). 4. Estos son precisamente los «vestigios» o las «semillas» del Verbo y los «rayos» de su verdad. Entre éstas se encuentra sin duda la oración, frecuentemente acompañada por el ayuno, además de otras penitencias, y la peregrinación a los lugares sagrados, rodeados de gran veneración. Respetamos esta oración, aunque no intentamos hacer nuestras, fórmulas que expresan otras visiones de fe. Ni los otros, por lo demás, querrán hacer suyas propias nuestras oraciones. Lo que acontecerá en Asís no será ciertamente sincretismo religioso, sino sincera actitud de oración a Dios en el respeto mutuo. Por eso ha sido escogida para el encuentro de Asís la fórmula: estar juntos para rezar. Ciertamente no se puede «rezar juntos», es decir, hacer una oración común, pero se puede estar presentes cuando los otros rezan; de este modo manifestamos nuestro respeto por la oración de los otros y por la actitud de los demás ante la Divinidad; y al mismo tiempo les ofrecemos el testimonio humilde y sincero de nuestra fe en Cristo, Señor del universo. Así se hará en Asís, donde habrá, en uno de los momentos de la Jornada, plegarias separadas, en distintos lugares, de las diversas representaciones religiosas. Pero después, en la plaza de la basílica inferior de San Francisco, se sucederán, claramente distintas una después de otra, las plegarias de los representantes de cada religión, mientras todos los demás asistirán con la actitud respetuosa, interior y exteriormente, de quien es testigo del esfuerzo supremo de otros hombres y mujeres para buscar a Dios. 5. Ese «estar juntos para rezar» adquiere un significado particularmente profundo y elocuente en cuanto que estaremos los unos junto a los otros para implorar de Dios el don del cual toda la humanidad de hoy tiene mayor necesidad para sobrevivir: la paz. Es, pues, la profunda conciencia que tengo de la necesidad de este don para todos, de su urgencia y del hecho de que depende sólo de Dios, lo que me ha llevado a dirigirme a las otras Iglesias cristianas y a las grandes religiones del mundo, que comparten la misma preocupación por la suerte del hombre y muestran la misma disponibilidad para comprometerse a pedir la paz con la oración. Las religiones del mundo, a pesar de las divergencias fundamentales que las separan, todas están llamadas a contribuir al nacimiento de un mundo más humano, más justo, más fraterno. Después de haber sido muchas veces causa de divisiones, todas quisieran ahora tener un papel decisivo en la construcción de la paz mundial. Y esto queremos hacerlo juntos. Como decía ya mi predecesor Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam: «...con ellas queremos promover y defender los ideales que pueden ser comunes en el campo de la libertad religiosa, de la fraternidad humana, de la buena cultura, de la beneficencia social y del orden civil» (n. 100). Con este espíritu he invitado a las Iglesias y a las religiones a reunirse en Asís. Y con este mismo espíritu la invitación ha sido aceptada. Las Iglesias particulares a su vez se han asociado por todas partes a esta misma iniciativa, muchas veces junto con otras Iglesias cristianas y con representantes de otras religiones. Así se realiza y se extiende ese gran «movimiento de oración por la paz», al que me refería el 25 de enero de este año. El 27 de octubre será pues una Jornada totalmente de oración. Ésta es su calificación, puesto que «la oración, que es expresión en distintos modos de la relación del hombre con el Dios vivo, es también la primera tarea y como el primer anuncio del Papa, del mismo modo que es el primer requisito de su servicio a la Iglesia y al mundo» (Discurso en la Mentorella, 23-X-1978). La oración es el respiro del alma. Cada adorador del Dios vivo y verdadero cree en el inconmensurable valor de la oración y siente irrumpir desde su propia intimidad la necesidad de orar. 6. En Asís nos acogerá el Hermano Francisco, pobre y humilde. Nos acogerá con la energía ardiente e iluminadora de su personalidad seráfica que hizo parangonarle con el sol y a su tierra natal con un nuevo Oriente (Dante, Paraíso, XI, 50). Nos acogerá con la fascinación irresistible de su desarmada y pacificadora sencillez, capaz de conmover las zonas más ocultas de cada corazón. Nos acogerá con los acentos tiernos y sublimes de su Cántico, que alterna las estrofas de la realidad de las criaturas con el altísimo vértice al que llegan los labios orantes cuando la oración se hace vida y la vida se hace oración: «Loado seas mi Señor». Y de la mística colina, el augural saludo franciscano «Pax et bonum», «Paz y Bien», volverá a tomar su camino por los senderos del mundo siguiendo los pasos de nuevos testigos. Para convencer de que la paz es necesaria, es posible, es un deber. Que sólo ella puede garantizar a la humanidad del dos mil un futuro sereno y laborioso. Os pido que recéis mucho por estas grandes intenciones: si de todos los corazones humanos sube al Dios único el anhelo de paz y de fraternidad universal, unido en una única gran oración, entonces no nos podrá faltar nunca la confianza de que Él nos escuchará: «Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá» (Lc 11,9). [L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 26-X-86] * * * * * SENTIDO Y SIGNIFICADO DEL GRAN ACONTECIMIENTO Amados hermanos y hermanas, responsables y representantes de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales cristianas y de las Religiones del mundo, queridos amigos: 1. Es para mí un honor y un placer presentar a ustedes mi más cordial bienvenida a esta Jornada mundial de oración en esta ciudad de Asís. Permítanme que comience expresando mi más cordial y profundo agradecimiento por la apertura de espíritu y buena voluntad con la que ustedes han aceptado mi invitación a orar en Asís. Como líderes religiosos, han venido aquí para asistir no a una conferencia interreligiosa sobre la paz, en la que el énfasis podría ponerse en la discusión o búsqueda de planes de acción a escala mundial en favor de una causa común. El hecho de que tantos líderes religiosos estén aquí juntos con el fin de orar es ya en sí invitación al mundo para que tome conciencia de que existe otra dimensión de la paz y otro camino para promoverla, que no es el resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos, sino resultado de la oración que, en la diversidad de religiones, expresa una relación con un poder supremo que está por encima de nuestras posibilidades humanas. Venimos desde lejos -especialmente muchos de vosotros-, y no sólo debido a las distancias geográficas, sino sobre todo en razón de nuestros respectivos orígenes históricos y espirituales. 2. El hecho de que hayamos venido aquí no implica intención alguna de buscar entre nosotros un consenso religioso o de entablar una negociación sobre nuestras convicciones de fe. Tampoco significa que las religiones puedan reconciliarse a nivel de un compromiso unitario en el marco de un proyecto terreno que las superaría a todas. Ni es tampoco una concesión al relativismo en las creencias religiosas, ya que cada ser humano ha de seguir con sinceridad su recta conciencia con la intención de buscar y obedecer a la verdad. Nuestro encuentro testimonia solamente -y éste es su gran significado para los hombres de nuestro tiempo- que en la gran batalla en favor de la paz, la humanidad, con su gran diversidad, debe sacar su motivación de las fuentes más profundas y vivificantes en las que se plasma su conciencia y sobre las que se funda la acción moral de toda persona. 3. Veo el encuentro de hoy como un signo elocuente del compromiso de todos ustedes en favor de la paz. Este compromiso nos ha traído hasta Asís. El hecho de que nosotros profesemos diferentes credos no resta significado a esta Jornada; por el contrario, las Iglesias, las Comunidades eclesiales y las Religiones del mundo muestran que ansían el bien de la humanidad. La paz, donde existe, es algo sumamente frágil. Está amenazada de tantas formas y con consecuencias tan imprevisibles, que hemos de esforzarnos para darle bases sólidas. Sin negar en modo alguno la necesidad de los recursos humanos que mantienen y fortalecen la paz, nos encontramos aquí porque estamos seguros de que, por encima y más allá de tales medidas, necesitamos la oración; una oración intensa, humilde y confiada si queremos que nuestro mundo sea por fin un lugar de paz verdadera y estable. Por lo tanto, esta Jornada es un día para la oración y para todo aquello que la oración comporta: silencio, peregrinación y ayuno. Absteniéndonos de alimentos nos haremos más conscientes de la necesidad universal de penitencia y de transformación interior. 4. Las religiones son muchas y variadas, y reflejan el deseo de los hombres y las mujeres de todos los tiempos de entrar en relación con el Ser Absoluto. La oración supone de parte nuestra la conversión del corazón. Lo cual significa una profundización en nuestro sentido de la Realidad última. Ésta es la verdadera razón de nuestro encuentro en este lugar. Desde aquí iremos a los distintos sitios de oración. Cada religión tendrá el tiempo y la oportunidad de expresarse en su propio rito tradicional. Luego, desde los distintos lugares de oración, caminaremos en silencio hacia la plaza de la basílica inferior de San Francisco. Una vez reunidos en la plaza, de nuevo cada religión tendrá la posibilidad de presentar su propia oración; una después de otra. Tras haber orado separadamente, meditaremos en silencio sobre nuestra responsabilidad de trabajar por la paz. A continuación, manifestaremos simbólicamente nuestro compromiso en favor de la paz. Al final de la Jornada, trataré de expresar lo que esta especialísima celebración haya inspirado en mi corazón como creyente en la persona de Jesucristo y como primer servidor de la Iglesia católica. 5. Deseo expresar nuevamente mi agradecimiento a todos ustedes por haber venido a orar a Asís. Doy igualmente las gracias a todas las personas y a todas las comunidades religiosas que se han asociado a nuestras plegarias. Elegí esta ciudad de Asís como lugar para nuestra Jornada de oración por la paz debido a lo que representa el Santo que aquí se venera, San Francisco, conocido y respetado por infinidad de personas en todo el mundo como un símbolo de paz, de reconciliación y de fraternidad. Inspirados en su ejemplo, en su mansedumbre y humildad, dispongamos nuestros corazones a la oración en recogimiento interior. Hagamos de esta Jornada la prefiguración de un mundo de paz. ¡Que la paz descienda sobre nosotros y llene nuestros corazones! * * * * * QUE CRISTO LLENE NUESTRO UNIVERSO Amados hermanos y hermanas: Jesucristo «es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de separación, la enemistad» (Ef 2,14). Expreso mi gratitud a los representantes de las otras Iglesias cristianas y comunidades eclesiales que han colaborado en la preparación de este día y que se encuentran aquí presentes, bien personalmente o mediante sus representantes. Es un gesto lleno de significado el hecho de que, en las puertas ya del tercer milenio, los cristianos nos hayamos reunido aquí en el nombre de Jesús, invocando al Espíritu Santo y pidiendo que Él llene nuestro universo de amor y de paz. Un don de Dios en Jesucristo 1. Nuestra fe nos enseña que la paz es un don de Dios en Jesucristo; un don que ha de expresarse en la oración a Aquel que tiene en sus manos los destinos de los pueblos. Lo que nosotros estamos haciendo hoy representa otro eslabón en la cadena de oraciones por la paz forjada por los cristianos individualmente y también por las Iglesias cristianas y las Comunidades eclesiales; un movimiento que en los últimos años ha ido creciendo con fuerza en muchas partes del mundo. Nuestra oración común expresa y manifiesta la paz que reina en nuestros corazones, ya que como discípulos de Cristo hemos sido enviados al mundo para proclamar la paz y para llevarle este don «de Dios, el cual nos ha reconciliado consigo por Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18). Como discípulos de Cristo, tenemos la obligación especial de trabajar para llevar al mundo la paz del Señor. En cuanto cristianos nosotros podemos reunirnos en esta ocasión bajo el impulso del Espíritu Santo que lleva a los seguidores de Jesucristo a participar plenamente en la vida del Padre y del Hijo, esto es, en la comunión de toda la Iglesia. La misma Iglesia es llamada a ser signo eficaz e instrumento de reconciliación y de paz para toda la familia humana. A pesar de las serias cuestiones que aún nos dividen, nuestro actual grado de unión en Cristo es, sin embargo, para el mundo un signo de que Jesucristo es verdaderamente el Príncipe de la Paz. Por medio de las iniciativas ecuménicas Dios nos abre nuevas posibilidades de entendimiento y de reconciliación para que nosotros podamos ser instrumentos más idóneos en favor de la paz. Lo que estamos realizando aquí hoy sería algo incompleto si nos fuéramos sin una profunda resolución de comprometernos para continuar la búsqueda de la unidad total y para superar las serias divisiones que aún persisten. Esta resolución nos compromete como individuos y como comunidades. Conversión, renovación y reconciliación 2. Nuestra oración aquí en Asís debe incluir también un arrepentimiento por nuestras faltas como cristianos, llamados a realizar la misión de paz y reconciliación que hemos recibido de Cristo pero que aún no hemos llevado a cabo del todo. Nosotros oramos para que se conviertan nuestros corazones y se renueven nuestras mentes, de tal manera que podamos ser verdaderos forjadores de paz dando un testimonio común de Aquel cuyo Reino es «un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz». Sí, Jesucristo es nuestra paz y Él ha de estar siempre ante nuestros ojos. Él es el Crucificado y el Resucitado, el que saludó a sus discípulos con lo que ha venido a ser el saludo habitual entre los cristianos. «Que la paz esté con vosotros». Y «diciendo esto, les mostró las manos y el costado» (Jn 20,19-20). No hemos de olvidar este significativo gesto del Señor Resucitado. Nos ayudará a comprender el modo en que nosotros podemos ser artífices de paz. Cristo Resucitado se apareció a sus discípulos en estado glorioso pero llevaba las señales de la crucifixión. En el mundo de hoy, trágicamente marcado por las heridas de la guerra y las divisiones, y por eso en cierto modo también crucificado, esta acción de Cristo nos da esperanza y fuerza. No podemos huir de las duras realidades que caracterizan nuestra existencia como resultado del pecado. Mas la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros, con las señales de la crucifixión sobre su Cuerpo glorioso, nos asegura que por Él y en Él nuestro mundo, desgarrado por las guerras, puede ser transformado. Hemos de seguir al Espíritu del Señor que nos mantiene y nos lleva a curar las heridas del mundo con el amor de Cristo que mora en nuestros corazones. Comprensión mutua, perdón y convivencia bajo el impulso del Espíritu Santo 3. A este Espíritu de Cristo, Espíritu de verdad, nosotros suplicamos hoy que nos haga capaces de discernir los caminos de la comprensión mutua y del perdón, pues a la oración por la paz ha de seguir una acción consecuente en favor de la paz. La oración ha de hacer a nuestro espíritu más decididamente consciente, por ejemplo, de esas exigencias de justicia que son inseparables de la consecución de la paz y que nos interpelan en orden a un compromiso activo en favor de la misma. Ella ha de llevarnos a pensar y a actuar con la humildad y el amor que favorecen la paz. Ella ha de hacer que crezca nuestro respeto de los unos para con los otros, como seres humanos, como Iglesia y como comunidades eclesiales, dispuestos a convivir en el mundo con personas de otras religiones, y con todas las personas de buena voluntad. El camino de la paz pasa, en último análisis, a través del amor. Imploramos del Espíritu Santo, que es el amor mutuo entre el Padre y el Hijo, que tome posesión de nosotros con todo su poder, que ilumine nuestras mentes y que llene nuestros corazones de su amor. * * * * * LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ Amados hermanos y hermanas, responsables y representantes de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales cristianas y de las Religiones del mundo, queridos amigos: Profesión de fe en Jesucristo 1. Al concluir esta Jornada mundial de oración por la paz, a la que han venido desde muchas partes del mundo aceptando amablemente mi invitación, desearía expresar mis sentimientos, como un hermano y un amigo, pero también como creyente en Jesucristo y en la Iglesia católica, primer testigo, ella, de la fe en Él. A continuación de la última plegaria, la oración cristiana, en la serie que todos hemos oído, yo profeso de nuevo mi convicción compartida por todos los cristianos, de que en Jesucristo, Salvador de todos, se encuentra la verdadera paz: «La paz a los de lejos y la paz a los de cerca» (Ef 2,17). Su nacimiento fue saludado por el canto de los Angeles: «Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que Él ama» (Lc 2,14). Él predicó el amor entre todos, incluso para con los enemigos; proclamó bienaventurados a los que trabajan por la paz (cf. Mt 5,9), y mediante su muerte y resurrección reconcilió el cielo y la tierra (cf. Col 1,20). Usando una expresión del Apóstol San Pablo: «Él es nuestra paz» (Ef 2,14). La voz de la conciencia 2. En efecto, es la convicción de mi fe la que hace que me dirija a ustedes, representantes de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales cristianas y de las Religiones del mundo, con profundo amor y respeto. Con los demás cristianos compartimos muchas convicciones y, en particular, lo concerniente a la paz. Con las Religiones del mundo compartimos un profundo respeto y obediencia a la conciencia, que nos enseña a todos a buscar la verdad, amar y servir a todas las personas y a todos los pueblos y, por consiguiente, a ser artífices de paz entre los individuos y entre las naciones. Sí, todos nosotros consideramos que la conciencia y la obediencia a la voz de la conciencia es un elemento esencial en el camino hacia un mundo mejor y más pacífico. ¿Podría ser acaso de otro modo, dado que todo hombre y mujer en este mundo participan de una naturaleza común, del mismo origen y del mismo destino? Si es verdad que hay muchas e importantes diferencias entre nosotros, existe también un terreno común desde donde operar juntos con miras a la solución del reto dramático de nuestra época: paz verdadera o guerra catastrófica. La oración 3. Sí, existe la dimensión de la oración que, dentro de la diversidad tan clara de las religiones, trata de expresar una comunicación con un Poder que está por encima de todas nuestras fuerzas humanas. La paz depende básicamente de ese Poder, que nosotros llamamos Dios, y que como cristianos creemos que se ha revelado en Cristo. Este es el sentido de esta Jornada mundial de oración. Por primera vez en la historia, las Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas y las Religiones del mundo nos hemos congregado desde todas partes en este lugar sagrado dedicado a San Francisco para testimoniar ante el mundo -cada uno según sus propias convicciones- la naturaleza trascendente de la paz. Las formas y contenidos de nuestras plegarias, como hemos visto, son muy diferentes, pero no se trata en absoluto de reducirlas a una especie de común denominador. La Realidad suprema que está por encima de todo 4. Sin embargo, en esta diferencia acaso hayamos descubierto nuevamente que, por lo que se refiere al problema de la paz y de su relación con el compromiso religioso, hay algo que nos une los unos a los otros. El reto de la paz, tal como se presenta hoy a la conciencia del hombre, plantea el problema de una calidad de vida conveniente para todos, el problema de la supervivencia de la humanidad, el problema de la vida y de la muerte. Frente a este problema, dos cosas parecen tener una importancia decisiva y las dos nos son comunes a todos. La primera es el imperativo interior de la conciencia moral que nos prescribe respetar, proteger y promover la vida humana -desde el seno materno hasta el lecho de muerte- para con los individuos y los pueblos, pero especialmente para con los más débiles, los desheredados, los marginados. El imperativo de superar el egoísmo, la codicia y el espíritu de venganza. El segundo elemento común es la convicción de que la paz va mucho más allá de los esfuerzos humanos -particularmente en el trance por el que hoy atraviesa el mundo- y, por consiguiente, que su fuente y realización han de ser vistas en esa Realidad que está por encima de todos nosotros. Esta es la razón por la cual cada uno de nosotros reza por la paz. Incluso si pensamos, como de hecho así es, que la relación entre esa Realidad y el don de la paz es diferente -según nuestras respectivas convicciones religiosas-, todos nosotros afirmamos que dicha relación existe. Esto es lo que manifestamos orando por la paz. Con toda humildad repito aquí mi propia convicción: La paz lleva el nombre de Jesucristo. Penitencia, ayuno, peregrinación 5. Pero, al mismo tiempo y con la misma voz, estoy dispuesto a reconocer que los católicos no hemos sido siempre fieles a esta afirmación de fe. No siempre hemos sido «artífices de paz». Por consiguiente, para nosotros y, en cierto sentido puede ser que también para todos, este encuentro de Asís es un acto de penitencia. Hemos orado -cada uno a su manera-, hemos ayunado, hemos caminado juntos. De este modo hemos tratado de abrir nuestros corazones a la Realidad divina que está por encima de todos nosotros y de nuestros hermanos y hermanas de la humanidad. Sí, mientras ayunábamos, hemos tenido presentes en nuestro espíritu los sufrimientos que guerras sin sentido han ocasionado y continúan ocasionando a la humanidad. De este modo hemos tratado de acercarnos espiritualmente a los millones de seres humanos que en todo el mundo son víctimas del hambre. Mientras marchábamos en silencio hemos reflexionado sobre el camino por el que transita la familia humana: ya sea éste de hostilidad si rehusamos aceptarnos los unos a los otros en el amor; o ya sea como viaje común hacia nuestro alto destino si comprendemos que las otras personas son hermanos y hermanas nuestros. El hecho de que hayamos venido hasta Asís desde tan diversas regiones del mundo es en sí mismo un signo de este camino común que la humanidad está llamada a recorrer. O aprendemos a caminar juntos en paz y armonía, o iremos a la deriva destruyéndonos a nosotros mismos y a los demás. Esperamos que esta peregrinación a Asís nos haya enseñado nuevamente a ser conscientes del origen común y del común destino de la humanidad. Podemos ver en ello una prefiguración de lo que Dios quiere que sea el camino de la historia de la humanidad: una ruta fraterna a través de la cual marchamos acompañándonos los unos a los otros hacia la meta trascendente que Él nos ha señalado. Plegaria, ayuno, peregrinación. Compromiso religioso 6. Esta Jornada de Asís nos ha ayudado a ser más conscientes de nuestros compromisos religiosos. Pero, al mismo tiempo, ha dado también al mundo, que nos mira a través de los medios de comunicación, una mayor conciencia de la responsabilidad que tiene cada religión con respecto a los problemas de la guerra y la paz. Acaso más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz. ¡Qué peso tremendo sobre los hombros humanos! Pero, a la vez, qué maravillosa y fascinante llamada para ponerse en camino. Aunque la oración es ya en sí misma acción, ello no nos excusa de trabajar en favor de la paz. Nosotros desempeñamos aquí el papel de heraldos de la conciencia moral de la humanidad en cuanto tal; de la humanidad que quiere la paz, que necesita la paz. Lenguaje, gestos y acción 7. No existe la paz sin un amor apasionado por la paz. No existe la paz sin una incansable determinación por conseguir la paz. La paz espera a sus profetas. Juntos hemos llenado nuestros ojos de visiones de paz que liberan energías para construir un nuevo lenguaje de paz, para nuevos gestos de paz; gestos que rompen las funestas cadenas de las divisiones heredadas del pasado histórico o engendradas por las ideologías modernas. La paz espera a sus constructores. Estrechemos nuestras manos con nuestros hermanos y hermanas para animarlos a construir la paz sobre estos cuatro pilares: verdad, justicia, amor y libertad (cf. Pacem in terris). La paz es una cantera abierta a todos y no solamente a los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una responsabilidad universal; se mantiene a través de miles de pequeños actos de la vida diaria. En su modo cotidiano de convivir con los demás, las personas optan por o contra la paz. Nosotros confiamos la causa de la paz particularmente a los jóvenes. Que los jóvenes contribuyan a liberar la historia del camino desviado por el que se descarría la humanidad. La paz está no solamente en manos de los individuos, sino también de las naciones. Son las naciones las que tienen el honor de poder basar su acción por la paz sobre la convicción de la sacralidad de la dignidad humana y del reconocimiento de la incuestionable igualdad de los hombres entre sí. Con toda seriedad invitamos a los responsables de las naciones y de las organizaciones internacionales a mostrarse incansables en crear estructuras de diálogo allí donde la paz se encuentre amenazada o se halle ya comprometida. Ofrecemos nuestro apoyo a sus frecuentemente denodados esfuerzos para mantener o restablecer la paz. Animamos de nuevo a la Organización de las Naciones Unidas a responder plenamente a la amplitud y grandeza de su misión universal en favor de la paz. Solidaridad y justicia social 8. En respuesta a la llamada que lancé desde Lión, en Francia, el día en que los católicos celebramos la fiesta de San Francisco, confiamos que las armas hayan guardado silencio y que los ataques hayan cesado. Este sería un primer resultado significativo de la eficacia espiritual de la oración. En efecto, aquella llamada ha sido compartida por muchos corazones y muchos labios en todo el mundo, particularmente donde las personas sufren el flagelo de la guerra y sus consecuencias. Es algo vital optar por la paz y por los medios que a ella conducen. La paz, de naturaleza tan frágil, exige un cuidado constante e intensivo. A lo largo de este camino, avanzaremos con paso seguro y acelerado, pues no hay duda que hoy los hombres cuentan con más medios que en el pasado para construir la verdadera paz. La humanidad ha entrado en una era de creciente solidaridad y de hambre de justicia social. Ésta es nuestra oportunidad y, al mismo tiempo, ésta es la tarea que la oración ha de ayudarnos a realizar. San Francisco y Santa Clara 9. Lo que hemos hecho en Asís orando y dando testimonio de nuestro compromiso por la paz, hemos de continuar haciéndolo cada día de nuestra vida, pues lo que hoy hemos realizado es vital para el mundo. Si el mundo ha de seguir adelante, si los hombres y mujeres han de sobrevivir en él, éste no puede valerse sin la oración. Tal es la permanente lección de Asís: es la lección de San Francisco, que representa un atractivo ideal para nosotros. Tal es la lección de Santa Clara, la primera de sus discípulas. Se trata de un ideal hecho de mansedumbre, de humildad, de un profundo sentido de Dios y del compromiso de servir a todos los hermanos. San Francisco fue un hombre de paz. Recordemos que él abandonó la carrera militar que había iniciado en su juventud y descubrió el valor de la pobreza, el valor de la vida simple y austera a imitación de Jesucristo, a quien él decidió servir. Santa Clara fue, ante todo, una mujer de oración. Su unión con Dios en la oración sostuvo a San Francisco y a sus discípulos, como nos sostiene hoy a nosotros. Francisco y Clara son ejemplos de paz: paz con Dios, paz consigo mismos, paz con todos los seres de este mundo. Que este Santo y esta Santa inspiren a los hombres y mujeres de hoy a fin de que tengan la misma fuerza de carácter y el mismo amor a Dios y al prójimo para avanzar por el camino que juntos hemos de recorrer. Responsabilidad de los líderes del mundo frente a los destinos de la familia humana 10. Movidos por el ejemplo de San Francisco y Santa Clara, verdaderos discípulos de Cristo, y fortalecidos por la experiencia de esta Jornada que hemos vivido juntos, nos comprometemos a hacer un nuevo examen de conciencia con el fin de escuchar más fielmente su voz, purificar nuestros espíritus de prejuicios, de odio, de enemistad, de recelo y de envidia. Trataremos de ser artífices de paz con el pensamiento y con la acción, con la mente y el corazón fijos en la unidad de la familia humana. Y hacemos un llamado a todos nuestros hermanos y hermanas que nos escuchan para que hagan lo mismo. Lo hacemos conscientes de nuestras limitaciones humanas y con la persuasión de que sólo con nuestras fuerzas fracasaríamos. Por ello reafirmamos y reconocemos que el porvenir de nuestra vida futura y de la paz depende siempre del don de Dios. Con este espíritu queremos que los responsables del mundo sepan que nosotros imploramos humildemente de Dios la paz, pero al mismo tiempo les pedimos que reconozcan sus responsabilidades y que renueven su compromiso de trabajar por la paz poniendo en práctica tal actividad, estrategia de la paz. Un testimonio para toda la humanidad 11. Permítanme que me dirija de nuevo a cada uno de ustedes, representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas y de las Religiones del mundo, que han venido a Asís para esta Jornada de plegaria, ayuno y peregrinación. Les agradezco de nuevo que hayan aceptado la invitación a venir aquí para este acto que constituye un testimonio ante el mundo. Igualmente doy las gracias a todos los que han hecho posible nuestra presencia aquí; en particular, a nuestros hermanos y hermanas de Asís. Pero por encima de todo doy gracias a Dios, el Dios y Padre de Jesucristo, por esta Jornada de gracia para el mundo, para cada uno de ustedes y para mí. Lo hago invocando a la Virgen, Reina de la Paz. Y lo hago con las palabras atribuidas a San Francisco, porque reflejan bien su espíritu: ¡Señor, haz de mí un instrumento de tu
paz! * * * * * Pobreza evangélica,
1. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz..., que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7). Sí, Sión, tu Dios reina. Tu Dios admirable, he aquí que yace en el pesebre donde se pone a los animales. ¡Y así comienza a reinar tu Dios, oh Sión! Tu Dios incomprensible: «Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos» (cf. Is 55,8). Ha comenzado a reinar, pues, bajo el signo de la máxima pobreza: «...siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9). 2. Cómo son hermosos los pies de aquel mensajero de alegres noticias cuyo nombre es Francisco, el Pobrecillo de Asís, de Greccio y de la Verna. Francisco, amante de todas las criaturas; Francisco, conquistado por el amor del Niño divino, nacido en la noche de Belén; Francisco, en cuyo corazón Cristo comenzó a reinar para que, también por medio de la pobreza del discípulo, nosotros comprendiéramos mejor la pobreza del Maestro y fuéramos inducidos hacia pensamientos de amor y de paz. Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad -paz a los hombres que Él ama- (cf. Lc 2,14). Gloria a Dios... 3. El Obispo de Roma, el día de Navidad, da las gracias, una vez más, a cuantos han escuchado el mensaje de Francisco, amante del Creador y de todas las criaturas; el mensaje de Francisco, heraldo de la gloria de aquel Dios que «en las alturas» es Amor; el mensaje de Francisco, promotor de la paz en la tierra. El Obispo de Roma da las gracias a todos los que vinieron a Asís, de buena gana, para estar juntos, para recogerse y meditar ante el «último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos» (Nostra aetate, 1), y vinieron a rezar también por la paz en la tierra. 4. El Obispo de Roma da las gracias, una vez más, a todos: a los hermanos de las Iglesias cristianas y de las Comunidades eclesiales, así como a los hermanos de las Religiones no cristianas. Da las gracias a todos y a cada uno por aquella Jornada singular en la que hemos decidido, frente a todas las potencias de la tierra que devoran en armamentos riquezas incalculables, disipan recursos preciosos en cosas superfluas y hacen temer destrucciones apocalípticas, frente a todas esas potencias amenazadoras, hemos decidido ser pobres: pobres como Cristo, Hijo de Dios y Salvador del mundo, pobres como Francisco, elocuente imagen de Cristo, pobres como tantas almas grandes que han iluminado el camino de la humanidad. Lo hemos decidido teniendo a nuestra disposición sólo este medio, el de la pobreza, y únicamente este poder, el poder de la debilidad: sólo la oración y solamente el ayuno. 5. ¿Acaso no es menester que el mundo escuche esta voz? ¿No es necesario que escuche el testimonio de la noche de Belén? ¿Que escuche a Dios nacido en la pobreza? ¿Que escuche a Francisco, heraldo de las ocho bienaventuranzas? ¿No es preciso que calle el estrépito del odio y el estruendo de las detonaciones mortíferas en tantos lugares de la tierra? ¿No es menester que Dios pueda escuchar finalmente la voz de nuestro silencio? ¿Y que, a través del silencio, llegue a Él la oración y el grito de todos los hombres de buena voluntad? ¿El grito de tantos corazones atormentados, así como la voz de tantos millones de seres humanos que no tienen voz? 6. Escuchad y comprended todos: Dios que abraza todas las cosas, Dios en el que «vivimos», nos movemos y existimos» (Hch 17,28), ha elegido la tierra como morada suya; ha nacido en Belén; ha hecho de los corazones humanos el espacio de su Reino. ¿Podemos ignorar o deformar todo esto? ¿Es lícito destruir la morada de Dios entre los hombres? ¿No es menester, por el contrario, cambiar de raíz los planes del dominio humano en la tierra? 7. Hermanos y hermanas de todos los lugares de la tierra: Si Dios nos ha amado tanto que se ha hecho hombre por nosotros, ¿no podremos nosotros amarnos mutuamente, hasta compartir con los demás lo que se ha otorgado a cada uno para el gozo de todos? Únicamente el amor que se convierte en don puede transformar la faz de nuestro planeta, dirigiendo las mentes y los corazones hacia pensamientos de fraternidad y de paz. Hombres y mujeres del mundo: Cristo nos pide que nos amemos unos a otros. Éste es el mensaje de Navidad, éste es el deseo que dirijo a todos desde lo más profundo de mi corazón. |
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