DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

9 de agosto
SANTA MARIANA COPE (1838-1918)
Textos de L'Osservatore Romano

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Religiosa de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse (Nueva York, USA), que se trasladó a Estados Unidos al poco de nacer en Alemania. En 1883 marchó a las islas Hawai para trabajar entre los leprosos, continuando la obra del padre Damián, tarea en la que permaneció treinta y cinco años, hasta su muerte en 1918. Fue beatificada el 14 de mayo del 2005, víspera de la solemnidad de Pentecostés, junto con la española Ascensión del Corazón de Jesús, Misionera Dominica del Santísimo Rosario. Benedicto XVI, en su Carta apostólica de beatificación, estableció que la fiesta de la beata Mariana se celebre el 23 de enero.

Nació en Heppenheim, Hessen-Darmstadt (Alemania), el 23 de enero de 1838. Sus padres fueron Peter Kobb, agricultor, y Bárbara Witzenbacher. La bautizaron con el nombre de Bárbara. Al año siguiente, la familia emigró a Estados Unidos y se estableció en Útica, Estado de Nueva York. Su padre obtuvo la ciudadanía americana y la dio a sus hijos. La familia adoptó el apellido Cope.

Bárbara estudió en la escuela parroquial de San José, en Útica; hizo la primera comunión en 1848. Siendo aún adolescente, aceptó un puesto en una fábrica de ropa para ayudar económicamente a la familia. A los 15 años quería entrar en el convento, pero, al ser la hija mayor y tener a su cargo a su madre impedida, a sus tres hermanos menores y a su padre inválido, tuvo que esperar nueve años para cumplir su deseo. Durante esos años de espera se pusieron claramente de manifiesto su paciencia y su espíritu alegre.

En 1860 una rama independiente de las Hermanas de San Francisco de Filadelfia se estableció en Útica y Syracuse, ciudades ubicadas en el área central de Nueva York. Dos años más tarde, a la edad de 24 años, Bárbara ingresó en la congregación y posteriormente emitió la profesión religiosa, tomando el nombre de Mariana. El apostolado de la congregación consistía en la educación de los hijos de inmigrantes alemanes. Aprendió el alemán, la lengua de sus padres, y fue destinada a abrir y dirigir nuevas escuelas.

Dotada de cualidades naturales de gobierno, pronto formó parte del equipo directivo de su comunidad, que en 1860 estableció dos de los primeros cincuenta hospitales generales de Estados Unidos, que alcanzaron gran renombre: el de Santa Isabel de Útica (1866) y el de San José de Syracuse (1869). Los dos siguen siendo en la actualidad florecientes centros médicos. Ambos hospitales, equipados con medios extraordinarios para su tiempo, ofrecían sus servicios a todos los enfermos sin distinción de nacionalidad, credo o color. A menudo criticaban a la madre Mariana por atender a los «excluidos» de la sociedad: los alcohólicos y las madres solteras.

En medio de las dificultades más serias, la madre Mariana logró realizar un servicio apostólico sobresaliente con los más pobres de entre los pobres. Fue elegida provincial de su congregación en 1877 y, de nuevo, por unanimidad, en 1881.

En 1883, cuando las islas Hawai eran una lejana monarquía en el océano Pacífico, sólo la madre Mariana respondió a una petición urgente de los reyes de Hawai: se necesitaban enfermeras para los leprosos del país. «No tengo miedo a la enfermedad -aseguró-. Para mí será la alegría más grande servir a los leprosos desterrados...». Más de cincuenta comunidades religiosas habían declinado la petición de los reyes.

Al llegar al hospital de leprosos de Kakaako, Honolulú, se encontró con problemas muy serios. Su intención era volverse a Syracuse después de establecer la misión en Hawai. Sin embargo, las malas condiciones higiénicas del hospital, la falta de alimentación adecuada y la precaria atención médica, la impulsaron a cambiar sus planes. Las autoridades eclesiásticas y el Gobierno de Hawai pronto se convencieron de la importancia de su presencia para el éxito de la misión.

Fueron numerosos sus logros en favor de los enfermos y de las personas sin hogar en Hawai. En 1884 el Gobierno le pidió que estableciera el primer hospital general en la isla de Maui. En 1885, cuando sólo las Hermanas Franciscanas podían hacerse cargo de los hijos de los pacientes leprosos, abrió un albergue para ellos en los terrenos del hospital de Oahu. El rey la condecoró con una preciada medalla en reconocimiento de su acción en favor del pueblo de Hawai.

En 1888 la madre Mariana respondió una vez más a la solicitud de ayuda del Gobierno. El hospital de Oahu se había cerrado y los pacientes leprosos eran enviados a la aislada colonia de Kalaupapa, en Molokai. El padre Damián de Veuster había contraído la lepra en 1884 y su muerte era ya inminente. En 1889, después de la muerte del padre Damián, aceptó la dirección del hogar para los varones, además del trabajo con las mujeres y las niñas.

La madre Mariana vivió treinta años en una lejana península de la isla de Molokai, exiliada voluntariamente con sus pacientes. Debido a su insistencia, el Gobierno dio leyes para proteger a los niños. La enseñanza, tanto de la religión como de las otras asignaturas, estaba al alcance de todos los residentes capaces de acudir a las clases. Dando ejemplo, promovió en aquella árida tierra la siembra y el cultivo de árboles, arbustos y flores. Conocía por su nombre a cada uno de los residentes en la colonia y cambió la vida de quienes se veían forzados a vivir allí, introduciendo la limpieza, el sentido de la dignidad y un sano esparcimiento. Les daba a conocer que Dios amaba y cuidaba con cariño de los abandonados.

Los historiadores de su tiempo se referían a ella como a «una religiosa ejemplar, de un corazón extraordinario». Era una mujer que no buscaba protagonismo. Su lema, según testificaron las Hermanas, era: «Sólo por Dios».

Murió el 9 de agosto de 1918. Fue beatificada el 14 de mayor del 2005.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 13-V-05]

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De la homilía del Card. Saraiva
en la misa de beatificación (14-V-2005)

La Iglesia naciente se preparó para el primer Pentecostés cristiano recorriendo un itinerario de fe en el Señor resucitado. En efecto, es él quien da su Espíritu al pueblo de la nueva alianza. [...]

Los Apóstoles experimentaron la venida del Espíritu Santo y se transformaron en testigos de Cristo muerto y resucitado, en misioneros por los caminos del mundo. Esa misma experiencia se repite en todos los que, acogiendo a Cristo, se abren a Dios y a la humanidad; se repite sobre todo en los santos, tanto en los anónimos como en los que han sido elevados al honor de los altares. Los santos son las obras maestras del Espíritu, que esculpe el rostro de Cristo e infunde en su corazón la caridad de Dios.

Nuestras dos beatas abrieron de par en par su vida al Espíritu de Dios y se dejaron conducir por él en el servicio a la Iglesia, a los pobres, a los enfermos y a la juventud. [...]

4. La vida de la beata Mariana Cope fue una admirable obra de la gracia divina. Mostró la belleza de la vida de una verdadera franciscana. El encuentro de la madre Mariana con los enfermos de lepra tuvo lugar cuando ya había avanzado bastante en el seguimiento de Cristo. Durante veinte años había sido miembro de la Congregación de las religiosas de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse, en Nueva York. Ya era una mujer de vasta experiencia y madura espiritualmente. Pero de repente Dios la llamó a una entrega más radical, a un servicio misionero más difícil.

La beata Mariana, que en aquel tiempo era superiora general, escuchó la voz de Cristo en la invitación del obispo de Honolulu. Buscaba religiosas que asistieran a los enfermos de lepra en la isla de Molokai. Como Isaías, ella no dudó en responder: «Heme aquí: envíame» (Is 6,8). Lo dejó todo, y se abandonó completamente a la voluntad de Dios, a la llamada de la Iglesia y a las exigencias de sus nuevos hermanos y hermanas. Puso en peligro su salud y su misma vida.

Durante treinta y cinco años vivió en plenitud el mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Trabajó de buen grado con el beato Damián de Veuster, que estaba al final de su extraordinario apostolado. La beata Mariana amó a los enfermos de lepra más que a sí misma. Los sirvió, los educó y los guió con sabiduría, amor y fuerza. Veía en ellos el rostro sufriente de Jesús. Como el buen samaritano, se convirtió en su madre. Sacó fuerza de su fe, de la Eucaristía, de su devoción a nuestra santísima Madre y de la oración. No buscó honores terrenos o reconocimientos. Escribió: «No espero un lugar elevado en el cielo. Estaré muy agradecida de tener un rinconcito donde pueda amar a Dios por toda la eternidad».

5. «Ríos de agua viva brotarán del seno» de quien cree en Cristo. La carta a los Gálatas nos indica sumariamente los signos de su presencia. Son: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5,22).

Nuestras dos beatas llevaron al mundo los frutos y los signos de la presencia del Espíritu Santo, hablaron el lenguaje de la verdad y del amor, el único capaz de derribar las barreras de la cultura y de la raza y de restablecer la unidad de la familia humana, dispersa por el orgullo, por la voluntad de poder y por el rechazo de la soberanía de Dios, como nos ha dado a entender el relato bíblico de la torre de Babel (cf. primera lectura de Pentecostés).

El Santo Padre Benedicto XVI, al inaugurar su ministerio petrino, reafirmó que «no es el poder lo que redime, sino el amor. (...) Este es el distintivo de Dios: él mismo es amor. (...) Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo es salvado por el Crucificado y no por los crucificadores» (Homilía del 24-IV-2005: L'Oss. Rom., ed. esp,, 29-IV-2005).

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 20-V-05]

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Del discurso de Benedicto XVI a los peregrinos
que fueron a Roma para la beatificación
(16-V-2005)

Queridos hermanos y hermanas:

Con alegría os acojo hoy a todos vosotros, que habéis venido para participar en el rito de beatificación de la madre Ascensión del Corazón de Jesús Nicol Goñi y de la madre Mariana Cope, que tuvo lugar el sábado por la tarde en la basílica vaticana. Estas dos nuevas beatas, testigos ejemplares de la caridad de Cristo, nos ayudan a comprender mejor el sentido y el valor de nuestra vocación cristiana. [...]

Con gran alegría os doy la bienvenida a Roma, queridos hermanos y hermanas, con ocasión de la beatificación de la madre Mariana Cope. Sé que vuestra participación en la solemne liturgia del sábado, tan significativa para la Iglesia universal, será una fuente de gracia y de compromiso renovados con vistas al ejercicio de la caridad, que caracteriza la vida de todo cristiano.

Mariana Cope vivió una vida de profunda fe y amor, que dio fruto en un espíritu misionero de inmensa esperanza y confianza. En 1862 ingresó en la Congregación de las Religiosas Franciscanas de Syracuse, donde se impregnó de la particular espiritualidad de san Francisco de Asís, consagrándose sin reservas a las obras de misericordia espirituales y corporales. Con su experiencia de vida consagrada desarrolló un extraordinario apostolado, adornado con virtudes heroicas.

Como es bien sabido, mientras la madre Mariana era superiora general de su congregación, el entonces obispo de Honolulu invitó a la orden a ir a Hawai para trabajar entre los leprosos. La lepra estaba extendiéndose rápidamente y causaba sufrimientos y miseria indecibles entre los afectados. Otras cincuenta congregaciones habían recibido antes la misma petición, pero sólo la madre Mariana, en nombre de sus hermanas, respondió positivamente. Fiel al carisma de la congregación, y a imitación de san Francisco, que abrazó a los leprosos, la madre Mariana se ofreció para la misión con un «sí» confiado. Durante treinta y cinco años, hasta su muerte en 1918, nuestra nueva beata dedicó su vida a amar y servir a los leprosos en las islas de Maui y Molokai.

Sin duda, la generosidad de la madre Mariana, humanamente hablando, fue ejemplar. Pero las buenas intenciones y el altruismo por sí solos no bastan para explicar su vocación. Sólo la perspectiva de la fe nos permite comprender su testimonio, como cristiana y como religiosa, del amor sacrificial que alcanza su plenitud en Jesucristo. Todo lo que realizó estaba inspirado por su amor personal al Señor, que expresaba a su vez a través de su amor a las personas abandonadas y rechazadas por la sociedad de un modo lamentable.

Queridos hermanos y hermanas, inspirémonos hoy en la beata Mariana Cope para renovar nuestro compromiso de caminar por la senda de la santidad.

Pidiendo a Dios que vuestra peregrinación a Roma sea un tiempo de enriquecimiento espiritual, os imparto de corazón a vosotros mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los miembros de vuestras familias que han permanecido en casa, especialmente a los que están enfermos o sufren de cualquier modo.

La Virgen María nos obtenga el don de una fidelidad constante al Evangelio, nos ayude a seguir el ejemplo de las nuevas beatas y a tender incansablemente a la santidad. A todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos, mi bendición.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 20-V-05]

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BEATA MARIANA COPE

[Entrevista de la Agencia Fides a Sor Mary Laurence Hanley, vice-postuladora de la Causa de beatificación de la Madre Mariana Cope, durante 35 años madre de los leprosos en la isla de Molokai, con motivo de su beatificación, que iba a celebrarse el 14 de mayo del 2005]

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides).- Junto a la Madre Ascensión Nicol Goñi, cofundadora de las Dominicas Misioneras del Rosario, el sábado 14 de mayo del 2005 será también beatificada en San Pedro del Vaticano la Madre Mariana Cope (1838-1918), de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse (Nueva York), que continuó el trabajo del padre Damián entre los leprosos de la isla de Molokai en las islas Hawai.

«Vivimos la beatificación de la Madre Mariana como una gran bendición para nuestras hermanas y para toda la Comunidad -dice a la Agencia Fides sor Mary Laurence Hanley-. Este gran evento tiene lugar poco después de haber realizado la unión de tres Congregaciones en una como Hermanas de San Francisco y, por tanto, vemos también este acontecimiento como una bendición para esta unión. Nuestra comunidad religiosa ha recibido a lo largo de los años numerosas vocaciones religiosas gracias a nuestra misión de Molokai en Hawai, donde trabajó durante muchos años la Madre Mariana. Actualmente este trabajo se está agotando, sólo quedan unos treinta enfermos. Pero sentimos que ahora tenemos otros lugares con necesidades desesperantes que constituyen un llamamiento al corazón generoso que desea servir a Dios y al prójimo de una manera directa».

Nacida en 1838 de una familia de emigrantes alemanes, Bárbara Cope, en religión Mariana, trabaja en Nueva York algunos años en una fábrica para ayudar a su numerosa familia antes de entrar en la Congregación de las Hermanas de la Tercera Orden de San Francisco en Syracuse. Luego cuida de los enfermos en el hospital de Syracuse y también asume cargos de responsabilidad en su Congregación. En 1883 se traslada a Honolulu, en las islas Hawai, para organizar la asistencia a los leprosos. Diez años antes, el 10 de mayo de 1873, había desembarcado en la isla de Molokai, donde el gobierno había mandado a todos los enfermos infecciosos, el padre Damián de Veuster, de la Congregación de los Sagrados Corazones, proclamado beato por Juan Pablo II el 4 de junio de 1995, y universalmente conocido como el apóstol de los leprosos. En 1888 la Madre Mariana llega a los lugares donde trabajaba el padre Damián, y en 1889, cuando muere el misionero, continúa su obra de asistencia y reinserción social de los leprosos, hasta su muerte, que tuvo lugar en 1918.

«La Madre Mariana encarnó el mandato del Evangelio: "Ama a tu prójimo como a ti mismo" -continúa Sor Mary Laurence Hanley-. Ha dejado una herencia extraordinaria en el campo de la educación y la salud, especialmente poniéndose al servicio de aquellos que sufren y están atemorizados o asilados debido a su enfermedad. La Madre Mariana puso a Dios en el centro de su vida y hacer su voluntad fue todo su deseo. Tenía un profundo respeto hacia todo el pueblo de Dios, demostró gran compasión hacia los enfermos, fue una innovadora y lograba mantener y transmitir su alegría incluso en las situaciones más difíciles. Fue una mujer valiente, que no sólo se sacrificó por los otros sino que lo hizo con alegría. La vida de la Madre Mariana nos impulsa a amar más Dios y a servirlo mejor».

Las hermanas de la Tercera Orden de San Francisco viven el Evangelio siguiendo el ejemplo de San Francisco y de Santa Clara, comprometidas en la construcción del Reino de Dios con la oración, la contemplación, el testimonio, con una atención particular para los pobres. Actualmente son unas 450 religiosas, presentes en diversos estados de América del Norte y del Sur, y en África. «Trabajamos en el campo de la educación a todos los niveles -explica sor Mary Laurence Hanley-: educación religiosa, atención de la salud, servicios sociales, clínicas para los que carecen de seguridad social, comedores, atención pastoral en hospitales y atención a domicilio, trabajo en parroquias, acogida de los sin hogar, casas para enfermos crónicos y terminales, acogida de refugiados. Algunas hermanas también se dedican a los servicios de orientación pastoral para jóvenes y adultos, y a la organización de retiros espirituales».

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Mariana Cope, religiosa de las
Hermanas de San Francisco de Siracusa
LA HEROÍNA DE MOLOKAI

por Ernesto Piacentini, OFMConv, postulador

Mariana Cope nació en Heppenheim (Alemania) el 23 de enero de 1838. La bautizaron con el nombre de Bárbara. Al año siguiente, la familia emigró a Estados Unidos. A los 24 años ingresó en la congregación de las Hermanas de San Francisco de Siracusa tomando el nombre de Mariana. En 1883 marchó a Hawai como enfermera para los leprosos. En 1889, tras la muerte del padre Damián de Veuster, aceptó la dirección del hogar para los varones en Molokai, isla en la que vivió durante treinta años. Murió en Kalaupapa el 9 de agosto de 1918. Fue beatificada el 14 de mayo de 2005 y canonizada el 21 de octubre de 2012.

Definida como «la heroína de Molokai», Mariana, junto a seis hermanas religiosas, atendiendo la llamada del padre Damián de Veuster, vivió más de 30 años misionando en el hospital de los leprosos. A los 24 años tomó el hábito religioso trabajando en la escuela parroquial de la Asunción en Siracusa (USA). Por sus dotes intelectuales y generoso espíritu de dedicación ocupó importantes encargos en su congregación. Elegida madre general, recibió la petición de asistir a los leprosos en la isla de Molokai.

En aquellos años la situación de los leprosos empeoraba. No había ningún médico y el mal se convertía en «epidemia». El padre Damián vio que sin las religiosas no sería posible establecer un hospital, y por ello, a través del obispo de Honolulú, apeló a la madre Mariana, quien a su vez llamó a sus hermanas: de ellas sólo seis fueron destinadas para la misión.

La situación fue difícil debido a la falta de medicamentos, de comida y de todo tipo de subsidios. Madre Mariana, junto a su grupo de religiosas, devolvió la esperanza a aquellos hombres a menudo esclavos del alcohol, del vicio y presas del dolor físico. Para impedir el contagio en los hijos, establecieron dos casas separadas de modo que una vez llegados a la edad adulta pudieran incorporarse a la sociedad. Madre Mariana alentaba a las otras hermanas, asegurándoles: «No contraerán jamás la lepra aún sabiendo que estamos expuestas, Dios nos ha llamado para este trabajo...».

Fue grande la admiración en todos aquellos que conocieron el gesto generoso de la madre Mariana en dedicar su vida a la salud de los leprosos. En vida fue celebrada en artículos y en poesías; después de su muerte con biografías. Un himno fue compuesto en su honor para exaltar su papel de «protectora de la mujer». Muchas almas abrazaron la vida religiosa para imitar el ejemplo de dedicación a los hermanos más necesitados.

La vida y la actividad en favor de los leprosos es muy significativa para el hombre moderno. La vida de la madre Mariana se muestra con dos características fundamentales que el Concilio pide a los candidatos a la canonización en la actualidad. En primer lugar, el aspecto social de la santidad. En nuestro caso se trata de una persona que gastó su vida al servicio del más necesitado. En segundo lugar, que los candidatos sean hombres y mujeres de nuestro tiempo para que el mensaje sea más fácil de comprender.

Madre Mariana muestra concretamente cómo emplear la vida en coherencia con el bautismo, comprometiéndose con el Evangelio y con las palabras de Cristo: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

De cara a las necesidades de los hermanos, es necesario responder con la generosidad de la madre Mariana. Ella, junto al padre Damián, héroes de la caridad, encarnan los grandes ideales y estimulan a los hombres, particularmente a los jóvenes, a imitar su coraje y dar una respuesta de autenticidad para la construcción de un mundo más humano y cristiano.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 21-X-2012]

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De la homilía de Benedicto XVI
en la misa de canonización (21-X-2012)

El hijo del hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por la multitud (cf. Mc 10,45).

Venerados Hermanos, queridos hermanos y hermanas.

Hoy la Iglesia escucha una vez más estas palabras de Jesús, pronunciadas durante el camino hacia Jerusalén, donde tenía que cumplirse su misterio de pasión, muerte y resurrección. Son palabras que manifiestan el sentido de la misión de Cristo en la tierra, caracterizada por su inmolación, por su donación total. En este tercer domingo de octubre, en el que se celebra la Jornada mundial de las misiones, la Iglesia las escucha con particular intensidad y reaviva la conciencia de vivir completamente en perenne actitud de servicio al hombre y al Evangelio, como Aquel que se ofreció a sí mismo hasta el sacrificio de la vida.

Saludo cordialmente a todos vosotros, que llenáis la Plaza de San Pedro, en particular a las delegaciones oficiales y a los peregrinos venidos para festejar a los siete nuevos santos. Saludo con afecto a los cardenales y obispos que en estos días están participando en la Asamblea sinodal sobre la nueva evangelización. Se da una feliz coincidencia entre la celebración de esta Asamblea y la Jornada misionera; y la Palabra de Dios que hemos escuchado resulta iluminadora para ambas. Ella nos muestra el estilo del evangelizador, llamado a dar testimonio y a anunciar el mensaje cristiano conformándose a Jesucristo, llevando su misma vida. Esto vale tanto para la misión ad gentes como para la nueva evangelización en las regiones de antigua tradición cristiana.

El hijo del hombre ha venido a servir y dar su vida en rescate por la multitud (cf. Mc 10,45).

Estas palabras han constituido el programa de vida de los siete beatos que hoy la Iglesia inscribe solemnemente en el glorioso coro de los santos. Con valentía heroica gastaron su existencia en una total consagración a Dios y en un generoso servicio a los hermanos. Son hijos e hijas de la Iglesia, que escogieron una vida de servicio siguiendo al Señor. La santidad en la Iglesia tiene siempre su fuente en el misterio de la Redención, que ya el profeta Isaías prefigura en la primera lectura: el Siervo del Señor es el Justo que «justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos» (53,11); este Siervo es Jesucristo, crucificado, resucitado y vivo en la gloria. La canonización que estamos celebrando constituye una elocuente confirmación de esta misteriosa realidad salvadora. La tenaz profesión de fe de estos siete generosos discípulos de Cristo, su configuración al Hijo del hombre, resplandece hoy en toda la Iglesia.

[...]

Paso hablar ahora de Mariana Cope, nacida en 1838 en Heppenheim, Alemania. Con apenas un año de edad fue llevada a los Estados Unidos y en 1862 entró en la Tercera Orden Regular de san Francisco, en Siracusa, Nueva York. Más tarde, y como superiora general de su congregación, madre Mariana acogió gustosamente la llamada a cuidar a los leprosos de Hawai, después de que muchos se hubieran negado a ello. Con seis de sus hermanas de congregación, fue personalmente a dirigir el hospital en Oahu, fundando más tarde el hospital de Malulani en Maui y abriendo una casa para niñas de padres leprosos. Cinco años después aceptó la invitación a abrir una casa para mujeres y niñas en la isla de Molokai, encaminándose allí con valor y poniendo fin de hecho a su contacto con el mundo exterior. Allí cuidó al padre Damián, entonces ya famoso por su heroico trabajo entre los leprosos, atendiéndolo mientras moría y continuando su trabajo entre los leprosos. En un tiempo en el que poco se podía hacer por aquellos que sufrían esta terrible enfermedad, Mariana Cope mostró un amor, valor y entusiasmo inmenso. Ella es un ejemplo luminoso y valioso de la mejor tradición de las hermanas enfermeras católicas y del espíritu de su amado san Francisco.

[...]

Queridos hermanos y hermanas, estos nuevos santos, diferentes por origen, lengua, nación y condición social, están unidos con todo el Pueblo de Dios en el misterio de la salvación de Cristo, el Redentor. Junto a ellos, también nosotros reunidos aquí con los padres sinodales, procedentes de todas las partes del mundo, proclamamos con las palabras del salmo que el Señor «es nuestro auxilio y nuestro escudo», y le pedimos: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (Sal 32,20-22). Que el testimonio de los nuevos santos, de su vida generosamente ofrecida por amor de Cristo, hable hoy a toda la Iglesia, y su intercesión la fortalezca y la sostenga en su misión de anunciar el Evangelio al mundo entero.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 28-X-2012]

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