DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

10 de julio

BEATOS MANUEL RUIZ Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES DE DAMASCO († 1860)

por Autores Varios

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En la noche del 9 al 10 de julio de 1860, fueron martirizados en Damasco por los drusos musulmanes ocho frailes franciscanos y tres católicos maronitas seglares, hermanos de sangre. A todos ellos, once en total, los beatificó Pío XI el 10 de octubre de 1926.

Beatos Manuel Ruiz y siete compañeros, Mártires

El 9/10 de julio de 1860, llegaron a su apogeo las matanzas de cristianos que los drusos y los turcos llevaban a cabo en toda Siria. Damasco sobre todo fue testigo de una horrorosa carnicería, en la que por el hierro y por el fuego perdieron la vida muchos cientos de cristianos, víctimas del furor anticristiano de turbas fanatizadas.

Había a la sazón ocho religiosos franciscanos en el convento de Damasco, uno era natural del Tirol y los otros siete españoles, a saber: el padre Manuel Ruiz, superior de la casa, nacido en San Martín de Ollas (Santander) el año 1804, que tomó el hábito franciscano en la Provincia de la Inmaculada Concepción; el padre Carmelo Bolta, párroco de los católicos de Damasco, natural de Real de Gandía (Valencia), nacido en 1803, hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, activo y profundamente instruido; el padre Engelberto Kolland, nacido en Ramsau el año 1827, de la Provincia de San Leopoldo (Austria), alegre, conocedor de seis idiomas, y teniente cura del padre Carmelo; el padre Nicanor Ascanio, de Villarejo, provincia de Madrid, nacido en 1814, religioso exclaustrado que se ordenó como sacerdote del clero secular, a quien siendo vicario de las Concepcionistas de Aranjuez, la venerable sor Patrocinio predijo su martirio y hasta mandó esculpir su imagen, y que se incorporó al Colegio de Priego cuando éste se fundó; el padre Nicolás M. Alberca y Torres, de Aguilar de la Frontera (Córdoba), nacido en 1830, varón inocentísimo y ejemplar religioso; el padre Pedro Nolasco Soler, natural de Lorca (Murcia), nacido en 1827; fray Francisco Pinazo Peñalver, nacido en Alpuente (Valencia) el año 1812 e hijo de la Seráfica Provincia de Valencia, y fray Juan S. Fernández, nacido en Carballeda (Orense) el año 1808; esta dos últimos, exclaustrados, que se incorporaron a la Custodia de Tierra Santa. Todos los ocho se hallaban en el convento de Damasco aquel día nefasto en que, a pesar de las buenas palabras del gobernador, arreciaban las matanzas.

Como los religiosos Paúles y las Hermanas de la Caridad, fueron los franciscanos invitados a refugiarse en el palacio de Ab-el-Kader, mas los frailes, que ningún mal habían hecho a nadie y veían a muchos cristianos temerosos refugiados en el convento franciscano, no quisieron abandonarlo. Cuando oyeron arreciar los golpes en las puertas que amenazaban con echarlas a tierra, se reunieron en la iglesia haciendo fervorosísima oración para que Jesús no los abandonara en tan grave trance, y luego buscaron refugio. El padre Manuel, superior de la comunidad, para evitar toda profanación, sumió el Santísimo Sacramento que había de ser su Viático, ¡y ya era tiempo!, porque los turcos invadían el sagrado recinto. -- «¡Hazte musulmán o mueres!», le dijo un soldado; y él respondió con fortaleza: -- «Mil veces antes la muerte». Colocó su cabeza sobre el altar y se consumó el primer sacrificio. A cada religioso que sorprendían en la celda, en las terrazas, en los claustros, repicaban las campanas, y así uno tras otro fueron martirizados a golpes o a tiros, de cien diversos modos, cebándose su rabia y furor en la mansedumbre de los ocho franciscanos, admirables en sus respuestas, dignas de los primeros cristianos.

Sus cadáveres mutilados fueron arrojados en lugares inmundos, siendo algún tiempo después sacados de allí y colocados honoríficamente. Estos ocho invictos confesores de Cristo, junto con tres católicos maronitas, hermanos de sangre: Francisco, Moocio y Rafael Massabki, fueron beatificados solemnemente por Su Santidad Pío XI el 10 de octubre de 1926.

[Cf. L.M. Fernández Espinosa, Año Seráfico, Tomo II, Barcelona-Madrid, 1932, pp. 31-34]

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De las letras apostólicas del Papa Pío XI, en las que beatifica a los mártires de Damasco (10 de octubre de 1926; cf. Acta OFM, a. XLV, pp. 269-271)

Acaece, como estaba en el ánimo de todos, que este año de 1926, precisamente cuando todo el orbe conmemora el séptimo centenario de la muerte de san Francisco de Asís con celebraciones especiales en su honor, ocho ínclitos hijos del mismo Santo, inmolados en nuestros tiempos para afirmar con su sangre la fe en Cristo, son promovidos con solemne rito al honor de los bienaventurados mártires.

Estos invictos héroes, miembros del convento perteneciente a la Custodia de Tierra Santa de Damasco, asesinados por las bárbaras hordas de los turcos en odio de la fe, coronaron su vida con un martirio glorioso en la presencia del Señor.

El primero de ellos, Manuel Ruiz, español, regía como superior el cenobio damasceno.

El segundo, Carmelo Bolta, también español, ingresado en la Orden de Frailes Menores en la provincia de Valencia el año 1825 y enviado después a Palestina, como conocedor profundo de la lengua árabe había sido elegido maestro de los misioneros en Damasco.

A los ínclitos sacerdotes, en número de seis, acompañábanles dos hermanos: Francisco Pinazo de Alpuente y Juan Jacobo Fernández, ambos españoles, preclaros por su piedad no menos que por su espíritu de humildad, quienes destinados al servicio del convento de Damasco, cumplían diligentísimamente y con singular espíritu de obediencia las tareas propias de sus cargos.

A todos ellos, mientras se ocupaban en sus piadosas obras habituales, sorprendióles aquella horribilísima persecución contra los cristianos que, excitada por los funestos enemigos de la fe cristiana, estalló improvisadamente en Damasco el diez de julio de mil ochocientos sesenta, produciendo inhumanas ruinas, incendios, rapiñas y muertos.

En efecto, las enfurecidas multitudes de turcos irrumpen precipitadamente en el convento y torturan en primer lugar a Manuel Ruiz. Luego también Carmelo Bolta, invitado una y otra vez a abrazar la religión mahometana, es golpeado con una clava hasta acabar con su vida. Los restantes sacerdotes obtuvieron igual suerte que sus compañeros de martirio. Los hermanos Francisco Pinazo y Juan Jacobo Fernández, que se habían refugiado en lo alto de la torre-campanario, fueron golpeados con palos y barras de hierro mientras ellos oraban con las manos elevadas al cielo, hasta que, arrojados desde lo alto de la torre y aplastados al caer al suelo, obtuvieron la gloriosa palma del martirio.

Mas no sólo tocó a los ocho hijos de san Francisco la suerte de ir al encuentro de la muerte por Cristo. El furor de los turcos se exacerbó también con tres católicos maronitas, hermanos de sangre, llamados Francisco, Moocio y Rafael Massabki.

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Beato Carmelo Bolta Bañuls

Nació en el Real de Gandía (Valencia) el 29 de mayo de 1803; vistió el hábito a los 21 años de edad, en el convento de San Francisco de Valencia, de manos del guardián de aquella casa, P. Juan Bautista Chofré, y profesó en 1825. Hechos sus estudios en el convento de la Corona de Valencia y en el de Játiva, fue ordenado de sacerdote en 1829, y enviado al convento de San Blas de Segorbe con el cargo de predicador conventual. Allí estuvo de morador hasta mayo de 1831, ejercitándose con éxito creciente y abundantes frutos en la predicación entre fieles.

Obtenida la licencia de sus superiores para pasar a las Misiones de Tierra Santa, embarcó en julio de 1831, con Fr. Enrique Collado y otros 22 religiosos, para la Santa Custodia, adonde llegó el 3 de agosto. Después de visitar los principales Santuarios de nuestra Redención, el 18 de junio de 1838 fue nombrado presidente del hospicio de Jaffa, cargo al que renunció a los pocos meses, porque el clima de esta población no era beneficioso para su salud, reintegrándose a Jerusalén.

Joven profundamente instruido, activo, simpático de carácter y afable en sus modales, como dice su biógrafo el P. Ronen, cultivó a la perfección las lenguas orientales, llegando a predicar con soltura en árabe y en griego, por lo que el Gobierno Turco le ofreció una cátedra de árabe en sus centros de enseñanza con un sueldo de una onza diaria, ofrecimiento que nuestro Beato no quiso aceptar por no desviarse de su misión de salvar almas.

Finalmente, después de haber estado diez años en Jerusalén, dedicado a la enseñanza de los Religiosos que se preparaban al sacerdocio, y de haber desempeñado por dos veces el oficio de superior de Damasco (1843-45 y 1851-58), así como el de párroco de los católicos de San Juan in Montana desde Agosto de 1845 a septiembre de 1851, en el mes de octubre de 1858 fue nombrado párroco de los católicos de Damasco y profesor de árabe para los jóvenes sacerdotes y para las escuelas que sostenía la Misión católica, frecuentadas diariamente por más de 400 alumnos, y en el desempeño de esa misión recibió la palma del martirio la noche del 9 al 10 de julio de 1860.

Introducida la causa de su beatificación el 17 de diciembre de 1885, y expedido el 13 de marzo de 1924 el decreto afirmando que constaba la fama de santidad de nuestro Venerable y de sus compañeros de martirio, el 2 de mayo de 1926 reconoció la Santa Sede su martirio, y el 22 de los mismos el Papa Pío XI decretó que podía procederse a su beatificación, la que fijó para el 10 de octubre de aquel año a fin de que coincidiese esta solemnidad con las fiestas del VII Centenario de la muerte de San Francisco de Asís.

[Cf. C. Ángel, Religiosos ilustres de las Seráficas Provincias de Valencia, Petra 1988, p. 227].

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Beato Carmelo Bolta

Desde casi los tiempos del mismo san Francisco de Asís, sus religiosos han estado encargados de la custodia de los lugares de Tierra Santa. Custodia que han llevado a cabo con grandes sacrificios, incluso con el derramamiento de la sangre de muchos de ellos.

Corría el año 1856. El sultán Abdul Megid publicó un decreto imperial por el que se suprimía toda distinción civil entre cristianos y musulmanes en el imperio otomano. Sintiéndose algunos grupos sectarios ofendidos por igualarles a los cristianos, a quienes se tomaba como inferiores, comenzó en el Medio Oriente un período de sangrientas persecuciones contra las comunidades cristianas, arreciando especialmente en Siria por obra de los drusos durante el año 1860. Los drusos llegaron a Damasco la vigilia del Ramadán, y el 7 de julio comenzaron las matanzas de cristianos. En la noche del 9 al 10 del mismo mes asaltaron la residencia franciscana y asesinaron bárbaramente a sus once moradores, entre ellos siete españoles, de los cuales eran valencianos el padre Carmelo Bolta Bañuls y el hermano Francisco Pinazo Peñalver.

El padre Carmelo Bolta había nacido en el pueblo de Real de Gandía el 29 de mayo de 1803, recibiendo en el bautismo el nombre de Pascual, que al entrar en religión cambiaría por el de Carmelo. Su tío, el padre Isidoro Bañuls, le orientó para que ingresase en la orden franciscana. Este religioso franciscano, el P. Isidoro, después de estar de 1823 a 1833 como procurador general en Tierra Santa, cuando en una nave regresaba a España, el 22 de julio de 1833, a la altura de las costas de Chipre, moría a manos de piratas greco-ortodoxos, junto con otros cinco misioneros franciscanos.

A los 21 años comenzó el beato Carmelo el noviciado en el convento de San Francisco de Valencia. Después de haber hecho la profesión religiosa, hizo los estudios eclesiásticos en los conventos de Valencia, el de la Corona, y de Játiva. Ordenado sacerdote en 1829, pasó como predicador al convento de San Blas de Segorbe. En julio de 1831, con otros 23 compañeros, pasó a la Custodia de Tierra Santa, adonde llegó el 3 de agosto. Después de visitar los principales santuarios de nuestra Redención fue nombrado presidente del Hospicio de Jaffa, aunque por poco tiempo.

Con gran facilidad se impuso en las lenguas orientales, predicando con gran soltura en árabe y en griego. Durante diez años estuvo dedicado a la enseñanza de los estudiantes de la orden en Jerusalén, siendo durante este tiempo dos veces superior de Damasco (1843-45; 1851-58) y párroco de los católicos de san Juan in Montana. En octubre de 1858 fue nombrado párroco de los católicos de Damasco y profesor de árabe para los jóvenes sacerdotes y para las escuelas que sostenía la misión católica, en cuyo cargo recibió la palma del martirio la noche del 9 al 10 de julio de 1860. Fue beatificado, junto con sus compañeros, por el Papa Pío XI el 10 de octubre de 1926. La diócesis de Valencia celebra su fiesta litúrgica el 10 de julio. Con su martirio el beato Carmelo Bolta coronaba la ejemplaridad de su apostolado realizado arduamente en el árido campo musulmán.

[Cf. A. LLin, Testigos de la fe en Valencia, Valencia 1997, pp. 169-171]

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Beato Francisco Pinazo Peñalver

Nació en Alpuente, aldea de Chopo (Valencia), el 20 de agosto de 1802. Desengañado del mundo, el año 1825 ingresó como pretendiente o donado en el convento de Chelva (1825-30), y, a principios de 1831, comenzó su noviciado para hermano laico en el convento de San Francisco de Valencia bajo el magisterio del P. Francisco Oltra. En febrero de 1832 hizo su profesión en manos del P. Pascual Flores, a la sazón guardián de aquella casa y, apenas pronunció sus votos, fue enviado al Monasterio de Santa Clara de Gandía con el cargo de sacristán, en el cual continuó aun después de la exclaustración, hasta el año 1843. Aquí tuvo de superior al P. Ignacio Crespo, fallecido en noviembre de 1834, predicador general, ex-definidor y confesor ordinario de las Monjas, el cual, en el capítulo provincial de 1833, fue sustituido por el P. Pascual Flores, predicador general, ex-secretario provincial y definidor en aquellos momentos.

Once años consecutivos estuvo al servicio de las Monjas Clarisas de Gandía; y aunque sentía abandonar su retiro provisional y la compañía de sus amadas hermanas, sin embargo, anhelando acabar su triste situación de exclaustrado y volver a vestir el santo hábito, el año 1843 embarcó para Tierra Santa, adonde llegó en octubre de aquel mismo año. Allí fue enviado, primero, a Damasco, donde permaneció seis años, con los cargos de cocinero y sastre; después, al Santo Sepulcro, donde estuvo seis meses; luego, a Nicosia (Chipre) el 5 de abril de 1850, donde hizo a la vez los servicios de cocinero, sastre y sacristán de la parroquia latina; y después de pasar por Nazaret (1852), Jaffa (1853), San Juan in Montana (18545) y Santo Sepulcro (1856-8), volvió en 1858 a Damasco, donde, en la madrugada del día 10 de julio de 1860, obtuvo el premio ganado por sus virtudes, esto es, la palma del martirio, siendo beatificado por S. S. el Papa Pío XI, en 1926.

[Cf. C. Ángel, Religiosos ilustres de las Seráficas Provincias de Valencia, Petra 1988, pp. 227-228].

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Beato Francisco Pinazo

Junto con el Beato Carmelo Bolta fue martirizado en Damasco el hermano lego Francisco Pinazo Peñalver. Nació en Alpuente, en la aldea de Chopo, el 24 de agosto de 1802, y le impusieron en el bautismo el nombre de Bartolomé. De pequeño se dedicó a cuidar, como pastor, del ganado de sus padres, y ya en la adolescencia y juventud se dedicó a las tareas del campo. Desengañado por el contratiempo que tuvo con su prometida, que lo pospuso a otro joven, ingresó en 1825 en el convento franciscano de Chelva, donde estuvo como postulante seis años. A principios de 1831, comenzó el noviciado como hermano lego en el convento de San Francisco de Valencia, bajo el magisterio del padre Francisco Oltra, profesando la Regla franciscana en febrero de 1832, y cambiando en esta ocasión su nombre de bautismo por el de Francisco.

Fue enviados seguidamente al convento de clarisas de Gandía, donde una pequeña comunidad de franciscanos las atendía espiritualmente. A los pocos años de su estancia en Gandía, se produjo en España, en 1835, la desamortización de bienes eclesiásticos por obra del ministro Juan Álvarez Mendizábal. Se suprimieron todos los conventos y monasterios de España, vendiendo en pública subasta los bienes del clero regular y secular. Aunque ante tales medidas Francisco Pinazo tuvo que abandonar su condición de religioso, pudo continuar con el cargo de sacristán de la iglesia del monasterio de clarisas de Gandía, a las que no había afectado la ley de desamortización religiosa. Pero anhelando llevar la vida regular y vestir el hábito religioso, embarcó en el verano de 1843 para Tierra Santa, adonde llegó en octubre de aquel mismo año.

Su primer destino fue Damasco, donde permaneció seis años, con los cargos de cocinero y sastre. Pasó después al Santo Sepulcro, donde estuvo seis meses; luego, a Nicosia (Chipre) en 1850, prestando sus servicios en la parroquia latina. Después estuvo algún tiempo en Nazaret (1852), Jaffa (1853), San Juan in Montana (1854-1855) y el Santo Sepulcro (1856-1858), donde pudo compenetrarse de la grandeza de los misterios de la Redención que acaecieron en aquellos lugares. En 1858 fue destinado a Damasco, donde en la madrugada del 10 de julio de 1860, encontrándose con otro religioso en la azotea del convento, los drusos que lo habían asaltado los arrojaron desde lo alto rematándoles a golpe de maza. Francisco Pinazo fue beatificado, junto con otros siete religiosos de su Orden y tres maronitas seglares, por el papa Pío XI el 10 de octubre de 1926, dentro de las fiestas del VII centenario de la muerte de San Francisco de Asís. La diócesis de Valencia celebra su fiesta litúrgica, junto con la del Beato Carmelo Bolta, el 10 de julio. El Beato Francisco Pinazo rubricó con el supremo testimonio del martirio la ejemplaridad que manifestó en el fiel cumplimiento de sus obligaciones de religioso sencillo y humilde.

[Cf. A. LLin, Testigos de la fe en Valencia, Valencia 1997, pp. 173-174]

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Otros Beatos, Mártires de Damasco

Junto con los beatos Carmelo Bolta y Francisco Pinazo, fueron martirizados también en Damasco el año 1860 otros religiosos franciscanos españoles: Manuel Ruiz, Nicolás M. Alberca, Pedro Soler, Nicanor Ascanio y Juan Santiago Fernández. Si se exceptúa al primero, superior a la sazón de la comunidad de Damasco, los restantes religiosos estuvieron en Valencia, mientras esperaban, a mediados de enero de 1859, poder embarcar en su puerto para dirigirse a Tierra Santa. Procedían del convento franciscano de Priego, en la provincia de Cuenca, recientemente restaurado para reclutar vocaciones para las misiones de Tierra Santa, después que las leyes desamortizadoras del ministro Mendizábal hubiesen suprimido en 1835 las órdenes religiosas en España.

Nicolás María Alberca había nacido el 19 de septiembre de 1830 en Aguilar de la Frontera (Córdoba). Antes de seguir la vocación misionera había estado cuidando enfermos en el hospital de Jesús Nazareno de Madrid.

Pedro Soler se incorporaba a la vida religiosa con los estudios eclesiásticos prácticamente terminados. Junto con Nicolás recibiría la ordenación sacerdotal en Segorbe el 27 de febrero de 1858.

Nicanor Ascanio, religioso exclaustrado en 1835, dejaba su capellanía de las concepcionistas de Aranjuez para reanudar su vocación religiosa.

Por último, Juan Santiago Fernández, hermano lego, procedía de tierras gallegas.

En Valencia tuvieron que esperar más días de los previstos para poder embarcar. Tuvieron tiempo para recorrer esos días tranquilamente la ciudad del Turia. Visitaron la Iglesia Catedral, y en una de las cartas que el padre Alberca escribió a su madre narra la impresión que experimentaron al venerar el santo Cáliz de la Cena. Igualmente describe la emoción que tuvieron de orar ante la imagen de la Virgen de los Desamparados, en su misma Capilla. El testimonio evangélico que transmitieron al vecindario de Valencia lo manifiesta dicho religioso en su epistolario: «Los valencianos al vernos solamente con la barba, aunque con traje de clérigo secular, quedan edificados y se conmueven ya de alegría de ver religiosos... y todos desean saber el día de nuestra partida para acompañarnos hasta el muelle». El mismo venerable Luis Amigó, obispo de Segorbe, hace alusión de este hecho en su Autobiografía.

El día 25 de enero de 1859 embarcaron estos religiosos en el puerto de Valencia. Llegaron al puerto de Jaffa el 19 del siguiente mes de febrero. Sólo año y medio residieron en el convento de la conversión de san Pablo, en Damasco, ya que por su fidelidad a la fe cristiana fueron martirizados por los drusos el 10 de julio de 1860. Fueron todos solemnemente beatificados por el Papa Pío XI el 10 de octubre de 1926.

[Cf. A. LLin, Testigos de la fe en Valencia, Valencia 1997, pp. 175-177]

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