DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

12 de junio

Beata Florida Cevoli (1685-1767)

Texto de L’Osservatore Romano

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Florida, clarisa capuchina, discípula y compañera de Sta. Verónica Giuliani, a la que sucedió en el cargo de abadesa, se distinguió por su espíritu de oración, su inserción en las tareas sencillas y cotidianas de la vida comunitaria, y por el impulso que dio a su Orden en la observancia fiel de la Regla. Murió el 12 de junio de 1767 en Città di Castello. La beatificó Juan Pablo II el 16 de mayo de 1993.

Florida Cevoli, en el siglo Lucrecia Elena, hija del conde Curzio Cevoli y de la condesa Laura della Seta, nació en Pisa (Italia) el 11 de noviembre de 1685. Educada en la fe en el seno de su familia, afinó su espíritu bajo la guía de las clarisas del monasterio de San Martín, de Pisa, adonde la llevaron a los 13 años y donde vivió como educanda durante cinco años. Aquel clima de silencio que se respiraba allí suscitó en ella un gran deseo de la vida religiosa.

A los 18 años ingresó en el monasterio de las Clarisas capuchinas de Città di Castello (Perusa), el 7 de junio de 1703; tomó el nombre de Florida. Guiada por los consejos y sobre todo por los ejemplos de santa Verónica Giuliani, maestra de las novicias, sor Florida demostró un espíritu de oración excepcional y un gran deseo de progresar en el camino de la contemplación. Se insertó en la vida comunitaria con espíritu atento y humilde, prodigándose en los trabajos más modestos. Hizo la profesión religiosa el 10 de junio de 1704.

Desempeñó varios oficios: cocinera, despensera, panadera, responsable de la farmacia, maestra de novicias, vicaria y abadesa. En 1716 sor Verónica fue nombrada abadesa del monasterio y sor Florida, vicaria; estaban tan compenetradas, que toda la comunidad recibió un gran impulso hacia el ideal de la íntima unión con Cristo: era la confidente de la Santa y además le ayudaba como secretaria. En 1727, al morir sor Verónica, fue llamada a ocupar su puesto, y hasta su muerte, ejerció el oficio de abadesa, reelegida en trienios consecutivos, con algunos intervalos.

Como su maestra, fue una gran reformadora: se distinguió por una vida de pobreza y austeridad, propia de la reforma de las capuchinas. Los sufrimientos de Cristo en su pasión y la presencia eucarística constituían el objeto primario de su contemplación y de su amor; tenía una devoción especial a la Virgen de los Dolores. Su fama de santidad en vida fue mayor que la de santa Verónica. Es de destacar el servicio que prestó a Città di Castello como mediadora de paz, con ocasión del levantamiento popular que estalló a la muerte del papa Benedicto XIV, en 1758. Murió el 12 de junio de 1767. La beatificó Juan Pablo II el 16 de mayo de 1993.

[Texto tomado de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 14-V-93]

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De la homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (16-V-1993)

«Aclama al Señor, tierra entera» (Sal 66,1). El salmo responsorial de la liturgia de hoy constituye una invitación gozosa a la alabanza. El salmista dice: «Venid a ver las obras de Dios, admirables gestas en favor de los hijos de los hombres» (Sal 66,5). Se refiere, sobre todo, al éxodo: la liberación del pueblo elegido de la esclavitud de Egipto y la intervención salvífica obrada en su favor en el paso del mar Rojo.

En especial durante el tiempo de Pascua, la Iglesia entera está llamada a reconocer y a experimentar las maravillas que Dios realiza entre los hombres (cf. Sal 66,5), particularmente en quienes «aman a Cristo» con heroísmo, aceptando sin reservas sus mandamientos y guardándolos hasta el fondo (cf. Jn 14,21). Dios mismo ama a estos hijos suyos con singular predilección, y va a ellos: el Padre y el Hijo moran en ellos mediante el Espíritu Santo. A cuantos se han abierto completamente a su palabra, el Hijo se ha revelado a sí mismo y ha revelado al Padre, porque ama con un amor particular a quienes lo aman.

Un deseo intenso de ajustarse plenamente a la voluntad de Dios caracterizó toda la vida consagrada de la beata Florida Cevoli, formada en la escuela espiritual de santa Verónica Giuliani. Animada por el Espíritu de verdad que conduce a los creyentes a interiorizar la palabra de Dios, transformando y santificando desde dentro su existencia, la nueva beata, en su cargo de abadesa, supo vivir con estilo evangélico su misión como verdadera servidora de sus hermanas. Con su ejemplo impulsó la Orden de las clarisas capuchinas a la observancia generosa de la Regla franciscana, de modo especial en lo que concierne a la pobreza, la austeridad y la sencillez de vida.

Sin embargo, el aislamiento de la clausura y el deseo de recogimiento en Dios no le impidieron aceptar y compartir los problemas de la sociedad de su tiempo. Al contrario, la intimidad espiritual hizo que su interés fuera más convencido y eficaz, como lo atestiguan la correspondencia que mantuvo con algunos personajes influyentes de su tiempo y la autorizada mediación que ofreció para la pacificación de la población de Città di Castello.

La expresión «Iesus amor, fiat voluntas tua», con la que empezaba siempre sus cartas, resume muy bien el sentido profundo de toda su existencia, orientada completamente al amor a Jesús crucificado y al servicio a los hermanos.

[Texto tomado de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 21-V-93]

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