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SALMO 118, 145-152
(Qôf) |
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[La Biblia de Jerusalén da a este salmo, el más largo del salterio y del que la liturgia toma aquí únicamente los vv. 145-152, agrupados por la letra Qôf, el título de Elogio de la ley divina. Es un salmo «alfabético». Los ocho versos dobles de cada estrofa comienzan por una de las 22 letras del alfabeto hebreo, y cada uno de ellos, con la única excepción del v. 122, contiene uno de los términos que designan la Ley: dictamen, ordenanza, precepto, mandamiento, promesa, palabra, juicio, camino. La palabra «ley» y sus sinónimos han de ser tomados en el sentido más amplio de enseñanza revelada, tal como la han transmitido los profetas. Tenemos en este salmo uno de los monumentos más característicos de la piedad israelita hacia la revelación divina. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Excelencias de la ley de Dios. En efecto, canta las excelencias de la divina ley. Está dividido en estrofas, y cada estrofa consta de ocho versos, que comienzan con la letra que a cada una corresponde según el alfabeto hebreo. En cada uno de los ocho versos de la estrofa se menciona la ley divina designada con una palabra distinta: Ley, mandamientos, juicios, estatutos, etc. Tal vez en su origen el orden de todos estos distintos nombres fuera el mismo en todas las estrofas; pero hoy no sucede así, seguramente por los inevitables descuidos de los copistas. El salmo canta a las excelencias de la Ley divina, respondiendo a los escépticos que vivían al margen de ella. La Ley es el reflejo de la voluntad divina, y por eso debe ser objeto de constante meditación. El estilo es sapiencial. Se exalta la Ley en todas sus facetas. Los epítetos se repiten cansinamente, pero el conjunto es impresionante.] CATEQUESIS DE JUAN PABLO II 1. La liturgia de las Laudes nos propone el sábado de la primera semana una sola estrofa tomada del Salmo 118, una plegaria monumental de veintidós estrofas, tantas cuantas son las letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa se caracteriza por una letra del alfabeto, con la que comienza cada uno de sus versos; el orden de las estrofas sigue el del alfabeto. Acabamos de proclamar la estrofa decimonovena, correspondiente a la letra Qôf. Esta premisa, un poco exterior, nos permite comprender mejor el significado de este canto en honor de la Ley divina. Es semejante a una música oriental, cuyas modulaciones sonoras dan la impresión de que no terminan jamás y se elevan al cielo en una repetición que implica la mente y los sentidos, el espíritu y el cuerpo del orante. 2. En una secuencia que se articula del álef a la tau, es decir, de la primera a la última letra del alfabeto -de la A a la Z, diríamos nosotros con el alfabeto italiano-, el orante se derrama en la alabanza de la Ley de Dios, que adopta como lámpara para sus pasos en el camino a menudo oscuro de la vida (cf. v. 105). Se dice que el gran filósofo y científico Blas Pascal recitaba diariamente este salmo, que es el más largo de todos, mientras que el teólogo Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945, lo transformaba en plegaria viva y actual escribiendo: «Indudablemente el Salmo 118 es difícil por su extensión y monotonía, pero debemos seguir precisamente palabra tras palabra, frase tras frase, con mucha lentitud y paciencia. Descubriremos entonces que las aparentes repeticiones son en realidad aspectos nuevos de una misma y única realidad: el amor a la Palabra de Dios. Así como este amor no puede terminar jamás, así tampoco terminan las palabras que lo confiesan. Pueden acompañarnos durante toda nuestra vida, y en su sencillez se transforman en plegaria para el niño, el hombre y el anciano» (Rezar los Salmos con Cristo, Brescia 19783, p. 48). 3. Por tanto, el hecho de repetir, además de ayudar a la memoria en el canto coral, es un modo de estimular la adhesión interior y el abandono confiado en los brazos de Dios, invocado y amado. Entre las repeticiones del salmo 118 queremos señalar una muy significativa. Cada uno de los 176 versos que componen esta alabanza a la Torah, es decir, a la Ley y a la Palabra divina, contiene al menos una de las ocho palabras con las que se define a la Torah misma: ley, palabra, testimonio, juicio, sentencia, decreto, precepto y orden. Se celebra así la Revelación divina, que es manifestación del misterio de Dios, pero también guía moral para la existencia del fiel. De este modo, Dios y el hombre están unidos en un diálogo compuesto por palabras y obras, enseñanza y escucha, verdad y vida. 4. Examinemos ahora nuestra estrofa (vv. 145-152), que se adapta bien al clima de las Laudes matutinas. En efecto, la escena que ocupa la parte central de estos ocho versículos es nocturna, pero está abierta al nuevo día. Después de una larga noche de espera y vigilia orante en el templo, cuando aparece en el horizonte la aurora e inicia la liturgia, el fiel está seguro de que el Señor escuchará a quien ha pasado la noche orando, esperando y meditando en la Palabra divina. Confortado por esta certeza, ante la jornada que se abre ante él, ya no temerá los peligros. Sabe que no lo alcanzarán sus perseguidores, que lo asedian a traición (cf. v. 150), porque el Señor está junto a él. 5. La estrofa expresa una intensa súplica: «Te invoco de todo corazón: respóndeme, Señor, (...) me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras» (vv. 145 y 147). En el libro de las Lamentaciones se lee esta invitación: «¡En pie, lanza un grito en la noche, cuando comienza la ronda; derrama como agua tu corazón ante el rostro del Señor, alza tus manos hacia él!» (Lm 2,19). San Ambrosio repetía: «¿No sabes, hombre, que cada día debes ofrecer a Dios las primicias de tu corazón y de tu voz? Apresúrate al alba, para llevar a la iglesia las primicias de tu piedad» (Exp. in Ps. CXVIII: PL 15, 1476 A). Al mismo tiempo, nuestra estrofa es también la exaltación de una certeza: no estamos solos, porque Dios escucha e interviene. Lo dice el orante: «Tú, Señor, estás cerca» (v. 151). Lo reafirman otros salmos: «Acércate a mí, rescátame, líbrame de mis enemigos» (Sal 68,19); «El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos» (Sal 33,19). [Audiencia general del Miércoles 14 de noviembre de 2001] Promesa de cumplir la ley de Dios 1. En nuestro ya largo itinerario a la luz de los salmos que propone la liturgia de las Laudes, llegamos a una estrofa -exactamente, la decimonovena- de la oración más amplia del Salterio, el salmo 118. Se trata de una parte del inmenso cántico alfabético: a través de un juego estilístico, el salmista distribuye su obra en veintidós estrofas, que corresponden a la sucesión de las veintidós letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa consta de ocho versos, cuyos inicios están marcados por palabras hebreas, que comienzan con una misma letra del alfabeto. La estrofa que acabamos de escuchar va precedida por la letra hebrea qôf, y describe al orante que presenta a Dios su intensa vida de fe y oración (cf. vv. 145-152). 2. La invocación al Señor no conoce descanso, porque es una respuesta continua a la propuesta permanente de la palabra de Dios. En efecto, por una parte, se multiplican los verbos de la oración: Te invoco, te llamo, a ti grito, escucha mi voz. Por otra, se exalta la palabra del Señor, que propone los decretos, las leyes, la palabra, las promesas, el juicio, la voluntad, los mandatos y los preceptos de Dios. Juntamente forman una constelación que es como la estrella polar de la fe y de la confianza del salmista. La oración se manifiesta, por tanto, como un diálogo, que comienza cuando todavía es de noche y aún no ha despuntado el alba (cf. v. 147) y prosigue durante toda la jornada, especialmente en las dificultades de la existencia. En efecto, el horizonte a veces es oscuro y tormentoso: «Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad» (v. 150). Pero el orante tiene una certeza indiscutible, la cercanía de Dios con su palabra y su gracia: «Tú, Señor, estás cerca» (v. 151). Dios no abandona al justo en manos de sus perseguidores. 3. En este punto, después de haber delineado el mensaje sencillo pero incisivo de la estrofa del salmo 118 -un mensaje apto para el inicio de una jornada-, para nuestra meditación recurriremos a un gran Padre de la Iglesia, san Ambrosio, que en su Comentario al Salmo 118 dedica nada menos que 44 párrafos a explicar precisamente la estrofa que hemos escuchado. Recogiendo la invitación ideal a cantar la alabanza divina desde las primeras horas de la mañana, se detiene en particular en los versículos 147-148: «Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, (...) mis ojos se adelantan a las vigilias». En esta declaración del salmista, san Ambrosio intuye la idea de una oración constante, que abarca todo tiempo: «Quien implora al Señor, haga como si no conociera que existe un tiempo particular para dedicar a las súplicas a Dios; ha de estar siempre en actitud de súplica. Sea que comamos, sea que bebamos, anunciamos a Cristo, oramos a Cristo, pensamos en Cristo, hablamos de Cristo. Cristo ha de estar siempre en nuestro corazón y en nuestros labios» (Comentario al Salmo 118: SAEMO 10, p. 297). Refiriendo luego los versículos al momento específico de la mañana y aludiendo también a la expresión del libro de la Sabiduría que prescribe «adelantarse al sol para dar gracias» a Dios (Sb 16,28), san Ambrosio comenta: «En efecto, sería grave que los rayos del sol que sale te sorprendieran acostado en la cama con descaro, y que una luz más fuerte te hiriera los ojos soñolientos, aún dominados por la pereza. Para nosotros, en una noche ociosa, un espacio de tiempo tan largo sin hacer una pequeña práctica de piedad y sin ofrecer un sacrificio espiritual, es una acusación» (ib., p. 303). 4. Luego, san Ambrosio, contemplando el sol que sale -como había hecho en otro de sus célebres himnos «al canto del gallo», el Aeterne rerum conditor, que ha sido incluido en la liturgia las Horas- nos interpela así: «¿No sabes, hombre, que cada día adeudas a Dios las primicias de tu corazón y de tu voz? La mies madura cada día; cada día madura su fruto. Por eso, corre al encuentro del sol que sale... El sol de la justicia quiere ser anticipado; no espera otra cosa... Si tú te adelantas a este sol que va a salir, recibirás como luz a Cristo. Será precisamente él la primera luz que brille en lo más íntimo de tu corazón. Será precisamente él quien (...) haga brillar para ti la luz de la mañana en las horas de la noche, si reflexionas en las palabras de Dios. Mientras tú reflexionas, se hace la luz... Muy de mañana apresúrate a ir a la iglesia y lleva como ofrenda las primicias de tu devoción. Y después, si los compromisos del mundo te llaman, nada te impedirá decir: "mis ojos se adelantan a las vigilias meditando tu promesa", y con la conciencia tranquila te dedicarás a tus asuntos. ¡Qué hermoso es comenzar la jornada con himnos y cánticos, con las bienaventuranzas que lees en el evangelio! Es muy saludable que venga sobre ti, para bendecirte, el discurso del Señor; que tú, mientras repites cantando las bendiciones del Señor, tomes el compromiso de practicar alguna virtud, si quieres tener también dentro de ti algo que te haga sentir merecedor de esa bendición divina» (ib., pp. 303, 309, 311 y 313). Recojamos también nosotros la invitación de san Ambrosio y cada mañana abramos la mirada a la vida diaria, a sus alegrías y sus tristezas, invocando a Dios para que esté cerca de nosotros y nos guíe con su palabra, que infunde serenidad y gracia. [Audiencia general del Miércoles 15 de enero de 2003] MONICIÓN SÁLMICA El salmo 118 es un canto a la Ley, de un piadoso israelita que vive en un ambiente de indiferencia religiosa, muy parecido a muchos de nuestros ambientes actuales. La Ley significa, para él, la revelación, las promesas, la palabra misma de Dios que se dirige a su pueblo. Empezar el día con este salmo significa profesar que también nosotros ponemos en Dios nuestra delicia; y ello a pesar de que el ambiente procura olvidar a este Dios, para vivir cada uno de cara a sus propios intereses. «Señor, me adelanto a la aurora esperando tus palabras; en ellas quiero cimentar toda mi vida. Conozco las dificultades, los enemigos que, con esta actitud, me ganaré: Ya se acercan mis inicuos perseguidores. El mundo nos odiará y nos rechazará, pero, si los perseguidores se acercan, tú, Señor, estás más cerca aún y con tus mandamientos me darás vida, y una vida muy superior a la que el mundo, con sus riquezas, podría ofrecerme». El autor del salmo 118 es un piadoso israelita, enamorado de la ley de Dios, que sufre las burlas de un ambiente de indiferencia religiosa que desprecia su proceder y prefiere dedicarse a los propios intereses antes que meditar la ley de Dios y poner en ella su esperanza. El ambiente de indiferencia religiosa no fue privativo de muchos hijos de Israel, sumergidos entre pueblos que les aventajaban culturalmente casi siempre. También hoy la Iglesia cristiana, sumergida en culturas y técnicas muy adelantadas, puede tener la tentación de hacer de ellas su dios y olvidar el Evangelio. Por ello, la oración del joven israelita autor del salmo es muy apta para empezar nuestra jornada cristiana: Aunque se acerquen, Señor, mis inicuos perseguidores, que quisieran apartarme de tu ley, prometiéndome otras felicidades, yo me adelanto a la aurora, esperando tus palabras. Oración I: Señor, tú estás cerca de los que te invocan, escucha, pues, la oración de quienes se adelantan a la aurora pidiendo tu auxilio y salva a los que se adelantan a las vigilias meditando tu promesa. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración II: Nos hemos adelantado, Señor, a la aurora, esperando tus palabras y meditando tu promesa; respóndenos, Señor, y haz que, si durante esta jornada nuestros inicuos perseguidores se acercan y nos tientan presentándonos lazos para hacernos caer, tengamos el gozo de experimentar que tú, Señor, estás más cerca que ellos. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración III: Tú, Señor, estás cerca de cuantos te invocan de todo corazón; escucha, pues, la oración de quienes se adelantan a la aurora pidiendo tu auxilio y protege con tu brazo a quienes esperan en tus palabras. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración IV: Nuestros ojos, Señor, se adelantan a la aurora meditando tu promesa; danos vida con tus mandamientos, pues, sumergidos en las dificultades de la vida, sin tu ayuda desfalleceríamos ante nuestros inicuos perseguidores. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Pedro Farnés] * * * NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL SALMO Qôf. Esta letra hace madrugar al salmista (vv. 147 y 148), y hace resonar su voz (v. 149), su grito (v. 146), su invocación (v. 145). Aunque los enemigos están cerca (v. 150), más cerca está Dios (v. 151); porque Dios escucha los gritos del que lo invoca. El salmo 118 es un largo canto o meditación o antología en honor de la ley del Señor. El artificio literario ha condicionado muchas cosas: el autor sigue el alfabeto, dedicando a cada letra ocho versos que comienzan por dicha letra. Esto significa la plenitud: de la alef a la tau, del principio al fin, el autor recita y ama los mandamientos. Cada una de las veintidós letras tiene 7+1 versos, lo cual significa la perfección consumada. Cada estrofa o letra suele enumerar ocho sinónimos de ley: preceptos, decretos, mandatos, mandamientos, palabras, consignas, leyes, voluntad. Obligado por la «aliteración» el autor no ha podido desarrollar un tema, ni lo ha pretendido; se conforma con agrupar sentencias de diversa especie. Estas sentencias están inspiradas, muchas veces, en textos más antiguos, otras veces las tiene que inventar el autor para llenar la medida; su estilo varía según muchos géneros literarios. La ley es la voluntad de Dios que se revela para ordenar la vida religiosa del hombre, su convivencia con Dios y con el prójimo: por eso es amable y perfecta e inagotable la ley. El salmista está continuamente hablando a Dios en segunda persona: la ley no es un orden objetivo impersonal sino a una realidad muy personal. La ley es parte de la alianza, y parte de la revelación divina; es voluntad de Dios hecha palabra para enseñar y guiar al hombre. Para rezar este salmo lo mejor es tomarlo por letras autónomas, como hacen en algunas iglesias orientales. De esta manera conserva cierta frescura e interés, y se evita la monotonía. En caso de que se reciten seguidas varias letras, tendremos una serie de respiraciones isócronas, en las que debe dominar el tema unitario, sin fijarse demasiado en detalles. [L. Alonso Schökel] * * * MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL SALMO Quizá cuando se compuso este larguísimo salmo ya había enmudecido la profecía. El autor vuelve sus ojos a la historia santa del pasado buscando luz y consuelo. El resultado será una composición antológica y acróstica en la que se mezclan motivos sapienciales, proféticos (asumidos del estudio de la Ley), junto con diversos géneros literarios. Toda la técnica del esforzado artesano está al servicio de una idea dominante: la Ley, cuyas excelencias, ventajas y amor canta. El amor a la Ley es tan acendrado que, por ejemplo, ha recurrido al siguiente artificio: de la primera a la última letra del alfabeto hebreo el salmista ama la Ley. Bajo cada una de las letras del alfabeto hebreo agrupa ocho versículos (7+1, como expresión de una perfección consumada) y en cada estrofa suele mencionar ocho sinónimos de Ley. La consecuencia de su trabajo podría enunciarse así: La perfección y valor de la Ley supera toda ponderación y excelencia. En nuestra alabanza matutina nos unimos al salmista desde las perspectivas que luego indicamos. Sería aconsejable que, en la celebración comunitaria, todo el salmo (vv. 145-152) fuera recitado por un solo salmista, y lo hiciera de un modo reposado. Así se salvaría mejor la singularidad de esta estrofa (en cada versículo ora el salmista únicamente) y el carácter meditativo-contemplativo del salmo. Podría rezarse también de una forma litánica, para que toda la comunidad entre activamente en la dinámica meditativa: Presidente. Recitación del salmo, de dos en dos versos. Asamblea. Cada dos versos responden todos con un estribillo; por ejemplo, el v. 146: «Sálvame y cumpliré tus decretos», o el v. 149a: «Escucha mi voz por tu misericordia», o el 151a: «Tú, Señor, estás cerca». La verdadera religión Más de uno ha motejado al fervoroso compositor del salmo 118 de ser formalista y nomista en su religión. Nada más injusto, no sólo por el tono personal e intimista de cada verso («te invoco... a Ti grito... escucha mi voz», etc.), sino por el puesto que el derecho y la ley ocupan en Israel: son la consecuencia de la alianza. Si Dios empeña su amor y su palabra («seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo»), el interlocutor humano debe retornarle el amor. Los «mandamientos» no son más que una derivación del amor en su doble vertiente: a Dios y al prójimo. Si amamos a Dios, a Cristo, guardaremos sus mandamientos. Así llevaremos con honra el nombre de amigos que Cristo nos da. Esta amistad demostrada termina, por necesidad, en la vida prometida a quien guarda los mandamientos. El amor y cercanía de Dios al hombre es lo que celebramos con nuestro salmo matinal. Dios que habló sigue hablando Nuestro salmista se ha refugiado en la historia pasada, convertida ya en Escritura Santa, con la intención de encontrar respuesta a sus actuales interrogantes. Otro tanto hizo Jesús cuando cuestionado su amor a Dios -con todo el corazón, por encima de la vida y más allá de las riquezas- responde con el «está escrito» (Mt 4). Desde este momento inicial de su misión está dispuesto a encarnar la figura del «siervo» tal como se le ha encomendado en la unción bautismal. Hacer la voluntad del Padre será su programa y alimento. Aun acorralado por sus enemigos, permanecerá fiel a dicha voluntad, incluso en el abandono supremo se atreve a gritar la cercanía de Dios (Mt 27,46). Quien conserva en su corazón las palabras de Dios y las guarda pertenece a la verdadera familia de Jesús, como el salmista, como María. Con este espíritu oramos y contemplamos. La religión en un mundo secularizado El silencio de la profecía y la desaparición de quien pudiera responder el «¿hasta cuándo?» resultaría para el salmista agobiante -más cuando cundía la indiferencia religiosa- de no disponer del monumento escriturístico. Nuestro mundo y momento no es menos difícil. Hoy se combate a Dios ignorándolo, mientras se hace befa de los creyentes. Dios nos ha dado su Palabra y el mundo nos odia porque no somos del mundo. No pedimos que nos saque del mundo, sino que nos guarde del Malo, y nos consagre en su Palabra que es la Verdad (Jn 17,16). Es decir, que de tal suerte nos adherimos al Dios revelado en Cristo que por su medio llegamos a la Vida que estaba junto a Dios. Cristo, en efecto, es «el Camino, la Verdad y la Vida». Una realidad que escapa a la corrosión de la moda; fundamentada para siempre. ¿Con esta hondura religiosa no seremos un fermento para nuestro mundo secularizado? Actitud del creyente Invocar, gritar, madrugar, vivir la cercanía de Dios, he aquí lo que hace el salmista inmerso en un mundo adverso. ¿Una conducta evasiva? Jesús expuso su dolor al Padre, acompañándolo con ruegos y súplicas. Dios le escuchó por su actitud reverente (Hb 5,7). Es decir, porque Jesús se acomodó al mandato de Dios, un mandato que es vida, su Padre le arrancó de sus «inicuos perseguidores», de la muerte transformada en una exaltación de gloria. Quienes seguimos a Jesús nos revestimos de su mismo talante espiritual, y estimamos todo como estiércol con tal de ganar a Cristo (Fil 3,8). En esta ley suprema encuentra el cristiano la perfecta libertad, la emocionante cercanía de Dios, a quien invocamos. Resonancias en la vida religiosa Seguimiento de Cristo, nuestra norma: «Mi ley es Cristo», decía Pablo. Nuestra ley es Cristo. Su seguimiento, nuestra norma. El Evangelio es para nosotros una interpelación constante al seguimiento. Nuestras Constituciones son la relectura normativa y carismática del Evangelio para nuestras comunidades. Mas ¿cómo hacer de Cristo, de su seguimiento, nuestra ley? Sólo es posible invocando al Señor, gritándole, anticipándonos incluso al amanecer; no dejándonos sorprender por los enemigos de la noche, por el poder de las tinieblas que intenta barrer la memoria y el nombre de Dios en nuestro mundo. El Señor nos escuchará, colmará nuestra esperanza y, aunque a veces nos parezca que ya es imposible el seguimiento, individual, comunitaria y estructuralmente, Él nos asegurará su presencia renovadora, porque el Señor está cerca. Oraciones sálmicas Oración I: Señor Dios nuestro, al llegar la plenitud de los tiempos enviaste a tu Hijo para llevar la Ley a su cumplimiento; Él nos dio el mandamiento del amor. Concédenos guardar tus leyes y cumplir tus decretos para que no deshonremos el nombre de amigos que Cristo nos concedió. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración II: Meditamos, Señor, tu promesa porque Tú estás cerca, porque tu voluntad es nuestro alimento; abre nuestro corazón para que conservemos tu Palabra como el tesoro más preciado; sólo quien así se comporta pertenece a tu verdadera familia, junto con María, la Madre de tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén. Oración III: Oh Dios, ahora comprendemos que tus preceptos los fundaste para siempre, puesto que has hecho de Jesús el camino, la verdad y la vida para que todos los hombres lleguen a ti; haz que de tal suerte progresemos en ese camino que seamos testigos de la Verdad. Tú, Señor, líbranos del Maligno y condúcenos a la vida eterna. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración IV: Tú, Señor, estás cerca de los que te aman y alejado de los inicuos perseguidores; escucha el grito de quienes se adelantan a la aurora pidiendo auxilio, y salva a cuantos acomodan su vida a tu mandamiento, como salvaste a tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que vive y reino contigo por los siglos de los siglos. Amén. [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García] |
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