DIRECTORIO FRANCISCANO
Vida de fray Gil

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VIDA DE FRAY GIL

[Estas florecillas de la vida de fray Gil, que originariamente no forman parte de las "Florecillas de San Francisco", están tomadas de la edición preparada por Juan R. de Legísima y Lino Gómez Canedo: San Francisco de Asís. Sus escritos. Las Florecillas..., y publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 4), Madrid, 1971 (5ª ed.), págs. 222-233]

Capítulo I
Cómo fue recibido en la Orden de los Menores fray Gil,
tercer compañero de San Francisco

Porque el ejemplo de los hombres santos mueve a los otros al desprecio de los placeres transitorios y al deseo de la salvación eterna, diré algunas palabras a honra de Dios y de su santísima Madre, la Virgen María, y para utilidad de los lectores, acerca de lo que el Espíritu Santo obró en nuestro santísimo padre fray Gil, el cual, aún seglar, movido de este divino Espíritu, comenzó de por sí a pensar cómo podría agradar a solo Dios en todas sus acciones.

Por este tiempo, San Francisco, como pregonero enviado por Dios para ejemplo de vida, de penitencia y de santa humildad, dos años después de su conversión atrajo a un hombre de admirable prudencia y muy rico de bienes temporales, llamado Bernardo, y a Pedro Catáneo, y les indujo a la observancia de la pobreza evangélica, de suerte que por su consejo distribuyeron a los pobres, por amor de Dios, todos sus tesoros temporales y abrazaron la regla de penitencia, la perfección evangélica y el hábito de los frailes Menores, prometida con grandísimo fervor esta observancia para todo el tiempo de su vida, y así lo cumplieron perfectísimamente.

Ocho días después de esta conversión y distribución de bienes, al ver fray Gil, que aún andaba en traje seglar, el desprendimiento de tan notables caballeros y ciudadanos de Asís, que a todos había causado admiración, se sintió encendido en el divino amor, y al día siguiente, que era la fiesta de San Jorge del año 1209, muy temprano y bien solícito de su salvación, se fue a la iglesia de San Jorge, donde estaba el monasterio de Santa Clara, y después de hacer oración, llevado del gran deseo de ver a San Francisco, se dirigió hacia el hospital de los leprosos, donde habitaba en compañía de fray Bernardo y de fray Pedro Catáneo, retirado en una choza con suma humildad. Al llegar a una encrucijada de cuatro caminos, sin saber cuál elegir, se encomendó a Jesucristo, precioso guía, que le condujo derechamente al tugurio mencionado. Pensaba ahora en el asunto a que venía, cuando le salió al encuentro San Francisco, que volvía de orar en el bosque. Fray Gil se puso inmediatamente de rodillas y le pidió humildemente que le recibiese en su compañía. Reparó San Francisco en el aspecto devoto de fray Gil, y le contestó:

-- Hermano carísimo, te ha hecho Dios una grandísima gracia. Si viniese a Asís el Emperador y quisiese hacer caballero o camarero suyo a un ciudadano, ¿no debería éste alegrarse mucho? Pues ¿cuánto más debes alegrarte tú, escogiéndote Dios por caballero y servidor suyo amadísimo en la guarda de la perfección del santo Evangelio? Ten firmeza y constancia en la vocación que Dios te ha dado.

Y tomándole de la mano, le levantó, le introdujo en la referida choza y dijo a fray Bernardo:

-- Dios nuestro Señor nos ha mandado un buen hermano; alegrémonos todos y comamos en caridad.

Después de la comida, San Francisco marchó con fray Gil a Asís, a buscar paño para hacerle el hábito. En el camino les pidió limosna una pobrecita por amor de Dios, y sin saber cómo socorrerla, San Francisco se volvió a fray Gil con una cara de ángel y le dijo:

-- Por amor de Dios, carísimo hermano, démosle esa capa a la pobrecita.

Fray Gil, que esperaba que el Santo se lo dijese, obedeció con tal prontitud de corazón, que le pareció a San Francisco ver volar inmediatamente aquella limosna al cielo, y fray Gil se elevó también en derechura con ella, porque sintió en su interior indecible gozo y una nueva mudanza. Adquirido por San Francisco el paño y hecho el hábito, recibió en la Orden a fray Gil, que por su vida contemplativa fue uno de los gloriosísimos religiosos que tuvo el mundo por aquel tiempo. Inmediatamente después lo llevó en su compañía a la Marca de Ancona, entre cantos y loas magníficas al Señor del cielo y de la tierra. Dijo San Francisco a fray Gil:

-- Hijo, nuestra Religión ha de ser como el pescador, que echa sus redes, y aprisionados muchos peces, recoge los grandes y echa los pequeños al agua.

Admiróse fray Gil de esta profecía, porque aún no tenía la Orden más que tres frailes y San Francisco. Aunque éste no predicaba todavía públicamente al pueblo, amonestaba y advertía por el camino a hombres y mujeres, diciéndoles sencillamente:

-- Amad y temed a Dios y haced penitencia de vuestros pecados.

Y fray Gil añadió:

-- Haced lo que os dice mi padre espiritual, porque está muy bien dicho.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo II
Cómo fray Gil fue a Santiago

En el decurso del tiempo fue una vez fray Gil, con licencia de San Francisco, a Santiago de Galicia, y en todo el viaje ni una sola vez sació el hambre, por la grande pobreza que había en todo el país. Pedía limosna, y no hallaba quién le hiciese una caridad. Al anochecer vino a encontrarse en una era en que habían quedado algunos granos de habas, y recogiéndolos, hizo con ellos su cena y allí durmió aquella noche, porque se quedaba de buena gana en lugares solitarios y apartados de la gente, para poder orar y velar con más libertad. Se sintió tan confortado por Dios con esta cena, que le parecía que no estaría tan bien alimentado si hubiera comido variedad de manjares.

Continuó el viaje, y encontró un pobrecito que le pidió limosna por amor de Dios, y el caritativo fray Gil, que no tenía más que el hábito con que cubría su cuerpo, cortó la capucha y se la dio al pobre por amor de Dios, y así caminó después sin ella veinte días continuos.

Al regresar por la Lombardía, le llamó un hombre, y él se acercó de buena gana al creer que le daría una limosna; pero alargó la mano y metió en la de fray Gil un par de dados, invitándole a jugar. Fray Gil le respondió humildemente:

-- Dios te lo perdone, hijo.

Andaba de esta manera por el mundo, le hacían muchas burlas, y todas las recibía pacíficamente.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo III
De la vida que hizo fray Gil
cuando fue a visitar el Santo Sepulcro

Fue fray Gil a visitar el Santo Sepulcro, con licencia de San Francisco, y cuando llegó al puerto de Brindisi se detuvo allí varios días, porque no había nave preparada. Y por querer vivir de su trabajo, buscó un cántaro, lo llenó de agua y gritaba por la ciudad:

-- ¿Quién quiere agua?

Y recibía por su trabajo pan y las cosas necesarias a la vida corporal para sí y para su compañero. Después pasó el mar, visitó con mucha devoción el Santo Sepulcro de Cristo y los demás Santos Lugares, y a la vuelta se detuvo varios días en la ciudad de Acre. Y según la costumbre de vivir de su trabajo, hacía espuertas de juncos y las vendía, no por dinero, sino por pan para sí y para el que le acompañaba; y por la misma recompensa llevaba los muertos a enterrar, y cuando esto le faltaba, recurría a la mesa de Jesucristo en demanda de limosna de puerta en puerta. Y así, con mucha fatiga y pobreza, volvió a Santa María de los Angeles.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo IV
Cómo fray Gil alababa más la obediencia que la oración

Estaba una vez un fraile en oración en su celda, y enviándole a decir el Guardián que saliese a buscar limosna, fuese inmediatamente a fray Gil y le dijo:

-- Padre mío, yo estaba en oración, y el Guardián me ha mandado que vaya a pedir limosna; me parece que sería mejor hacer oración.

-- Hijo -le respondió-, ¿no has aprendido ni entendido aún qué cosa es oración? Verdadera oración es hacer la voluntad del Prelado; y es indicio de grande soberbia en el que sometió su cuello al yugo de la obediencia santa el querer sacudirlo con alguna excusa para hacer la propia voluntad, aunque le parezca que obra más perfectamente. El religioso que es perfecto obediente se asemeja al caballero que monta un poderoso caballo, merced al cual pasa intrépido por medio del enemigo; y el religioso desobediente, quejumbroso e indócil, es semejante al que monta un caballo flaco, triste, enfermo y resabiado, al cual los enemigos vencen, matan o prenden con poca fatiga. Dígote que si un hombre tuviese tanta devoción y elevación de espíritu que hablase con los ángeles, y ocupado en eso le llamase su Prelado, debería dejar inmediatamente el coloquio de los ángeles y obedecer al Prelado.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo V
Cómo fray Gil vivía de su trabajo

Residía una vez fray Gil en un convento de Roma y quiso vivir de su trabajo corporal, como lo tenía de costumbre desde que entró en la Orden, y lo hizo de este modo:

A la mañana, temprano, oía misa con mucha devoción. Después se encaminaba a un bosque, distante de la ciudad ocho millas, y traía a cuestas un haz de leña, que vendía por pan y otras cosas de comer. Una vez, entre otras, al venir con una carga de leña, se la ajustó una mujer, y, convenido en el precio, se la llevó a casa. En atención a que era religioso, la mujer le dio mucho más, pero él dijo:

-- No, buena mujer; no quiero dejarme vencer de la avaricia; no recibo más de lo que me prometiste.

Y no sólo no tomó de más, sino que le devolvió la mitad de lo pactado y se marchó, dejándola muy edificada.

Fray Gil hacía por recompensa cualquier clase de trabajo que no desdijese de la santa honestidad. Ayudaba a los trabajadores a recoger las aceitunas y a pisar las uvas.

Estaba un día en la plaza; un hombre ofrecía jornal a un trabajador para llevarle a varear nueces, y éste se excusaba con la mucha distancia del sitio y la dificultad de subir. Dijo entonces fray Gil al que buscaba jornalero:

-- Amigo mío, si me quieres dar parte de las nueces, voy contigo a varearlas.

Habiéndose convenido, fue con él a varear, y subió, aunque con mucho temor, haciendo primero la señal de la cruz. Cuando acabó, le tocaron tantas que, no teniendo en qué llevarlas, se quitó el hábito, y atándole mangas y capucha, hizo de él un saco, lo llenó de nueces, cargó con él a cuestas hasta Roma, y allí las dio todas a los pobres, con grande alegría, por amor de Dios.

En tiempo de las siegas iba fray Gil a espigar con los otros pobres, y si alguien le daba un haz entero, respondía:

-- No tengo granero en que guardarlo, hermano mío.

Y las más de las veces daba por amor de Dios las espigas que había recogido.

Pocas veces ayudaba fray Gil a otro todo el día; porque ponía por condición que le habían de dejar tiempo para rezar las horas canónicas y hacer oración mental.

Una vez que fue fray Gil a la fuente de San Sixto a buscar agua para los monjes, un hombre le pidió de beber, y él le respondió:

-- ¿Y cómo he de llevar yo a los monjes el cántaro sin llenar?

Indignóse con esto aquel hombre y le dijo muchas injurias y villanías. Fray Gil se fue muy angustiado al monasterio, tomó un vaso grande, volvió luego a llenarlo en la fuente, y buscando al hombre le dijo:

-- Amigo mío, toma y bebe cuanto quieras; no te incomodes, pues me parecía una villanía llevar a los santos monjes las sobras del agua bebida.

Compungido el hombre y edificado de la caridad y humildad de fray Gil, reconoció su culpa y en lo sucesivo le tuvo grande devoción.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo VI
Cómo fue socorrido fray Gil milagrosamente
en una grande necesidad porque, por la mucha nieve,
no podía pedir limosna

Morador fray Gil en Rieti, en casa de un Cardenal, al no tener allí la quietud de espíritu que deseaba, próxima la cuaresma, dijo al Cardenal:

-- Padre mío, con vuestra licencia y para mi tranquilidad, quisiera ir con mi compañero a pasar esta cuaresma en algún lugar solitario.

-- ¿Adónde quieres ir, padre mío carísimo? -le respondió el Cardenal-. La carestía es grande, y vosotros sois aún poco conocidos; quédate conmigo de buena gana, pues tendré por grande dicha haceros dar, por amor de Dios, todo lo que os haga falta.

Insistió fray Gil en marchar, y partió fuera de Rieti, a la cima de un monte alto, en el castillo de Deruta; encontró allí una iglesia dedicada a San Lorenzo, entró en ella con el compañero y se dieron a la oración y meditación. Como no eran conocidos, les tenían poca devoción y reverencia y pasaban gran penuria; añadióse a esto que cayó una gran nevada, y ni tenían con qué vivir, ni podían salir a buscarlo, ni se lo mandaban de fuera; y estuvieron así encerrados tres días enteros. Al ver fray Gil que no podía trabajar ni pedir limosna, dijo al compañero:

-- Hermano mío carísimo, clamemos en alta voz al Señor para que, por su piedad, nos socorra en necesidad tan extrema, porque algunos monjes, estando en gran necesidad, clamaron a Dios, y la divina clemencia les socorrió en sus necesidades.

No cesaron, pues, de orar a ejemplo de ellos, y pedían a Dios de todo corazón el remedio. Y el Señor, que es todo piedad, miró a su fe, devoción, sencillez y fervor, y los socorrió por este medio.

Miraba un hombre hacia la iglesia donde estaban fray Gil y su compañero, y se dijo a sí mismo, inspirado por Dios: «¡Quién sabe si en aquella iglesia estará alguna buena persona dada a la penitencia y, faltándole lo necesario por causa de la nieve, se morirá de hambre! Quiero saber si mi imaginación es verdadera o no». Y con algunos panes y vino se fue allá; llegó con mucha dificultad a la iglesia y encontró a fray Gil y su compañero puestos devotísimamente en oración, y estaban tan marchitos y pálidos a causa del hambre, que más parecían muertos que vivos. Grandísima fue su compasión, y luego que les dio de comer y de beber, se volvió y refirió a sus vecinos aquella extrema necesidad, exhortándoles y pidiéndoles por amor de Dios que socorriesen a los dichos frailes.

Desde entonces, a ejemplo de este hombre, muchos les llevaron pan y otros alimentos por amor de Dios, y establecieron cierto orden entre sí para proveer por turno durante toda la cuaresma a la necesidad de los frailes. Al considerar fray Gil la grande misericordia de Dios y la caridad de aquellos hombres, dijo a su compañero:

-- Hermano mío carísimo, hasta aquí hemos pedido a Dios que nos proveyese en nuestra necesidad, y nos oyó; ahora hay que darle las gracias y la gloria y pedir por esta gente que nos mantiene con sus limosnas, y por todo el pueblo cristiano.

Y haciéndolo con gran fervor y devoción, concedió el Señor tanta gracia a fray Gil, que muchos, a su ejemplo, abandonaron este ciego mundo, y muchos otros, que no estaban en disposición de ser religiosos, hicieron en sus casas grande penitencia.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo VII
De la muerte del santo fray Gil

La vigilia de San Jorge, a la hora de maitines, cumplidos cincuenta y dos años después de haber tomado el hábito de San Francisco, recibió Dios el alma de fray Gil en la gloria del paraíso, cuando se celebraba la fiesta de San Jorge.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo VIII
Cómo estando en oración un santo hombre
vio el alma de fray Gil, que volaba al cielo

Un santo hombre, que estaba en oración cuando fray Gil pasó de esta vida, vio subir al cielo su alma, con otras muchas que entonces salían del purgatorio, y a Jesucristo que le venía al encuentro y la conducía con multitud de ángeles, entre melodiosos cánticos y acompañada de todas aquellas almas, hasta introducirla en la gloria del paraíso.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo IX
Cómo, por los méritos de fray Gil,
fue librada del purgatorio el alma de un fraile Predicador,
amigo suyo

Estaba ya fray Gil con la enfermedad de la que a pocos días murió, y enfermó también de muerte un fraile dominico. Otro religioso amigo de éste, viéndole próximo a morir, díjole:

-- Hermano mío, si te lo permitiese el Señor, quisiera que después de tu muerte vinieses a decirme en qué estado te encuentras.

El enfermo prometió complacerle, caso de que le fuese posible.

Ambos enfermos murieron el mismo día, y el de la Orden de Predicadores se apareció a su hermano superviviente, y le dijo:

-- Voluntad es de Dios que te cumpla la promesa.

-- ¿Qué es de ti? -le preguntó el fraile.

-- Estoy bien -respondió el muerto-, porque aquel mismo día murió un santo fraile Menor, llamado fray Gil, al cual, por su grande santidad, concedió Jesucristo que llevase al cielo todas las almas que había en el purgatorio. Con ellas estaba yo en grandes tormentos, y por los méritos del santo fray Gil me veo libre.

Dicho esto, desapareció, y el fraile que tuvo esta visión no la reveló a nadie; pero ya enfermo, temeroso del castigo de Dios por no haber manifestado la virtud y gloria de fray Gil, hizo llamar a los frailes Menores. Se presentaron diez, y, reunidos con los frailes Predicadores, reveló el enfermo devotamente la visión ya referida. Investigaron con diligencia, y supieron que los dos habían muerto en un mismo día.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo X
De las gracias que dios había dado a fray Gil
y del año de su muerte

Decía de fray Gil fray Buenaventura de Bagnoreggio que Dios le había concedido gracia especial, no sólo para él, sino también para todos los que con devoción le encomendaban cosas espirituales.

Hizo grandes milagros en vida y después de muerto, según se ve en su leyenda.

Pasó de esta vida a la gloria celestial el año 1252, en la fiesta de San Jorge, y está sepultado en Perusa, en el convento de los frailes Menores.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo XI
De una cuestión notable que tuvo fray Gil con fray Gerardino

Estaba una vez en Perusa el santo fray Gil, y vino a visitarle la ilustre Jacoba de Sietesolios, nobilísima dama de Roma, que era muy devota de la Orden de los frailes Menores. Mientras hablaban, llegó también con el mismo objeto un fraile espiritual y devoto, llamado fray Gerardino, y en presencia de otros frailes que allí había rogó a fray Gil que les dijese alguna palabra de edificación. Condescendió fray Gil, y dijo:

-- Por aquello que el hombre puede, llega a lo que no quiere.

Replicó entonces fray Gerardino, para hacerle hablar más:

-- Me maravillo, fray Gil, de que por lo que el hombre puede, venga a lo que no quiere. Porque el hombre de por sí no puede nada, y esto lo puedo probar con varias razones. Primera: porque el poder presupone el ser, y aun conforme a éste es la operación, como vemos en el fuego, que calienta porque es cálido. Pero el hombre de por sí no es nada. El que piensa que es algo, no siendo nada, se engaña, dice el Apóstol, y, si es nada, síguese que nada puede. Segunda: porque, si pudiese algo, sería, o por razón del alma separada del cuerpo, o por razón del cuerpo solo, o por razón de ambos unidos. Pues bien, el alma despojada del cuerpo no puede merecer ni desmerecer. El cuerpo sin alma tampoco, porque no tiene vida, está informe, y todo acto es forma. Pues por razón del conjunto, si el alma separada del cuerpo no puede, menos podrá unida a él, porque el cuerpo corruptible agrava al alma, y si un jumento no puede andar sin carga, mucho menos con ella.

Hasta una docena de argumentos propuso a fray Gil el dicho fray Gerardino para hacerle hablar y que se explicase; y todos los presentes se admiraban de la argumentación.

-- Has hablado mal, fray Gerardino -respondió por fin fray Gil-; tienes que decir la culpa por todo eso.

Fray Gerardino dijo la culpa sonriéndose, y al ver fray Gil que no la decía de corazón, añadió:

-- De esa manera no vale; y cuando aun el decir la culpa es sin mérito, no le queda al hombre por dónde satisfacer.

Después prosiguió:

-- ¿Sabes cantar, fray Gerardino?

Y al responder que sí, le dijo:

-- Pues canta conmigo.

Saca de su manga fray Gil una cítara como las que suelen hacer los muchachos, y empieza desde la primera cuerda, sigue por las demás, contesta en verso, y deshace uno por uno los doce argumentos. Contra el primero dice:

-- Yo no hablo del ser del hombre antes de la creación, fray Gerardino, porque entonces nada es y nada puede; hablo del hombre ya creado, al que dio Dios el libre albedrío, con el que puede merecer, si consiente en el bien, y desmerecer, si disiente. Has dicho mal y erraste, fray Gerardino, porque el Apóstol no habla de la nada en cuanto al ser ni en cuanto al poder, sino respecto al merecimiento, como cuando dice en otra parte: Si no tuviese caridad, nada soy. Yo no hablé del alma separada, ni del cuerpo muerto, sino del hombre vivo, el cual, si consiente a la gracia, puede obrar el bien, y rebelándose contra ella, obra el mal. En el texto que has aducido: El cuerpo que se corrompe agrava el alma, la Escritura no dice que le quita el libre albedrío.

Y del mismo modo rebate las demás razones, tanto que fray Gerardino vuelve a decir la culpa, pero esta vez reconoce sinceramente que la criatura puede algo.

-- Ahora sí que has dicho bien la culpa -exclamó fray Gil-. ¿Quieres que te muestre aún más claramente cómo la criatura puede algo?

Y subiéndose sobre un arca, grita:

-- ¡Oh mísero condenado que yaces en el infierno!

Y al responder en persona del condenado, con voz fuerte, terrible y espantosa, dice entre alaridos y lamentos:

-- ¡Ay! ¡Ay! ¡¡¡Desgraciado de mí!!!...

-- Dinos -pregunta fray Gil-, ¿por qué te has ido al infierno?

-- Porque los males que podía evitar no los evité; y el bien que pude hacer, no lo hice.

-- ¿Qué harías, infeliz condenado, si te diesen tiempo de penitencia?

Y responde en persona del mismo:

-- Poco a poco desecharía de mí todo el mundo para librarme de las penas eternas; porque aquél ha de tener fin, pero mi condenación ¡jamás!, ¡jamás lo tendrá!...

Vuélvese entonces hacia fray Gerardino, y dice:

-- ¿Has oído, fray Gerardino, cómo la criatura puede algo? Dime ahora: si cae en el mar una gota de agua, ¿le da su nombre al mar o el mar a la gota?

Y respondió que queda absorbida gota y nombre, y todo se llama mar.

En esto fray Gil, arrebatado en éxtasis a vista de todos los presentes, entiende que la naturaleza humana, respecto a la divina, fue absorbida como gota en el piélago infinito de la divinidad, al encarnarse Nuestro Señor Jesucristo, el cual sea bendito por los siglos de los siglos. Amén.

Capítulo XII
Cómo, al dudar un fraile Predicador
acerca de la virginidad de María,
fray Gil hizo nacer tres lirios

En tiempo de fray Gil hubo un gran maestro de Teología de la Orden de Predicadores que padeció durante muchos años fuertes dudas acerca de la virginidad de la Madre de Cristo, pues le parecía imposible que pudiese ser madre y virgen a un tiempo. Pero, como verdadero católico, se dolía mucho de su duda y deseaba hallar algún varón iluminado de Dios que le librase de ella. Tuvo noticia de la santidad de fray Gil, y cómo muchas veces era arrebatado en éxtasis y permanecía elevado en el aire, por lo cual se determinó a ir en busca de él.

Estaba fray Gil de noche en oración, y le manifestó Dios la tentación de aquel fraile y cómo a la mañana vendría a declarársela. Fray Gil tomó un báculo en que solía apoyarse, porque era ya muy anciano, y salió a su encuentro. En cuanto le vio venir, sin darle tiempo a que saludase ni dijese palabra, hirió la tierra con el báculo, diciendo:

-- Hermano Predicador, ¡virgen antes del parto!

Y en el mismo sitio donde dio con el báculo brotó al instante un lirio hermosísimo.

Dio luego otro golpe y dijo:

-- Hermano Predicador, ¡virgen en el parto!

Y nació otro lirio blanquísimo.

Tercera vez hirió el suelo diciendo:

-- Hermano Predicador, ¡virgen después del parto!

E inmediatamente brotó un tercer lirio. Después de esto fray Gil huyó.

El maestro Predicador, sintiéndose repentinamente libre de su duda y tentación, preguntó, muy asombrado, si aquél era fray Gil, y le dijeron que sí. Desde entonces le tuvo siempre grandísima devoción, y lo mismo a toda la Orden.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Capítulo XIII
Consejo que dio fray Gil a fray Jacobo de la Massa

Fray Jacobo de la Massa, que era lego y un santo hombre, y había estado con Santa Clara y con muchos de los compañeros de San Francisco, fue muy devoto; y muy favorecido con la gracia del éxtasis, quiso tomar consejo de fray Gil, y le preguntó cómo debía conducirse al sentir esta gracia.

-- Ni añadas ni disminuyas -le respondió fray Gil- y huye de la multitud cuanto puedas.

-- ¿Qué quieres decir con eso? -repuso fray Jacobo-; explícamelo, reverendo padre.

Y contestó:

-- Cuando la mente está dispuesta para ser introducida en aquella gloriosísima luz de la bondad divina, no añadas por presunción ni disminuyas por negligencia, y ama la soledad cuanto puedas para guardar la gracia.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

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