DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos franciscanos oficiales

PORTADORES DEL DON DEL EVANGELIO
Documento del Capítulo General
de la Orden de Hermanos Menores (O.F.M.),
celebrado en Asís, Pentecostés 2009,
del 24 de mayo al 20 de junio del año 2009

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PRESENTACIÓN

Queridos hermanos: ¡El Señor os dé la paz!

Con el corazón lleno de gratitud al Señor por habernos permitido celebrar nuestro 187° Capítulo general, tengo la alegría de presentaros el documento final del mismo que lleva por título Portadores del don del Evangelio.

El Capítulo ha querido ofrecer a los hermanos un documento de talante inspiracional. No se trata, por consiguiente, de un diagnóstico del estado actual de nuestra Orden sino de una propuesta esperanzada de caminos por recorrer. En algunos ya hemos iniciado la marcha, otros quedan aún por roturar, en cualquier caso el Espíritu nos urge a ser lúcidos para saber leer los signos de los tiempos y evangélicamente creativos y audaces para dar una respuesta adecuada a dichos signos, y poder, de este modo, con los ojos puestos en el futuro, encarnar el don del Evangelio en los diversos contextos donde el Señor nos llama a estar presentes.

Es precisamente aquí donde reside el verdadero valor del documento: en su vocación de criterio de evaluación y orientador de nuestra vida y misión evangelizadora. El mejor uso que de él podemos hacer consiste por tanto en confrontar con serenidad, en autenticidad y con visión de futuro, su contenido con nuestras vidas reales en todos los niveles, desde las fraternidades locales hasta el gobierno general de la Orden, pasando por las entidades y las Conferencias, e iniciar los procesos de conversión que sean necesarios para adecuar con coherencia nuestras declaraciones con la vida concreta. En mi Informe al Capítulo general y en el aula capitular he resaltado la conveniencia de que las fraternidades, las entidades -¿y por qué no también el mismo gobierno general?- cultiven el moratorium como un espacio de discernimiento comunitario. Estoy convencido de que el documento que hoy presento puede ser para ello una herramienta preciosa.

Pido a todos y cada uno de los hermanos que hagan una lectura atenta del documento emanado por el Capítulo general 2009, para que, teniendo en cuenta las inspiraciones que aparecen en él, puedan evaluar su vida y misión, e iniciar caminos inéditos de testimonio y presencia que hagan cada día más significativo nuestro ir por el mundo para anunciar el Evangelio, como hermanos y menores, con el corazón vuelto hacia el Señor.

He hablado de iniciar procesos de conversión. Todos sabemos lo difícil que es esto. ¡Son tantas las inercias y las trabas que oponemos a la gracia! El documento, sin embargo, está recorrido de principio a fin por referencias constantes al Misterio Trinitario: un Dios que es Padre y que envía a su Hijo y nos da al Espíritu que de ambos procede. Que la certeza de la acción permanente e indefectible de este mismo Espíritu, verdadero Ministro general de la Orden, sea nuestra esperanza y nuestra confianza.

Roma, 15 de julio de 2009,
Fiesta del Doctor Seráfico.
Fr. José Rodríguez Carballo, OFM
Ministro general

Documento del Capítulo General 2009
INTRODUCCIÓN

En el nombre del Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén (CtaA 1).

El Capítulo general de la Orden de los Hermanos Menores saluda con reverencia y amor sincero a todos los hermanos que, enviados por el Señor Dios al mundo, anuncian en los diversos pueblos y culturas, de palabra y con el testimonio de sus obras, que no hay otro Omnipotente sino sólo él (CtaO 9). Y a cuantos llegue esta carta, el hermano Francisco, su siervo en el Señor Dios, pequeñuelo y despreciable, les desea a todos salud y paz (CtaA 1).

Muy queridos hermanos:

1. El Señor nos ha reunido en Santa María de los Ángeles de la Porciúncula para celebrar el 187º Capítulo general de nuestra Orden del 24 de mayo al 20 de junio del 2009 de conformidad con nuestra Regla, la cual prescribe que el Capítulo tenga lugar por Pentecostés (2 R 8).

Ha sido significativo que este encuentro se haya llevado a cabo en el año en que conmemoramos el VIII centenario de la aprobación de la forma de vida franciscana y en el lugar que vio nacer a nuestra fraternidad. La presencia aquí de hermanos procedentes de tan diversos países y culturas es un signo elocuente de la fuerza fecunda del proyecto de vida de Francisco que no es otro sino el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo (2 R 1).

2. Puesto que el modo peculiar de Francisco de leer el Evangelio es esencialmente práctico, vital (cf. TC 28), reafirmamos la primacía de la praxis como camino para una mejor comprensión de la propia vocación.[1] Por eso nos preocupa la distancia que suele separar a nuestros discursos de la vida real. De ahí que el Capítulo haya querido escribir un mensaje que inspire y anime la vida cotidiana de los hermanos más que un documento doctrinal. Y hemos querido hacerlo con brevedad de sermón como aconsejaba Francisco (2 R 9,4), pues ésta es también una manera de volver a lo esencial.

3. El tema del Capítulo ha sido la misión evangelizadora, la cual es un medio particularmente propicio para restituir al Señor el don del Evangelio dado como forma de vida a Francisco.[2] Hablamos de «don» en el sentido que él le da a esta palabra cuando dice que el Señor le dio hermanos (Test 14), y de «restitución» en el sentido que tiene el término cuando él mismo exhorta: Y restituyamos al sumo y altísimo Señor Dios todos los bienes, y reconozcamos que todos le pertenecen, y por todos ellos démosle gracias pues proceden de él (1 R 17,17). La restitución se refiere, por consiguiente, a la desapropiación.

4. En este mensaje deseamos compartir algunas reflexiones sobre estos dos aspectos que, complementándose, dan origen a nuestra vida y misión, situándonos sobre el trasfondo de la vida, las necesidades, las preguntas y los desafíos de nuestros pueblos, para quienes el anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios, germen de un mundo nuevo de justicia, de paz y de fraternidad, tiene que ser hoy más que nunca generador de esperanza.

I. EL DON DEL EVANGELIO

5. El Señor me dio a mí, el hermano Francisco..., El Señor me condujo entre los leprosos..., El Señor me dio hermanos..., El Señor me reveló... (Test). Estas palabras del Testamento de Francisco apuntan a una profunda verdad: al principio de todo está el Señor, origen de todo bien, que es todo bien, sumo bien, todo el bien, único bien (AlHor). Toda realidad aparece así como un don que procede de él, y el mayor de todos es su Hijo bendito y glorioso que nos ha dado y que por nosotros nació (2CtaF 11). Ésta es la Buena Noticia que hemos recibido: el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios (Mc 1,1), don que cambió la vida de Francisco y que cambia la de cada uno de nosotros.

6. El don del Evangelio está en el origen de nuestra fraternidad. En el Testamento de Francisco el don de los hermanos y el don de la forma de vida evangélica van de la mano (Test 14-15). Cuando los dos primeros compañeros le preguntaron qué debían hacer para poder vivir con él, Francisco respondió: Pidamos consejo a Cristo, y junto con ellos se dirigió a la iglesia para abrir tres veces el libro del Evangelio.[3] En él es Cristo quien habla, y de la escucha de su voz nace aquel nuevo vínculo en el Espíritu que es la primera fraternidad. El pequeño grupo de hermanos, germen de la Orden franciscana, precede en ese momento fontal a toda distinción ministerial. Son simplemente creyentes que quieren tomarse en serio el Evangelio.

7. Desde los primeros días la fraternidad se descubre llamada a anunciar aquello mismo que vive. Celano cuenta que muy al principio, cuando apenas eran ocho hermanos, ocurrió el primer envío por el mundo (1 Cel 29). Francisco y los suyos se convierten así en pregoneros y evangelizadores. Este será un rasgo distintivo de la vida franciscana al que ambas Reglas le dedicarán un tratamiento explícito (1 R 14; 2 R 3). Es itinerancia, es simpatía por el mundo,[4] del cual no sólo no se pretende huir sino que antes bien se le reconoce como el propio claustro (SC 63), es compartir la vida de los pobres y la de aquellos que se encuentran a la orilla del camino (1 R 9,2). Este modo de andar por el mundo es una manera de restituir el don del Evangelio recibido.

8. Francisco y sus hermanos llevan a cabo opciones que dan concreción a sus intuiciones. Optan por no tocar el dinero, pero no renuncian al trabajo o a cuidar a los leprosos; optan por no andar a caballo, pero no por eso dejan de ir por el mundo; rehúsan decididamente los privilegios eclesiásticos, pero se declaran a la vez siempre súbditos y sujetos a los pies de la santa Iglesia (2 R 12,4); optan por confiarse a la Providencia para proveer a su sustento, pero precisamente por ello son libres de comer lo que les pongan delante (2 R 3,14). De estas y muchas otras maneras la primera fraternidad aparece como una fraternidad profética, como una fraternidad-signo[5] que sabe leer los signos de los tiempos y encarnar el Evangelio de manera concreta y comprensible para la cultura del propio tiempo.

9. De la misma manera se hace patente la fantasía evangélica con la que Francisco y sus hermanos saben anunciar el Evangelio de la paz. Baste recordar el modo como logra pacificar al obispo y al podestà de Asís que estaban enemistados (LP 84). Francisco actúa de una manera muy simple e inteligente: no entra en las cuestiones económicas o de poder que los habían dividido ni pretende encontrar una solución «política» al conflicto; sencillamente los invita a escuchar el Cántico, del cual él había compuesto la letra y la música (LP 66). Su fantasía le sugiere el modo de ayudarles a resolver sus contiendas desde su propio don. ¿Qué hay de más eficaz que la música y el canto para mover los afectos y hablar al corazón? La lógica del don[6] aparece claramente como una alternativa a la lógica del precio, de la ganancia, de la utilidad y del poder, tan imperante entonces como en nuestro mundo de hoy.

10. A ejemplo de Francisco y de tantos hermanos de nuestra historia que supieron poner sus dones al servicio de la Buena Nueva (EP 85), también nosotros nos sentimos llamados a acoger el Evangelio y a restituirlo creativamente con la vida, con gestos concretos, mediante el ejercicio de nuestros propios dones. Queremos aprender a escuchar la palabra de Jesús y a restituirla a los hombres y mujeres de hoy en el espíritu del Evangelio (cf. Mt 25,40), recorriendo los caminos del mundo como hermanos menores evangelizadores con el corazón vuelto hacia el Señor.

II. RESTITUYAMOS EL DON DEL EVANGELIO

Durante los trabajos capitulares surgieron diversos temas que deseamos proponer a los hermanos como posibles caminos de restitución.

LA EVANGELIZACIÓN

11. En su esencia más profunda el Evangelio es un don destinado a ser compartido. El envío a evangelizar brota de sus entrañas mismas a la vez que es una exigencia de la fe.[7] Una auténtica experiencia de Dios, en efecto, nos pone en movimiento, porque no es posible sentir el abrazo infinito de un Dios locamente enamorado porque es amor y sólo amor, sin sentir al mismo tiempo la necesidad urgente de compartir esta experiencia con los demás.[8] Evangelizar es en último término hacer la experiencia de Emaús, poniéndose en ruta para hacer una oferta de fe mediante un testimonio compartido.[9] Y quien comparte restituye.[10]

12. Pero conviene ser autocríticos y preguntarnos si el inmovilismo y la instalación que amenazan con paralizar el dinamismo evangelizador no estarán hablando de una crisis de fe que toca a algunos de nosotros. Y quizá el nudo del problema no sea tanto que no creamos sino más bien qué idea de Dios hemos puesto en el centro de nuestra fe. ¿No será que acaso acentuamos con demasiada frecuencia, de modo unilateral, el lado monoteísta de ella en detrimento de su dimensión trinitaria, que es donde radica su originalidad? La pregunta es pertinente porque el envío evangelizador sólo tiene sentido desde la fe en un Dios que es Padre y que desde la hondura de su intimidad de comunión y de amor envía a su Hijo a anunciar y a hacer presente la Buena Nueva de su Reino bajo la acción del Espíritu. Además, únicamente a partir de este presupuesto de fe podemos comprender que la misión evangelizadora sea esencialmente inherente a nuestra vocación franciscana, ya que todos la hemos abrazado bajo el signo de la fe trinitaria: Para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad.[11] Sobre el fundamento de una fe y de una espiritualidad trinitarias podemos entrar en la dinámica de la lógica del don, que hace que la riqueza que los hermanos aportan con sus dones, junto con la diversidad de contextos sociales, culturales y religiosos que nos desafían, confiera a la misión de nuestra Orden su carácter de carismática, plural y diversa.[12] En la centralidad que le es debida al Dios trino como principio integrador de nuestras vidas, fraternidades y de los dones de los hermanos nos jugamos la esperanza que anima nuestra misión evangelizadora.[13]

MISIÓN INTER GENTES:
ENCARNADOS EVANGÉLICAMENTE EN NUESTRO TIEMPO

13. Otro camino de restitución que el Capítulo ha enfatizado en estos días es la llamada «misión inter gentes»,[14] expresión que da a entender un modo de hacernos presentes ahí donde el Señor nos envía, a la vez que una actitud ante el mundo. Se trata de un proceso de inserción en la realidad que nos hace descubrir la vida de nuestros pueblos con toda su complejidad (cf. GS 1). La misión inter gentes supone esta empatía con el mundo y es consecuencia y prolongación del misterio de la encarnación. Para anunciar la Buena Nueva del Reino, el Verbo -el primer menor- se hace carne en un cuerpo humano y por el mismo hecho se inserta también en un tiempo histórico, en una sociedad y en una cultura concretas, asumiendo así en todo la condición humana menos en el pecado.[15] Cristo es el paradigma de toda evangelización, por lo que la encarnación real y efectiva del evangelizador en la realidad socio-cultural del pueblo es una condición ineludible de su misión.

14. Para lograr esta anhelada encarnación es preciso descentrarnos de nosotros mismos[16] a ejemplo del Hijo de Dios, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre (Flp 2,6-7). La Orden se siente llamada a ser menos autorreferencial y a estar más en tensión hacia al devenir del mundo; a angustiarse menos por su futuro y más por el destino de la humanidad; a afanarse no tanto por adecuar sus estructuras internas sino por adecuarse a los tiempos que corren. Fenómenos como la interculturalidad, la reivindicación y defensa de los derechos humanos, la emergencia y visibilización de minorías de todo tipo; la crisis del modelo económico neoliberal que depaupera aún más a los sectores pobres de nuestras poblaciones, el ecocidio despiadado o los fenómenos migratorios son, entre otros, voces que el Espíritu nos lanza y que piden respuesta. Creemos que el Espíritu sigue actuando, hablando y manifestándose tanto hoy como ayer.

15. La missio inter gentes implica una actitud de simpatía por el mundo como condición para entrar en diálogo con los hombres y mujeres de hoy y para la evangelización.[17] No se trata de acomodarse al mundo y tampoco de suspender el juicio crítico respecto a él. Se trata más bien de aprender a ser capaces de proyectar una mirada positiva sobre los contextos y las culturas en que estamos inmersos, descubriendo las oportunidades inéditas de gracia que el Señor nos ofrece a través suyo.[18] Vivimos un nuevo kairós que él nos da a través del colapso de los anteriores paradigmas sociales, culturales y religiosos y de la emergencia de los nuevos que trae aparejado el cambio de época que estamos viviendo. De esta manera la misión evangelizadora se convierte en camino de ida y vuelta que comporta dar, pero también recibir, en actitud de diálogo.[19]

16. La misión inter gentes se expresa asimismo a través de la inculturación. Seducidos por Cristo, Palabra de Dios inculturada por excelencia, también nosotros queremos aprender a encarnar el mensaje evangélico en los diversos contextos en que vivimos.[20] Para que el Evangelio sea significativo no hay que esperar a que sean los hombres y mujeres de hoy quienes se esfuercen por entender lo que les pretendemos transmitir, más bien nos corresponde a nosotros aprender el lenguaje del mundo y sus códigos comunicativos para hacer inteligible el mensaje. Me hice todo con todos con tal de salvar por todos los medios a algunos, dice el apóstol. Y agrega: Y todo lo hago por el Evangelio, porque quiero tener también mi parte en él (1 Cor 9,22-23). La situación de la Iglesia en tiempos de Francisco es aleccionadora: prisionera de sus estructuras feudales, había perdido capacidad de comunicar el Evangelio a la sociedad de entonces. Había perdido el lenguaje de la misión. El nuevo mundo se le escapaba.[21]

17. Una de las formas de evangelización inter gentes en la que se encuentran involucrados muchos hermanos es la llamada «evangelización ordinaria», que mantiene su validez y que de ninguna manera suprime o se contrapone a las nuevas formas de evangelización.

MISIÓN AD GENTES

18. La misión inter gentes encuentra su expresión plena y en cierto modo su complemento en la misión ad gentes. En múltiples ocasiones el Capítulo manifestó por ella su sincero aprecio y subrayó la importancia de este elemento esencial de toda evangelización. La misión ad gentes, en efecto, pone en singular evidencia el momento inicial de la fe, que nace del anuncio del kerygma a quienes aún no conocen el Evangelio y que llama a la conversión. Por la fe anunciada y compartida el Espíritu crea lazos de comunión de los cuales hace nacer la Iglesia. Esta dinámica misionera pertenece esencialmente a la fisonomía de ésta, obediente al mandato de Jesús, que dice: Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a observar todo cuanto les he mandado (Mt 28,19-20).

19. Francisco y sus hermanos de la primera hora fueron particularmente impactados por los textos evangélicos del envío en misión de los discípulos (AP 10-11; 2 Cel 15), los cuales inspiraron su modo de andar por el mundo desprovistos de cuanto pudiera darles seguridad (Lc 9,3). Esta es una característica típica de nuestra tradición franciscana, y desde el principio los hermanos han sabido cruzar fronteras para aventurarse más allá de los confines de la cristiandad. La historia de la primera fraternidad está señalada por las misiones al otro lado de las montañas, hacia el norte de Europa, y más allá de los mares, hacia el Oriente. Es Francisco quien suscita estas primeras expediciones tras el Capítulo de 1217, antes de ponerse él mismo, dos años más tarde, en camino hacia Oriente.

20. Según la Regla la misión no nace de la iniciativa humana sino por divina inspiración (2 R 12,1). Éste es un elemento esencial para revitalizar hoy nuestras misiones ad gentes. Sólo en la docilidad al Espíritu, que sopla donde quiere y como quiere y que impulsa a evangelizar, reencontraremos la fuerza y el ardor misioneros que a veces pudieran parecer venir a menos. La Regla no bulada, por su parte, señala a los hermanos dos modos de comportarse: el testimonio silencioso en sujeción a toda humana creatura por amor a Dios y el anuncio explícito de su Palabra con la llamada a la conversión cuando vean que place al Señor (1 R 16,5-7). Se trata de indicaciones preciosas que conjuntan las características de la misión inter gentes con las de la misión ad gentes en una síntesis posibilitada por la docilidad al Espíritu. El anuncio explícito del Evangelio es el punto de llegada de nuestro modo minorítico de estar presentes en el mundo tras un atento discernimiento para descubrir cuándo «le place al Señor».

21. En esta atención a las misiones ad gentes el Capítulo ha auspiciado la colaboración entre las diversas entidades en una perspectiva de intercambio recíproco entre aquellas más jóvenes y las de más antigua tradición. Hoy la misión más allá de las propias fronteras es una llamada a todos, y los movimientos migratorios a nivel mundial propician una nueva aproximación a la dimensión misionera.

HABITAR LAS FRONTERAS

22. El evangelizador es un cruzador permanente de fronteras por el simple hecho de ser enviado. Puede tratarse de fronteras geográficas como suele suceder en el caso de la misión ad gentes, pero también las hay de otros tipos y tenemos que aprender a franquearlas. Vivimos en sociedades compartimentadas donde a veces las divisiones se tornan demasiado rígidas, originando así discriminación, exclusión y, en ocasiones extremas, violencia física, psíquica e ideológica. En el actual contexto social, eclesial y aun de la Orden misma algunas de ellas cobran especial relevancia y nos urgen a ejercer nuestra itinerancia cruzando fronteras como las que hay entre hombre/mujer, clérigo/laico, rico/pobre, cultura/naturaleza, alma/cuerpo, ciudadano/inmigrante, oración/trabajo, Orden/mundo, comunidad/sujeto individual. Evangelizar implica tratar de hacer porosos nuestros límites para permitir el flujo de la intercomunión y la intercomunicación. Nuevamente sólo la fe y la espiritualidad trinitarias nos permitirán habitar las fisuras de un mundo fragmentado en un esfuerzo de integración y superar estas y otras dicotomías como camino de restitución.

23. Al mismo tiempo se da el fenómeno de la existencia de otras fronteras que se hacen imprecisas y delimitan cada vez menos. La globalización puede ser invocada como un ejemplo paradigmático de ello. Ésta es una de las grandes paradojas de nuestra época: para unos las fronteras son herméticas, para otros apenas si existen. El fenómeno de la inmigración se inscribe en esta dialéctica, especialmente cuando se trata de los refugiados. Cada año son miles aquellos que la miseria o la violencia expulsan de sus países y no son pocos los que perecen en el intento de encontrar los medios para solventar sus necesidades más elementales y las de sus familias. La suya es una itinerancia pobre y minorítica. ¿Podemos encontrar los hermanos menores un espacio social donde estos valores de nuestro carisma estén mejor representados? Una presencia evangélica entre ellos sería un signo de restitución particularmente elocuente en este mundo donde sólo el flujo de dinero, bienes y servicios encuentra libre tránsito, no así las personas, y mucho menos los pobres, sacramentos del Hijo de Dios que fue pobre y huésped (1 R 9,5). En virtud de su encarnación, el Verbo se pone del lado de la periferia, de la vulnerabilidad, de la pobreza (2CtaF 4-5). No queremos olvidar que nuestra minoridad, que tiene como paradigma la de Cristo […], ha de traducirse en opciones valientes que nos lleven a "abandonar algunas situaciones sociales y eclesiales para abrazar más decididamente la liminalidad de la vida religiosa, y habitar la marginalidad como esencia de nuestra identidad franciscana".[22]

24. Asistimos al nacimiento de un mundo en el que surgen diferentes sensibilidades que comparten el espacio común: africana, asiática, latinoamericana...; culturas y religiones que hasta hace no mucho eran mayoritarias en ciertos ámbitos empiezan a no serlo, al tiempo que otras van emergiendo y reafirmando su derecho a ser reconocidas y a existir. Ya no es preciso marchar a miles de kilómetros de distancia para encontrarnos con otras culturas y otras religiones. Las oportunidades de dialogar con ellas las tenemos al alcance de la mano. Formarnos para el diálogo y restituir el Evangelio en estos ámbitos es obra del Espíritu (2 R 12,1) cuya acción no conoce fronteras, pues es él quien impulsa a ir cada vez más lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal.[23]

LOS LAICOS Y LA «EVANGELIZACIÓN COMPARTIDA»

25. La misión evangelizadora pertenece a toda la Iglesia, no sólo a los ministros ordenados. En la diversidad de ministerios todos los cristianos son llamados a responder a la Palabra del Señor que envía a anunciar la Buena Nueva del Reino. Una correcta concepción de la Iglesia reconoce en la común condición bautismal el fundamento de los diversos carismas y ministerios. Por estos motivos nosotros, hermanos menores, nos sentimos llamados a impulsar la evangelización compartida con los laicos como un acto de auténtica restitución del Evangelio, don de Dios para toda su Iglesia. De este modo los laicos ejercen su derecho y su deber de participar en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida (Dei Verbum 10). El laico es evangelizador por derecho propio, no por una graciosa concesión ni mucho menos a título de suplencia para acudir en socorro de nuestras carencias de personal. De ahí que debamos entrar en una «conversión eclesiológica» que nos haga superar la mentalidad clerical que aún prevalece entre algunos hermanos. Un modelo de Iglesia que se basara únicamente en el sacerdote y en el misionero clérigo no permitiría una evangelización compartida, pues ésta implica la disposición a renunciar a ciertas seguridades y a ceder espacios de poder y de protagonismo. Por eso esta restitución sería un signo concreto del Espíritu, y a nosotros, hermanos menores, nos corresponde la tarea de ser inventores proféticos de signos.[24]

26. Nuestra Orden, formada por hermanos clérigos y hermanos laicos, comprende y valora el don de la vocación religiosa laical. Consideramos útil recordar algunas orientaciones surgidas en el Capítulo a este propósito.

Se ha dicho que en algunas «regiones» de la Orden […] todavía se viven situaciones de discriminación en cuanto se refiere a las oportunidades de formación, que, según nuestra legislación, deben ser las mismas, y que el modo de ejercer nuestros ministerios no siempre favorece la participación activa de los hermanos laicos en la misión evangelizadora.[25] Sobre este particular hemos reafirmado la exigencia de una formación única para todos, pero que sea a la vez respetuosa del don de cada hermano y de las diversas vocaciones que el Espíritu suscita. Se trata de que todos nuestros candidatos se formen para evangelizar, no para ejercer un solo modelo de evangelización. En este mismo tenor conviene preguntarnos si el clericalismo en la Orden no puede deberse en parte y en algunos casos a nuestras estructuras formativas vigentes, que hacen que algunos formandos con vocación laical acaben ordenándose simplemente porque no encuentran otros espacios con otras dinámicas formativas fuera del cursus clerical. Aplaudimos los esfuerzos hechos en estos últimos años por el gobierno de la Orden por seguir insistiendo ante la Santa Sede para que se nos reconozca como una fraternidad mixta.[26] Pero este cambio de estatus canónico que todos deseamos deberá ir acompañado de un cambio en la praxis fraterna.

PROYECTO FRATERNO DE VIDA Y MISIÓN

27. Ningún proyecto de evangelización es iniciativa ni patrimonio personal de nadie; siempre es la fraternidad la que evangeliza. El cuidado mutuo de los hermanos, que a semejanza de la comunidad trinitaria se dan los unos a los otros, pide cultivar una exquisita atención a la calidad de la vida fraterna. Una parte importante del servicio de animación de los Ministros y Guardianes es la búsqueda de medios de recrear la comunión, la intercomunicación y la calidez y verdad en las relaciones de los hermanos entre sí.

28. La vida tocada por el dinamismo del Evangelio se convierte en pasión desbordante por el Reino. Hay que dar forma a la vida para no perder los frutos de lo que el Señor ha sembrado. Mantenemos por tanto nuestra convicción de que es necesario que las fraternidades y las entidades entren en una cultura del proyecto fraterno de vida y misión. No es ante todo una preocupación de eficacia operativa lo que nos mueve a ello, sino la necesidad de integrar el conjunto de nuestra vida y de establecer en ésta criterios que guíen nuestras decisiones. En estos últimos años hemos trabajado sobre las prioridades de nuestra vida; afirmamos la convicción de que entre ellas y la misión evangelizadora tiene que haber una dinámica circular de retroalimentación dentro de la cual se inscriban nuestros proyectos.

En esta amplia perspectiva la evangelización se presenta como el horizonte de todo el camino de conversión del hermano menor y, por tanto, de la formación permanente. La misión evangelizadora no es simplemente la dimensión «externa» de nuestra vida. De hecho, la misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo que está en el origen de toda vocación y carisma, se hace misión, como lo fue la vida de Jesús.[27]

29. Es necesaria también sensibilidad social para que el contacto con la realidad, leída con el instrumental crítico de las ciencias sociales y discernida con los ojos de la fe, nos sugiera el proyecto que el Señor nos pide. No podemos vivir de espaldas al devenir del mundo, especialmente en estos tiempos en los que la cultura posmoderna, con su caudal de oportunidades pero también de incertezas, desencanto y escepticismo, nos plantea tantos desafíos. La Orden ha optado por acompañarlo en el camino, no como quien tiene en la mano las respuestas a las preguntas que se hace, sino porque al igual que nuestros hermanos y hermanas, los hombres y mujeres de este tiempo, somos mendicantes de sentido.[28] ¿Seremos consecuentes con esta opción? No se puede elaborar por tanto un proyecto fraterno de vida y misión evangelizadora sin conciencia social. Por eso antes de obsesionarnos por adecuar nuestras estructuras debiéramos comenzar por leer atentamente los signos de los tiempos y de los lugares[29] y dejarnos interpelar por ellos.

30. La espiritualidad que alimenta nuestra vida y misión evangelizadora nunca es ajena a la vida de nuestros pueblos y lo que la afecta. La llamada justicia ambiental, la no violencia activa, los refugiados, los emigrantes, los sin tierra, las minorías étnicas, el uso ético y solidario de las fuentes financieras o la epidemia del VIH-SIDA son realidades entre otras muchas que tienen que ser llevadas a la oración y discernidas en nuestra práctica cotidiana de la lectura orante de la Palabra de Dios. Los valores de la justicia, la paz y la integridad de la creación, que son valores de cepa evangélica, deben hacerse naturalmente presentes en nuestra vida de oración y devoción al igual que en la vida cotidiana y en el ejercicio de nuestros ministerios. Estamos llamados a construir puentes de diálogo, de encuentro, de reconciliación y de paz; a ser mensajeros de la cultura de la vida en todo el arco de su desarrollo; a ser, en fin, custodios de la esperanza.

31. El «redimensionamiento» de las presencias y de las entidades que suele comportar cierres y fusiones para unas y para otras es parte de las revisiones y reestructuraciones. Son un proceso doloroso en el que, sin embargo, estamos llamados a descubrir un momento de gracia pascual para intentar re-significarnos de un modo más simple y vulnerable, pero también más profético y ciertamente minorítico, ahí donde estamos implantados. En nuestra Orden ésta es una realidad que se hace cada vez más visible y que representa una oportunidad excepcional de superar la mentalidad provincialista y de fomentar la interprovincialidad y el sentido de pertenencia a las Conferencias y a la Orden.

CONCLUSIÓN

32. Llegados al término de este encuentro fraterno no podemos menos de dar gracias al Señor por todos los bienes que a lo largo del mismo nos ha concedido así como lo ha hecho ya antes, en la ocho veces secular historia de la Orden, y seguramente lo seguirá haciendo hasta el fin. Gracias por tantos hermanos que a lo largo de los siglos han sembrado la semilla del Reino en el mundo, a veces con el testimonio silencioso de su vida, a veces con el anuncio explícito del Evangelio. Gracias por el testimonio supremo de la fe que han dado los innumerables mártires de nuestra Orden. Gracias por todos aquellos que hoy continúan trabajando por el Reino con generosidad, imaginación y creatividad en las misiones ad gentes, en Tierra Santa, en África, en el extremo Oriente, en las formas ordinarias de pastoral y en las presencias evangelizadoras en los lugares de fractura. Gracias también por nuestras Hermanas Pobres de Santa Clara, por nuestros hermanos y hermanas de la Orden Franciscana Seglar y de la Juventud Franciscana y por tantos otros laicos y laicas que comparten con nosotros la pasión del ideal franciscano. Gracias, en fin, por los sueños de tantos hermanos de hoy, unos llenos de ilusión, otros doloridos, pero todos grávidos de futuro. Con corazón agradecido reconocemos la permanente acción del Espíritu del Señor, verdadero Ministro general de la Orden, que nos acompaña y nos conduce por los caminos del mundo para anunciar la Buena Nueva del Reino del Padre a la manera del Hijo.

33. Durante el Capítulo hemos celebrado la Vigilia de Pentecostés en Santa María de los Ángeles, reunidos todos en la explanada de la basílica en torno a un gran haz de ramas secas. En un momento dado de la celebración se le prendió fuego a la leña con una pequeña llama tomada del cirio pascual, signo de Cristo resucitado. Muy pronto aquello se convirtió en una hoguera.

Para que haya fuego se necesita una materia combustible, pues el fuego no es sino la energía interna de la materia liberada en forma de luz y calor. La pira que en aquel momento ardía nos hablaba en su lenguaje simbólico de que no hay nada ni nadie, por seco y muerto que parezca -como seca y muerta estaba aquella brazada de leña- que, tocado por el Espíritu, no sea capaz de dar de sí energía, luz y calor. La acción del Espíritu consiste muy principalmente en liberar las potencialidades internas de las personas y de las circunstancias. Pentecostés es dejarnos sorprender por el dinamismo insospechado que nos habita y nos pone en marcha. Sólo falta una chispa para desencadenarlo, una llama minúscula como la del cirio: la llama del Resucitado. Del resto se encarga el Espíritu.

Con Pentecostés dejamos atrás el tiempo pascual, no porque sea un punto y aparte litúrgico para pasar a otro tema -el tiempo ordinario-, sino porque es el puente que pone en contacto al Resucitado con la vida cotidiana de los que creen en él. Pentecostés es dejarse incendiar por el Espíritu con el fuego de la Pascua en el día a día, tan común y tan corriente, de nuestras vidas. Por algo quería Francisco que el Capítulo general se celebrara por Pentecostés, y así lo hemos hecho.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, y ahora, y siempre por los siglos de los siglos. Amén (1 R 24,5).

MANDATOS DEL CAPÍTULO GENERAL

La fantasía creativa para encarnar en el propio contexto el Evangelio con gestos y acciones inéditas, que caracterizaron a Francisco y a los hermanos de la primera hora, hoy más que nunca, es una exigencia ineludible del hermano menor. El Capítulo general extraordinario del 2006 ha señalado con toda claridad que estamos asistiendo a un cambio de época, en el cual vemos emerger nuevos paradigmas y categorías que implican una seria revisión de nuestra misión, y la osadía de ensayar caminos inéditos de presencia y testimonio.[30] El mismo Capítulo nos invitaba a entrar en un permanente discernimiento y una evaluación constante de nuestra vida y de nuestras opciones prácticas, en el seno de nuestra fraternidad en diálogo constante con los laicos.[31] En el espíritu del primado de la praxis les ofrecemos a los hermanos y a las entidades los mandatos del Capítulo general 2009.

[Aquí omitimos el texto de los Mandatos, que se articulan en los siguientes apartados:

I. Animación de la vida de la Orden

II. Misión evangelizadora

III. Formación y estudios

IV. Justicia, paz e integridad de la creación

V. El gobierno de la Orden

VI. Economía]

N O T A S

[1] El Señor nos habla en el camino, 10.

[2] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 16.

[3] 2 Celano 15; Anónimo de Perusa 10-11; Leyenda de los Tres Compañeros 27-29.

[4] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 17, 6.

[5] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 31.

[6] Cf. El Señor nos habla en el camino, 19-25.

[7] Mt 28,18-20; Mc 16,14-20; Lc 24,46-48; Jn 20,21.

[8] 1 Jn 4,8.16. Cf. Jn. 1,35-42; 1 Jn 1,3.

[9] El Señor nos habla en el camino, 39-40, 43-44.

[10] El Señor nos habla en el camino, 19. Cf. José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 19 c.

[11] Constituciones generales de la Orden de Hermanos Menores 5 § 2.

[12] El Señor nos habla en el camino, 19-25. Cita: n. 14.

[13] El Señor nos habla en el camino, 27, 38.

[14] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 16 a, 25.

[15] Jn 1,14; Hb 4,15; Flp 2,7-8. Cf. Plegaria eucarística IV.

[16] Cf. José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 17 c, 23 c.

[17] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 17, 5.

[18] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 29.

[19] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 17, 4.

[20] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 263.

[21] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 179 a.

[22] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 32 b.

[23] Redemptoris missio, 25. Cf. núm. 30.

[24] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 30.

[25] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 137 b.

[26] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 137 c.

[27] Vita consecrata, 72, citada en Estáis llamados a la libertad 20.

[28] El Señor nos habla en el camino, 6.

[29] José Rodríguez Carballo, En autenticidad y con visión de futuro. Informe al Capítulo general, Roma 2009, 184.

[30] El Señor nos habla en el camino, 33.

[31] El Señor nos habla en el camino, 35.

[Texto tomado de Acta Ordinis Fratrum Minorum 128 (2009) 246-261]

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