DIRECTORIO FRANCISCANO
Documentos franciscanos oficiales

CON LUCIDEZ Y AUDACIA
Informe del Ministro General
al Capítulo Extraordinario del 2006

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III.- MINORIDAD, POBREZA Y SOLIDARIDAD
Una fraternidad de menores, pobres y solidarios,
peregrina y extranjera por los caminos del mundo
en pos de las huellas de Jesús,
para proclamar el valor de todo hombre y de toda criatura

56. La minoridad (pobreza interior, humildad de corazón), la pobreza (el vivir sine proprio) y la solidaridad (responsabilidad de la suerte de los otros) caracterizan y cualifican nuestra vida fraterna en comunidad, pues describen nuestro modo de ser hermanos, nuestro modo peculiar de vivir y anunciar el Evangelio en el corazón de la Iglesia y en los claustros abandonados del mundo. Somos una fraternidad de "menores".

Vivir en minoridad, sin propio y siendo solidarios, es hacer nuestra la forma de vida con que Francisco vivió en su tiempo la opción por el Evangelio, forma de vida que él mostró «con la palabra y el ejemplo» (TestCl 5), y que, en último término, consiste en hacer propios los sentimientos de Cristo, el cual, aun siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de su rango y se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Fil 2,5-8), el mismo que, por nuestra salvación, se esconde en las apariencias del pan (cf. CtaO 27).

Ser menores, vivir sin propio y ser solidarios, tiene ciertamente consecuencias sociales, pues conlleva un cierto despojo exterior e interior, sentirse siervos de todos, obligados a servir a todos (cf. 2CtaF 2), renunciar al poder sobre los otros, estar con los pobres y ver el mundo con sus ojos. En cualquier caso, la motivación profunda es siempre exclusivamente evangélica, pues indica el movimiento de quien opta por seguir «más de cerca el Evangelio y las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (Fórmula de la profesión, CCGG 5 § 2), lo cual comporta: despojarse para servir y humillarse para escuchar, obedecer y compartir.

Por otra parte, desde que Dios se manifestó menor, sin propio y solidario con todos en la persona del Hijo, resulta manifiesto que la minoridad, el vivir sin propio y la solidaridad son lugares privilegiados de encuentro con Dios y que, en consecuencia, sólo quien no se reserva nada para él mismo (cf. CtaO 29) será capaz de acogida y de servicio.

SIGNOS DE VIDA

57. Nuestra Fraternidad, en los años transcurridos desde el Concilio Vaticano II, ha hecho un gran esfuerzo por seguir con fidelidad, en la vida y actividades de los hermanos, el camino de Jesús, tal como lo recorrió Francisco, «verdadero amante e imitador de Cristo» (TestCl 5), inspirándose en el proyecto que nos propone la Regla, proyecto que, en las Prioridades de la Orden para este sexenio, encontramos formulado con estas palabras: «Una Fraternidad de menores, pobres y solidarios, peregrina y extranjera por los caminos del mundo en pos de las huellas de Jesús, para proclamar el valor de todo hombre y de toda criatura» (Seguidores de Cristo al servicio de un mundo fraterno. Prioridades 2003-2009, pág. 23).

A esta formulación hemos llegado gracias a un conocimiento más profundo del carisma franciscano y gracias a la escucha e interpretación, a la luz del Evangelio, de los signos de los tiempos y de los lugares, a través de los cuales nos sentimos interpelados por Dios y llamados a dar una respuesta evangélica (cf. Sdp 6).

Desplazamiento hacia la periferia

58. Entre los signos de vida en el campo de la minoridad, pobreza y solidaridad, podemos señalar el hecho que en los últimos años se ha dado un cierto desplazamiento de los hermanos hacia la periferia, hacia los lugares de frontera, hacia los claustros «olvidados» y los «claustros inhumanos» (Sdp 37), abandonando a veces estructuras que nos hacían aparecer como grandes (en contraposición a nuestro ser menores), como pudientes (en contraposición a nuestra opción de vivir en pobreza) y como amos (en contraposición a la solidaridad con los últimos). En este contexto quiero subrayar la importancia de las fraternidades itinerantes y las fraternidades de inserción, cuyo número últimamente se está incrementando. Estas fraternidades, si nacen como fruto del discernimiento de la fraternidad provincial, y se mantienen acompañadas por la misma, no dudo en definirlas como realidades muy positivas, significativas y necesarias para recordar a todos los hermanos la necesidad que tenemos de sentirnos «peregrinos y extranjeros» (cf. 2 R 6,2) y la necesidad de convivir con los pobres y necesitados de este mundo (cf. 1 R 9,2) (sobre la inserción cf. VFC 63).

Opción por una vida sobria y esencial

59. Un importante signo de vida es la opción que muchos hermanos y varias de nuestras fraternidades, e incluso Entidades, han hecho de llevar una vida sobria y esencial, motivados por la radicalidad evangélica y la llamada a la solidaridad con tantas personas que carecen de lo indispensable. Esto ha llevado a muchas fraternidades a compartir los espacios de la propia casa con los pobres y ofrecerles comida (comedores para pobres), acogida, particularmente para los sin techo, primeros auxilios de salud, orientación profesional...

Promotores de justicia y heraldos de paz

60. Otro signo positivo de nuestra opción por la minoridad, la pobreza y la solidaridad, es el hecho de que en muchos hermanos ha crecido el compromiso en favor de la justicia, la paz y la integridad de la creación, mostrando de este modo una especial solidaridad con quienes no tienen voz, en nuestro mundo de mercado y de violencia, participando activamente en la defensa de los derechos humanos y en la denuncia de la violación de los mismos. Las muestras de solidaridad se ven, también, en muchas de nuestras actividades educativas, asistenciales, pastorales y de promoción humana. En este contexto es particularmente significativo el esfuerzo de muchos hermanos en trabajos en favor de los enfermos de sida, de lepra, o con adiciones destructivas (droga, alcohol...), así como en favor de la educación integral de la persona en escuelas, colegios y universidades.

Apertura a la colaboración

61. Otro aspecto importante de nuestra minoridad es el hecho de que nos hayamos abierto a la colaboración de los laicos, de la Familia franciscana, de otros agentes eclesiales y del mismo Estado, en obras de las que hasta no hace mucho éramos los responsables absolutos, y que, al mismo tiempo, nos hayamos abierto también a colaborar en proyectos de otros, en obras que no dependen de nosotros.

Respuestas a las llamadas a la solidaridad

62. Siempre en el campo de la solidaridad es hermoso constatar la respuesta generosa que han tenido algunas llamadas a la colaboración que se hicieron desde la Curia general de la Orden: solidaridad con las víctimas de catástrofes naturales, solidaridad con Entidades pobres. En este contexto es obligado mencionar -y por mi parte agradecer sinceramente-, la aportación de las Entidades al Fondo para la Formación y los Estudios, al Fondo de solidaridad San Francisco y al Fondo para la Evangelización misionera.

LLAMADAS A LA CONVERSIÓN

63. Junto a los elementos positivos que hemos señalado, y otros que seguramente se podrían señalar, que dan testimonio de un camino recorrido por los hermanos en la vivencia de la minoridad, pobreza y solidaridad, hemos de señalar también que en esta dimensión esencial de nuestra vida hay siempre sombras, y que la gracia de Dios, al darnos luz para discernirlas, nos da también el ánimo requerido para vencerlas.

A continuación señalo algunas pautas para nuestra reflexión.

Lugar social que ocupamos

64. Es innegable el éxodo que muchos hermanos y fraternidades han realizado desde el centro a la periferia. Son muchas las opciones concretas que van en esta dirección. Visitando las Entidades, el Señor me ha dado la gracia de conocerlas directamente. Pero también es innegable, sería de ciegos no verlo, que nuestro lugar social sigue siendo, en la mayoría de los casos, el de siempre: el de los que pertenecen a la clase media/alta.

Nuestras Constituciones nos piden que aceptemos de buen grado «ser tenidos por viles, simples y despreciados» (CCGG 65). Nos piden también que adoptemos «la vida y condición de los pequeños de la sociedad, morando siempre entre ellos como menores», y que desde nuestra condición social contribuyamos a instaurar el Reino de Dios (cf. CCGG 66 § 1). Nos piden llevar un estilo tal de vida tal que nadie se sienta distanciado de nosotros, nadie, y menos aún los pobres (cf. CCGG 66 § 2). Nos piden ofrecer un «patente testimonio profético contra los "falsos valores" de nuestro tiempo» (CCGG 67).

En este contexto es necesario que nos preguntemos con frecuencia: ¿cuál es el lugar social que nos configura, desde el que hablamos y desde el que hacemos nuestros proyectos? ¿Hacia dónde nos empuja el Espíritu?

La solidaridad

65. Es verdad que hacemos muchas cosas y muy buenas en favor de los pobres y necesitados. A mi modo de ver, todo esto ha de seguir haciéndose y ha de potenciarse. Pero no basta. No basta la actividad asistencial, pues, como ya hemos dicho, puede crear diversas formas de dependencia y, por lo mismo, también de esclavitud. Al tiempo que ayudamos a los necesitados, hemos de prepararles para que tomen en sus manos su vida y su futuro.

Al mismo tiempo, es necesario que nos mantengamos vigilantes para evitar que nuestras obras de solidaridad sirvan de justificación para actitudes que nada tienen que ver con nuestra forma de vida, tales como: el aburguesamiento, la búsqueda de seguridades, la falta de libertad interior y exterior, el apego a lugares, obras, personas, cosas y posiciones del pasado.

La solidaridad tiene manifestaciones concretas también «hacia dentro»: solidaridad con los hermanos de una misma fraternidad, solidaridad de las fraternidades locales con la fraternidad provincial, solidaridad de las fraternidades provinciales con la Orden.

¿Qué nos está pidiendo el Señor en relación con nuestra vocación a compartir los bienes? Mientras unos derrochan, otros pasan necesidad. ¿Cómo podemos justificar tantas desigualdades dentro de una misma fraternidad, de las casas de una misma Provincia o de la Orden?

Nuestra herencia: la altísima pobreza

66. Hemos de vigilar atentamente a fin de custodiar la porción, la hermosa herencia de la altísima pobreza, que nos dejó Francisco, herencia de la que forman parte, indisolublemente unidas, la minoridad con la pobreza material y la solidaridad. Esta herencia preciosa, a la que hemos de adherirnos enteramente (cf. 2 R 6,4-6), se puede perder como consecuencia de las luchas por el poder -luchas que se dan en algunas Entidades-; también a causa de las divisiones en el seno de las Entidades y dentro de los mismos Definitorios; también por el desinterés y la irresponsabilidad de unos hermanos ante las necesidades de los otros. La herencia de la altísima pobreza se pierde cuando ocupan su lugar las «economías personales», peculios formados desde la apropiación indebida de lo que en «justicia franciscana» pertenece a la fraternidad. La herencia de la altísima pobreza se pierde cuando los hermanos renuncian a vivir los unos hacia otros, renuncian a vivir en mutua dependencia, que es lo mismo que renunciar a vivir en la obediencia verdadera. La altísima pobreza, con todo lo que ella comporta, caracterizó a Francisco y nos ha de caracterizar a nosotros, Hermanos Menores.

EN CAMINO PARA PASAR
DE LO BUENO A LO MEJOR

67. Tal vez sea la minoridad, con la pobreza y la solidaridad, la dimensión de nuestra vida a la que con más razón podríamos referir en este momento aquellas palabras de nuestro padre y hermano Francisco: «Hasta ahora poco o bien poco es lo que hemos hecho» (cf. 1 Cel 103).

Para estimularnos a pasar de lo bueno a lo mejor, propongo cuanto sigue:

Que ahondemos en la comprensión del voto de pobreza

68. Para muchos hermanos, el voto de pobreza tiene apenas una dimensión individual -lo que hace que fácilmente su vivencia sea sólo individualista-, y es entendido en relación casi exclusiva con las cosas -lo que hace que fácilmente su vivencia sea sólo formal, materialmente cuantificable-. Muchos hermanos siguen dejando fuera de la propia vida la dimensión que la pobreza tiene de solidaridad afectiva y efectiva con los pobres, y, como consecuencia, no se sienten implicados en la llamada carismática que se nos hace a ser pobres con los pobres, a usar misericordia con los leprosos de nuestro tiempo (cf. Test 3).

Es verdad, el voto de pobreza trasciende el ámbito de nuestra relación con las cosas; pero también es verdad que implica necesariamente esa relación. Desde una perspectiva ecológica, el voto de pobreza nos pone dentro de un movimiento de interdependencia y de solidaridad hacia dentro y hacia aquellos y aquellas a quienes les son negados los bienes de la creación y la participación en la cadena de la vida. Desde esta perspectiva, el voto de pobreza es un antídoto contra la tentación de acumular para el tiempo de las vacas flacas (sobre la acumulación y la atención a las necesidades de los pobres, cf. CCGG 82 § 3). Es el antídoto contra la irresponsabilidad que comporta la cultura del desperdicio, presente, sin duda, también entre nosotros.

El voto de pobreza ha de ser interpretado y vivido como el voto de la solidaridad, acompañada de la reciprocidad. Doy y recibo.

Sin la reciprocidad, la solidaridad podría causar dependencia y terminar siendo bochornosa para aquellos que, dentro y fuera de la Orden, son «objeto» de una «pseudo solidaridad». «Es la hora -decía Juan Pablo II- de una nueva fantasía de la caridad» (NMI 50) que lleve a un acercamiento a los últimos y excluidos, a una «comunión fraterna con todos los menores de la tierra» (CCGG 97 § 2), para dar y recibir.

El voto de pobreza ha de ser interpretado y vivido, también, como el voto de la libertad que nos lleva a vivir realmente sine proprio, como quería Francisco y nosotros hemos prometido. La pobreza evangélica y franciscana libera de todo lo que frena e impide la entrega radical al Señor y el servicio liberador a los hermanos, principalmente a los más necesitados. En este sentido, sólo el pobre es auténticamente libre. Libre del mañana, principal preocupación de los gentiles (cf. Mt 6,31-32); libre de las cosas superfluas que almacenamos en «nuestros graneros»; libres de tantas ideas que nos encadenan al pasado; libres de los proyectos individuales al margen de la fraternidad; libres como Francisco, abiertos a las sorpresas del Señor.

¿Cómo concibo el voto de pobreza? ¿Cómo lo vivo? ¿Me siento libre porque soy pobre o condicionado porque no puedo satisfacer todas mis necesidades? ¿Cómo nos situamos ante las estructuras desproporcionadas a nuestras necesidades reales de vida? ¿Cómo las utilizamos, al servicio de quién las ponemos?

Que asumamos como gracia el trabajo

69. El trabajo pertenece a la condición del hombre según el proyecto de Dios. Y para nosotros, Hermanos Menores, el trabajo es además gracia.

El trabajo es gracia, en primer lugar, porque es un don de Dios (cf. 2 R 5,1), «quien dice y hace todo bien» (Adm 8,3). El trabajo es gracia porque nos pone en relación con los demás, particularmente con los más pobres. El trabajo, en especial el trabajo manual y los trabajos humildes, es uno de los signos que mejor pueden entender los pobres (y no sólo ellos), en medio de los cuales moramos y con los que compartimos vida y condición. Por eso hemos de preferir aquello en lo que brilla el testimonio de vida franciscana y el aspecto de solidaridad y de servicio a los pobres (cf. CCGG 78 § 1). El trabajo es gracia porque, además de permitirnos ser menos gravosos a los demás, pues nos ofrece «las cosas necesarias para el cuerpo» (2 R 5,3), favorece, también, que «el corazón y la lengua no divaguen, con el ocio, por cosas ilícitas» (2 Cel 161). El trabajo es gracia, en fin, porque nos hace colaboradores del Dios creador.

Precisamente porque es gracia, nadie tiene derecho a apropiarse ningún tipo de trabajo. Sería apropiarnos indebidamente de lo que no nos pertenece y, por lo tanto, sería blasfemia contra el Altísimo. Por este motivo el trabajo, cualquier tipo de trabajo, ha de ejercerse en actitud de restituir al Señor lo que de él se ha recibido: «Bienaventurado el siervo que no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por medio de él, que por el que dice y obra por medio de otros» (Adm 17,1). Esto significa que hemos de permanecer libres y prontos a dejar un trabajo e iniciar otro necesario, aun en relación con trabajos que exigen cierta especialización o hayan sido ejercidos por mucho tiempo (cf. CCGG 77 § 2). En este sentido, la actitud de restitución, que hace de nosotros verdaderos itinerantes, será un verdadero antídoto contra las muchas formas de dependencia y esclavitud que frenan nuestro avance hacia la libertad del pobre y del verdadero creyente, que viven y gozan de la presencia activa del Espíritu. Por otra parte, si no nos pertenece el trabajo, tampoco nos pertenece el fruto del trabajo. Para los hermanos, es de justicia hacer partícipes a los demás del fruto del propio trabajo, lo que tiene mucho que ver con la solidaridad.

Según la visión franciscana, el trabajo ha de realizarse fiel y devotamente (2 R 5,1). Creo intuir en estos dos términos que han de caracterizar toda actividad de los hermanos -trabajo manual, pastoral, intelectual-, que Francisco nos pide que nos empeñemos seriamente en el trabajo (fidelidad), sin olvidar que éste no puede apagar «el espíritu de la santa oración y devoción al cual deben servir todas las demás cosas materiales» (2 R 5,2). En otras palabras, el trabajo, para el Hermano Menor, no es una opción potestativa, sino respuesta a un don, respuesta vocacional, que ha de ser generosa y perseverante. Por otra parte el trabajo no es un valor absoluto en la vida de los hermanos. En ésta hay una jerarquía de valores. El Espíritu de oración y devoción ocupa el primer lugar (cf. CtaAnt 2), es el primer trabajo o dedicación del Hermano Menor.

Dejando clara esta jerarquía de valores y uniendo el trabajo a la minoridad y a la pobreza (cf. 2 R 5,4-5), Francisco nos enseña que el trabajo «franciscano» tiende a asegurar una fraternidad fundamentada en el ser, es decir, en la calidad de vida, en la que tiene una gran importancia la minoridad y la pobreza. Y el bien del cual todo procede y al cual todo vuelve, para Francisco, es Dios: «Todo, nuestra riqueza a saciedad» (AlD 4).

Libertad ante el trabajo que realizamos -de modo que, en cualquier momento, podamos comenzar otro con la bendición del Señor-, responsabilidad ante el don que hemos recibido y la tarea que se nos ha encomendado, y respeto a una jerarquía de valores, forman el marco dentro del cual hemos de situar todas nuestras actividades, también las pastorales o profesionales.

A la luz de esta síntesis del pensamiento de Francisco sobre el trabajo, es lógico que nos preguntemos:

¿Cómo nos situamos ante el trabajo que se nos ha confiado, como amos o como simples obreros en la viña del Señor? ¿Cómo vivimos concretamente la "restitución" de la gracia del trabajo en relación con Dios, con los hermanos de la fraternidad, con los pobres? El trabajo no es una opción potestativa. Teniendo en cuenta las horas que trabajamos ¿podemos decir que somos pobres? ¿Cuál es mi responsabilidad ante el trabajo que se me ha encomendado? Los trabajos que realizamos ¿con qué clase social nos identifican?

Que pasemos de una economía individualista
a una economía fraterna, transparente y solidaria

70. Los hermanos separamos con demasiada facilidad opciones relativas a la economía y vivencia de los valores esenciales del franciscanismo. En el mejor de los casos relacionamos la economía con la pobreza. Por otra parte, fácilmente pensamos que las opciones evangélicas que hemos profesado han sido hechas, son vividas y han de ser evaluadas sólo individualmente, dejando a un lado sus implicaciones comunitarias y fraternas. Y, sin embargo, de las opciones económicas que hagamos se podrá deducir claramente si hemos iniciado o no un estilo de vida conforme a lo que hemos profesado.

Hemos de constatar, como ya insinuamos anteriormente, que entre nosotros hay demasiadas desigualdades económicas, desigualdades que son verdaderas injusticias. Hay economías paralelas, cuentas personales, hermanos que retienen lo que reciben por el trabajo que realizan. Hay hermanos que utilizan notables cantidades de dinero para sus intereses personales o para entregar a sus familias, sin el necesario discernimiento de las circunstancias concretas por parte de Ministros y fraternidades. La situación en muchos casos es grave. Algunos Visitadores me lo han hecho notar en sus Informes después de las Visitas Canónicas. Además, con el dinero injusto vienen otras muchas cosas que son incompatibles con nuestra forma de vida y que todos conocemos. ¿Cómo se puede justificar todo esto? No ciertamente desde nuestro ser hermanos, no desde la Regla o Constituciones. Ningún modo de economía paralela u oculta es justificable. Entonces, ¿qué hacer?

No podemos seguir así. Hemos de cambiar. Hemos de pasar del ocultismo económico a la transparencia total. Ésta crea libertad y serenidad en las relaciones fraternas. Una economía paralela u oculta será siempre motivo de tensiones y manifestación de la falta de libertad, además de ser una falta contra el vivir sin propio que hemos prometido. Según el uso que los hermanos hagan del dinero y el modo en que los hermanos den cuentas a los otros del dinero usado, se creará confianza o se crearán tensiones en la fraternidad.

Por otra parte, no basta con que la economía sea transparente. Ha de ser también fraterna, y para ello se exige que sea además solidaria. La solidaridad será consecuencia de una opción radical por vivir sin propio, es decir, por vivir despojados de la propia seguridad económica.

Pongámonos en camino. Una reestructuración económica es necesaria y urgente, si queremos caminar en la dirección que nos señala nuestra identidad de Hermanos Menores y en la dirección que nos recuerda el documento La gracia de los orígenes.

¿Cómo nos preparamos, desde los primeros años de formación, para una economía fraterna, transparente y solidaria? ¿Cómo nos comportamos ante abusos en este campo? ¿Cómo estamos siendo solidarios a nivel personal y fraterno?

Que seamos testigos y promotores
de la justicia, la paz y la reconciliación

71. Vivimos en un mundo lacerado por injusticias de todo tipo, flagelado por la violencia y roto por la falta de reconciliación. El documento final del Capítulo de Pentecostés 2003, El Señor os dé la paz, hace un elenco, necesariamente incompleto, de los signos que evidencian esta triste y dramática realidad (cf. Sdp 12).

Ante esta situación no basta que nos afecten dolorosamente «la violencia y las exigencias de la vida diaria de todas las regiones del mundo» (Sdp 20); menos aceptable aún resultaría que fuésemos testigos mudos del drama en que viven tantos hombres y mujeres hermanos y hermanas nuestros. Ante esta situación, hemos de sentirnos seriamente interpelados a tomar conciencia de los dinamismos que la provocan, y de los recursos que podemos utilizar personal e institucionalmente para enfrentarnos a ella (cf Sdp 9 y 13).

A Dios gracias, y como el mismo documento capitular señala, no faltan «ráfagas de luz presentes en la noche oscura de nuestras vidas y de nuestros pueblos, faros generadores de esperanza» (Sdp 6) que apuntan a un tiempo nuevo que quiere nacer entre nosotros (cf. Sdp 13). En esta situación, ¿cómo nos situamos los Hermanos Menores? ¿Sabemos ver esas ráfagas de luz en medio de la noche?

Nuestras Constituciones nos invitan a participar «en las iniciativas de caridad, de justicia y de solidaridad internacional» (art. 96 § 2), a predicar «con las obras la reconciliación, la paz y la justicia, y a mostrar un sentido de respeto hacia la creación» (art. 1 § 2), a ser «promotores de la justicia y heraldos y artífices de paz» (art. 68 § 2), a «instaurar una sociedad de justicia, de liberación y de paz en Cristo resucitado» (art. 96 § 2), a optar «por los marginados, los pobres y oprimidos, los afligidos y enfermos» (art. 97 § 1).

Tengo la impresión de que todavía no tomamos muy en serio estas llamadas. Es más, tengo la impresión de que con demasiada frecuencia vivimos de espaldas a la dura realidad en que viven muchos de nuestros contemporáneos. Necesitamos "abrir puertas y ventanas" para escuchar el grito de los pobres, para ver las injusticias que sufren tantos hombres y mujeres, nuestros hermanos y hermanas. Tengo la impresión de que a la vera de nuestro camino yacen muchos heridos, medio muertos, y que nosotros, o no nos damos cuenta de su presencia, o, con demasiada frecuencia, nos damos cuenta y pasamos de largo. Sería un buen comienzo reconocerlo. Sería el primer paso en nuestro camino de conversión.

Nuestro testimonio de minoridad, pobreza y solidaridad implica también un compromiso en favor de la justicia, la paz y la reconciliación. Este compromiso forma parte de nuestra identidad. No podemos renunciar a esta dimensión de nuestra vida. No podemos cruzarnos de brazos ante la violación de los derechos humanos, no podemos ser pasivos espectadores ante las diversas formas de violencia. Es bueno que grabemos en la conciencia aquellas palabras de nuestras Constituciones: «En defensa de los derechos de los oprimidos, los hermanos, renunciando a la acción violenta, recurran a medios que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles [...], denuncien con firmeza toda clase de acción bélica y toda carrera de armamentos [...], sin escatimar trabajos y sufrimientos por la edificación del Reino del Dios de la paz» (art. 69).

En la situación actual, ¿qué nos está pidiendo el Evangelio, para que seamos, aquí y ahora, testigos y promotores de justicia, paz y reconciliación? ¿Cuál es nuestra aportación específica como Hermanos Menores a la promoción de la justicia, la paz y la reconciliación? ¿Cómo respondemos a las llamadas que nos llegan de nuestro mundo y de nuestra legislación, a nivel personal y a nivel de fraternidad? ¿Qué cambios se nos están pidiendo desde la realidad en que vivimos y desde las exigencias de nuestra legislación? ¿Cómo formamos las Comisiones de JPIC en nuestras Entidades y cómo acompañamos su trabajo?

IV.- EVANGELIZACIÓN - MISIÓN
Una fraternidad que se nutre del Evangelio
para ofrecer a la humanidad,
inquieta y en búsqueda de sentido de la vida,
la Palabra que es espíritu y vida

72. Hemos sido llamados para evangelizar. Existimos para la misión: «Designó a doce para que fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13). En cuanto Hermanos Menores, que movidos «por divina inspiración» quisimos seguir esta vocación (1 R 2,1), hemos abrazado el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo como «Regla y vida» (2 R 1,1). Al mismo tiempo sentimos que nuestra misión, como la de Francisco, es la de «llenar la tierra con el Evangelio de Cristo» (1 Cel 97). Siguiendo «las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 1,2), descubrimos que nuestra misión, nuestra razón de ser en la Iglesia y en el mundo, es vivir y proclamar la Buena Noticia a toda humana criatura, particularmente a los «pobres», a los «cautivos» y a los «ciegos» (Lc 4,18-19; cf. Sdp 37).

Hablar de evangelización es, por tanto, hablar de nuestra vocación y de nuestra razón de ser en la Iglesia y en el mundo. Única es la misión: la del Padre que envía al Hijo y la del Hijo que envía a los suyos (cf. Mt 10,1s). Como bautizados y como franciscanos somos enviados, por la moción del Espíritu Santo, a vivir y proclamar el Evangelio, compartiendo la misión confiada a toda la Iglesia: «Id y haced discípulos de todas las naciones...» (Mt 28,19).

Si la misión no es una simple actividad de la Iglesia sino que pertenece a su mismo ser, la evangelización no puede ser considerada como una tarea más en la vida de una comunidad franciscana, sino como su tarea, en la que se expresa en profundidad su vocación cristiana.

La evangelización no es una misión que debemos desarrollar, sino que es la misión para la cual existimos: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16).

El Espíritu es el que nos empuja a ello. A nosotros corresponde simplemente responder a esa moción. Por ello, cuando hablamos de la evangelización como vocación de los Hermanos Menores, más que tratar de unas exigencias pastorales, hablamos de la respuesta a una llamada, respuesta que nace del diálogo profundo entre Dios y el hombre, nace de la conciencia de haber sido enviados a los hombres por aquel que es para ellos la Buena Noticia del Padre, nace de la acogida del Reino de Dios en el corazón de cada uno de los Hermanos.

SIGNOS DE VIDA

73. En los años transcurridos desde el Concilio Vaticano II hasta el presente, nuestra Fraternidad ha hecho un esfuerzo notable de renovación en todo lo que a la evangelización-misión se refiere.

Como puso de manifiesto el Consejo plenario de Guadalajara (México), hemos crecido en la conciencia de formar una fraternidad «en misión»; como es también más clara la conciencia de que dedicarse a la evangelización-misión es nuestra razón de ser, pues deriva de la identidad misma de nuestra vida. A todo ello nos han ayudado grandemente los documentos de la Iglesia, así como los de la Orden (entre todos ellos cabe destacar: La Orden y la evangelización hoy, documento del Capítulo general de San Diego, 1991, y Llenar la tierra con el Evangelio de Cristo, de Fr. Hermann Schalück, Roma 1996). Entre los signos de vida más destacados cabe señalar:

Búsqueda de nuevas formas de Evangelización

74. Como han hecho los demás Institutos de vida apostólica, animados también nosotros a «vivir el carisma con formas nuevas» (CCGG 115 § 2), impulsados a buscar actividades de evangelización «que respondan a las nuevas exigencias» (cf. CCGG 51), movidos a descubrir, estimular y celebrar aquellas iniciativas que buscan encarnar con creatividad y radicalidad el Evangelio, nuestra fraternidad ha ido cambiando la geografía ocupacional, nos hemos abierto a nuevos ministerios y a nuevas necesidades eclesiales y sociales: trabajo con minorías étnicas, con drogadictos, con enfermos del Sida y con toda clase de nuevos «leprosos» y de «excluidos» de la sociedad.

Y puesto que la renovación de nuestra vida no pasa únicamente por el discernimiento de los signos de los tiempos, sino también de los signos de los lugares, cada día crece la conciencia de la necesidad de verificar dónde estábamos presentes y dónde deberíamos estar.

Nacieron así las fraternidades de inserción y las fraternidades itinerantes, se revisaron estructuras, se compartieron espacios y hubo un cierto desplazamiento de obras. (El fascículo De los signos del tiempo al tiempo de los signos, recoge algunas experiencias de nuevas formas de evangelización. La reflexión sobre las nuevas formas de evangelización lejos de terminar sigue siempre abierta. En este contexto la Secretaría general de Evangelización organizó del 20 al 25 de febrero 2006 un seminario sobre «Nuevas formas de evangelización en Europa». El seminario se celebró en Asís).

Todo esto nos llevó a tomar conciencia de que no podemos «escoger arbitrariamente los lugares donde vamos a morar», sino que es necesario «dejarnos seducir por los claustros olvidados, los claustros inhumanos, donde la belleza y la dignidad de la persona son continuamente mancilladas» (Sdp 37). Todo esto nos acercó, un poco más, a los pobres, primeros destinatarios de la misión de Jesús (cf. Lc 4,18-21) y nos llevó, también a nosotros, a practicar misericordia con ellos (cf. Test 2).

Consecuencia de todo ello es que hoy son muchos los hermanos que viven en contextos culturales, sociales y religiosos, en los que evangelizan con el diálogo, la solidaridad y el compromiso por la paz, la reconciliación y la justicia.

Redescubrimiento del testimonio de vida
como primera forma de evangelización

75. «La aportación específica que los consagrados y consagradas ofrecen a la evangelización está, ante todo, en el testimonio de una vida totalmente entregada a Dios y a los hermanos, a imitación del Salvador que, por amor del hombre, se hizo siervo» (VC 76). En estos años, gracias también a la profundización en el conocimiento de las Fuentes Franciscanas, hemos comprendido mejor la unión indisoluble que hay entre evangelización y testimonio de vida de los llamados a evangelizar. La proclamación silenciosa del Reino de Dios con el testimonio de la propia vida es el primer modo de evangelización que los Hermanos procuran ofrecer allí donde moran. La evangelización-misión debe partir de nuestra comunión existencial con Cristo, sabiendo que cuanto más unidos estemos a él, tanto más fecunda será nuestra actividad evangelizadora, y que «cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta la avanzadilla de la misión y aceptando los mayores riesgos» (VC 76; cf. Sdp 38). Quiere ello decir que todo lo que hagamos en vista de la evangelización ha de encontrar, todo, aliento en una vida de oración constante: es la vida entera la que debe estar inmersa en un clima de oración, de adoración, de abandono y de acción de gracias.

También se va asimilando el fuerte nexo que hay entre evangelización-misión y comunión de vida en fraternidad. Francisco, como Jesús, envió a sus hermanos de dos en dos, nunca de uno en uno. Somos fraternidad «en misión», enviados como fraternidad. Partimos de la fraternidad y volvemos a la fraternidad. Al menos en el terreno de los principios, estamos convencidos de que no puede haber fraternidad franciscana sin misión, ni misión franciscana sin fraternidad.

Teniendo en cuenta nuestra forma de vida también está claro que no se puede separar nuestra obra evangelizadora de nuestra vocación a la minoridad, pobreza y solidaridad. Porque somos menores, somos servidores de todos, renunciando a ejercer cualquier tipo de poder o dominio sobre los demás. Porque somos pobres, nos dejamos evangelizar por los pobres. Y porque somos solidarios, alargamos nuestra tienda para hacer nuestros «los gozos y las tristezas de los más pobres y de los que más sufren» (Sdp 37).

Finalmente, desde hace algunos años tenemos más claro que la evangelización no puede separarse de una formación adecuada a las exigencias de hoy. Sólo una formación sólida podrá ayudarnos a poner el Evangelio en el corazón de la cultura actual. Sin una formación de calidad no puede haber una evangelización de calidad.

Despertar de la misión ad gentes

76. Nuestra Fraternidad se ha sentido llamada a ir siempre más lejos para estar siempre más cerca de todos, para encontrar y servir a todos, sin distinción de razas, lenguas, culturas y religiones. Esto la ha llevado a abrir, hace algunos años, el Proyecto África, el Proyecto Tailandia y el Proyecto Rusia Kazakistán, y en los últimos años, después del Capítulo General del 2003, a abrir nuevas presencias misioneras en Miamar, Burkina Faso, Namibia, Sudán. En algunos de estos lugares el Señor nos está bendiciendo con nuevas vocaciones y algunas de las nuevas Entidades han asumido la responsabilidad de la «implantación de la Orden» en «nuevos territorios». Al mismo tiempo se han hecho esfuerzos considerables por intensificar nuestra presencia misionera en lugares tan significativos como Tierra Santa y Marruecos.

Lo hermoso de estos Proyectos misioneros es que son Proyectos de la Orden, por lo que participan en ellos hermanos que, procedentes de distintas Entidades y de muy distintas culturas, forman fraternidades internacionales e interculturales.

Especial mención, en este sentido, merece la apertura de la Fraternidad Notre Dame des Nations, en Bruselas, para la formación de los que «movidos por divina inspiración» van en misión ad gentes, y la erección de la nueva fraternidad de Santa María Draperis, en Estambul, con el objetivo especifico de trabajar en el diálogo interreligioso y ecuménico, una nueva forma de misión ad gentes.

Revitalización de los modos tradicionales de evangelización

77. Es innegable que en la Orden tenemos una riqueza inmensa de presencia y de acción evangelizadoras, típicamente franciscanas. En muchas Entidades se está haciendo un esfuerzo digno de toda alabanza para crear verdaderas fraternidades evangelizadoras. En general, se puede decir que los hermanos continúan cercanos a la gente y en particular a los pobres. También se puede decir que trabajamos en estrecha colaboración y comunión con la Iglesia. Muchos son los hermanos preocupados por dar nueva vida y un rostro franciscanos a los «ministerios tradicionales»: parroquias, santuarios, escuelas, obras sociales... Reconociendo su importancia, se intenta clarificar objetivos y concretar medios que puedan ayudar a una evaluación periódica, para que respondan mejor a las exigencias pastorales de hoy y a nuestra forma de vida franciscana, y evitar el riesgo de la repetición.

A esta revitalización ha ayudado mucho el Proyecto de Evangelización, allí donde se hace.

LLAMADAS A LA CONVERSIÓN

78. Como en otros aspectos de nuestra vida, también en la evangelización-misión hay claroscuros, y si bien es cierto que hemos avanzado mucho, también es cierto que largo es el camino que nos queda por recorrer. Entre las muchas llamadas a la conversión que podríamos señalar, subrayo las siguientes:

Falta de un proyecto de evangelización
específicamente franciscano

79. Hemos señalado el esfuerzo que se hace en muchas Entidades por crear fraternidades evangelizadoras que respondan a un Proyecto de evangelización con clara identidad franciscana. Pero al mismo tiempo hemos de reconocer que en otras muchas Entidades falta ese Proyecto, y que en muchos casos nuestras actividades no llevan el "sello" de una clara identidad franciscana. Tenemos todavía muchos, demasiados, hermanos que viven solos, sobre todo en parroquias. Tenemos muchos hermanos que llevan adelante obras extraordinarias, pero sin que éstas puedan ser consideradas obras de la fraternidad, aun cuando los hermanos vivan en una fraternidad. Tenemos fraternidades compuestas por un buen número de hermanos, en las que, sin embargo, cada uno se dedica a "sus" actividades, sin conexión alguna con los demás hermanos. Con demasiada frecuencia el individualismo y el activismo impiden orar en comunión, impiden programar en común, e impiden evaluar juntos nuestras actividades evangelizadoras.

Falta un Proyecto de evangelización específicamente franciscano, es decir, con un estilo de vida donde estén presentes los valores centrales del carisma franciscano: el espíritu de oración y devoción, la comunión de vida en fraternidad, la minoridad, pobreza y solidaridad, el compromiso por la justicia, la paz y la integridad de la creación..., no sólo individualmente sino en fraternidad.

Insuficiente preparación
para una evangelización de calidad

80. Es verdad que tenemos hermanos bien preparados para llevar a cabo los diferentes trabajos de evangelización: preparación intelectual y preparación técnica. Pero también es verdad que en muchos casos falta una preparación adecuada, teórica y práctica, que dé calidad a nuestro trabajo.

Se sigue improvisando demasiado, casi presuponiendo que los hermanos servimos para todo y podemos hacer de todo, y se olvida, con demasiada frecuencia, que la formación intelectual es «una exigencia fundamental de la evangelización» (Juan Pablo II, Mensaje al Capítulo General de San Diego, 1991, 6), pues sólo una formación sólida, que incluya también una formación intelectual adecuada, «nos permitirá comprender los problemas del hombre contemporáneo» (Capítulo general de San Diego, Documento final, 10; cf. VC 98) y nos posibilitará un diálogo fecundo con la cultura actual, de tal modo que podamos poner el Evangelio en el corazón mismo de dicha cultura y de la historia contemporánea (cf. Juan Pablo II, Mensaje al Congreso de Rectores OFM, 2001, 4).

EN CAMINO PARA PASAR
DE LO BUENO A LO MEJOR

81. El empeño constante en ser fieles a la gracia de los orígenes ha de ir acompañado del esfuerzo, también constante, por escrutar los signos de los tiempos y los signos de los lugares, para mejor responder a las mociones del Espíritu, que nos llama a «resituar y recrear constantemente nuestra identidad de Hermanos Menores en el nuevo contexto de la historia» (FP 2), y poder, de este modo, ser testigos del Evangelio y asumir con determinación el anuncio explícito de Jesucristo.

También en esta dimensión fundamental de nuestra vida que es la evangelización, somos llamados a ponernos en camino, a fin de pasar de lo bueno a lo mejor. Este movimiento comporta, entre otros pasos, cuanto sigue:

Pasar de una evangelización de conservación
a una "nueva evangelización"

82. Cuando hablamos de la necesidad de optar por una «nueva evangelización» no se trata de oponer la nueva evangelización a lo que pudiéramos llamar evangelización tradicional, sino de encontrar nuevos caminos para llevar a todos el Evangelio, para hacer que todos conozcan el Reino de Dios.

La necesidad de apostar por la nueva evangelización -llamada insistente de parte de la Iglesia misma-, es una consecuencia de habernos dejado interpelar por la Palabra revelada, por las necesidades de la gente, y por sus preguntas sobre el sentido de la existencia, pues Palabra, necesidades y preguntas están reclamando de nosotros la elaboración de «nuevas respuestas para los nuevos problemas..., nuevos proyectos de evangelización para las situaciones actuales» (VC 73).

Sin dejar de prestar atención a la acción litúrgica, a la administración de los sacramentos y a las prácticas de devoción, hemos de trabajar para recuperar la centralidad de la fe, motivando a los bautizados a ser agentes activos de evangelización. Sin olvidar a los bautizados comprometidos en la construcción del Reino, hemos de volver nuestra mirada particular a la multitud de bautizados no evangelizados, a las nuevas realidades de nuestro tiempo, a la inmensa movilidad de la gente y al extraordinario fenómeno de la migración. Sin olvidar las noventa y nueve ovejas del redil, hemos de salir en busca de la oveja perdida, pues también ella es destinataria del Reino.

En estos momentos no se trata tanto de intensificar cuantitativamente el mensaje, sino de cualificarlo, haciéndolo legible, transparente, contagioso y eficaz. Para ello se hace necesario nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones. En este deseo de cualificar el mensaje considero esencial que la proclamación del Evangelio parta de su centro, de la eterna novedad del amor de Dios manifestado en Jesús. Jesús en cuanto salvador de todos los hombres ha de ser el objetivo principal y el contenido esencial de la nueva evangelización. En este sentido me parece imprescindible que nuestra evangelización parta del Evangelio, esté centrada en la Palabra de Dios, esté centrada en la Palabra encarnada que es Cristo Jesús, Buena Noticia del Padre a la humanidad. Al mismo tiempo, en el actual contexto de secularismo que viven muchos países donde estamos presentes, se debe considerar como elemento determinante la presencia de signos vivos y transparentes, capaces de manifestar la presencia del Señor y de interpelar de este modo las conciencias.

En este compromiso de cualificar el mensaje, es indispensable también el testimonio vivo de la caridad, ya que el amor, vivido con radicalidad evangélica, es la presencia más transparente de Dios, la que más interpela y la que más fácilmente lleva a descubrir el tesoro de la fe. En pocas palabras, el testimonio de vida evangélica y el amor, en sus exigencias evangélicas, es lo que mayormente cualifica el mensaje que intentamos transmitir a través de la evangelización.

La interpelación que nos lanzan los nuevos areópagos, y la exigencia para todos nosotros de ser testigos del amor, nos están pidiendo la fantasía de la caridad, que en nuestro caso bien podríamos traducir por creatividad apostólica, o nuevas formas de evangelización.

Si a nosotros, en cuanto consagrados, se nos pide una presencia profética en la Iglesia y en el mundo, no podemos dejar de sorprenderlos con nuevas formas de presencia y de evangelización, según las necesidades de nuestro tiempo (cf. Sdp 38). La conciencia de ser enviados al mundo para testimoniar y proclamar el Evangelio, nos dará movilidad y audacia para ir en medio de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y compartir con ellos, en su situación concreta, la siempre joven y gozosa Buena Nueva del Reino de Dios (cf. VO 3).

Es el momento de la creatividad, de la audacia, de dar una respuesta a los hombres de nuestro tiempo, convencidos de que no somos más que servidores de una Palabra que nos trasciende (cf. VO 15). Es el momento de ir a las fronteras de la evangelización, a «los claustros olvidados, los claustros inhumanos». Es el momento de alargar el espacio de nuestra tienda (cf. Is 54,2) «para hacer nuestros los gozos y las tristezas de los más pobres y de los que más sufren» (Sdp 37).

¿Estamos dispuestos a abrirnos a la nueva evangelización y a abrazar «nuevas formas de evangelización»? ¿Qué estamos haciendo en estos momentos? ¿Evaluamos periódicamente nuestras estructuras y nuestras actividades evangelizadoras?

Pasar de un proyecto de actividades evangelizadoras
a un proyecto franciscano de evangelización

83. Dado que la «forma original de nuestra evangelización radica en el testimonio de la fraternidad» (LltEC 86), la evangelización no puede pensarse al margen de nuestra forma de vida. Dicho de otra manera, si queremos que nuestras actividades evangelizadoras sean realmente fecundas, hemos de cuidar la calidad evangélica de nuestra vida.

Para nosotros, Hermanos Menores, vocación y misión, lejos de ser dos realidades distintas, forman una única realidad: viviendo conforme a la forma de vida evangélica que hemos profesado, anunciamos, proclamamos y evangelizamos; y cuando evangelizamos estamos respondiendo a nuestra vocación. Con razón afirma el documento final del Capítulo de Pentecostés 2003: «Nuestra misión principal está inscrita en el corazón mismo de nuestra forma de vida en fraternidad y nuestra minoridad» (Sdp 38).

La misión/evangelización franciscana exige, por tanto, que entre lo que vivimos y lo que proclamamos haya un "diálogo" permanente. La fecundidad de nuestra evangelización no depende tanto de las técnicas o medios que utilizamos -la evangelización no es una campaña publicitaria-, cuanto del "fuego del Espíritu" que abrasa el corazón de quienes no se contentan «con saber únicamente las palabras e interpretarlas para los demás» (Adm 7,3), sino que, antes de anunciar la palabra, la asimilan, y antes de predicar, intentan vivir lo que van a decir a los demás, restituyendo de este modo al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien (cf. Adm 7,4), todo lo que saben, por mucho que ello sea. Ni vida sin misión, ni misión sin vida.

Podemos, pues, decir que la evangelización franciscana ha de ser iluminada por las Prioridades, y que a la luz de las Prioridades ha de ser evaluada, particularmente a la luz de la contemplación, «eje central de nuestra forma de vida» (LltEC 60), y a la luz de la vida fraterna en comunidad, en la cual y desde la cual vivimos y anunciamos el Evangelio. «Ningún hermano es enviado a título personal» (Juan Pablo II, Mensaje al Capítulo general de San Diego, 5). La calidad evangélica de la vida es un elemento decisivo en la consistencia del anuncio (cf. VFC 55).

En este contexto hemos de reflexionar sobre la necesidad de dejarnos evangelizar para poder evangelizar. Evangelizar es, ante todo, un testimonio -el testimonio de la propia vida- y no una "lección". «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan» (EN 41). En el llamado «breviario del viaje» (cf. Mc 6,7-13), Jesús se muestra mucho más preocupado por lo que se debe ser que por lo que se debe decir. Y cuando el "hacer" es supervalorado, debemos tener la valentía de hacer un alto en el camino para "verificar" (hacer verdad) lo que estamos haciendo y volver a lo que es esencial (cf. Hch 6,2).

«Creí, por eso hablé» (2 Cor 4,13). Todo evangelizador debe vivir esta experiencia de la que Pablo nos habla. No basta con realizar tareas de evangelización, es necesario ser «evangelio viviente». No podemos contentarnos con proponer y predicar a los otros la Palabra, pues esto significaría «ser matados por la letra» (Adm 7,2), sino que hemos de permitir que la Palabra se encarne en nosotros, de tal modo que hagamos nuestro lo que leemos en la primera Carta de Juan: «Lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos... eso que vimos y oímos os lo anunciamos ahora» (1 Jn 1, 1. 3).

Si uno de los objetivos principales de la evangelización es el paso de una fe heredada como creencias a una fe personalizada, entonces el proceso tiene que vivirlo en primer lugar el mismo evangelizador. No es posible ser evangelizador sin encontrarnos personalmente con Aquel que es Buena Noticia -Evangelio- del Padre a la humanidad. Como Pablo, el evangelizador debe ser una persona alcanzada, transformada y motivada por el Evangelio. Hoy ya no se trata sólo de una proclamación del Evangelio, sino sobre todo de una confesión del Evangelio, de un contagio, y esto no es posible sin un encuentro personal del evangelizador con el Señor. El futuro de la evangelización dependerá mucho de la capacidad de testimoniar la Buena Noticia de Dios a la humanidad.

¿Qué significa la afirmación: «El Hermano Menor evangeliza en primer lugar con su vida»? ¿Qué consecuencias tiene este principio para nuestra vida y para la vida de nuestras fraternidades? A la hora de programar las actividades de evangelización, ¿tenemos en cuenta la calidad evangélica de nuestra vida?

Pasar de una fraternidad sólo en misión "ad intra",
a una fraternidad también en misión "ad extra"

84. Por motivos diversos -disminución del número de hermanos, fuerte compromiso pastoral en las Iglesias particulares de origen, desaparición, o casi, de las misiones encomendadas a una determinada Provincia para ser asumidas por la Orden, respeto por las diversas culturas, etc.-, fácilmente podemos reducir la dimensión misionera de la Orden a la evangelización pastoral, justificándonos con decir que «todo territorio es territorio de misión» o que «todos somos misioneros», disolviendo de este modo la misión en la pastoral ordinaria, y no prestando suficiente atención a las vocaciones específicamente misioneras.

Como otros miembros de la Iglesia, también nosotros corremos el riesgo de contribuir a una «Iglesia introvertida», preocupada por la atención pastoral hacia aquellos que frecuentan la Iglesia, cuando en realidad nosotros, fieles a nuestra dimensión misionera ad extra, deberíamos seguir contribuyendo fuertemente a la vitalidad de la Iglesia misionera, seriamente comprometida en el anuncio del Evangelio a todos aquellos que no lo han escuchado todavía.

En este momento hemos de trabajar intensamente para superar la tendencia ego-céntrica de repliegue y de cierre, de gestión de las necesidades inmediatas y urgentes de nuestras Entidades, tendencia que paraliza la apertura y la disponibilidad de personas y recursos a las necesidades de la Orden empeñada en la misión ad gentes.

Visitando las diversas Entidades encuentro muchos hermanos con deseos de "ir a misiones", deseo que muchas veces es "sofocado" por las estructuras de la pastoral ordinaria. La Orden, como la Iglesia misma, no puede renunciar al anuncio explícito del Evangelio allí donde no se ha hecho todavía. Para ello necesita de misioneros, provenientes tanto de las "Entidades viejas" como de las "Entidades jóvenes". Sobre todo éstas últimas, a las cuales muchas veces el Señor bendice con el don de abundantes vocaciones, han de pasar de una mentalidad de ser «sujetos pasivos de misión» a «sujetos activos de misión». Es la hora de las "Iglesias jóvenes", es la hora de las "Entidades jóvenes".

En este contexto, acoger la gracia de los orígenes significa asumir el desafío de ir, de salir, de encontrarse. Las misiones nos siguen llamando. No podemos ser sordos a esta llamada. Por otra parte, no se trata de algo "opcional" para nosotros. Quien va a misiones, lo hace movido por inspiración divina. Ante esa inspiración, el hermano que ha sido agraciado con ella, debe responder con generosidad, y los ministros y custodios «no les pongan estorbo si ven que son aptos» para ser enviados, pues tendrán que dar cuanta al Señor si en esto o en otras cosas procedieren a la ligera (cf. 1 R 16,4).

¿En qué medida apoyamos los proyectos misioneros de la Orden? ¿Cómo discernimos la vocación de las personas que enviamos? ¿Qué motivaciones nos llevan a decir "no" a un hermano que pide "ir a misiones"? ¿Cómo alentamos a los hermanos jóvenes para que asuman el espíritu misionero, y cómo fomentamos su disponibilidad para las misiones franciscanas?

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