DIRECTORIO FRANCISCANO
Temas de estudio y meditación

FRANCISCO, MAESTRO DE ORACIÓN
Comentario a las oraciones de san Francisco

por Leonardo Lehmann, OFMCap

.

Capítulo I
«HECHO TODO ÉL YA NO SÓLO ORANTE,
SINO ORACIÓN (2 Cel 95a)

Introducción a la oración de san Francisco de Asís

En su ya famosa tesis doctoral Tiefe und Weite: der universale Grundzug in den Gebeten des Franziskus von Assisi (Werl 1984), el autor analizó magistralmente la oración y las oraciones de san Francisco. En 1989, L. Lehmann publicó el libro Franziskus - Meister des Gebets. Kommentar zu den Gebeten des heiligen Franz von Assisi (Francisco, Maestro de oración. Comentario de las oraciones de san Francisco de Asís), basado en el anterior estudio, pero sin su aparato crítico, con miras a un público más amplio y, además, como guía práctica para, individualmente o en grupo, «orar con Francisco» las mismas oraciones del Pobrecillo. Ofrecemos a continuación el primer capítulo de la obra, que es una presentación general del tema.

[Der ganze Mensch war nicht nur Beter, sondern selbst Gebet, capítulo primero de la obra: Franziskus - Meister des Gebets, Werl 1989, Dietrich-Coelde-Verlag, 19-33].

I. LOS LUGARES FRANCISCANOS
Y LOS ESCRITOS DE FRANCISCO,
TESTIGOS DE SU ORACIÓN

1. LOS PRIMITIVOS LUGARES FRANCISCANOS

La oración y la meditación ocupan un lugar central en la vida de san Francisco. Son realmente el secreto de su persona, la fuente donde bebe. Esta aserción la suscribirá cualquiera que visite los primitivos lugares franciscanos , tanto San Damián y Le Carceri, en las cercanías de Asís, como los eremitorios de Poggio Bustone, Greccio y Fonte Colombo, adosados como nidos de golondrinas a las pendientes de los montes, en el valle de Rieti. También Le Celle di Cortona, Monte Casale, Narni y el Alverna atestiguan espectacularmente con cuánto gusto se recluía Francisco en lugares aislados para orar y meditar. En la tranquila soledad de las cumbres casi inaccesibles, en la frondosidad de los bosquecillos de robledales y de las selvas impenetrables, hallaba la paz espiritual y, a través del contacto con las criaturas, se unía al Creador. En medio de la naturaleza virgen rozaba la orla del Intangible, de Aquel a quien canta el salmista: «¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto» (Sal 103,1-2).

2. LOS ESCRITOS DE FRANCISCO

A través de sus escritos descubrimos más de cerca todavía cómo rezaba Francisco y qué es lo que rezaba. Todos ellos rezuman «espíritu de oración y devoción» (cf. 2 R 5,2), de total entrega al Señor, de ferviente amor a Dios y a los hombres.

Francisco redactó su Regla bulada entre ayunos y oración. Tras la recepción de las llagas en el monte Alverna, escribió de su propia mano las Alabanzas del Dios altísimo y la Bendición al hermano León, contenidas en el pergamino que le entregó a este último. El Cántico del hermano Sol es fruto de largas meditaciones en el lecho del dolor. Cuando dicta las Cartas o la Regla, en su dictado manan espontáneamente diversas clases de oración: empieza con la señal de la cruz (2CtaF; CtaO) o deseando la bendición (CtaM; CtaL), y casi siempre concluye con una bendición. Las Cartas contienen párrafos que son auténticas oraciones, cantos de alabanza o largas meditaciones (véase, por ejemplo, 2CtaF 54-62; CtaO 27, 38-39 y 50-52). La Regla no bulada, es decir, confirmada sólo oralmente en 1221, contiene una amplia instrucción sobre la oración (1 R 22) que enlaza con un himno de acción de gracias todavía más largo (1 R 23). Esto quiere decir que Francisco no sólo instruye sobre la oración, sino también atrae directamente a sus oyentes y lectores a orar. Y ora con ellos.

Además de las exhortaciones y catequesis sobre la oración diseminadas en diversos lugares de las Reglas y las Cartas, tenemos también otros escritos del Santo que por su forma y contenido son oraciones propiamente dichas. Estos escritos pueden contarse entre los textos más bellos y logrados de Francisco. La palabra de éste consigue una gran belleza y fuerza poética no sólo en su famoso Cántico del hermano Sol, sino también en otras oraciones anteriores.

Una rápida ojeada a las oraciones contenidas en los escritos de Francisco resulta sumamente instructiva: en ellas sobresale la alabanza, la acción de gracias y la adoración. Sólo encontramos dos peticiones en sentido estricto, en la Oración ante el Crucifijo de San Damián, la primera oración desde el punto de vista cronológico que nos ha llegado de Francisco, y en la oración conclusiva de la Carta a toda la Orden (CtaO 50-52); y lo que pide son dones exclusivamente espirituales: fe, esperanza y caridad, sentido y conocimiento para cumplir el mandamiento de Dios (OrSD), gracia para hacer lo que Dios quiere y poder seguir las huellas de Cristo (CtaO 50-52). La mayoría de sus oraciones están muy relacionadas con la liturgia. El Oficio de la Pasión es una especie de pequeño breviario; el Saludo a la bienaventurada Virgen María es una ampliación meditativa del Ave María; el capítulo 23 de la Regla no bulada es una especie de prefacio o plegaria eucarística franciscana. Algunas oraciones -como el Oficio de la Pasión, las Alabanzas que se han de decir a todas las horas, el Saludo a la, bienaventurada Virgen María, la Paráfrasis del Padre nuestro- se enmarcan dentro del Oficio divino, o Liturgia de las horas, de la Iglesia.

II. FRANCISCO, ORANTE

Tomás de Celano nos ofrece un relato que resume la actitud de Francisco ante la oración: «Francisco había aprendido a no buscar sus intereses, sino a cuidarse de lo que miraba a la salvación de los demás; pero, más que nada, deseaba morir y estar con Cristo... Permanecía insensible a todo estrépito del exterior y ponía toda su alma en tener recogidos los sentidos exteriores y en dominar los movimientos del ánimo, para darse sólo a Dios; había hecho su nido en las hendiduras de las rocas, y su morada en las grietas de las peñas escarpadas... Todo anonadado, permanecía largo tiempo en las llagas del Salvador. Por eso escogía frecuentemente lugares solitarios, para dirigir su alma totalmente a Dios... Su puerto segurísimo ora la oración; pero no una oración fugaz, ni vacía, ni presuntuosa, sino una oración prolongada, colmada de devoción y tranquilidad en la humildad. Podía comenzarla al anochecer y con dificultad la habría terminado a la mañana; fuese de camino o estuviese quieto, comiendo o bebiendo, siempre estaba entregado a la oración. Acostumbraba salir de noche a solas para orar en iglesias abandonadas y aisladas...» (1 Cel 71).

1. INCLINACIÓN DE FRANCISCO A LA VIDA EREMÍTICA

Lo primero que llama la atención es cómo Francisco busca deliberadamente el retiro, tanto exterior como interior, para dedicarse de lleno a la oración.

a) Retiro exterior: en bosques, hendiduras de las rocas, grietas de las peñas escarpadas, capillas solitarias

«Buscaba siempre lugares escondidos, donde no sólo en el espíritu, sino en cada uno de los miembros, pudiera adherirse por entero a Dios» (2 Cel 94d).

Refiriéndose al tiempo en que Francisco había desistido de su proyectada participación en la Cruzada de la Apulia y regresado a Asís, la Leyenda de los tres compañeros relata que «apartándose poco a poco del bullicio del siglo... se retiraba frecuentemente y casi a diario a orar en secreto. A ello le instaba, en cierta manera, aquella dulzura que había pregustado; visitábalo con frecuencia, y, estando en plazas u otros lugares, lo arrastraba a la oración» (TC 8a).

Probablemente Francisco conocía a los anacoretas procedentes de Siria y que hacían vida de ermitaño en el monte Subasio y en el monte Luco cerca de Espoleto. El elemento eremítico tuvo bastante fuerza en los primeros tiempos de la Orden, a lo largo de cuya historia reaparece una y otra vez. Francisco escribió incluso una Regla para los eremitorios. Pero, según su deseo, no debían ser eremitorios en sentido estricto, sino lugares donde convivieran «tres o, a lo más, cuatro» hermanos. Además, no debían comportarse mutuamente como señores y siervos, o como maestros y discípulos; al contrario, debían servirse unos a otros y rotativamente como «madres» e «hijos». A las «madres» les correspondía ocuparse de las necesidades materiales, mientras los «hijos» se dedicaban a la contemplación. Cada uno debía tener, en un lugar vallado, una celda donde rezar y dormir. Debían rezar en común el Oficio de las horas.[1]

En la Regla no bulada quedan rasgos de esta primera inclinación de Francisco a dedicarse a la vida eremítica. Durante la época en que restauró la capilla de San Damián, llevaba una especie de hábito de ermitaño. Pero tras escuchar durante una misa el evangelio de la misión de los discípulos (Lc 10) o de los apóstoles (Lc 9), se desprendió de aquel hábito de ermitaño. Comprendió que también tenía que dedicarse a la vida apostólica. Cuando se dirigió en peregrinación a Roma para que el Papa le confirmara su proyecto de Regla, el cardenal Juan de San Pablo le aconsejó «que se orientara hacia la vida monástica o eremítica. Pero san Francisco rehusaba humildemente, como mejor podía, tal propuesta; no por desprecio de lo que le sugería, sino porque, guiado por aspiraciones más altas, buscaba piadosamente otro género de vida» (1 Cel 33a).

A plena conciencia se decide por el apostolado y, a la vez, por la contemplación y por la vida de fraternidad, en lugar de optar por una vida en permanente soledad. Por eso precisamente concibió esa forma de vida, a temporadas, en los eremitorios, para grupos de tres o cuatro hermanos. Por cierto, tal forma de vida vuelve a resultar atractiva en la actualidad y se practica con más o menos variaciones en diversos sitios, especialmente en Francia (Le Cassine) e Italia, así como también en el convento de los capuchinos de Arth, en Suiza.

b) Retiro interior: el «templo del corazón»

El recogimiento, el silencio y la sencillez caracterizaban la oración de san Francisco. El retiro exterior se orientaba a permanecer interiormente solo ante Dios, a callar, escuchar y rezar a Dios en la soledad interior. La «celda» exterior está al servicio del «templo del corazón»: «Cuando, estando en público, se sentía de pronto afectado por visitas del Señor, para no estar ni entonces fuera de la celda hacía de su manto una celdilla... para no poner de manifiesto el maná escondido. Siempre encontraba la manera de ocultarse a la mirada de los presentes... hasta el punto de orar entre muchos sin que lo advirtieran en la estrechez de la nave. En fin, cuando no podía hacer nada de esto, hacía de su corazón un templo» (2 Cel 94d). «Se afanaba por ocultar a Jesucristo en su interior, y, queriendo ocultar a los ojos de los burlones aquella margarita que deseaba comprar a cambio de vender todas las cosas, se retiraba frecuentemente y casi a diario a orar en secreto» (TC 8a).

La «celda» no está vinculada en absoluto con un lugar concreto; más que un lugar y un espacio, es una manera de vivir. Así se desprende de una instrucción de Francisco que nos ha sido transmitida por la Leyenda de Perusa: «Aunque vayáis de camino, vuestro comportamiento debe ser tan digno como cuando estáis en el eremitorio o en la celda. Pues dondequiera que estemos o a dondequiera que vayamos, llevamos nuestra celda con nosotros; nuestra celda, en efecto, es el hermano cuerpo, y nuestra alma es el ermitaño, que habita en ella para orar a Dios y para meditar. Si nuestra alma no goza de la quietud y la soledad en su celda, de poco le sirve al religioso habitar en una celda fabricada por mano de hombre» (LP 108h).

2. ORAR CON CUERPO Y ALMA

En segundo lugar, de las descripciones transmitidas por las biografías primitivas se deduce que Francisco oraba también con el cuerpo. Su oración estaba con frecuencia acompañada de gestos y sostenida con ayunos.

a) Oración afectiva

Por una parte, Francisco podía dominar sus sentidos exteriores y contener sus emociones (cf. 1 Cel 71). Pero, cuando estaba solo, daba rienda suelta a los sentimientos de su corazón y a las efusiones de su espíritu: «Cuando oraba en selvas y soledades, llenaba de gemidos los bosques, bañaba el suelo con lágrimas, se golpeaba el pecho con la mano, y allí -como quien ha encontrado un santuario más recóndito- hablaba muchas veces con su Señor. Allí respondía al Juez, oraba al Padre, conversaba con el Amigo, se deleitaba con el Esposo. Y, en efecto, para convertir en formas múltiples de holocausto las intimidades todas más ricas de su corazón, reducía a suma simplicidad lo que a los ojos se presentaba múltiple. Rumiaba muchas veces en su interior sin mover los labios... Así, hecho todo él no ya sólo orante, sino oración...» (2 Cel 95a).

Esta última frase de Celano es su más profundo testimonio sobre Francisco. La oración de éste repercute en su propio ser, hasta el punto de convertirlo en lo que hace. Su permanente disponibilidad y actitud hacia la oración lo transforma en oración: así quedará patente, de manera especialísima, en la estigmatización recibida en el monte Alverna.

b) «Contemplar de alguna manera con mis ojos»

La «corporalidad» de la oración en el caso de Francisco se conecta con su capacidad para escenificar su propia vida y representar plásticamente el Evangelio: intercambio de ropas con un mendigo en Roma, escena de su desnudamiento ante el obispo de Asís, representación del nacimiento de Jesús. La sensibilidad de su devoción se manifiesta, sobre todo, en la conocida escenificación del nacimiento de Cristo, llevada a cabo en Greccio durante las Navidades de 1223. «La humildad de la encarnación» de Jesús (1 Cel 84a) conmueve tanto a Francisco, que quiere revivir el acontecimiento de Belén. Y así como la humildad de Dios impactó en el centro de la sensibilidad religiosa del Pobrecillo, así también la representación del nacimiento de Jesús realizada por Francisco impactó en el corazón de la gente y despertó en muchos el amor a Jesús (cf. 1 Cel 86b). Francisco justifica su gran escenificación navideña con las siguientes palabras: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno» (1 Cel 84b).

Junto a la vista, también los demás sentidos están pendientes del acontecimiento de Belén: «Predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice "el Niño de Bethleem", y, pronunciando "Bethleem" como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aun, de tierna afección. Cuando le llamaba "niño de Bethleem" o "Jesús", se pasaba la lengua por los labios como si gustara o saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras» (1 Cel 86a). El hombre entero estaba poseído y totalmente prendido por el amor de Jesús: «¡Qué intimidades las suyas con Jesús! Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros» (1 Cel 115b).

c) « Postrados en tierra»

Todo ora en Francisco: el corazón, el espíritu, el cuerpo y todos los sentidos. Cuando ve una iglesia o una cruz, se postra en tierra y ora: «Te adoramos, ¡oh Cristo!, en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo». Enseña esta oración a sus discípulos (cf. 1 Cel 45a; TC 37; Test 5). En su Carta a toda la Ordenruega a los hermanos qua adoren al Hijo de Dios «con temor y reverencia postrados en tierra» (CtaO 4).

El respeto profundo se expresa con la postración, la «humildad», la proximidad a la tierra ( humus en latín). También en el caso de Clara se menciona la postración, ese tenderse en el suelo, rostro a tierra y con los brazos extendidos en forma de cruz: «Muchísimas veces, postrada rostro en tierra en oración, riega el suelo con lágrimas y lo acaricia con besos: diríase que tenía siempre a Jesús entre las manos, llorando a sus pies, besándoselos» (LCl 19; cf. Proceso 9,2). La postración es un gesto conocido desde los tiempos bíblicos y, al igual que el darse golpes de pecho, expresa sobre todo la caducidad natural, la indignidad y la culpa del ser humano.

d) Ayuno

De la corporalidad de la oración forma también parte el ayuno, respecto al cual Francisco se inspira sencillamente en el Evangelio y en el ejemplo de Jesús, que ayunó durante cuarenta días en el desierto. Como se deduce de una instrucción a sus hermanos (2 Cel 95), Francisco piensa que Jesús se retiró voluntariamente al desierto como a una cárcel («in carcere»). Esto podría explicar también el nombre de «Le Carceri» dado al eremitorio de las cercanías de Asís. En cualquier caso, Francisco imitó el ayuno de Jesús. «Impulsado por su singular devoción a Cristo, desde la fiesta de la Epifanía se apartaba a lugares solitarios durante cuarenta días continuos, en recuerdo del tiempo que Cristo estuvo retirado en el desierto, y, encerrado en una celda, observaba la mayor estrechez que le permitían sus fuerzas en el comer y el beber, entregándose sin interrupción al ayuno, a la oración y a las alabanzas divinas» (LM 9,2a).

También en las Reglas se relaciona el ayuno y la oración: «El oficio divino y el ayuno» (1 R 3; 2 R 3). Francisco sigue con ello la palabra evangélica: «Dice el Señor: Esta ralea de demonios no puede salir más que a fuerza de ayuno y oración(cf. Mc 8,28)» (1 R 3,l).

Comparado con los movimientos de pobreza contemporáneos, llama ciertamente la atención cómo Francisco mantiene y preserva la libertad evangélica: «Y, según el Evangelio (cf. Lc 10,8), puedan comer de cuantos manjares les ofrezcan» (1 R 3,13; 2 R 3,14). Cuando se está de camino, no debe imponerse prescripción ni límite alguno a la bondad de Dios, expresada en la hospitalidad de las personas.

III. DESCRIPCIÓN APROXIMATIVA
DE LA ORACIÓN FRANCISCANA

1. «TENER LA PALABRA DE DIOS EN EL CORAZÓN
Y EL CORAZÓN VUELTO A DIOS»

a) Catequesis de san Francisco sobre la oración

En una larga catequesis sobre la oración, llena de citas evangélicas, Francisco exhorta a los hermanos a permanecer con el corazón vuelto a Diosy a convertirlo en morada de Dios y de su Palabra. El corazón es el centro del ser humano, el núcleo donde la persona toma sus decisiones. En el corazón reside o bien el diablo, o bien Dios y su Palabra. Mientras permanecen en vida, los seres humanos corren el riesgo de que «venga el diablo y robe lo que ha sido sembrado en sus corazones y quite de sus corazones la palabra, no sea que creyendo se salven» (1 R 22,13). Por eso exhorta Francisco: «Y guardémonos mucho de la malicia y astucia de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón vueltos a Dios» (1 R 22,19). De ahí que toda la preocupación de los hermanos deba consistir en «servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con limpio corazón y mente pura» (cf. 1 R 22,26).

Así pues, la oración es mucho más que una mera especulación teórica sobre Dios, y mucho más que una palabrería huera (cf. Mt 6,7). La oración es permanencia amorosa en la presencia de Dios, una incesante unión con Él. Y esta actitud contemplativa hay que mantenerla también en el trabajo «de forma tal, que, evitando el ocio, que es enemigo del alma, no apaguen (los hermanos) el espíritu de la santa oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales» (2 R 5,2). Este lema vige igualmente para los teólogos y predicadores, como encarecidamente recomienda Francisco en su breve Carta a san Antonio.[2]

b) Largos cánticos de alabanza

La larga e incesante oración del corazón impulsa a Francisco a prorrumpir en cánticos hímnicos y exclamaciones extáticas;[3] le lleva a acumular exclamaciones redundantes como: «Nosotros todos, dondequiera, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, todos los días y continuamente, creamos verdadera y humildemente y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobreexaltemos, engrandezcamos y demos gracias al altísimo y sumo...» (1 R 23,11).

c) Repetición de breves oraciones

Otras veces, en lugar de expresarse en largas alabanzas, la oración del corazón manifiesta su afectividad repitiendo cortos versículos, jaculatorias, exclamaciones y suspiros.

Según atestiguan las Consideraciones sobre las llagas, el hermano León oyó una noche en el monte Alverna cómo Francisco oraba diciendo repetidas veces: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?» (Ll 3). Según la fuente primitiva de las Florecillas, el hermano Bernardo, antes de convertirse en el primer compañero de Francisco, observó cómo pasaba éste la noche en oración, repitiendo la jaculatoria: «Deus meus et omnia», «Dios mío y todas las cosas» (cf. Flor 2). Celano nos relata que, en cierta ocasión, Francisco estuvo orando largo tiempo repitiendo: «¡Oh Dios, sé propicio a mí, pecador!» (1 Cel 26). Esta jaculatoria indica cómo Francisco toma una palabra evangélica (Lc 18,13) y, repitiéndola, la hace suya y la saborea.

De modo parecido procede Francisco con versículos sálmicos que conoce de memoria. Cuando envía a los hermanos a anunciar la paz y la penitencia, y siempre que manda a algún hermano a cumplir una obediencia, los despide con el versículo: «Pon tu confianza en el Señor, que Él te sostendrá (Sal 54,23)» (1 Cel 29). La frase es una fórmula abreviada de la vida franciscana; tenía por objeto consolidar en los hermanos, durante su peregrinación, la confianza en la providencia de Dios.

d) El nombre de «Jesús», síntesis de la oración

Francisco experimenta la máxima simplificación y compendio de la oración del corazón degustando meditativamente el nombre de «Jesús» (cf. 1 Cel 82.86.115). Con la simple repetición de la palabra «Jesús», era capaz de meditar toda la vida y en particular toda la historia de la Pasión del Señor.

2. «CONTEMPLAR CON LOS OJOS DEL ESPÍRITU»

La mirada contemplativa de la imagen de Cristo conseguida a partir de los salmos, el evangelio y la liturgia, se consuma en la contemplación de las especies del pan y del vino en el sacramento del cuerpo de Cristo. Francisco está particularmente entusiasmado con esta humilde presencia de Dios. Por eso no se cansa de exhortar una y otra vez y de todas las maneras posibles a venerar y reverenciar el sacramento de la Eucaristía. Ante la sencillez del pan y del vino en los que se oculta después de la consagración el Señor del universo, hace falta una mirada nueva. Los ojos corporales ven pan y vino, los ojos del espíritu ven el cuerpo y la sangre de Cristo.[4]

Así como el «conservar la palabra de Dios en el corazón y tener la mente y el corazón vueltos a Dios» (1 R 22) constituye la médula de la catequesis de Francisco sobre la oración, así también su catequesis sobre la Eucaristía la encontramos contenida en la siguiente frase: «Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero» (Adm 1,19-21). Obsérvese la progresión desde «ver» a « contemplar». Justamente se trata de esta contemplación con los ojos del espíritu, de la contemplación con los ojos del «espíritu del Señor, que habita en sus fieles» (Adm 1,12). La morada de Dios en un corazón limpio (cf. 1 R 22,26-27; 2CtaF 48) conduce al hombre a la unión con Dios: «Dichosos los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Son verdaderamente de corazón limpio los que desprecian lo terreno, buscan lo celestial y nunca dejan de adorar y contemplar al Señor Dios vivo y verdadero con corazón y ánimo limpios» (Adm 16).

Francisco tuvo frecuentemente la suerte de gozar de esta contemplación, según atestiguan los biógrafos. Su oración se convirtió en contemplación silenciosa; por «la continua oración y frecuente contemplación» consiguió «de modo inefable la divina familiaridad...» (1 Cel 91c).

3. «NO TENER PLACER Y ALEGRÍA
SINO EN LAS SANTÍSIMAS PALABRAS DEL SEÑOR» (Adm 20)

Las numerosas citas bíblicas contenidas en los escritos de Francisco demuestran que éste poseía un asombroso conocimiento de la Sagrada Escritura, gracias a la lectura personal y a la liturgia. La Biblia constituía para él una inagotable fuente de oración. «Leía a las veces en los libros sagrados, y lo que confiaba una vez al alma le quedaba grabado de manera indeleble en el corazón. La memoria suplía a los libros; que no en vano lo que una vez captaba el oído, el amor lo rumiaba con devoción incesante. Decía que le resultaba fructuoso este método de aprender y de leer y no el de divagar entre un millar de tratados» (2 Cel 102).

Francisco medita sobre todo con los Salmos. Con ellos había aprendido a leer en la escuela. Por eso los sabe casi todos de memoria. Esto explica que fuera capaz de componer un oficio propio: siguiendo el año litúrgico, escoge los correspondientes versículos sálmicos, a los que añade otras citas bíblicas y agrega muy pocas palabras suyas. Este mosaico de textos, el llamado Oficio de la Pasión del Señor, contempla todo el camino de Jesús, desde su nacimiento (salmo navideño, OfP 15), hasta la ascensión (salmo pascual, OfP 9). Lo que más extensamente contempla es la Pasión de Cristo, en siete salmos en los que, con el estribillo: «Tú eres mi Padre santísimo, Rey mío y Dios mío» (OfP 2,11; 4,9; 5,15; 6,12), subraya ante todo la entrega obediente y confiada de Jesús en manos del Padre. La meditación de los salmos desemboca a menudo en una llamada al seguimiento: «Tomad vuestros cuerpos y cargad con su santa cruz y seguid hasta el fin sus santísimos preceptos» (OfP 7,8; 15,13). La oración alcanza su perfección en la acción.[5]

4. «EL LIBRO DE LA CRUZ DE CRISTO»

Aun cuando apreciaba enormemente «las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre», porque «son espíritu y vida» (2CtaF 3), Francisco podía pasar también sin la lectura directa de la Biblia. Era tal su conocimiento de algunos pasajes, que podía representarse los distintos acontecimientos del camino de Jesús y abismarse en los secretos de nuestra salvación. El ya mencionado Oficio demuestra que Francisco meditaba sobre todo la Pasión de Cristo. El Crucifijo de San Damián, tan expresivo, le había hablado. Ante él descubrió cuál era su misión. A partir de aquel momento es un hombre marcado con la cruz y que en el monte Alverna se convertirá en imagen del Crucificado. La cruz le acompaña por doquier. Su amor al Salvador le permite orar: «Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo» (Test 5). La importancia y significado de esta oración fundamental apoya la credibilidad de esa especie de meditación gráfica de la que habla san Buenaventura refiriéndose a los primeros tiempos de la Orden, cuando los hermanos vivían en Rivotorto: «Se entregaban allí de continuo a las preces divinas, siendo su oración devota más bien mental que vocal, debido a que todavía no tenían libros litúrgicos para cantar las horas canónicas. Pero en su lugar repasaban día y noche con mirada continua el libro de la cruz de Cristo, instruidos con el ejemplo y la palabra de su Padre, que sin cesar les hablaba de la cruz de Cristo». (LM 4,3b).

La concentración en la cruz de Cristo es todavía más fuerte en el caso de Clara: «Y al final del mismo espejo, contempla la inefable caridad, por la que quiso padecer en el árbol de la cruz y morir en el mismo del género de muerte más ignominioso de todos» (4CtaCl 23). «Oh carísima [Ermentrudis], mira al cielo que nos invita, y toma la cruz y sigue a Cristo, que nos precede; porque, tras diversas y numerosas tribulaciones, por él entraremos en su gloria. Ama con todas tus entrañas a Dios y a Jesús, su Hijo, crucificado por nosotros pecadores, y que su memoria no se aparte nunca de tu mente; procura meditar continuamente los misterios de la cruz y los dolores de la madre que está de pie junto a la cruz» (5CtaCl 9-12). Además de rezar el Oficio de la Pasión compuesto por Francisco, Clara «meditaba muy a menudo la oración de las cinco llagas del Señor» (LCl 30c).[6]

La predilección de Francisco y de Clara por la contemplación de la Pasión de Cristo será determinante en el futuro de la Orden: se erigen y recorren Viacrucis, se fundan hermandades de las cinco llagas, el rosario doloroso consuela en el dolor y la muerte... San Conrado de Parzham (†1894) resumió esta forma de meditación en una breve fórmula: «La cruz es mi libro». Una mirada a la cruz le enseñaba en cualquier momento qué era lo que tenía que hacer.

5. «SERVIRSE DE LAS COSAS QUE HAY EN EL MUNDO»

Francisco no desprecia el mundo. Desde siempre, su oración está vinculada con la naturaleza, tanto si medita en las cuevas y cavernas como cuando alaba al Creador ante la belleza de las flores y los campos (cf. 1 Cel 80-81). Escribe Tomás de Celano refiriéndose a la incertidumbre de Francisco entre dedicarse al mundo o apartarse del mundo: «Este feliz viador, que anhelaba salir de este mundo, como lugar de destierro y peregrinación, se servía, y no poco por cierto, de las cosas que hay en él. En cuanto a los príncipes de las tinieblas, se valía, en efecto, del mundo como de campo de batalla; y en cuanto a Dios, como de espejo lucidísimo de su bondad. En una obra cualquiera canta al Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la razón y la causa que les da vida. En las hermosas reconoce al Hermosísimo; cuanto hay de bueno le grita: "El que nos ha hecho es el mejor". Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al Amado, hace con todas una escala por la que sube hasta el trono. Abraza todas las cosas con indecible devoción y les habla del Señor y las exhorta a alabarlo» (2 Cel 165a-b).

Lo que aquí refiere Celano podemos encontrarlo directamente en los escritos de Francisco. En el eremitorio de Cesi de Terni manda dibujar diversas criaturas sobre una tabla de madera y escribe unos versículos en forma de salmo. En esta Exhortación a la alabanza de Dios invita a todos los lectores y a todas las criaturas a alabar al Creador. Esta invitación a todo el cosmos a alabar al Creador hallará su máxima expresión poética en el Cántico del hermano Sol, que Francisco compuso hacia el final de sus días. Como lo estudiaremos en un capítulo especial, recordamos aquí simplemente que para Francisco también la naturaleza es objeto de meditación. En la creación percibe la caligrafía de Dios. Por eso invita a todo el mundo a alabar con él a Dios (ExhAlD; AlHor; 1 R 23, etc.). La solidaridad cósmica tiene, para él, no sólo una relación global con Dios, sino también y ante todo una relación concreta con Cristo. Reconoce con Pablo la importancia cósmica del triunfo redentor de Cristo (cf. Col 1,13-20), y por eso añade varias veces en su Oficio de la Pasión el versículo: «Alégrense los cielos y goce la tierra, conmuévase el mar y cuanto lo llena; se alegrarán los campos y cuanto hay en ellos (Sal 95,11-12)» (OfP 7,4; 9,7; 15,9).

Francisco descubrió la unidad del universo. Pues desde que Dios se encarnó en Jesús y sigue presente entre nosotros en la Eucaristía, el cielo y la tierra han sido reconciliados. Por eso ruega Francisco a los hermanos de todos los tiempos, en conformidad con Col 1,20, que «tributéis toda reverencia y todo el honor, en fin, cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente» (CtaO 12-13). Todos los seres tienen impresa la huella de Dios. Por eso mismo, todos los seres pueden conducirnos a Dios. Ciertamente Dios no está atado al mundo, pero tampoco está desligado del mundo. Por eso lo podemos buscar y encontrar en todas las cosas, como subrayará también san Ignacio de Loyola (†1556).

Después de haber dado una mirada general a los elementos que caracterizan la oración de Francisco, podemos proceder al análisis y a la meditación de cada una de las oraciones que la tradición nos ha transmitido y que la crítica reconoce como auténticas de Francisco de Asís.

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N O T A S

[1] O. Van Asseldonk, La Regla para los eremitorios, en Selecciones de Franciscanismo n. 72 (1995) 375-386; A. Raymundo, La Regla para los eremitorios de san Francisco de Asís en la vida franciscana hoy, en Selecciones de Franciscanismo n. 74 (1996) 257-296.

[2] Cf. V. Redondo, San Antonio y la teología franciscana, en Selecciones de Franciscanismo n. 72 (1995) 387-426.

[3] Cf. AlHor 11; AlD; 1 R 17,17-18; 2CtaF 61-62.

[4] Cf. S. López, La Eucaristía en la experiencia cristiana de Francisco y de Clara, en Selecciones de Franciscanismo n. 72 (1995) 347-374.

[5] Cf L. Lehmann, El centro de la vida franciscana: unión y misión, en Selecciones de Franciscanismo n. 75 (1996) 331-350.

[6] Cf. O. Schmucki, La oración contemplativa en los escritos y en la biografía oficial de santa Clara de Asís, en Selecciones de Franciscanismo n. 75 (1996) 351-366.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XIX, núm. 56 (1990) 163-175]

[En L. Lehmann, Francisco, maestro de oración, pp. 19-34]

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