DIRECTORIO FRANCISCANO
Temas de estudio y meditación

VOCACIÓN FRANCISCANA

por Lázaro Iriarte, o.f.m.cap.


Capítulo 5:
MARÍA, «LA VIRGEN HECHA IGLESIA»[1]

En la época de Francisco de Asís el culto y la devoción a la Madre de Dios había alcanzado una grande expansión y había hallado una noble manifestación en la poesía religiosa de los trovadores, de la cual hará suyas el santo algunas expresiones de loor a santa María.[2] Efectivamente, después de su conversión «entonaba loores al Señor y a la gloriosa Virgen su Madre» (1 Cel 24). El motivo por el cual escogió para restaurar, en tercer lugar, la iglesia de la Porciúncula fue, como dice el biógrafo, «por la grande devoción que profesaba a la Madre de toda bondad» (1 Cel 21). Más tarde se sentirá feliz de poder fijar junto a Santa María de los Ángeles el centro de encuentro de su fraternidad. Y fue aquí, «en la iglesia de la Virgen Madre de Dios -observa san Buenaventura- donde él suplicaba insistentemente, con gemidos continuados, a aquella que concibió al Verbo lleno de gracia y de verdad, que se dignara ser su abogada. Y la Madre de la misericordia obtuvo con sus méritos que él mismo concibiera y diera a luz el espíritu de la verdad evangélica».[3]

Allí, ante el altar de la misma iglesita, bajo la mirada de la imagen de María, la joven Clara, aquella noche de la fuga de la casa paterna, prometió obediencia a Francisco y se comprometió en el seguimiento del Señor crucificado.

Trataremos de trazar, a base de los escritos personales de Francisco y de Clara y de otros datos históricos, las líneas fundamentales de la que podemos llamar la espiritualidad mariana franciscana.

ELEGIDA Y CONSAGRADA POR LA TRINIDAD

Francisco considera a la Virgen como el instrumento privilegiado del don central de la Encarnación. La contempla formando parte del designio salvífico de la Trinidad:

«Te damos gracias porque, así como nos creaste por medio de tu Hijo, así también, por el santo amor tuyo con que nos amaste, hiciste nacer a ese mismo verdadero Dios y verdadero hombre de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María y, mediante la cruz, la sangre y la muerte de él, quisiste rescatarnos de nuestra cautividad» (1 R 23,3).

De la meditación del evangelio de la Anunciación toma Francisco los conceptos que después él asimila y expresa en formas diversas. Así cuando habla a los cristianos de ese mismo gran don del Padre, su Palabra, Jesucristo:

«Esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, la anunció el altísimo Padre desde el cielo por medio de su arcángel san Gabriel a la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad. Siendo rico, quiso por encima de todo elegir la pobreza en este mundo, juntamente con la beatísima Virgen María, su Madre» (2CtaF 4-5).

En los salmos natalicios del Oficio de la Pasión canta a este don del Hijo que el Padre nos ha mandado, haciéndolo «nacer de la bienaventurada Virgen María» (OfP 15,3). Y es precisamente esta excelsa maternidad el título por el cual María debe ser honrada: «Escuchad, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es tan honrada, y muy justamente, porque le llevó en su santísimo seno...» (CtaO 21).

En cierto sentido Francisco halla el origen de la hermandad de la familia de Dios en la misma maternidad de María:

«Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas (cf. SalVM y OfP ant), le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana. Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, a los hijos que estaba a punto de abandonar. ¡Ea, Abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre (Gal 4,2)».[4]

De esas alabanzas o loores -laudas trovadorescas- han sido conservadas dos de profundo contenido teológico: el Saludo a la Virgen María y la Antífona que Francisco recitaba al final de cada hora del Oficio de la Pasión. En ambas cabe destacar la relación singular de María con las tres personas de la santísima Trinidad, tipo y modelo de la relación que Dios quiere establecer con cada uno de los creyentes:

«¡Salve, Señora, Reina santa, Madre santa de Dios, María! Eres Virgen hecha Iglesia, elegida por el santísimo Padre del cielo, consagrada por él con su santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo Paráclito. En ti existió y existe la plenitud de toda gracia y todo el bien. ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo suyo! ¡Salve, casa suya! ¡Salve, vestidura suya! ¡Salve, esclava suya! ¡Salve, madre suya! ¡Salve, también vosotras, santas virtudes todas, que, por gracia e iluminación del Espíritu Santo, sois infundidas en los corazones de los fieles, para hacerlos, de infieles, fieles a Dios!» (SalVM).

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros con san Miguel arcángel y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos ante tu santísimo amado Hijo, Señor y Maestro» (OfP Ant).

La santa Virgen, en efecto, es proclamada: elegida por el santísimo Padre del cielo y por él, con su santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo, consagrada. Conceptos que derivan de la contemplación del diálogo de Gabriel con María (cf. Lc 1,26-38).

De la misma contemplación evangélica ha extraído el sentido, tan fecundo para él, de las expresiones del otro texto, si bien no han sido inventadas por él: Hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial; Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo; Esposa del Espíritu Santo.

Parece que Francisco haya sido el primero, entre los escritores, en dar a la Virgen María el título de Esposa del Espíritu Santo, hoy normal en la teología mariana. No sólo en María, sino aun en la unión mística de cada cristiano con Dios, la relación nupcial se realiza, según un concepto repetidamente expresado por él, por obra del Espíritu Santo. Es interesante, a este respecto, el paralelismo con la Forma de vida dada a Clara y a las hermanas pobres: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey el Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo» (FVCl 1). La elección divina de una mujer consagrada es vista por Francisco según el tipo ideal de la Virgen María. Más aún, parece directamente inspirada en la misma Forma de vida la hermosa carta de Gregorio IX de 1228, ya citada, a Clara y a las hermanas, que comienza: «Dios Padre, al cual os habéis ofrecido como esclavas, os ha adoptado en su misericordia como hijas, y os ha desposado, por obra y gracia del Espíritu Santo, con su Hijo unigénito Jesucristo...».[5]

ASOCIADA AL MISTERIO DE LA POBREZA DEL HIJO

Son muy numerosos los textos en que presenta Francisco a la Virgen pobrecita compartiendo con Jesús la condición de los pobres, en conformidad con la opción hecha por el Hijo de Dios desde la Encarnación:

«Siendo rico (2Cor 8, 9), quiso él por encima de todo elegir la pobreza en este mundo, juntamente con la beatísima Virgen María, su Madre» (2CtaF 5; cf. OfP 15,7).

«Recuerden los hermanos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo y omnipotente..., fue pobre y huésped, y vivió de limosna, tanto él como la bienaventurada Virgen y sus discípulos».[6]

Esta motivación la repetía para animar a los hermanos que se avergonzaban de ir pidiendo limosna:

«Carísimos hermanos, no os avergoncéis de salir por la limosna, pues el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo. A ejemplo suyo y de su Madre santísima hemos escogido el camino de una pobreza verdadera» (LP 51).

Como hemos visto, era sobre todo el misterio del Nacimiento el que más le hablaba de la situación en que se halló la Virgen por falta de lo necesario:

«No recordaba sin lágrimas la penuria en que se vio aquel día [el de Navidad] la Virgen pobrecita. Sucedió que una vez, al sentarse para comer, un hermano hizo mención de la pobreza de la bienaventurada Virgen y de Cristo su hijo. Se levantó al momento de la mesa, estalló en sollozos y, bañado en lágrimas, terminó de comer el pan sobre la desnuda tierra. De ahí que llamase a la pobreza virtud regia, porque brilló con tanto esplendor en el Rey y en la Reina» (2 Cel 200).

Enseñaba a saber descubrir en cada necesitado, no sólo al Cristo pobre, sino también a su Madre pobre:

«En cada pobre reconocía al Hijo de la Señora pobre y llevaba desnudo en el corazón a aquel que ella había llevado desnudo en sus brazos» (2 Cel 83).

«Hermano, cuando ves a un pobre -decía-, se te pone delante el espejo del Señor y de su Madre pobre» (2 Cel 85).

De modo especial menciona la pobreza de María al proponer el compromiso de la pobreza evangélica a Clara y las hermanas, y así escribe en el testamento dictado para ellas:

«Yo, el hermano Francisco, el pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin. Y os ruego a vosotras, señoras mías, y os recomiendo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza» (UltVol 1-2).

Por su parte, santa Clara se identificó de lleno con esa manera de ver la pobreza evangélica, como aparece en su Regla y en su Testamento. El cardenal protector, Rinaldo, escribió en la aprobación de la Regla: «Siguiendo las huellas de Cristo y de su santísima Madre, habéis elegido vivir... en pobreza suma». En el texto de la Regla se hace mención expresa cuatro veces de la pobreza de Cristo y de su santísima Madre, aun en aquellos lugares en que san Francisco, en su Regla, habla sólo de la de Cristo:

«Y, por amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísimos pañales y reclinado en un pesebre (cf. Lc 2,7.12) y de su santísima Madre, amonesto, ruego y exhorto que se vistan siempre de vestidos viles» (RCl 2,25).

«Y, a fin de que jamás nos separásemos de la santísima pobreza que habíamos abrazado, ni tampoco las que habían de venir después de nosotras, poco antes de su muerte el bienaventurado Francisco nos escribió de nuevo su última voluntad, con estas palabras: "Yo, el hermano Francisco, el pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza del altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin"» (RCl 6,6-7).

«Ésta es la celsitud de la altísima pobreza... Sea ésta vuestra porción... Adheríos a ella totalmente, amadísimas hermanas, y, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, ninguna otra cosa queráis tener jamás bajo el cielo» (RCl 8,4-6).

«... a fin de que, sumisas y sujetas siempre a los pies de la misma santa Iglesia, firmes en la fe católica (cf. Col 1, 23), observemos perpetuamente la pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y el santo Evangelio que firmemente hemos prometido» (RCl 12,13).

En su Testamento, santa Clara indica como compromiso fundamental «la pobreza y la humildad de Cristo y de la gloriosa Virgen María su Madre» (TestCl 46-47). Y también ella, en su primera carta a santa Inés de Praga, contempla la misión maternal de María marcada con la pobreza en el punto mismo de la Encarnación:

«Si, pues, tal y tan gran señor, descendiendo al seno de la Virgen, quiso aparecer en el mundo hecho despreciable, indigente y pobre, a fin de que los hombres... llegaran a ser ricos..., regocijaos y alegraos grandemente... una vez que habéis preferido el desprecio del mundo a los honores, la pobreza a las riquezas..., y os habéis hecho merecedora de ser llamada hermana, esposa y madre del Hijo del Padre altísimo y de la gloriosa Virgen» (1CtaCl 19-24).

Así escribe en la primera carta a Inés de Praga; y en la tercera, siempre en el contexto del anonadamiento de la Encarnación, le dice:

«Llégate a esta dulcísima Madre, que engendró un Hijo que los cielos no podían contener, pero ella lo acogió en el estrecho claustro de su vientre sagrado y lo llevó en su seno virginal» (3CtaCl 18-19).

El biógrafo de la santa recuerda las fervorosas exhortaciones que hacía ella a las hermanas, presentando como ejemplo Belén:

«Mediante pláticas frecuentes inculca a las hermanas que su comunidad sería agradable a Dios cuando viviera rebosante de pobreza, y que perduraría firme a perpetuidad si estuviera defendida con la torre de la altísima pobreza. Anímalas a conformarse, en el pequeño nido de la pobreza, con Cristo pobre, a quien su pobrecilla Madre acostó niño en un mísero pesebre» (LCl 14).

TIPO Y MODELO DE RESPUESTA A DIOS

En el Saludo a la Virgen aparece una invocación poco común, que debió de antojárseles inverosímil a los copistas de los antiguos manuscritos, y se tomaron la libertad de modificarla. Pero la crítica textual la ha restablecido en su forma original: Ave Domina..., quae es virgo Ecclesia facta, esto es: Virgen hecha Iglesia.[7]

Semejante concepto teológico no era extraño a la tradición patrística, tradición que ha recogido el concilio Vaticano II para afirmar: «La Madre de Dios, como ya enseñaba san Ambrosio, es tipo de la Iglesia, por lo que hace a la fe, a la caridad y a la perfecta unión con Cristo... En tanto que la Iglesia ha alcanzado ya en la beatísima Virgen la perfección, con la cual ella es sin mancha, los fieles se esfuerzan todavía por crecer en la santidad luchando contra el pecado; por esto elevan sus ojos a María, que refulge como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos...» (LG 63 y 65).

Así se comprende por qué Francisco asocia al Saludo a la Virgen el de «todas las santas virtudes que, por gracia e iluminación del Espíritu Santo, son infundidas en los corazones de los fieles»; María, en efecto, es cifra y modelo de toda virtud. Santa Clara escribe a santa Inés de Praga, en un contexto muy semejante al de la carta de san Francisco a los fieles sobre la morada de la Trinidad en nosotros:

«A la manera que la gloriosa Virgen de las vírgenes llevó a Cristo materialmente en su seno, así también tú, siguiendo sus huellas, especialmente las de su humildad y pobreza, puedes llevarlo siempre espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal...» (3CtaCl 24-25).

Clara proponía a la Virgen María como modelo de entrega a Dios y de fidelidad a Cristo, pero las hermanas y los demás vieron en ella una perfecta imitadora de la misma santa Virgen. Dei Matris vestigium -impronta de la Madre de Dios- la designan el autor de la Leyenda y el antiguo oficio litúrgico; con el tiempo, lo mismo que Francisco fue llamado alter Christus, Clara será celebrada como altera Maria.[8]

ABOGADA Y PROTECTORA

Francisco y Clara invocan frecuentemente la intercesión y los méritos de la Virgen María.[9] Escribe Tomás de Celano:

«Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, a los hijos que estaba a punto de abandonar. ¡Ea, Abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre (Gal 4,2)» (2 Cel 198).

Santa Clara, que había invocado sobre sus hermanas pobres, en el Testamento y en la Bendición última, la protección de María, tuvo el consuelo de ser visitada por la Virgen de las vírgenes, acompañada de un coro de santas vírgenes: la envolvió con un velo blanco finísimo y la besó dulcemente, tres días antes de su muerte, según la visión tenida por sor Benvenuta:

« Mientras la testigo se entretenía pensando e imaginando esto, vio de pronto con los ojos de su cuerpo una gran multitud de vírgenes, vestidas de blanco, con coronas sobre sus cabezas, que se acercaban y entraban por la puerta de la habitación en que yacía la dicha madre santa Clara. Y en medio de estas vírgenes había una más alta, y, por encima de lo que se puede decir, bellísima entre todas las otras, la cual tenía en la cabeza una corona mayor que las demás. Y sobre la corona tenía una bola de oro, a modo de un incensario, del que salía tal resplandor, que parecía iluminar toda la casa. Y las vírgenes se acercaron al lecho de la dicha madonna santa Clara. Y la que parecía más alta la cubrió primero en el lecho con una tela finísima, tan fina que, por su sutileza, se veía a madonna Clara, aun estando cubierta con ella. Luego, la Virgen de las vírgenes, la más alta, inclinó su rostro sobre el rostro de la virgen santa Clara, o quizá sobre su pecho, pues la testigo no pudo distinguir bien si sobre el uno o sobre el otro. Hecho esto, desaparecieron todas. Preguntada sobre si la testigo entonces velaba o dormía, contestó que estaba despierta, y bien despierta, y que eso fue entrando la noche, como se ha dicho».[10]

NOTAS:

[1] Pueden verse varios estudios sobre el tema en La Virgen María, Madre de Dios.- R. Brown, Notre Dame et St. François, Montreal 1960; Feliciano de Ventosa, La devoción a María en la espiritualidad de san Francisco, en Estudios Franciscanos 62 (1961) 5-21, 227-296; AA. VV., La Madonna nella spiritualità francescana, en Quaderni di Spiritualità Francescana 5, Asís 1963; K. Esser, Devoción de san Francisco a María santísima, en Temas espirituales, Aránzazu 1980, 281-309; H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971) 413-434; H. Pyfferoen - O. van Asseldonk, María santissima e lo Spirito Santo in san Francesco d'Assisi, en Laurentianum 16 (1975) 446-474; O. Van Asseldonk, María, sposa dello Spirito Santo, secondo san Francesco, en Laurentianum 23 (1982) 414-423; una refundición de los dos artículos precedentes: María santísima y el Espíritu Santo en san Francisco de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XVI, núm. 47 (1987) 187-216, que puede verse también en versión informática; F. Uricchio, S. Francesco e il vangelo dell'Infanzia di Luca, en AA. VV., Parola di Dio e Francesco d'Assisi, Asís 1982, 90-154; A. Pompei, María, en DF, 931-952.

[2] Cf. F. X. Cheriyapattaparambil, Francesco d'Assisi e i trovatori, Perusa 1985, 65-72.

[3] LM 3, 1. Sobre el significado mariano de la Porciúncula, como centro de la Orden, en los primeros biógrafos véase: 1 Cel 106; 2 Cel 18-20; LM 2,8; 3,1; TC 54-56; LP 56; EP 55 y 82-84.

[4] 2 Cel 198. Este pensamiento no era extraño a la piedad medieval. En la Oratio 52, atribuida a san Anselmo, se lee: O. María per quam talem fratrem habemus [María por la que tal hermano tenemos] (PL 158, 958).

[5] I. Omaechevarría, Escritos de santa Clara..., Madrid, BAC, 19994, 360-361.

[6] 1 R 9,4-5; cf. 2 R 6,2-3. No consta en los evangelios canónicos que Cristo y María hayan practicado la mendicidad.

[7] SalVM 1. Hay quienes transcriben ecclesia, con minúscula, en el sentido de la iglesia material o templo, sentido que encajaría en la serie de figuras que luego siguen -«tabernáculo suyo, casa suya»-, pero precisamente porque no forma parte de esa enumeración, sino de los conceptos teológicos iniciales, es más seguro el sentido de Iglesia universal. Cf. H. Pyfferoen, Ave... Dei Genitrix, quae est Virgo Ecclesia facta, en Laurentianum 12 (1971) 413-434.

[8] LCl Introducción: «... imiten las doncellas a Clara, impronta de la Madre de Dios, nueva capitana de mujeres» (Omaechevarría, p. 134). La expresión se halla en el himno Concinat plebs fidelium, de Alejandro IV, de las primeras vísperas del Oficio antiguo de santa Clara.

[9] 1 R 23,6; ParPN 7; OfP Ant 3; TestCl 77; BenCl 7.

[10] Proc 11, 4. Tomás de Celano refiere ese mismo hecho en la Leyenda de Santa Clara de la siguiente manera: «La mano del Señor se posó también sobre otra de las hermanas, quien con sus ojos corporales, entre lágrimas, contempló esta feliz visión: estando en verdad traspasada por el dardo del más hondo dolor, dirige su mirada hacia la puerta de la habitación, y he aquí que ve entrar una procesión de vírgenes vestidas de blanco, llevando todas en sus cabezas coronas de oro. Marcha entre ellas una que deslumbra más que las otras, de cuya corona, que en su remate presenta una especie de incensario con orificios, irradia tanto esplendor que convierte la noche en día luminoso dentro de la casa. Se adelanta hasta el lecho donde yace la esposa de su Hijo e, inclinándose amorosísimamente sobre ella, le da un dulcísimo abrazo. Las vírgenes llevan un palio de maravillosa belleza y, extendiéndolo entre todas a porfía, dejan el cuerpo de Clara cubierto y el tálamo adornado» (LCl 46).

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