DIRECTORIO FRANCISCANO
Santa Clara de Asís

EL ÉXODO DE SANTA CLARA DE ASÍS

por Laurence Deslauriers, o.s.c.

.

 

Moisés y Clara de Asís son dos figuras de la historia de la salvación que, a pesar de los milenios que los separan, se revelan juntos en el plan de Dios. Los tiempos y las circunstancias son distintos, claro está, pero los seres humanos recorren todos el mismo camino que lleva a Dios, viven su Éxodo hasta llegar a la patria prometida. Hacerse peregrino y extranjero en esta tierra, en una búsqueda incansable del Rostro de Dios que se ha revelado, es la obra de toda la vida. Clara bebió de las fuentes de la Escritura los componentes indispensables para la peregrinación: amar, servir, temer, seguir de todo corazón y con toda fidelidad a su Señor.

CLARA PEREGRINA

LA RUPTURA CON SU MEDIO AMBIENTE

Clara de Asís se siente peregrina y extranjera en este mundo. ¿Qué es ser peregrino y extranjero en esta tierra, sino ponerse en camino para un viaje, símbolo de la condición terrena, imagen de un destino? Es estar de paso, pues toda vocación es celeste (Lev 25,23; Sal 39,13b). Ser viajero obliga a desprenderse de todo y ayuda a no mirar más hacia atrás, a fin de progresar hacia una cima que nada puede igualar.

Para alcanzar este ideal, Clara escoge ir a donde Dios le llama. Por ello tendrá que abandonar el ambiente familiar, cómodo, lleno de riquezas y de seguridad, donde es amada, pero que no corresponde a sus aspiraciones. Efectivamente, desde su tierna infancia desea seguir pobremente el camino del «pobre» por excelencia, Jesucristo.

Clara sentía en lo más profundo de sí misma esta llamada: abandonar las vanidades del mundo para correr a ese «encuentro» que la unirá para siempre a Jesús. Esto explica su rechazo obstinado a todas las uniones que le ofrecían los suyos y que habrían ayudado a enaltecer el blasón familiar ya de por sí bien ilustre.

La elección de Clara es definitiva, está resuelta a renunciar a todo para adquirir la perla preciosa del Reino. ¿Quién conocerá jamás la profundidad del sufrimiento que experimenta su corazón y que le causa esta dolorosa separación de todo su ser de aquellos que ella estima y que le son queridos? Se necesita la gracia de la salvación para llegar ahí. Esta gracia es exigente, pero es una gracia de libertad para quien quiera comprometerse a ello.

Después de haber liquidado todos sus bienes, Clara los distribuye entre los pobres que la conocían bien. De hecho, desde hacía mucho tiempo, lo sobrante de una mesa bien abastecida lo confiaba a los amigos de la casa para que lo llevaran a los más necesitados.

En fin, libre de toda posesión, Clara rompe las amarras que la retenían cautiva. Huye hacia una tierra de libertad en la que encontrará a Aquel a quien pertenece todo su corazón. Confabulada con Francisco, su guía espiritual, Clara abandona el hogar familiar el Domingo de Ramos, después de haber recibido de manos del obispo Guido la palma, figura de la pascua que realizará esa misma noche entre las manos de Francisco.

En la noche oscura, Clara sale de su casa teniendo por toda luz las antorchas que los hermanos de Francisco tenían en la mano. Son ellos los que deben conducirla a Nuestra Señora de los Ángeles (o Porciúncula), primera iglesia restaurada por Francisco. Allí la espera y le cortará los cabellos, ritual y signo de la consagración al Señor. A continuación, Clara, despojada de sus joyas y de sus bellas galas que llevaba en ese Domingo de Ramos, viste el hábito de penitencia. Inmediatamente, Francisco la conduce a un monasterio de benedictinas, San Pablo de Bastia, para que se inicie allí en la vida religiosa.

Es entonces cuando todo comienza para Clara. Su familia, conocida la fuga, sale en su búsqueda. Clara tuvo que sufrir los asaltos de los suyos, que no aprobaban su decisión de vivir pobremente, sin ningún medio de subsistencia. Ella quería esperar de la Providencia todo lo que necesitara para sobrevivir. A los ojos del mundo, corría el peligro de carecer de lo necesario… lo que jamás ocurrió. La familia de Clara, tras comprobar su irrevocable decisión y la señal manifiesta de su don al Señor, la abandonó a su elección de vida.

Pero en este monasterio donde Francisco la llevó, Clara no encuentra lo que desea, es decir, una vida de sierva pobre de Cristo, despojada de todo. Al contrario, se siente sumergida de nuevo en plena opulencia y libre de toda necesidad. Entonces Francisco la dirige a Santo Ángel de Panzo, donde un grupo de mujeres vivían de limosnas, en penitencia y oración. Pero tampoco eso respondía a sus aspiraciones.

Por fin, Francisco la conduce a San Damián, otra pequeña iglesia que él había reparado con sus propias manos. Allí se instala definitiva y pobremente según su deseo. Se siente, al fin, feliz de poder entregarse totalmente en las manos de su Dios. San Damián, ese pequeño rincón de tierra bien concreto, se convertirá para Clara en el lugar de su elevación espiritual.

LA AVANZADA HACIA LO DESCONOCIDO

Peregrina de lo absoluto, Clara se dispone a seguir a su Señor. Está constantemente a la escucha de sus deseos; en ello pone todo su corazón y toda ella misma. Es una avanzada en la fe pura. Sea cual sea la peregrinación que se emprenda, hay que hacer frente inevitablemente a lo desconocido, y Clara no se libra de ello. Parte para ese largo viaje sin calcular sus exigencias ni sus riesgos, pero con una confianza indefectible en Cristo crucificado. Jesús será para Clara el camino en el que se empeñará en el silencio de su corazón, sin dejarse distraer jamás.

¿Pero cómo vivir esa pobreza radical? Pues no se borra de la noche a la mañana todo un pasado de bienestar, de seguridad… Por eso Clara conoció todo lo que es inherente a la debilidad humana. Hela ahí, pues, en un camino de soledad, porque no se trata de una llegada, sino de una partida hacia otro destino, y Clara quiere caminar con la sola presencia de Dios.

Hará la experiencia de un Ser que la ha poseído, que ella cree tener, pero que se le escapa constantemente. Dios sólo se deja encontrar por aquellos y aquellas que lo buscan. Clara comprende que la búsqueda de Dios habrá de ser constante, que ella no posee a Dios. Dios la posee y desea que, con toda libertad, mendigue ardientemente su Amor, día a día, sin cansarse. Esta experiencia la transformará poco a poco en Aquel en el que descubre un gran Amor, una Fidelidad indefectible y una Misericordia sin límites.

Dejando a Dios el cuidado de llevarla a donde Él quiera, Clara se adhiere en todo a su voluntad. Le hará descubrir, en lo más profundo de sí misma, a Aquel a quien ama y que encontrará en el vacío de lo cotidiano más trivial, pero más exigente.

Clara nos deja entrever las distintas fases que conducen al encuentro de Dios: el amor, la adoración, la intercesión, la acción de gracias, sin olvidar, claro está, las pruebas que hay que atravesar valientemente y sin desfallecer hasta el final. Imitar a Cristo, parecerse en todo a Él, es seguir el ejemplo de Jesús, que no dudó en dar su vida por amor a todas sus criaturas sin excepción.

EN LAS PRUEBAS, CLARA ES SOSTENIDA POR FRANCISCO

Para Clara, como para toda alma que aspira a la imitación de Cristo pobre, comienza un largo camino en el desierto del espíritu, a la búsqueda de un susurro, de un soplo que avive el deseo de salir del vaso cerrado del egocentrismo.

Su ruta estará sembrada de muchos obstáculos. Los que provienen de su familia, los de la vida comunitaria con todos sus riesgos, su larga enfermedad que la retiene clavada en el lecho, los ataques del Adversario (Jb 1,6) que le insufló la idea de abandonar su proyecto.

Las más grandes pruebas de Clara fueron las que tuvo que afrontar a lo largo de su vida, con tenacidad y firmeza, pero también con gran respeto a la autoridad eclesiástica, para obtener el «Privilegio de la pobreza» y su «Regla». Los obtuvo definitivamente y con alegría la víspera de su muerte.

Este privilegio, al que ella daba tanta importancia, es el carisma de la Orden de las Hermanas pobres. Consiste en no recibir, ni tener posesión o propiedad, de cualquier clase que sea, para la comunidad. Clara insiste en obtener este privilegio de vivir en pobreza que representa, ante todo, un medio para seguir a Cristo pobre.

La pobreza que busca Clara es la del corazón, una total dependencia para con el don gratuito del amor de Dios. Se llama el sacramento del pobre. Es un signo sensible. Necesita una respuesta, que consiste en la adhesión total de su corazón a lo que Dios pide y espera de cada uno. Por eso Clara no cesa de exhortar a sus hermanas a la observancia fiel de vivir pobremente, con toda humildad, a ejemplo de Cristo despreciado, indigente y pobre, hasta una muerte infame en la cruz. Es la aventura de la fe, porque siempre habrá algo de lo que hay que despojarse. La forma del mayor servicio es alcanzar un amor muy grande para su Señor.

En todas sus tribulaciones y determinaciones, Francisco fue para Clara una ayuda preciosa mientras vivió. La animó, a ella y a sus hermanas, a observar siempre esta forma de vida que habían prometido al Señor. Además, Francisco les dejó varios escritos. Fue su guía, su consejero. Con sus ejemplos, sus palabras y sus enseñanzas, educó a esta pequeña comunidad naciente para que se mantuviera firme en sus propósitos. Francisco animó vigorosamente a Clara y a sus hermanas a no separarse nunca de ese camino de vida.

DIOS, FIEL COMPAÑERO DE CLARA

Amada de Dios, su fiel compañero, Clara avanzaba en el camino de la santidad. Seguir sus huellas era su único pensamiento. Le daba constantemente gracias por los beneficios recibidos de su mano. En su corazón se elevaba incansablemente una vibrante oración al Omnipotente, cuyo amor se hacía tan cercano.

Clara deseaba ardientemente gozar cara a cara de su Señor. Sabido es que la peregrinación es una gracia que permite al espíritu acceder a los secretos del gran Rey. Hace que el alma contemplativa penetre en las profundidades del corazón amante del Padre. En este sitio tan concreto tiene lugar el encuentro de Dios con aquellos y aquellas que lo buscan y no desean otra cosa que a Él. ¿No es a esto a lo que, inconscientemente, aspira el corazón con todas sus fuerzas? ¡Qué compañero incomparable es ese Dios que se da constantemente a su criatura!

LA ALEGRÍA DE CLARA

Este afecto a Dios engendraba en el corazón de Clara una manifiesta alegría. Ella lo veía en los hombres, en las flores, en toda la naturaleza, en la vida… Incluso en los miedos tan humanos, en las tentaciones, en los acontecimientos dolorosos, en afrontar las dificultades, en las pasiones que asedian el alma. En estas pruebas inherentes a toda vida, exhortaba Clara a cada uno a permanecer firmes en Dios con una alegría desbordante y una gran fidelidad. Lo miraba todo con gran lucidez, como otros tantos desafíos que hay que superar para crecer en la fe y en la alegría. Embelesada en sumo grado por la Palabra de Dios, Clara aspiraba a que la humanidad conservara en su corazón su ardiente deseo de seguir a Cristo por donde Él la llevara. Este sentimiento llenaba su corazón de una secreta alegría.

Ella y sus hermanas caminaban con seguridad por esta ruta ascendente, sostenidas por un impulso interior que las protegía y las conservaba en la alegría de un corazón confiado.

Dios es el guardián en todo tiempo. «Canta y camina […], alivia la pena al caminar […], avanza, no mires atrás», dice san Agustín. Del mismo modo, Clara no cesa de animar a sus hermanas a que perseveren hasta el fin en la alegría de servir al Señor, pida lo que pida. No retroceden ante nada, con tal de conseguir un día esta felicidad.

LA PEREGRINACIÓN DE CLARA
TIENE POR MODELO EL ÉXODO

DE LA ESCLAVITUD A LA LIBERTAD

La peregrinación, es decir, el Éxodo, es el paso de la esclavitud a la libertad. Durante mucho tiempo, el pueblo de Israel se vio sometido y aplastado bajo el yugo del Faraón de Egipto. Pero Dios oye los gritos de los suyos y pronto los va a liberar. Por medio de Moisés dará la libertad a su pueblo. Después de muchos rodeos en el desierto, Dios los conducirá al lugar que les preparó, el Israel actual, a la espera de entrar en su Reino eterno con todos los que desean verle.

Del mismo modo, Clara y todos los que se comprometen en el seguimiento de Cristo deben desprenderse de todas las trabas que los retienen lejos del Creador. Los caminos de Dios son desconcertantes, pero Dios permite a los que le aman, en una espera confiada y tenaz, el hacer esta experiencia que progresivamente los acerca a Él.

Se da una semejanza notable entre el Éxodo del pueblo que sale de Egipto y el Éxodo de Clara cuando deja el hogar paterno. El pueblo tenía que atravesar el Mar Rojo, para salir fuera del alcance de los que lo habían oprimido durante tanto tiempo y acceder así a las órdenes de Dios, su Libertador. En cuanto a Clara, tenía que huir de un ambiente que la retenía cautiva lejos de Jesús que la llamaba a seguirle. Este paso recuerda la noche en la que Clara hizo su consagración en manos de Francisco, su guía espiritual, ruptura definitiva con el mundo para ponerse al servicio de su Señor, su Salvador.

Desembarazada de todo y en una completa libertad, Clara y todos los que aman a Cristo le seguirán. Libres de espíritu, podrán responder a la llamada de Dios, sabiendo que Él estará siempre a su lado, aunque invisiblemente y a menudo insensiblemente. Dios es el guardián, hoy como ayer, como lo fue para los hebreos cuando soportaron muchas pruebas durante muchos años. Del mismo modo, Dios asegura la partida y la vuelta, el nacimiento y la muerte. Él conducirá a Clara, como a cada uno de sus hijas, hacia el último éxodo que las hará participar un día en su Vida gloriosa.

Entre los hebreos, esta liberación resume la historia del pueblo (Dt 6,20s). La salvación del Éxodo inauguraba la redención por el Verbo, que viene a compartir nuestra vida en la tierra y a modelar a su imagen a Clara y a los que lo acogen. Viene a mostrar el camino hacia el Padre.

DE LA SERVIDUMBRE AL SERVICIO

Después de un largo silencio, Dios interviene en favor de los suyos, los oprimidos, los pobres, los humildes. Va a combatir por ellos y a sacarlos de ese atolladero de servidumbre. En el fondo de la angustia Israel descubre a su Dios. Mantenerse en la tribulación exige valor; pero Dios sostiene a su pueblo y le obliga a superarse. Liberado, por fin, de esta traba abrumadora, el pueblo aprende a conocer el amor y la ternura de Dios. Sin embargo, este amor le hará falta conquistarlo en el corazón de un desierto hostil, lugar de numerosos enfrentamientos con Aquel que lo conduce por caminos inesperados. Es Dios quien guía sus pasos, y marchar con Él es progresar lentamente hacia lo desconocido.

Prosiguiendo la lectura del Éxodo, descubrimos la estrategia de Dios para con su pueblo. Después de atravesar el mar, no le hace tomar el camino normal que conduce a la Tierra prometida (Ex 13,17-22). Este camino estaba jalonado de pozos y bien guardado. Pero ante los combates que tenía que librar, el pueblo habría podido arrepentirse, renunciar y volver a Egipto. Dios quiso evitarle ese escollo de volver atrás. Después de haber comprendido la intención de Dios, el pueblo se dio cuenta de que servir a Dios no es otra cosa que ser salvado por Él.

¿Estuvo Clara inspirada por Dios para obrar de manera semejante? Rechaza acogerse a una Orden ya fundada y bien vista por la nobleza. Su opción está bien decidida: seguir a Cristo cualesquiera que sean las dificultades que haya que afrontar. Es un desafío que ella tomará con firmeza, tenacidad, perseverancia, fidelidad y dulzura, con la ayuda de Dios y de Francisco.

Pero esto no es más que un paso en el interminable camino de desprendimiento: Clara es muy consciente de que en cualquier momento surge un obstáculo y que será necesario desprenderse constantemente de todos los lazos, incluso obligados, que mantienen lejos de Dios. El episodio del becerro de oro (Ex 32) es un recuerdo sorprendente de las dificultades que el pueblo tuvo que superar para permanecer fiel a la Alianza y ponerse al servicio de Dios. Comprendió que el desierto no era un lugar, sino un estado: éste consistía en privaciones de toda clase que ocasionarían las deslealtades de Israel y prepararían su conversión. En conclusión, los hebreos acogieron la Ley con la mira puesta en servir a Dios, en una estricta fidelidad para con Él. El pueblo estuvo conforme y le prometió servicio y obediencia con un culto litúrgico, ritual y solemne.

DE LAS PRUEBAS A LA FIDELIDAD

Sea cual sea la llamada, los que se comprometen en el camino evangélico deben hacer un primer gesto, el desprendimiento de uno mismo. Como Clara, hay que partir, ofrecerse, no reservar nada para sí, dejarlo todo, contar con Dios en su destino. Dios embriaga con su presencia, atrae hacia un amor que sólo Él puede saciar.

Se objetará: esto es contradictorio. Muy frecuentemente, Dios se oculta, su presencia no siempre se hace sentir. Pero Dios no se oculta sino para darse mejor, y no se da sino para hacerse desear mejor. Dios no olvida, pone a prueba la fe. Parece que tarde, pero no abandona a los suyos. Dios no da inmediatamente todo lo que el alma desea; sus pensamientos no son los nuestros. Prueba para juzgar la fidelidad prometida. Su plan sobre cada uno se realizará según lo previsto por Él. Dios cumple siempre sus promesas.

Lo mismo que a los hebreos frente a las dificultades en el desierto, las pruebas ayudaron a Clara, en el seguimiento, a expresarle a Dios amor y fidelidad. ¡Que nunca se aleje la esperanza del corazón que se da! Dios prepara a sus hijos a salir de los senderos tenebrosos, a fin de hacerles gustar mejor su ternura, su amor. Esa ruta limpia es la que quiso seguir Clara, sirviendo a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas.

Jesús fue enviado por Dios para mostrar el camino, enseñar lo que agrada al Padre y cumplirlo con la fuerza del Espíritu. Pero «el Espíritu está pronto, mas la carne es débil» (Mc 14,38). Entonces, Clara invita a todos y a cada uno a dirigir siempre su mirada a Cristo y a contemplar ahí su humildad, su pobreza, su anonadamiento hasta la cruz, donde se expresa el don total. Respondamos generosamente a esta invitación de Clara e imitemos su fidelidad, ella cuya mirada estuvo siempre fija en su Señor. Procuremos convertirnos los unos para con los otros en seres transparentes.

Admitámoslo, la pobre naturaleza humana adopta actitudes muy extrañas cuando Dios pide lo que le pertenece. Cuando se mira eso de cerca, se deja entrever la dureza del corazón. ¿No son todos estos combates propios del Faraón, del corazón endurecido que se niega constantemente a dejar salir al pueblo elegido? ¡Cuánta falta hace entonces pedirle al Señor estar entusiasmado por encima de todas las cosas de aquí abajo, por encima de uno mismo! Este impulso es el de todo un pueblo en camino, nunca satisfecho, persiguiendo siempre la meta. Debe experimentar que la Alianza es una realidad en potencia.

Siguiendo el ejemplo de Clara, todos podrán apoyarse en la «Roca espiritual» que guiaba a los hebreos en el desierto y que, después de la Encarnación, se reveló ser la persona misma de Cristo. Clara no cesa de incitar a todos y a cada uno a convertirse en fieles imitadores de Aquel que se hizo pobre y fue envilecido hasta la cruz. ¡Que los ojos del corazón se vuelvan siempre interiormente hacia Aquel que se humilló hasta la muerte para salvar a la humanidad! Si Jesús vino a la tierra, como Dios lo había prometido a los hebreos en el desierto (Dt 18,15), fue para vivir los rudos combates de la vida y descubrir todas las alegrías a los que se entregan a Él. Desprenderse de toda idolatría es el único camino que lleva a Dios. El Señor se inclina hacia los que le aman y se adhieren fielmente a su voluntad.

DE LA POBREZA A LA ALEGRÍA

Una fidelidad así supone haberse comprometido a morir a uno mismo; significa abandonar su propia voluntad, sus deseos, desprenderse de todo lo que suponga rechazo de Dios.

Despojarse de uno mismo, desbordantes de alegría, denota un afecto sincero y profundo por parte de los que, a pesar de la debilidad humana, se comprometen en el seguimiento de Dios. Cuando Dios deja presentir su presencia llena de consuelo, la travesía de esos períodos oscuros va seguida de una felicidad inconmensurable.

En San Damián, lugar de reposo de Clara con su Dios, desarrollará Clara su actividad. Descansar en Dios no es dejar los trabajos; todo lo contrario. Es aplicarse y purificarse siempre más para testimoniar que la criatura se hizo a imagen de Dios, ese Dios que es pureza y encanto.

Con el corazón todo entero para el Señor, Clara oirá estas palabras: «Yo os protegeré siempre» (Proceso). ¿No lo dijo Dios a Moisés: «Yo estaré siempre contigo» (Ex 3,12)?. Es la señal misma de la protección divina. Por eso, todavía hoy, son muchos los peregrinos del absoluto que exponen su vida yendo de superación en superación.

Estas superaciones exigen sacrificios. ¿Cuál es en una vida el valor del sacrificio si no llegar, ante todo, a la renovación de uno mismo y del mundo? Toda la creación debe ser una ofrenda al Creador. La pobreza a la que Clara daba tanta importancia consistía, sobre todo, en el desprendimiento completo de uno mismo. Esto significa olvidarse enteramente por el otro, estar desbordando caridad fraternal y plena exultación. Esa es la ofrenda que suscita toda otra manera de vivir. El compromiso del seguimiento de Cristo pobre se hace sensible a su ternura y transforma el ser en una alabanza al Padre. La pobreza de Clara era una perpetua alabanza a su Señor. Jamás perdía la alegría.

LA ALEGRÍA DEL DON

En las soledades del desierto, el pueblo de Israel liberado por fin puede entregarse a Dios. En la alegría, se abandona a las solicitaciones de su Señor y acoge su Ley de amor. Del mismo modo Clara, desprovista de toda seguridad, puede comprometerse en un camino de libertad a ejemplo de Jesús que se entrega gozosamente y sin medida en las manos de su Padre.

Movido de un gran amor, Jesús asentirá a lo que Dios le pida para salvar al género humano. Tendrá que sufrir el duro rechazo de los suyos, el rechazo y el menosprecio de muchos. Ese crisol del sufrimiento conducirá a Jesús hasta Getsemaní, donde conocerá las exigencias de su Padre: aceptar el desprendimiento absoluto como quien no tiene derecho alguno, hasta no ser absolutamente nada. Entonces, Dios le colmará de su gloria.

Perderlo todo para encontrar a Dios impregnaba a Clara de una alegría completamente interior. Esta alegría le hacía abandonarse confiadamente a su Señor.

EL ÉXODO Y EL AMOR

DEL DECÁLOGO AL AMOR

La Ley ha cedido el lugar al Amor. Ved cuánto está vinculada la presencia de Dios a la mediación de Moisés. Moisés recibió el Decálogo en un encuentro con Dios, que desvelaba sus deseos a su pueblo (Ex 19s). Moisés tenía en esa profunda experiencia en el Horeb una gran intimidad con su Señor. Después, el gran amor de Dios por los suyos y por la humanidad entera tendrá su cumplimiento con la venida del Espíritu Santo.

Ese mismo Espíritu suscitaba en Clara un deseo punzante de ver a su Amado. La espera aguzaba su deseo para que la medida del amor fuera sin medida. Clara experimentaba arrobamientos que invadían su alma y la transportaban fuera de sí misma. Pero, ¡qué es todo esto en comparación con el día en que lo vea cara a cara, en una eternidad de comunión!

LA POBREZA DEL AMOR

Con el fin de comulgar mejor con el Amor, Clara se puso a seguir a Cristo pobre, no queriendo tener nada propio. Esta elección motivó su perseverancia, por la que obtuvo finalmente el Privilegio de la pobreza. Este favor le permitió permanecer en un amor absoluto a Dios. Clara sólo tenía una ambición: tender hacia el Autor de todas las bellezas creadas por su Palabra y su Soplo de vida en la primera mañana del mundo…

Del mismo modo, los hebreos en el desierto tenían que aprender a recibirlo todo de la mano de Dios. Ese amor embriagante pero difícil a Aquel que los ha sacado de la servidumbre, los conducirá al término de esta peregrinación de aquí abajo, a la tierra prometida. Conocerán todo el amor con el que Dios los ha amado.

EL COMBATE ESPIRITUAL POR AMOR

Este Amor inalterable exige a veces atravesar muchas pruebas antes de saborearlo. El Éxodo presenta bajo muchos aspectos las dificultades espirituales y materiales que cada persona debe superar para responder a la llamada de Dios, cualquiera que sea la misión que le haya sido encomendada. Por eso, en la adversidad de un corazón amante es cuando la humanidad llegará a rechazar todo lo terreno, todo lo que ensucia las alas del amor e impide atravesar el abismo que le separa de Dios. Durante su vida Clara tuvo cuidado de no apropiarse jamás de nada, sea lo que fuere, para que nada obstaculizara su unión con el Amado.

¡Qué grandioso será el triunfo de Dios sobre lo que detiene a los seres lejos de Él! Hasta lo más profundo del corazón humano, Dios destruirá lo que se enfrente contra Él. En su gran amor, quiere hacer nacer a un pueblo que Él ha elegido. Dios es amor, y desea recibir amor por amor. Esta intensa amistad sólo se realizará dejando traslucir en la vida el ejemplo que da el Éxodo. Es el combate espiritual que se empeña por el Reino.

Sin tener miedo a ninguna dificultad, Clara aspiraba a vivir sólo por Dios. Lo bendecía incansablemente por todo aquello que reconocía venir solamente de Él. Continuamente le daba gracias por el más grande de los beneficios recibidos, la vocación, la llamada completamente gratuita de Dios. Seguir el «camino» trazado por el Amor permitirá al Señor colmar de consuelos a los que confían en Él.

Para ello, Dios prepara en su corazón de padre una alianza definitiva con su pueblo, lo mismo que con todas las naciones. Esta alianza se ha cumplido en la Encarnación del Verbo. Es Jesús a quien Dios ve perfilarse en este primer Éxodo. Jesús será el primero en cumplir, hasta el final, ese largo camino que conduce al Padre. Ha sido el único en realizarlo plenamente. La venida de Jesús a este mundo ratifica la historia. Él enseña, Él mismo muestra el «camino», cumpliendo, con su sangre derramada, lo que había inaugurado el Primer Testamento de las maravillas futuras. Trae la salvación para todos los pueblos de la tierra. De este modo, el misterio de todos los seres humanos se esclarece en el misterio del Verbo.

SOLIDARIDAD EN EL AMOR

Este misterio del Verbo, oculto en las Escrituras, estimula la búsqueda de ese secreto por un corazón inclinado con todas sus fuerzas a amar a Dios con un amor total que va hasta el éxodo de sí misma: una salida de sí para ir hacia el otro. Servir a Dios en la realidad cotidiana es el camino que hay que tomar para acceder a Él y revelarlo a todos. Clara hace una regla de oro para vivir juntas, para ser una comunidad en camino que enseña la única ruta hacia el Padre. La formula en estos términos: «Amarse con el mismo amor con que Dios nos ama», siendo cada uno tributario del otro. Si uno tropieza, los otros lo levantan, lo sostienen, lo adiestran, pues existe una solidaridad en el peligro y en las dificultades. Con el fin de alcanzar esa cima, que nada puede reemplazar, es bueno hacer de cada uno de sus actos, otros tantos pasos continuos.

Esta ascensión espiritual encuentra una ayuda preciosa en el ejemplo que nos dan los santos, quienes, lejos de desanimarse, han perseverado y han conseguido la alegría de vivir eternamente con Dios.

EL DESIERTO DONDE MADURA EL AMOR

Para acceder a esta fecundidad espiritual, a ejemplo de Moisés y de Jesús, e inspirada por el Espíritu Santo, Clara deseaba sumergirse en el desierto, donde madura la santidad. Dios prepara todas esas grandes figuras de la historia que aparecen a través de los siglos.

Los oasis del desierto, esas zonas solitarias, guardan unos refugios insospechados de felicidad. Para Clara, corresponden a esas fuentes frescas que le procuraban la liturgia, el rumiar la Palabra escuchada, el pensamiento constante de la Pasión y de la gloriosa Resurrección de Jesús. En el alma de Clara maduraba de ese modo un amor indecible por su Señor. Allí alumbraba ella esa oración interior, donde esperaba al Espíritu Santo, escrutando los horizontes sin límites, vueltos los ojos hacia la Luz para la que habían sido hechos.

EN EL CORAZÓN DEL AMOR

Clara, en la oración, cantaba las alabanzas del Señor. Descubría, maravillada, la profundidad de los misterios de la Palabra de Dios. Unificada interiormente, encontraba de nuevo, en el seno de una oración que se prolongaba muy entrada la noche, a Aquel de quien le daba pena desprenderse. Ella le abría sin reticencias toda su alma y se impregnaba de su rostro.

Como el maná en el Arca en tiempos de Moisés (Ex 16,33s), la Eucaristía despertaba las cualidades de escucha de Clara y guardaba su espíritu y su corazón muy cerca del Corazón de Dios. Oraba con un corazón sencillo, pues no permitía que las cosas temporales la distrajeran del Amado. Por eso, aparecía iluminada y su rostro irradiaba una claridad que le hacía ver cada cosa en su propio sitio. Por eso, no es de extrañar que fuera la lámpara que brilla y que ilumina para sus hermanas, para el mundo y para la Iglesia.

EL AMOR POR LA IGLESIA

Otra lámpara brilló más allá de los tiempos. Fue Moisés, abriendo el camino de la Iglesia futura. Moisés, esa figura radiante del Primer Testamento, se había alejado de los suyos marchando de Egipto a Madián. Entonces Dios lo llama y le confía la misión de reunir a su pueblo, de sacarlo de las tinieblas en las que se hunde, para conducirlo a la Luz, a la Vida nueva.

Esta luz es Cristo. Él fundó la Iglesia a la que Clara quiere servir. Dios, conociendo ese amor, le entrega a su custodia esta comunidad engendrada en el seno de la Iglesia. Clara le pide a esta misma Iglesia el animar siempre, en su elección de vida, a este pequeño rebaño, escogido por Dios mismo para seguir a su Hijo. Este seguimiento de Cristo se aproxima a Dios y previene toda infidelidad que podría injuriar al Hijo y a la comunidad eclesial.

Clara invita a una fidelidad sin fallo al servicio de la Iglesia. Ésta, en su función de nuevo Israel, conducirá la humanidad a la alegría del retorno al Padre. Por su enseñanza, la Iglesia transformará los desiertos (las rupturas) en tierras fértiles (las conversiones) que alimentan los sacramentos.

Clara se maravillaba de una tal obra de Dios en las almas. Es fácil entonces comprender su insistencia ante a sus hermanas. Desea que tengan siempre y en todas partes una función eclesial. Servir y glorificar a Dios en todo tiempo transforma los corazones a imagen del Dios de las Misericordias.

En el desierto el pueblo entero caminaba según la marcha del Arca y de la Nube (Ex 40,34-38). Intentaba observar las órdenes de Dios, a pesar de sus frecuentes quebrantamientos de la Alianza (Ex 32,15; Dt 12). El pueblo se levantaba penosamente, pues se rebelaba constantemente contra Dios. Pero Dios esperaba pacientemente a este pueblo que había escogido para su servicio y que es su «tesoro particular» (Ex 19,5).

LLEGAR A SER MODELO DE AMOR

Llegar a ser espejo del Amor era la obsesión del espíritu de Clara. Ella tendía a este ideal con todas sus fuerzas. De ahí la petición a su hermana y a ella misma de imitar a Cristo obediente para ser moldeadas por Él. Instruida por esta lección tan encantadora, un día la humanidad contemplará al Infinito en su majestad. Los que lo miren y lo imiten, llegarán así a superarse hasta convertirse en una semblanza de Cristo. En Él se puede ver la vida contemplativa en su perfecta realización. De este modo Clara, las hermanas y los que imiten esta sumisión de Cristo a su Padre manifestarán al mundo su predilección por el amor.

El éxodo, símbolo del camino de perfección, evoca a Cristo, el único camino verdadero que conduce a Dios. Este es el camino que Clara y sus hermanas emprendieron, consagrando en ello todas sus energías.

EL DESCANSO EN EL AMOR

Alimentado por la Palabra, cada uno puede entrar en el descanso del Amor, en ese espacio interior del corazón donde se oye el silencio de Dios. Es el descanso del séptimo día, momento en el que la permanencia del amor fraternal caritativo permite a cada uno encontrar su «máximo» de ser. Es el descanso del Sábado, donde entran los que han salido del Egipto de las pasiones. Únicamente allí se encuentra la quietud del alma.

El mismo Señor da la imagen de este descanso sagrado. El Sábado enseña la perseverancia en el servicio del Señor; por eso quiso encajarlo en las diez palabras de la Ley (Ex 20,8-11). La tierra prometida era su lugar privilegiado, pero los hebreos, infieles, se vieron privados de ella. «No entrarán en el descanso que les prometí», dice Dios (Nm 14,22-23; Sal 95,11). El Señor le exige a Israel un culto exclusivo: «No tendrás otros dioses que Yo» (Ex 20,3). Es la condición de la Alianza. Los mandamientos contienen toda la vida religiosa y moral. Jesús recuerda todas sus exigencias, a las que añade el sello de la perfección: los «consejos evangélicos» que Clara y todos los que siguen sus huellas intentan observar con toda sinceridad de corazón.

EL AMOR Y LA ALEGRÍA

Es sorprendente comprobar cómo Clara estaba siempre alegre y animaba a sus hermanas a vivir esa peregrinación en la alegría. Este «leitmotiv» se encuentra a lo largo de toda su vida. Se siente transportada de alegría cuando se entera de la decisión de aquellas que optan por el viaje, por el éxodo. Las conducirá a la unión nupcial con Cristo.

Esos mismos peregrinos caminarán por esta ruta, sostenidos por un impulso que los conservará en esta alegría. Por eso, es necesario que el objetivo resplandezca en el horizonte, para dar ánimos a quien se compromete a seguir el sendero de la santidad que conduce al Dios de todas las alegrías.

LA CONTEMPLACIÓN DEL AMOR

La contemplación favorece la peregrinación del alma con Dios. Contemplar es convertirse en otro, la más profunda personalidad se ordena según un orden nuevo. Por eso Clara no para de contemplar la infancia de Cristo, su vida oculta, su pasión y su vida entregada por todos los seres creados a imagen de Jesús. Cristo transforma a los que ponen en Él una mirada de amor.

Ved cómo Jesús invita a imitarle, a Él que se humilló hasta lavar los pies de sus discípulos. En la humildad de ese mismo gesto nos enseña a amarnos unos a otros. Ese gesto de amor se manifiesta en el perdón mutuo, que permite la acogida incondicional de todos los hijos de Dios. Esta actitud del alma lleva a la contemplación a los que se entregan enteramente en las manos del Señor. Este camino lleva a la perfección, a la gloria futura del Resucitado.

Para acceder al monte de la contemplación hay que morir a uno mismo, enseñar al alma la búsqueda del alimento que perdura hasta la vida eterna. Todo el misterio pascual es no vivir ya para uno mismo, sino permanecer fijo en Dios, esperando el día en que pueda verse el divino Rostro. Clara, sabiéndose amada de Dios, no cesaba de contemplarlo y de bendecirlo. Su vida no fue más que un constante diálogo con el Dios vivo, que colmaba todo su ser hasta el encuentro definitivo.

UNA VIDA ENTREGADA AL AMOR

Esa fue toda la vida de Clara. Siguió únicamente a Dios y fue de transformación en transformación, no de manera visible, sino por un cambio profundo de sus pensamientos, de sus sentimientos, de sus deseos. Así llegó a un abandono tranquilo, a esa confianza inquebrantable, esa serenidad, esa alegría indecible, ese gran silencio de las soledades, sola con su Dios. Incluso gravemente enferma, no quería en modo alguno descuidar sus oraciones, porque ahí encontraba ese aire vivificante que rejuvenecía su ser profundo.

El último canto de su vida termina con una alabanza, que es bendición para todas sus hermanas. Sabiendo que llegaba su hora, Clara entrevé esa subida que la llevará hasta las puertas del Reino, donde no hay más que el Todo que siempre maravilló el alma de Clara.

Echando entonces una última mirada, bañada en lágrimas, sobre sus hermanas, Clara las invita a que alaben a Dios y le den gracias por todos los beneficios con que las ha colmado; luego las bendice a todas. La bendición es un grito de gratitud al amor de Dios por todos. El ser bendecido es como una revelación de Dios y debe convertirse en fuente de irradiación. Acordaos de la admirable fórmula que el Señor le dio a Moisés y que Francisco y Clara han hecho suya: «Que el Señor os bendiga y os guarde, os muestre su rostro y tenga misericordia de vosotros, vuelva su mirada sobre vosotros y os conceda la paz» (Nm 6,24-26).

Esta bendición se la da a sus hermanas presentes y futuras, pidiéndoles a todas y a cada una que sean siempre amantes de Dios, de sus propias almas y de todas sus hermanas, para observar siempre solícitamente lo que al Señor prometieron. Clara implora del Señor que esté siempre con cada una de las hermanas y que ellas, a su vez, estén siempre con Él y, por lo mismo, comulguen con toda la humanidad.

Llegada al término de su peregrinación en la tierra, Clara anima a su alma para que deje este mundo poniendo toda su confianza en Aquel que la creó, amó, guardó y santificó. Está segura de ello, es su Creador quien ha trazado para ella ese largo camino hasta Él. Por eso, bendice a su Salvador por la vida que le ha dado para poder devolvérsela, tal como lo hizo Moisés por mandato de Dios.

Moisés, el servidor de Dios, había vivido momentos de gran intimidad con su Señor. Hablaba con su Creador y el rostro de Moisés llegó a reflejar la gloria del Altísimo.

A Clara, fiel sierva del Señor, le esperaba una dicha mayor. Cuando ya entreveía el alba eterna, Clara veía venir hacia ella al Rey de la gloria, acompañado de su Madre, a la que igualmente había amado mucho. Al día siguiente recibía de mano del esposo la palma que la introducía definitivamente en la bienaventuranza eterna. Allí goza del Rostro del Amado, contemplando el Amor en su belleza.

Como una sinfonía acabó su obra. Se termina triunfalmente con un himno de alegría al Padre, al Hijo y al Espíritu.

* * *

Dos figuras de la historia, Moisés y Clara, a pesar de los milenios que los separan, se revelan juntos en el plan de Dios. Los tiempos son distintos, claro está, pero los seres humanos recorren todos el mismo camino que lleva a Dios. Hacerse peregrino y extranjero en esta tierra, en una búsqueda incansable del Rostro de Dios que se ha revelado, es la obra de toda la vida.

Clara ha sacado de las fuentes de las Escrituras los componentes indispensables para la peregrinación: amar, servir, temer, seguir con todo su corazón y con toda fidelidad a su Señor.

Estas actitudes de vida impregnaron toda su existencia y la mantuvieron en esta travesía del desierto de la vida, en la que el alma se siente a veces muy sola y donde las subidas son frecuentemente arduas. Profundizar siempre las exigencias de Dios conduce el ser hacia nuevas conversiones. En estas experiencias renovadas del amor de Dios, amor que atrae irresistiblemente hacia Él, la ascensión se hace poco a poco más tranquila, más serena, y, por encima de las tinieblas, se alcanza el destino.

Para los que buscan al Padre, la peregrinación termina en la adoración «en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). Los peregrinos abandonan su ser en el Otro, contemplando en su corazón la infinita grandeza de Dios.

[Deslauriers, Laurence, OSC, El Éxodo de Santa Clara de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XXV, n. 74 (1996) 297-312].

.