DIRECTORIO FRANCISCANO

Santa Clara de Asís


LAS AUTORIDADES DE CLARA[*]

por Felice Accrocca

 

[Texto original: Les autorités de Claire, en Saint Claire d'Assise et sa postérité. Actes du Colloque international organisé à l'occasion du VIIIe Centenaire de la naissance de sainte Claire. U.N.E.S.C.O. (29 septembre - 1er octobre 1994). Paris, Ed. Franciscaines, 1995, pp. 60-86]

¿Qué significado hay que darle a la palabra «autoridades»? En nuestro caso, incluye las fuentes del conocimiento, las influencias ejercidas sobre el juicio y a las que se somete su espíritu; en suma, toda esa red de personas, escritos, circunstancias que le permiten a un individuo crecer, según la etimología del término auctoritas, cuya raíz del verbo augeo significa crecer, desarrollarse.

Dentro de la múltiple red de personas, escritos, acontecimientos, cada uno realiza una selección; la propia personalidad, actuando como un filtro, escoge, más o menos conscientemente, sus autoridades y el modo de interpretarlas. En lo que se refiere a Clara, tres elementos parecen desempeñar una función esencial:

- Clara es una mujer. Su relación con Dios y con los demás, su estilo, las imágenes que usa, la opción de los textos que conserva y su interpretación, están muy marcados por su feminidad.

- Clara es una mujer de su ambiente. Su concepción de la vida, del amor, de la santidad, es la de una hija de caballero marcada por la literatura cortesana en la que el heroísmo desempeña un gran papel para conquistar el corazón del ser amado.

- Clara es una mujer de su tiempo. Su sentido religioso está marcado por las grandes corrientes contemporáneas. Si hubo una connivencia muy profunda entre ella y Francisco, fue sin duda en parte porque el uno y la otra eran particularmente sensibles a las nuevas aspiraciones de su tiempo.

Estos distintos elementos deben estar siempre presentes como telón de fondo cuando se evocan las «autoridades» de Clara y la manera como las ha recibido.

¿Cuáles son, pues, esas fuentes en las que Clara pudo beber?

No nos detendremos en los movimientos religiosos femeninos del siglo XIII de los que trató M. André Vauchez, al inaugurar este coloquio. Nosotros nos contentaremos con evocar:

1. El carisma franciscano.

2. La tradición monástica y particularmente la corriente cisterciense.

3. El mundo litúrgico.

Luego, concluiremos mirando la manera como Clara utiliza sus autoridades.

Pero no tenemos que perder nunca de vista que todo estudio del pensamiento de Clara se limita al pequeño número de escritos que nos quedan de ella y que detallamos: Regla, Testamento, cuatro cartas a Inés de Praga y una a Ermentrudis de Brujas (de la que no tenemos la auténtica). Es poco, muy poco en volumen, y sin embargo, estos escritos son suficientemente diversos y ricos para permitir un conocimiento real de su autor.

Francisco aconseja a la joven Clara

I. EL CARISMA FRANCISCANO

1. LA HERENCIA DE FRANCISCO

Es muy evidente que la influencia de Francisco fue preponderante en la vida de Clara. Como Clara misma repite en su Testamento, es a través de la palabra y del ejemplo de Francisco como ella descubrió el rostro de Cristo pobre y el modo de seguirlo.[1] Nosotros nos limitaremos aquí a examinar en qué medida la Regla de Francisco fue para Clara una autoridad y cómo integró, en su propia forma de vida, la intuición espiritual de Francisco, fuente principal de su inspiración, en una síntesis armoniosa y original.[2]

En las reglas del uno y de la otra encontramos:

- La misma referencia al Evangelio, que constituye lo esencial de su proyecto. Están de este modo en pleno acuerdo con los movimientos penitenciales de su tiempo, y coinciden con Esteban de Muret († 1124), fundador de la Orden de Grandmont, que un siglo antes ya decía: «La única regla de vida es el evangelio, es la regla de Jesucristo, más perfecta que la de san Benito».[3] Francisco nunca habla de vida apostólica, aun cuando estuvo marcado por el evangelio del envío a misión, sino de vida evangélica. Ese es el fundamento de las reglas de Clara y de Francisco.[4]

- La misma voluntad de vivir en altísima pobreza, sin fuentes de ingresos asegurados, ni en particular, ni en común. Esta opción fundamental, para Clara como para Francisco, traduce en lo concreto, su voluntad de vivir el evangelio, su seguimiento de Cristo pobre (RCl 8,1-6; 2 R 8,1-6).

- La misma importancia concedida a la vida de oración, que se expresa por el oficio y «el espíritu de oración al que todas las cosas temporales deben servir». También eso Clara lo toma de la Regla de Francisco. La dimensión contemplativa de la vida franciscana se expresa en términos idénticos para los hermanos y las hermanas (RCl 3,1-5; 2 R 3,1-3). El oficio escogido no es el oficio monástico, sino el de la curia romana. En cuanto a la plegaria continua, ese deseo de orientar hacia Dios todas sus actividades, es el objetivo de la vida monástica, pero encuentra su fuente en el evangelio.

- La misma vida fraterna sin distinción de clases, caracterizada por la simplicidad, la atención a los más débiles (RCl 8,14-16; 2 R 6,8-9), el compartir las tareas. Tanto Clara como Francisco ven en el ejercicio de la autoridad un servicio impregnado de humildad y de ternura.[8] Clara más que Francisco insiste en la responsabilidad común, en la consulta a toda la comunidad. Es, sin duda, uno de los distintivos más originales de la Regla de Clara en su tiempo. Esta llamada a la responsabilidad personal va a la par con la disminución de las penitencias que se han de imponer en caso de falta pública, particularmente notable en comparación con las otras reglas en uso. Efectivamente, en las constituciones de san Sixto, que han codificado los usos de los dominicos en 1221,[9] este tema ocupa cuatro páginas entre diez; en la regla de san Benito, cuatro siglos más antigua, es verdad, el código tiene 13 capítulos entre 73…

- La misma insistencia sobre el trabajo, que permite huir de la ociosidad «enemiga del alma», conecta a Clara y Francisco con la larga tradición monástica, pero los dos añaden a ella una nota más positiva considerando el trabajo como un don de Dios (RCl 7,1-2; 2 R 5,1-2).

- La misma adhesión a la Iglesia, expresada por la obligación de examinar a los candidatos sobre la fe de la Iglesia (RCl 2,3-4; 2 R 2,2-3), así como la insistencia al principio y al fin de su Regla sobre la sumisión al Papa y a la Iglesia romana (RCl 1,3 y 12,13; 2 R 1,2 y 12, 4), distinguen a Clara y a Francisco de los numerosos grupos heréticos contemporáneos, cuya forma de vida era, por lo demás, próxima a la suya.

- La relación con el mundo constituye la diferencia esencial entre la Regla de Francisco y la de Clara.

Clara, en efecto, parece haber querido desde el origen una vida en retiro: en su casa, evita el ser vista (Proc 17,4), y cuando defiende su forma de vida, se bate por la pobreza y la unión con los hermanos, pero nunca impugna una forma de retiro en consonancia con la vida monástica. Clara se presenta a sí misma, en su primera carta a Inés de Praga, como «la sierva de las hermanas recluidas de San Damián», aunque nada le había obligado, en una carta personal, a emplear esta denominación oficial si ella hubiera impugnado el contenido.[14] En su Testamento, recomienda tener el espacio de terreno suficiente para el aislamiento del monasterio (Test 54). Hay que notar que en esta circunstancia, Clara antepone la necesidad de retiro incluso a la pobreza.

Francisco quiso para él mismo y para sus hermanos tiempos de retiro. En la Regla para los eremitorios, expone sus modalidades y prescribe el silencio y la separación del mundo, señalada por un cercado en el interior, en el que cada uno tenga su celda para orar y dormir. Se ha dicho a veces que esta Regla para los eremitorios había sido inspirada por la vida de Clara y de sus hermanas. Sea cierto o no, para Francisco y sus hermanos, este modo de vida era importante pero temporal, aunque, como es sabido, Francisco se vio tentado de adoptarlo de manera permanente (cf. LM 12,2).

Contrariamente, Clara hubiera podido encontrar en las beguinas, con la oración y una actividad caritativa como el cuidado de los leprosos, una cierta semejanza de vida con la primera generación de los hermanos menores. Pero su parentesco espiritual con Francisco se sitúa a otro nivel. Por otro lado, abandonando todos sus bienes, prometiendo con sus hermanas obediencia a Francisco y, sobre todo, escogiendo una vida en retiro, Clara optó por la vida religiosa, y se desmarca así de las comunidades de beguinas, cuyo ideal, en efecto, era generalmente permanecer sin voto de religión, en un estado de vida laica, en medio del mundo.[17]

Por encima de los detalles materiales, el modo de retiro vivido por Clara la sitúa en una relación con el mundo que la aproxima a las recluidas. Éstas permanecen en su espacio de retiro, pero, situadas cerca de las ciudades, atraen a una multitud de hombres y de mujeres, que vienen a confiarse a sus oraciones o a buscar una dirección espiritual. Tienen una función de escucha, de consejo, de intercesión, de compasión, a veces de curación, que será la de Clara y de sus hermanas. A través de esta hospitalidad con los marginados de toda clase, las hermanas de San Damián se unen, a su manera, a Francisco y a sus hermanos en su anuncio del Evangelio a los pobres, realizando plenamente esa parte de contemplación a la que Francisco siempre aspiró.

2. LA UNIÓN CON LOS HERMANOS

Guardar la unión con la Orden de los Hermanos Menores será, con la pobreza, el cuidado constante de Clara, el objeto de su combate; su Testamento es el mejor testimonio de esto.[18] Por otra parte, «tenía empeño -dice Celano- en que sus hijas oyeran el anuncio de la Palabra de Dios por santos predicadores». Éstos debían ser, en gran parte, hermanos menores. Porque cuando Gregorio IX les prohibió la entrada en los monasterios de mujeres sin su permiso expreso, Clara reaccionó con fuerza, pensando que en adelante sus hermanas oirían raramente la Palabra de Dios (LCl 37). Conocemos a varios hermanos que frecuentaban San Damián. Aun cuando nuestro conocimiento de esas relaciones es anecdótico y a veces poco seguro, es interesante intentar percibir el juego de influencias recíprocas que se ejercieron en San Damián.

- Felipe Longo era para Clara un amigo de los primeros días, ya que acompañaba a Francisco durante sus entrevistas con la joven. Bona, que asistía a las conversaciones, cuenta que «Francisco exhortaba a Clara a convertirse a Jesucristo y Fr. Felipe hablaba de lo mismo. Ella los escuchaba con gusto y asentía a todas sus buenas enseñanzas» (Proc 17,3). Fue también a él a quien Francisco escogió como compañero con Bernardo de Quintaval para acompañar a Clara desde San Pablo de las Abadesas a Santo Ángel en Panzo (Proc 12,5). Cuando Clara y sus hermanas se establecieron en San Damián, este compañero de los primeros días permaneció muy unido a la comunidad y de manera recíproca. Además de este vínculo creado en los tiempos heroicos de los comienzos, Fr. Felipe gozaba de la autoridad que le confería su larga familiaridad con Francisco, de quien era el séptimo compañero. Sor Cecilia de Spello declara haber entrado en la Orden gracias a las exhortaciones de Clara y de Fr. Felipe Longo (Proc 6,1). Y por encima de todo, las hermanas apreciaban sus predicaciones. «Hablaba del Señor con una dulzura llena de unción», afirma Celano, comparándolo con Isaías (1 Cel 25).

Cuando Francisco estaba en Oriente, fue este hermano menor, predicador altamente apreciado, director espiritual deseoso de enviar postulantes a San Damián e ir allí para anunciar la Palabra de Dios, el que fue escogido como visitador de los monasterios de Señoras Pobres, en sustitución de Fr. Ambrosio. ¿Fue en connivencia con Clara, como lo supone L. Iriarte?[24] Efectivamente, ella debía sentirse más conforme con un hermano menor, y particularmente con Fr. Felipe, que con un cisterciense, aunque fuese Fr. Ambrosio, de quien tendremos ocasión de hablar de nuevo. En su celo por cumplir con su misión para con las hermanas, Fr. Felipe pidió y obtuvo del Papa Honorio III distintos privilegios que le permitían poder designar a su gusto hermanos para el servicio de los monasterios y excomulgar a los detractores de los hermanos.[25] Francisco lo tomó a mal, porque al enterarse a su regreso de Oriente de ese celo que él juzgó intempestivo, se sintió «muy molesto», según relata Tomás de Pavía que se enteró de ello por Fr. Esteban, y destituyó a Fr. Felipe con muy duras recriminaciones.[26] ¿En qué medida este relato es exacto? Ana Benvenuti[27] hace constar con razón que se escribió en plena polémica entre Urbano IV y los hermanos menores sobre la «cura monialium» que el Papa quería confiar a los hermanos y que éstos rechazaban. Claro lo mismo que los actores del relato de Fr. Esteban habían fallecido y no podían rectificar sus declaraciones. Además, Tomás de Pavía en este mismo pasaje cometió un error manifiesto sobre la fecha de la muerte de Fr. Ambrosio; por eso su relato exige serias reservas. Sin embargo, es muy posible que Francisco, a su regreso de Oriente, enfermo, desalentado por las disensiones internas en su Orden, siempre reticente sobre las visitas de los hermanos a las hermanas, no quiso que tuviera el cargo de visitador y que le pidió a Hugolino confiárselo a Ambrosio. Sea como fuere, encontramos con certeza a Fr. Felipe como visitador de las Señoras Pobres menos de dos años después de la muerte de Francisco; su carta de nombramiento por el cardenal Rainaldo, fechada el 18 de agosto de 1228, da fe de ello.[28] Otro documento, sacado de los archivos del monasterio de Santa Clara de Voltera, nos da cuenta que en 1244 era todavía «ordenador y visitador y corrector de los monasterios y de las monjas de la Orden de San Damián constituido por la Sede Apostólica».[29] Durante todos estos años debió predicar con frecuencia para alegría y edificación de Clara y de sus hermanas. Durante el proceso de canonización, sor Inés, hija del podestà, ingresada en San Damián en 1220, hace alusión a un sermón de Fr. Felipe a la comunidad en 1242 (cf. Proc 10,8).

¿Cuál era el contenido de la predicación de Fr. Felipe? Las fuentes apenas si hablan sobre este tema. Todo lo que se puede deducir de las líneas citadas más arriba es que Fr. Felipe debía ser un hombre de una elocuencia persuasiva, capaz de arrastrar a Cecilia de Spello por el camino del convento y a Inés por el de… las visiones. «Él comprendía e interpretaba las Escrituras sin haber frecuentado las escuelas» (1 Cel 25);31 y era apreciado por Clara, a la cual, nos dice Celano, le agradaban los sermones bien compuestos (LCl 37). Al estilo de esos predicadores populares estimulados por Inocencio III, entre los que figuraban los hermanos menores, Fr. Felipe debía comentar la Palabra de Dios en términos sencillos y figurados, animados por su fervor y sin duda salpicados de «ejemplos», esas anécdotas que daban color y vida a la predicación popular. Ese es probablemente el género de predicación que se usaba más frecuentemente en San Damián.

- Fray Junípero era también un íntimo de San Damián. Un episodio es muy revelador de las preferencias de Clara: «Mostrándose [Clara] ya más cerca el Señor, y como si ya estuviera a la puerta, quiere que le asistan los sacerdotes y los hermanos espirituales, para que le reciten la pasión del Señor y sus santas palabras. Cuando aparece entre ellos Fray Junípero, notable saetero del Señor, que solía lanzar ardientes palabras sobre Él, inundada de renovada alegría, pregunta si tiene a punto alguna nueva. Él, abriendo su boca, desde el horno de su ferviente corazón, deja salir las chispas llameantes de sus dichos, y en sus palabras la virgen de Dios recibe gran consuelo» (LCl 45).

Clara se ve entonces rodeada de Rainaldo, probablemente capellán y confesor de la comunidad, que le prodiga muchos alientos; de León, el confesor de Francisco; de Ángel Tancredo, el primer caballero que ingresa en la Orden. Pero ante este hombre culto y esos dos clérigos, es a Junípero al que Clara le pide una palabra, a este hermano lego, un tanto ingenuo, verdaderamente menor. Si situamos esta anécdota en su contexto histórico, en un tiempo en el que la influencia de los clérigos se había hecho preponderante en la Orden, adquiere otro relieve diferente y puede arrojar una luz sobre las relaciones entre Clara y Elías, cuya figura continúa siendo un enigma para los historiadores.

- Fray Elías estuvo desde el principio muy unido a Clara y a sus hermanas. Cuando Francisco reducía sus visitas a San Damián, fue a instancias de Elías el que fuera allí a predicar (2 Cel 207). Cuando Inés, su hermana, fue enviada al monasterio de Monticelli, Clara le escribió: «Te pido que le ruegues a Fr. Elías que me visite a menudo, más frecuentemente, y me consuele en el Señor».[35]

Un pasaje de la segunda carta de Clara a Inés de Praga es todavía más revelador de sus relaciones con Elías: «Para avanzar con mayor seguridad en el camino de la voluntad del Señor, sigue los consejos de nuestro venerable padre el hermano Elías, ministro general; antepón su consejo al de todos los demás, y tenlo por más preciado que cualquier regalo. Y, si alguien te dijere o sugiriere algo que estorbe tu perfección, o que parezca contrario a tu vocación divina, aunque estés en el deber de respetarle, no sigas su consejo» (2CtaCl 15-17).

La carta se sitúa entre 1235 y 1239, fecha de la destitución de Elías. La oposición de los hermanos llega entonces al colmo. En julio de 1228, después de la canonización de Francisco, Gregorio IX había bendecido la primera piedra de la basílica ordenada por Elías para colocar allí el cuerpo de Francisco. El grandioso plan concebido por Fr. Elías había ya escandalizado a los hermanos vinculados al ideal de pobreza de Francisco y, sobre todo, a su jefe de filas: Fr. León. El lujo del tren de vida de Fr. Elías: séquitos suntuosos, comidas refinadas, que le acarrearían los sarcasmos de Bernardo de Quintaval, ¿pueden haber sido completamente inventados? ¿Cómo es posible que en estas condiciones vea Clara en Elías el mejor de los consejeros? Estas cuestiones han hecho correr ya mucha tinta; sin tener la pretensión de resolverlas, hagamos solamente algunas observaciones:

1. Todos los relatos concernientes a Elías son debidos a sus adversarios o a biógrafos perturbados por su excomunión. Son relatos partidistas, más o menos tardíos, copiados de nuevo textualmente por los historiadores posteriores, sin que sea posible verificar la realidad de los hechos.

2. Clara, cuyo afecto por León es indiscutible, gozaba ciertamente de una mayor apertura de espíritu que él: ella luchó siempre incansablemente por vivir pobre con sus hermanas, pero no tenía miedo de emplear materiales lujosos (seda y púrpura) para hacer las cajas de los corporales confeccionados en San Damián (Proc 6,14). Es muy difícil descubrir la parte de verdad en los relatos de las disputas entre Elías y León con motivo de la construcción de la basílica de San Francisco, pero si el episodio del cepillo roto por León es exacto, Clara no aprobó forzosamente esta reacción violenta. Sea como fuere, la confianza de Clara en Elías atestigua su alteza de miras, porque la construcción de la basílica estaba apenas terminada y las disputas que ella había provocado estaban seguramente todavía en todas las mentes, cuando Clara le recomienda a Inés que siga los consejos de Elías.

3. Durante el traslado del cuerpo de Francisco, hubo disturbios: la muchedumbre era enorme y cada uno quería tocar el cuerpo del santo. Ante el atropello y temiendo un incidente, Elías y el podestà hicieron intervenir a la milicia municipal y precipitaron el final de la ceremonia. La muchedumbre y los provinciales, llegados de lejos, se quejaron al Papa, el cual infligió severas sanciones, sobre las que se retractó cuando recibió explicaciones. Elías, sin embargo, tuvo que alejarse durante algún tiempo de Asís y hacer penitencia.[38] Si tal es la verdad, se comprende que Clara haya podido sostener a Elías contra sus detractores.

4. El generalato de Elías se distinguió por el desarrollo de los estudios teológicos, la expansión y la influencia creciente de la Orden, pero su gobierno autoritario por visitadores intermediarios, su rechazo de convocar el capítulo indispusieron a muchos hermanos. El descontento de los clérigos, que se hicieron cada vez más numerosos e influyentes en la Orden y mantenidos separados del gobierno, suscitó de su parte una viva oposición. Esta es sin duda la causa esencial de la caída de Elías. No haber favorecido a los clérigos es, en todo caso, el principal reproche de Salimbene contra él.[39] Entre los muchos ejemplos, cuenta que, en un eremitorio, Elías había llegado hasta exigir que un clérigo hiciera a su vez la cocina, como los demás. Aunque el hecho haya sido inventado de pies a cabeza por Fr. Salimbene, incorregible charlatán ávido de chismorreos, es indicativo de un estado de espíritu. ¿Presiente Clara lo que sucederá muy pronto después del generalato de Elías: la eliminación progresiva de los laicos por los clérigos? Si tal es el caso, se comprende fácilmente que ella tomará partido por Elías.

5. Finalmente, Clara tiene interés en que la «cura monialium» esté a cargo de los hermanos. Su lucha contra Gregorio IX a este respecto es todavía reciente -la bula Quo elongati prohibiendo la entrada de los hermanos en los monasterios data de 1230-,[40] por otra parte, Clara sabe que puede contar con el afecto de Elías para las Señoras Pobres y recíprocamente.[41]

- Fray León también era un íntimo de San Damián. Lo hemos visto en la cabecera de Clara moribunda con Inés y Junípero. Encontraremos a León y Ángel en el proceso de canonización de Clara, acompañados de Fr. Marcos. En fin, León, dada su amistad con las Señoras Pobres, les confiará sus más ricos tesoros: el breviario de Francisco y, sin duda, también sus preciosos «rotuli».[42] Pero Clara conserva su libertad de juicio incluso frente a sus amigos y, lo hemos visto, ella no compartió forzosamente todas las opciones de León.

¿Qué podemos concluir de todo esto, sino la libertad extraordinaria de Clara en medio de las disensiones que agitaron los comienzos de la primera Orden? Ella recomienda como consejero a Elías, controvertido por todos. Se encuentran en su cabecera los primeros compañeros de Francisco, el Papa y los cardenales, cuando, curiosamente, el general de la Orden y el ministro provincial parecen estar ausentes. Sean las que sean las oposiciones, las antipatías o los clanes que se forman, ella escogió sus guías y los siguió, en la medida en que podían guiarla y sostenerla con sus hermanas, en la línea evangélica por la cual optó al seguimiento de Francisco. Rechaza seguir los consejos, aunque fueran del Papa, si van en contra de su vocación.

Francisco Domingo Marqués: Santa Clara

II. LA TRADICIÓN MONÁSTICA

1. ASPECTOS JURÍDICOS

- Las reglas. Cuando el IV Concilio de Letrán pidió a todas las comunidades nuevas tomar una regla antigua, Clara tuvo que aceptar la regla de san Benito. En ella encontró un marco de vida monástica que seguirá más de treinta años. Cuando tenga la posibilidad de escribir su propia regla, copiará algunas cosas, entre otras: la responsabilidad de la abadesa y la estructura de la comunidad. Pero, Clara se aproxima, sobre todo por su flexibilidad, a la «discretio» que caracteriza la regla benedictina. Sabrá conjugar los principios de una vida exigente con el cuidado de las débiles, las enfermas. Dejará al juicio de la abadesa las adaptaciones que necesiten los tiempos, los lugares y las circunstancias.[43]

El IV Concilio de Letrán en su canon 12 hacía el elogio de la organización cisterciense e invitaba a todas las familias religiosas a tomarlo por modelo. Se aconsejaba también que se invitara a cistercienses para los capítulos. Es en este contexto cuando, cuatro años más tarde, 1219, el cardenal Hugolino nombra visitador de los monasterios de las Damas Pobres a su capellán, Fr. Ambrosio, cisterciense. Probablemente con su ayuda, Hugolino escribe unas constituciones para los grupos de mujeres de Toscana, que él tenía a su cargo. En 1218, da estas constituciones a Clara y a sus hermanas. Algunas prescripciones son típicamente cistercienses: silencio perpetuo, abstinencia y ayuno para rigurosos. Clara en su Regla las suavizará.

Clara, lo hemos visto, mantiene cerca del monasterio un pequeño grupo de hermanos. Inocencio IV accederá al deseo de Clara, pero, como en las codificaciones cistercienses,[44] estos hermanos deberán hacer profesión entre las manos de la abadesa y depender enteramente de ella. Clara rechazará esta forma de autoridad sobre los hermanos. Ella los mantiene cerca, pero en el respeto a la vocación propia de cada uno. La Regla que Clara vio por fin aprobada, es el fruto del combate y de la experiencia de toda una vida. Su fuerte personalidad y sus veintisiete años de vida después de la muerte de Francisco, le permitieron aportar al carisma recibido personalidad y madurez.

- La clausura tal como está concebida en la Regla de Clara presenta dos aspectos distintos: retiro y protección, que hay que situarlos en su marco histórico.

El retiro es inherente a las formas de vida monástica de todas las religiones y de todos los tiempos. Exigido para favorecer el recogimiento y la unión con Dios en el silencio, ha conocido modalidades distintas en el correr de los años: huida al desierto, retiro en un eremitorio, un monasterio o un centro de reclusión. A partir del siglo V, recibió, y sin duda por primera vez, con la regla de Cesáreo de Arles escrita para mujeres, el nombre de clausura. Ésta consiste esencialmente en limitar las entradas y salidas a lo estrictamente necesario. Está vinculada a la necesidad de preservar en un ámbito urbano el espacio de soledad indispensable para la vida contemplativa. Desde Cesáreo de Arles, la clausura, con su espacio delimitado y la restricción de entradas y salidas, será más o menos extendida a todas las formas de vida monástica femenina, aunque su aplicación es flexible y muy diferenciada según los tiempos y lugares.[45]

Distintos medios de protección se establecieron pronto y se asimilaron también a la clausura, aunque dependiendo de intenciones que no tienen ya ningún vínculo con el espacio de soledad y de silencio. Estos medios de protección tomaron formas variadas según los lugares, las épocas y los peligros contra los cuales se quería proteger a las monjas: en el tiempo de los monasterios dobles, se levantaron muros en el interior de las abadías e incluso se construyó un muro medianero en la nave de la iglesia separando los monjes de las monjas. En una época en la que los raptos y las violaciones eran frecuentes, aparecen las rejas. La necesidad de proteger a las monjas se conjuga también con la desconfianza hacia esas mujeres, a veces encerradas en el monasterio contra su voluntad, hijas de Eva y por definición pecadoras y seductoras. Se establece la custodia de las llaves: en el comienzo del monasterio de San Sixto (1220), el Papa guardaba una llave del monasterio, el maestro general de los dominicos una segunda y la priora del convento una tercera. Evidentemente las dificultades inherentes a este servicio pronto lo hicieron caer en desuso.[46]

Las constituciones de Hugolino codifican y restringen los usos de la época referentes a la clausura, que es cada vez más estricta para las monjas, por lo menos en el mundo mediterráneo. Clara, que conoció los ataques de su familia para con ella y su hermana, después la invasión de los sarracenos, no protesta de ningún modo contra los medios de protección reglamentados por las constituciones de Hugolino. En cambio, amplió los motivos de entradas y salidas. Pero las prescripciones de Hugolino en materia de clausura fijaron y extendieron unas prácticas que hasta entonces dependían en gran parte de los lugares y de los tiempos, y la legislación confundió, englobándolos, usos nacidos de la necesidad de garantizar la seguridad de las monjas y la obligación de retiro, unidos a motivos de orden espiritual.

Uniendo la forma de vida evangélica pobre y fraterna de Francisco a una vida en retiro, Clara ha hecho estallar los marcos de la vida monástica tradicional e inauguró una forma de vida nueva.

2. LOS ESPIRITUALES CISTERCIENSES

¿Cuál fue la influencia de la espiritualidad cisterciense sobre Clara? Durante sus visitas a San Damián, Fr. Ambrosio, sobrepasando su función jurídica, dirigía sin duda a las hermanas algunas exhortaciones espirituales. Como buen cisterciense y hombre letrado, ¿citaba a Bernardo y a los primeros místicos de su Orden? Es probable.

- La contemplación afectiva de la humanidad de Cristo había sido puesta de relieve, sobre todo, por y desde san Bernardo. Ya los cluniacenses, y particularmente Hugues de Semur, habían sido sensibles a ello,[47] pero sus escritos, sin duda, apenas habían superado el círculo de la familia monástica. En cambio, el afecto con que un Bernardo, un Aelredo de Rievaux, un Guerrico de Igny contemplan a Cristo y a su madre desde el pesebre hasta la cruz, ejercieron una influencia profunda en la piedad de su tiempo y en las generaciones siguientes. Después de estos grandes contemplativos, Clara y Francisco mirarán detenidamente y con cariño a Cristo en el misterio de Navidad y en el de la Pasión.

- Como Bernardo y Guerrico de Igny, Clara contempla las llagas del Crucificado.[48]

- Como Bernardo y sus hijos, Clara habla de la unión con Cristo en términos de «desposorios», volveremos sobre ello.

- Como Guillermo de Saint-Thierry y sobre todo Guerrico de Igny, siguiendo el libro de la Sabiduría y las cartas de san Pablo (Sab 7,26; 1 Cor 13,12; 2 Cor 3,18), Clara emplea la imagen del espejo, pero su perspectiva es algo diferente: para los cistercienses, el espejo es ese modo de conocimiento muy imperfecto que es la contemplación y que será sustituido en el paraíso por la clara visión. Para Clara, el espejo es Jesucristo, Espejo del Padre. Por la contemplación, su luz irradia el alma y se refleja en los otros, su posesión puede darse desde esta tierra al alma fiel con tal de que posea la caridad.[50]

- El tema del nacimiento del Verbo en el alma fiel es del agrado de Bernardo y de sus hijos. A. Vauchez resume así su propósito: «El alma-esposa a la búsqueda de Dios debe esforzarse por parecerse a la Virgen y, como ella, hacerse madre para hacer nacer al espíritu divino».[51] Clara recoge el mismo tema: «El alma del hombre fiel es mayor que el cielo: los cielos, con las demás criaturas, no pueden abarcar a su Creador; pero el alma fiel, y sólo ella, viene a ser su morada y asiento» (cf. 3CtaCl 21-26). Esta afirmación es sencillamente fruto de su meditación sobre dos versos del Evangelio de Juan y de las reminiscencias de una antífona mariana.[53]

Clara y Francisco están igualmente próximos a Bernardo cuando ven en la pobreza una exigencia de la imitación de Cristo pobre. Por eso, cuando Bernardo afirma: «el amor de la pobreza hace reyes»,[54] Clara y Francisco escriben como en eco en sus respectivas reglas: «La excelencia de la altísima pobreza os ha constituido herederos y reyes del Reino de los cielos» (RCl 8,4; 2 R 6,4). Y Clara, como Bernardo ve en la pobreza un «admirable intercambio».[56]

Clara difiere de los autores cistercienses por su estilo y su modo de pensar. Su aproximación es la de místicos y de teólogos que analizan experiencias espirituales y extraen deducciones teológicas. Clara es una contemplativa que mira detenidamente y se expresa en términos visuales, concretos. Su pensamiento procede más por aproximaciones que por deducciones. Pero su diferencia se explica por su experiencia contemplativa propia. A. Vauchez apunta muy acertadamente que «en Francisco la devoción al Cristo del Evangelio venerado en su humanidad, su cruz y su pasión, se acompaña de un sentido agudo de la omnipotencia divina».[57] La misma visión global de Cristo se encuentra en Clara: es en el centro mismo de su contemplación del Niño acostado en el pesebre o del Crucificado pobre, donde ella descubre al Rey de los ángeles, Señor del cielo y de la tierra (4CtaCl 19-23). Para ella como para Francisco, esta contemplación de la humanidad de Cristo es más que un punto de partida, es una contemplación global del Hijo de Dios encarnado.

Hay una cierta connivencia entre la espiritualidad franciscana y los místicos cistercienses, pero no parece que haya verdaderamente filiación. Clara está vinculada a ellos, en cierto modo, por su contemplación afectiva de la humanidad de Cristo, pero están, sin duda, todavía más cerca de los flamencos de su tiempo: «Santa Lutgarda y María de Oignies procuran unirse a Dios en su Encarnación y su pobreza… ¿Es necesario ver en esta mística femenina sólo un reflejo vulgarizado de las concepciones de san Bernardo sobre las relaciones del alma con su Creador? Esto sería minimizar la originalidad de la espiritualidad de los Países Bajos y olvidar que medio siglo, rico en cambios, separa al abad de Claraval de la beguina de Oignies».[59]

Clara es una mujer de su tiempo, se ve favorecida por la aportación de la tradición espiritual de la Iglesia, que se enriqueció siglo tras siglo. Más que los monjes negros o blancos, la fuente principal de su inspiración es claramente la liturgia, el Evangelio y Francisco.

J. Benlliure: Clara en el coro de San Damián

III. LA LITURGIA

1. LA IMPREGNACIÓN LITÚRGICA

Para todo hombre o mujer de la Edad Media, la liturgia es el marco de la vida corriente: las campanas de las iglesias y de las abadías someten a ritmo el día, siguiendo las horas de los oficios; y tanto los tiempos litúrgicos como las fiestas de los santos sirven de puntos de referencia cronológicos. Las hermanas de Clara, que testifican en el Proceso de canonización, datan de este modo sus recuerdos; tal acontecimiento sucedió «la tarde del domingo que es en la octava de san Pedro»; tal otro «un jueves de cuaresma», los sarracenos invadieron San Damián «en septiembre, un viernes a la hora de Tercia» (Proc 15,5; 10,6; 9,2). En los monasterios, la liturgia es un verdadero espacio cultural, con su literatura, su lengua, sus cantos, sus héroes, sus gestas, sus símbolos, sus ritmos. Seis veces al día y a media noche, el oficio ofrece su selección de palabras que impregnan tanto más el espíritu cuanto que resuenan en un espacio de retiro y de silencio y se repiten, incansablemente, en el secreto del corazón. Los mismos textos se repiten a intervalos: el salterio se recita íntegramente cada semana, las partes del común se repiten cada vez que se celebra un santo de la misma categoría: apóstoles, obispos, mártires…; en los días de fiestas, algunos capítulos se repiten cuatro veces: en Laudes, Tercia y en las dos Vísperas. Llevado por unas melodías o por el canto sencillo de la salmodia, el texto se graba de manera indeleble en la memoria y vuelve espontáneamente al espíritu durante las horas de oración silenciosa o de trabajo manual, a través de las conversaciones, en la correspondencia. Como escribe el padre J. Dubois:

«Para comprender la impregnación bíblica del monaquismo medieval, no es necesario imaginarse al monje leyendo lentamente en su Biblia grande, rumiando su texto; lo cantaba con entusiasmo y entraba de tal modo en su mentalidad y su estilo que podía recomponer, modificar y completar sin traicionar su espíritu… la liturgia no es sólo una colección de las páginas más bellas de la Biblia, la asimila, la pone al alcance de todos en unas ceremonias en las que el canto y los gestos mantienen y dilatan el esfuerzo de la inteligencia».[61]

No es extraño en estas condiciones que los escritos de Clara, particularmente sus Cartas, estén adornadas de reminiscencias de la Escritura. Su pensamiento está formado por la cultura litúrgica de la que ha tomado espontáneamente su vocabulario, sus imágenes, sus temas.

2. LAS FUENTES DEL CONOCIMIENTO DE LA LITURGIA EN SAN DAMIÁN

Tenemos la suerte de estar bien informados sobre la liturgia franciscana primitiva gracias a varios breviarios que han llegado hasta nosotros.[62] Entre ellos, nos serviremos ampliamente del «Breviario de santa Clara». Este «códice» conservado en San Damián tiene el gran interés de poseer al mismo tiempo un breviario y un misal completo. El padre S. J. P. van Dijk le ha dedicado un estudio,[63] en el que pone en duda que este breviario haya sido copiado por Fr. León para santa Clara, como lo afirmaba hasta entonces una tradición antigua.[64] Sin entrar en los detalles de la discusión, es suficiente saber que todos los especialistas, incluido Van Dijk, están de acuerdo en reconocer en este manuscrito un breviario copiado en Asís, en vida de Clara, probablemente entre 1231 y 1241.[65] Podemos, desde ese momento, encontrar ahí un testimonio fiel de la liturgia que Clara conoció en San Damián.

3. LA LITURGIA, COMO LUGAR DE ACCESO A LA LITERATURA CRISTIANA

Teniendo en cuenta el precio de los manuscritos, parece evidente que Clara y sus hermanas sólo tenían acceso a la literatura religiosa por la liturgia y la predicación. Por lo demás, todos los pasajes de la Escritura a los que alude Clara, excepto uno,[66] se encuentran en el Breviario conservado en San Damián. Pero los libros litúrgicos constituían por sí solos una verdadera biblioteca: colección de leyendas y pasionarios, extractos de la literatura patrística, perícopas bíblicas y salterios, sin hablar de las creaciones propiamente litúrgicas contenidas en los himnarios y antifonarios. Los breviarios copiados primero por la curia romana, a menudo estando de viaje, difundidos luego por los hermanos menores, ponían al alcance de la mano una gran parte de ese extenso conjunto.

- Los libros de leyendas y los pasionarios. Ignoramos completamente si las hermanas de San Damián hacían la lectura en el refectorio, como se usa en la vida monástica, y qué autores estaban admitidos, si la lectura se tenía allí. La simplicidad que reinaba en las hermanas de ambientes culturales muy distintos exigirían unas lecturas fácilmente asequibles a todas. Es el caso de los libros de leyendas y pasionarios tan del gusto de la época. Sin embargo, no tenemos ninguna prueba de que hubiera libros en San Damián, y las exigencias de la pobreza llevan a creer en la carencia de biblioteca. En cambio, numerosos extractos de leyendas de santos y de pasiones de mártires figuraban en el oficio. Todos los pasajes de la Pasión de Inés, citados por Clara, se encuentran en el Breviario de San Damián.[67] En cada fiesta de santo se leían en el oficio algunos extractos de su leyenda o de su pasión y ofrecían un ejemplo estimulante.

- La literatura patrística. Constituye una parte importante de las lecturas del breviario. Los padres contribuyeron a familiarizar a Clara con la Palabra de Dios. A veces asimiló el relato bíblico con sus propios términos, y la cita con sus expresiones y no con las de la Vulgata.[68]

Hace alusión a los temas que ellos desarrollan,[69] a sus alegorías. Así compara a Inés de Praga con una nueva Raquel (2CtaCl 8), porque desde san Agustín y con mucha frecuencia más tarde, la esposa preferida de Jacob se convirtió en el símbolo de la vida contemplativa.[71]

En fin y sobre todo, en la escuela de los Padres, Clara entró en la densidad teológica del texto sagrado. En el tiempo de Adviento y Navidad, las lecturas de Orígenes, de san León, de Gregorio Magno, ofrecían una teología de la Encarnación, que impresionaba de tal forma al espíritu que se expresaba en fórmulas lapidarias y antitéticas. Se encuentra en Clara un eco de los tres temas que se repetían con más frecuencia en las homilías de este tiempo: el misterio de María virgen-madre, la grandeza y el anonadamiento de Cristo en su Encarnación, la inmensidad del amor que viene a sacar al hombre del abismo de su miseria. Se podría seguir así, a través de las lecturas patrísticas, la formación teológica de Clara.

- Las referencias bíblicas. Son muy abundantes en los escritos de Clara, sobre todo en proporción a los pocos textos de referencia, particularmente en sus cartas.

• Una investigación estadística revela los puntos siguientes:

Numerosos libros del Antiguo Testamento están presentes, con predominio de los libros sapienciales. Los profetas hacen el papel de parientes pobres con sólo dos referencias a Habacuc, dos a Isaías y dos a las Lamentaciones.[72] El Nuevo Testamento ocupa un lugar predominante con 159 referencias entre 213. Se citan casi todos los libros del Nuevo Testamento. Pablo es el autor al que Clara se refiere con más frecuencia, con 65 referencias repartidas entre todas las cartas. No son citadas ni la segunda carta a los Tesalonicenses ni la de Filemón. Vienen luego los evangelistas, Mateo a la cabeza con 39 referencias, mientras que Marcos está totalmente ausente, aunque algunos pasajes de Mateo encuentran su paralelo en Marcos. Esto obedece al hecho de que en el «corpus» litúrgico, Mateo era el autor escogido para las perícopas evangélicas, los otros sinópticos sólo se usaban como complemento.

Podemos observar, además, que en Clara se encuentra la misma elección de citas bíblicas que en los autores de reglas o de costumbres de la misma época: libros sapienciales, evangelio de Mateo y cartas de san Pablo.[73] La predicación en lengua vernácula testifica las mismas preferencias con predominio muy marcado por el Nuevo Testamento. Aquí hay que señalar una diferencia: la predicación popular consiste lo más frecuentemente en traducir y comentar el evangelio del día, mientras que las cartas son menos explotadas; en Clara, las citas o referencias a las cartas son las más numerosas.

La aportación de cada autor puede precisarse por el estudio de estas referencias: uno se sentiría tentado de decir que Clara toma de los evangelistas su contemplación de Cristo, de Pablo el sentido del misterio de la salvación, de los salmos un cierto conocimiento del hombre y de Dios, de Job la conciencia de la fragilidad humana, del Cantar de los cantares la experiencia del amor de Dios, de los Hechos de los Apóstoles la expresión de la caridad fraterna, del Apocalipsis la visión de la Jerusalén celeste. Pero estas atribuciones algo esquemáticas exigirían relativizarse en razón de la unidad de la Palabra de Dios y del modo de comprensión sintética propia de la contemplación.

Los distintos temas que aparecen a través de estas citas son reveladores de las constantes que impresionan a Clara. Podemos destacar los más frecuentes: entre 213 citas, 33 evocan el tema de la recompensa, 32 el amor de Dios por nosotros, 27 Cristo; el amor del prójimo y la pobreza, los dos, se citan 22 veces. Estas cifras no son indiscutibles, porque toda agrupación es subjetiva, sin embargo, tiene su significado. Lo más sorprendente es sin duda que el tema de la recompensa va en cabeza. Cuando se observa que esas 33 citas están tomadas de 12 libros distintos de la Biblia, es evidente que ahí hay un concepto al que Clara está particularmente atenta. Esto significa que, para Clara, esta recompensa gratuita y plena es la posesión de Dios mismo, y que la pobreza se convierte entonces en un maravilloso intercambio que permite esperar y poseer ya ese tesoro oculto.

Sin embargo, el análisis de las citas tropieza muy pronto con su diversidad y su dispersión y ciertamente no es necesario considerar como absolutos los resultados estadísticos. Se imponen algunas constataciones:

a) Son de ordinario citas muy parciales, reducidas a unas cuantas palabras, a algunas expresiones. Clara hace más frecuentemente alusión a la palabra de Dios que no cita íntegramente. Por otra parte, una reminiscencia de la Palabra de Dios citada una sola vez puede dar origen a todo un desarrollo, probando lo mucho que ese tema ha calado en Clara, mientras que una palabra o una expresión citadas varias veces se reducen a una copia corriente de vocabulario.

b) Los textos citados no son forzosamente, ni mucho menos, los textos más frecuentemente usados en la liturgia. Han sido escogidos según los criterios personales de Clara. En ese universo que constituye la Biblia, aunque la liturgia sólo utiliza trozos escogidos, este conjunto es tan extenso que cada uno toma de él lo que quiere y según sus opciones.[74]

c) La liturgia no es ante todo una colección de textos, sino una acción que permite comulgar con los distintos episodios de la vida de Cristo, de la historia de la salvación y de la existencia de los santos, evocándolos a través de un conjunto de textos muy distintos, con el peligro a veces de situar a todos los autores en el mismo plano, o de parecer conciliar tanto el relato más o menos histórico de la pasión de un santo como la Palabra de Dios revelada en la Biblia. Pero es el conjunto de la acción litúrgica con sus distintos componentes quien forja los espíritus y nutre la fe. Así, es la misma liturgia quien desempeña la función de «autoridad» más que los diversos autores.

4. LA ACCIÓN LITÚRGICA EN CUANTO TAL

La liturgia tiene su unidad y su dinámica propia. Los textos están incorporados en un entorno: música, gestos, símbolos, les dan una plenitud de comprensión que va más allá de las palabras, y son agrupados según las fiestas y los tiempos litúrgicos, que les confieren sentido y cohesión.

a) El ciclo del tiempo. La devoción de Clara y de Francisco al misterio de Navidad y a la Pasión de Cristo ya se ha subrayado. Podemos percibir la importancia del misterio pascual para Clara, a través del relato de sor Angeluccia:

«Dijo igualmente la testigo que, habiendo oído cantar una vez la dicha santa madonna Clara, después de Pascua: Vi el agua que salía del templo por el lado derecho, recibió de ello tal alegría y lo guardó en su mente de tal manera, que siempre, después de comer y luego de completas, hacía que las rociasen con agua bendita a ella y a las hermanas y les decía: "Hermanas e hijas mías, siempre debéis recordar y tener en la memoria aquella bendita agua que salió del costado derecho de nuestro Señor Jesucristo pendiente de la cruz"» (Proc 14,8).

Este testimonio es muy interesante. Es una acción litúrgica (palabra, canto y gesto simbólico) que se impone a Clara y desempeña para ella la función de autoridad. Quiere reproducirla con sus hermanas y así grabarla en su memoria. Esta acción litúrgica evoca el agua salida del costado de Cristo y se sabe la devoción de Clara y de su tiempo para con las llagas del Crucificado. Pero la evocación no se limita a la Pasión, se sitúa en el tiempo pascual y hace memoria de Cristo, en adelante glorioso, cuyos estigmas son la marca de nuestra salvación. Por este gesto de bendición, acompañado de la aspersión del agua bendita, Clara reanuda una larga tradición monástica que ella conoció ciertamente durante su corta estancia en la abadía de San Pablo. La bendición vespertina por la abadesa (o el abad) es efectivamente una muy antigua costumbre benedictina, igualmente atestiguada en el Císter desde el siglo XII.[76] Pero en Clara, el acento ya no se pone en la función de la abadesa quien, al modo de los patriarcas, transmite la bendición de Dios. Este gesto es, sobre todo, un memorial del amor del Resucitado que nos ha salvado por una cruz.

b) El santoral, otra vertiente de la liturgia, ofrece a través de la galería de los santos un modelo de santidad. El breviario de Clara comprende 130 fiestas de santos, de los que 76 son mártires, sólo 17 fiestas se refieren a mujeres. Entre ellas, 5 celebran a la Virgen María, 11 a las mártires y vírgenes la mayor parte,[77] una sola ni virgen ni mártir: María Magdalena.[78] Esto nos dice cuánto la liturgia mantenía la nostalgia del martirio en los corazones enamorados de santidad. Clara no fue una excepción. Esta visión heroica de la santidad se reforzaba por la lectura diaria del martirologio, que enumeraba todos los santos martirizados en ese día; los textos del oficio y de la misa, la lectura de los extractos de su leyenda exaltaban el heroísmo del mártir. Cuando se trataba de una mujer, la virginidad, casi siempre asociada al martirio, se presentaba como unos desposorios con Cristo, porque, en la mayor parte de los casos, el rechazo del matrimonio con miras a una consagración a Jesucristo había sido la ocasión del descubrimiento de su fe y la causa directa de su condena a muerte. La mejor ilustración de este tipo de santidad es la Pasión de Inés, joven romana martirizada al final de la persecución de Diocleciano, sin duda en 304. Su culto se extendió muy pronto y el relato de su martirio era tan popular que según san Jerónimo: «Todas las lenguas debían cantar muy pronto la vida de Inés». De su leyenda, atribuida al pseudo-Ambrosio, el ritual de consagración de vírgenes ha sacado desde el siglo IV la mayor parte de sus antífonas, contribuyendo así en cada celebración de profesión a reavivar en el corazón de las monjas el deseo de parecerse a la joven mártir. El oficio de santa Inés lo cita Clara ampliamente en sus cartas a Inés de Praga.

IV. ¿CÓMO UTILIZA CLARA SUS AUTORIDADES?

El tema esponsal, familiar a Clara, es típico de su apertura a las diferentes «autoridades» y de la manera cómo ella las utiliza:

- Los autores espirituales de los siglos XII y XIII trataron frecuentemente el tema de las «bodas místicas», siguiendo a san Bernardo y a los primeros espirituales cistercienses que comentaron el Cantar de los cantares. Para esto, Guillermo de Saint-Thierry tradujo y ensalzó los comentarios de Orígenes y de Gregorio de Nisa. Ellos fueron los primeros en aplicar el término de esposa no ya sólo al Pueblo de Dios sino al alma fiel. ¿Conocía Clara sus textos? No es muy seguro, pero contribuyeron a crear una corriente que pasó a la predicación y de ahí a las almas. Clara fue especialmente sensible a ello.

- La liturgia ofrecía sobre este tema un largo abanico de textos: cada 0año, en el primer domingo de Adviento, una homilía de san Agustín aseguraba: «La fiesta de la Navidad es el día de las bodas de Cristo con la Iglesia… Estamos invitados a las bodas y, si obramos bien, seremos sus esposas».[79]

En las fiestas de las vírgenes, una antífona repetía: «Ven, esposa de Cristo, recibe la corona que el Señor te ha preparado desde toda la eternidad», y el ritual de la consagración de las monjas explotaba copiosamente este tema. Pero sobre todo, Clara extrae del oficio de santa Inés todo un desarrollo sobre la mística esponsal: Cristo es el esposo de las vírgenes, su superioridad sobre todas las alianzas terrenas, por brillantes que sean, no se las puede igualar, es el hijo de una virgen y colma de felicidad a las que él escoge (1CtaCl 5-11; 3CtaCl 16-17).

- Este tema de las bodas, lo recibe Clara como mujer marcada por su ambiente cultural: Cristo es un Señor más grande que el mismo emperador. Es el más hermoso, el más noble de los esposos. Se rebaja para conquistar el amor de la humanidad y de cada uno de nosotros. Da prueba de cariño, respeto, colma de obsequios comparables a joyas preciosas. Recibe en la gloria a la que se entrega a él. A través de esta descripción de su experiencia espiritual, se encuentran en la pluma de Clara, juntamente, las expresiones de la joven mártir romana y los temas del amor cortés: entre otros, la humillación asumida voluntariamente para conquistar el amor del ser amado y, entre la pareja, la distancia colmada por el amor.

- La dialéctica del amor es, a la vez, posesión y deseo, esperanza escatológica y plenitud ya adquirida, carrera hacia Dios y descanso en él: Clara se acerca así a grandes espirituales, particularmente a Gregorio de Nisa y a Guillermo de Saint-Thierry.[81] Es posible que ella ignore sus obras, pero, como ellos, ella ha bebido en las fuentes bíblicas y litúrgicas.

- Francisco mismo, dirigiéndose a Clara y a sus hermanas, repite los términos de una antífona que él ha compuesto para la Virgen. Él les escribe: «Ya que, por divina inspiración, os habéis hecho siervas e hijas del altísimo sumo Rey Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo…» (RCl 6,3).

Las resonancias de este texto se prolongan en el Privilegio de la Pobreza. Clara lo ha conservado materialmente como se cuida un tesoro, lo ha leído, releído, meditado. Es la misma clase de autoridad a la que se refiere, porque en ella se descubre lo que uno lleva en sí. ¿Quién compuso este texto sometido a la aprobación de Inocencio III, a quien pertenece el primer esbozo? (Proc 3,14 y LCl 13). Tal vez Clara sea ella misma el autor. En cualquier caso, él ha modelado su espíritu y su corazón, hasta el punto que sus cartas a Inés de Praga, a veinte años de distancia, repiten las mismas ideas, expresadas en unos términos casi idénticos. Los textos bíblicos y particularmente el Evangelio afloran en cada frase y forman cuerpo con el estilo y el pensamiento. Allí se encuentra el espíritu de Francisco y su deseo apasionado de seguir a Cristo en su pobreza. Los dos temas queridos de Clara: pobreza y amor de Cristo-Esposo se entremezclan inseparablemente.

CONCLUSIÓN

Despertada por Francisco a su propia vocación, enriquecida por las corrientes espirituales de su tiempo, incluida en la larga fila de los fundadores de formas de vida religiosa en la que ella aporta una nota nueva, alimentada por la riqueza de la liturgia, Clara bebió en fuentes muy diversas. Ha realizado una síntesis armoniosa y original de sus aspiraciones personales y de la aportación de «autoridades» que le ayudaron a desarrollar su propio carisma. Ella misma se ha convertido en una «autoridad» de la que nosotros estamos lejos de haber descubierto todas las riquezas.

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N O T A S

[*] En esta versión digital, algunas citas, breves, las incorporamos al texto, a la vez que mantenemos la numeración de las notas.

[1] Basta con que mencionemos al primer biógrafo de Clara, Tomás de Celano, cf. LCl 5-10; y uno de los más recientes, M. Bartoli, Clara de Asís, Ed. Aránzazu, Oñate 1992, caps. II y VII. Señalemos todavía este tema concreto de las relaciones entre Clara y Francisco, J. Sanz, Francisco y Clara de Asís. Icono y palabra de amistad, Madrid 1988.

[2] Es fácil encontrar los préstamos de Clara a la Regla de Francisco en la edición de Écrits de Clara de la colección «Sources Chrétiennes», París 1985. En la introducción a este mismo volumen el P. T. Matura esboza una comparación entre las distintas reglas, pp. 39-47.

[3] Citado por A. Vauchez, en Histoire des saints et de la sainteté, París 1986, t. VI, p. 16.

[4] RCl 1,1-2 // 2 R 1,1. Véase también 1 R Pról 1; RCl 12,13 // 2 R 12,4. En adelante, este signo // significará: paralelo a.

[8] RCl 10,1 y 4-5 // 2 R 1 y 5-6. Es interesante comparar igualmente RCl 4,11-12 y 2 Cel 185, donde Celano bosqueja el retrato del ministro general según Francisco. La semejanza de los términos (que se encuentra también en otros pasajes) prueba que Clara conocía bien los primeros escritos franciscanos.

[9] De hecho, nosotros no tenemos ya las constituciones de san Sixto de 1221, sino una copia hecha algunos años más tarde en 1232, tal vez con algunas adaptaciones, para las penitentes de santa Magdalena. Las constituciones de san Sixto son muy interesantes, no sólo porque son las primeras constituciones aprobadas por las dominicas, sino también porque fueron ampliamente divulgadas en Europa. Con las constituciones de Hugolino, constituían dos formas de vida propuestas a las comunidades femeninas nacientes, incluso si no eran de espiritualidad franciscana o dominicana. Cf. M. de Fontette, Les religieuses à l'âge classique du droit canon, París 1967, pp. 98-101.

[14] Se ha objetado a veces que Clara emplea la palabra «inclusa», la cual no expresaría ninguna idea de separación (Écrits de Claire, col. «Sources Chrétiennes», p. 83, nota 3). Pero el término «inclusa», en esa época, tiene el mismo sentido que «reclusa» y se usa con más frecuencia que este último. A título de ejemplo, La vie des recluses de Aelred de Rivievaux se titula De institutione inclusarum; la distinción XV de las Codifications cisterciennes de 1237 y 1257 usa el término «inclusae».

[17] A. Vauchez, en Historie des saints…, t. VI, p. 41; A.-F. Labie, p. 213 de la misma obra, y A. Vauchez, Les laïcs au Moyen Âge, París 1987, pp. 105-106.

[18] Cf. T. Matura, introducción a los Écrits de Clara, col. «Sources Chrétiennes», p. 38.

[24] Cf. L. Iriarte en Movimento religioso femminile e francescanesimo nel secolo XIII, Actas SISF, VII, Asís 1980, p. 40.

[25] Jordán de Giano, relatado en Sur les routes d'Europe, § 13, p. 32.

[26] Cf. los «dires de frère Etienne» según Tomás de Pavía, en SAdoc, pp. 273-274.

[27] Para más detalles sobre el cargo de Felipe Longo como visitador de las Damas Pobres, cf. L. Oliger, De Origine Regularum Ordinis S. Clarae, en AFH 5 (1920), pp. 417-444, corregido y completado por el mismo autor en AFH 13 (1920), pp. 286-289, y AFH 22 (1922), pp. 71-89. Más recientemente esta cuestión ha sido reanudada por A. Benvenuti, en La fortuna del movimento damianita, en Clara de Asís, Atti SISF, XX (1992), Espoleto 1993, pp. 59-63.

[28] SCAdoc, pp. 248-250.

[29] Cf. Z. Lazzeri, De Fr. Philippo…, en AFH 13 (1920), p. 287.

[35] SCAdoc, p. 243.

[38] Ésta es por lo menos la reconstitución de los hechos que da el P. Gratien de París a partir de los relatos contradictorios de la época. Cf. Historia de la fundación y de la evolución de la Orden de los Frailes Menores en el siglo XIII, Ed. Desclée, Buenos Aires 1947, pp. 42-43.

[39] Cf. E. Lempp, Élie de Cortone, París, 1901, p. 115. No obstante todas las reservas que hay que hacer sobre la interpretación de los hechos de E. Lempp, su obra no deja de ser una fuente de documentación interesante sobre el personaje de Elías.

[40] BF, t. 1, pp. 68-70. Véase para su explicación, P. Gratien, Historia de la fundación y de la evolución de la Orden de los Frailes Menores, Ed. Desclée, Buenos Aires 1947, pp. 122-123.

[41] Cf. M. Bartoli, Gregorio, Chiara d'Assisi e le prime dispute all'interno del movimento francescano, en Atti della Accademia nazionale dei Lincei, vol. XXXV, fascs. 1-2, Roma 1980, pp. 97-108; M. Bartoli y R. Manselli, en Movimento…, pp. 38-39.

[42] Cf. el Inventaire de tous les documents recensés dans les archives du protomonastère Sainte-Claire d'Assise, en AFH 1 (1908) p. 413s.

[43] Se encontrarán en los Écrits de Clara, col. «Sources Chrétiennes», los pasajes de la Regla de san Benito recogidos por Clara. Para un estudio más profundo de este tema cf. Henri de Saint-Marie, Presencia de la Regla benedictina en la Regla de santa Clara, en Sel Fran 68 (1992) 442-464.

[44] Esta legislación se encuentra, es verdad, en las codificaciones de 1257, aprobadas cuatro años después de la Regla de Clara, y no aparece en las codificaciones de 1237. Sin embargo, se puede suponer que las prescripciones de 1257 no hacen más que codificar una manera de servirse ya de ellas.

[45] Cf. Théorie et pratique de la clôture, en Les religieuses dans le monde et dans le cloître, Actas del 2.º coloquio internacional del C.E.R.C.O.R., Saint-Etienne, 1994, pp. 471-672.

[46] C. Moron, Théorie et pratique de la clôture, l'exemple dominicain, en Les religieuses dans le monde…, p. 520.

[47] Cf. J. Leclercq, La Christologie clunisienne, dans le gouvernament d'Hugues de Semur à Cluny, Actas del coloquio científico internacional, Cluny, 1988, pp. 523-535.

[48] Proc 10,10 y LCl 30. Para Guerric d'Igny, véase, por ejemplo, el 4.º sermón para los Ramos, «Sources Chétiennes», n. 202, París 1973, pp. 202-215.

[50] 3CtaCl 12-13; 21-22, y 4CtaCl 14-23. El tema del espejo ha sido muy explotado por los autores de la Edad Media: véase DS, artículo «miroir». Para el estudio del tema del espejo en Clara véase B. E. Purfield, Reflets dans le miroir, París 1993; Guillermo de Saint-Thierry, entre otras citas, cf. De natura et dignitate amoris, 24, 153 en PL 184, 379-408, y Guerric d'Igny, 2.º Sermón para la Epifanía 3, 261, «Sources Chrétiennes», n. 166, París 1970, pp. 254-269.

[51] A. Vauchez, La spiritualité du Moyen Âge occidental, nueva ed., París 1994, p. 184.

[53] Jn 13,21 y 23 y Respuesta 1 de las fiestas de la Virgen: Quem caeli capere non poterant tuo gremio contulisti.

[54] Bernardo de Claraval, Carta 103, en Oeuvres Complètes, ed. Dion-Charpentier, París, 106, p. 154.

[56] 1CtaCl 30, que puede ponerse en paralelo con: «Qué admirable intercambio habéis hecho, mis muy queridos, vosotros que habéis renunciado a todo lo que poseíais en el mundo, para pertenecer sin reserva al mismo Autor del mundo», Bernardo de Claraval, primer sermón para la Dedicación de la Iglesia, en Saint Bernard, Sermons pour l'anné, ed. Brépols-Taizé, 1990, p. 813.

[57] A. Vauchez, La spiritualité…, p. 145.

[59] A. Vauchez, La spiritualité…, p. 163.

[61] J. Dubois, Les moines du Moyen Âge, en Le Moyen Âge et la Bible, París 1984, p. 288.

[62] Cf. S.J.P. van Dijk, Some Manuscripts of the Earliest Franciscan Liturgy, en Franciscan Studies, 14, n. 1 (1954) pp. 225-264.

[63] S.J.P. van Dijk, The Breviary of saint Clare, en Franciscan Studies 8 (1948) pp. 25-46 y pp. 351-387. Este artículo ha sido reanudado en parte por el autor en The Origins of the Modern Roman Liturgy, Londres 1960, pp. 135-144.

[64] Cf. A. Cholat, Le bréviaire de saint Claire conservé au couvent de Saint-Damien à Assise, en Opuscules de critique historique, fasc. CIII (1903) París.

[65] Cf. Van Dijk, The Breviary…, p. 46.

[66] Esta excepción es la expresión aurea corona signo sanctitatis expressa: «una corona de oro marcada con la señal de la santidad», que se encuentra en el Eclesiástico 45,12, pero no en los textos litúrgicos; pero 1 Cel 125 la usa para describir la magnificencia del Papa que vino para presidir la canonización de Francisco. ¿Quizás se usaba frecuentemente esta expresión en la predicación del tiempo? De lo contrario, esto podría ser un indicio más de que Clara conocía bien los textos franciscanos.

[67] La cita que se encuentra en la 4CtaCl 13: cuius odore mortui reviviscent, «a su olor los muertos revivirán», no está anotada entre las citas litúrgicas, sino solamente en el índice de los autores eclesiásticos (pseudo-Ambrosio, epist. I = pasión de santa Inés) en los Écrits de Clara de la colección «Sources Chrétiennes», pp. 209-210. Esta cita había desaparecido efectivamente del oficio, pero figura todavía en el Breviario de Clara, en la 6.ª lección del oficio de santa Inés.

[68] Así en la expresión: «el niño acostado en el pesebre», Clara toma prestado unas veces el término positus (TestCl 4, 4CtaCl 19) del texto evangélico (Lc 2,7), otras veces el término reclinatus (RCl 2, 24 y 4CtaCl 21) de Gregorio Magno - sermón de Navidad utilizado como 8.ª lección la noche de Navidad y del que Clara toma varias expresiones.

[69] Por ejemplo, el tema del hombre que debía estar desnudo para ganar el combate, citado en 1CtaCl 27 se encuentra en la homilía 32 sobre los Evangelios, de Gregorio Magno, PL 76, col. 1233. En la 9.ª lectura del oficio de un mártir, figuraba el pasaje siguiente: Nudi ergo cum nudis luctari debemus. Nam si vestitus quisquam cum nudo luctatus, citius ad terram dejicitur, quia habet unde teneatur. Quid enim sunt terrena omnia, nisi quaedam corporis indumenta? Qui ergo contra diabolum ad certamen properat, vestimenta abjiciat, ne succumbat. El mismo tema se encuentra igualmente en 1 Cel 15 y 2 Cel 194; 214. Es un tema familiar en la espiritualidad medieval y franciscana, puesto en escena por Francisco ante el obispo (2 Cel 12) y en el momento de su muerte.

[71] Cf. DS, artículo «Rachel».

[72] Estas referencias tomadas del libro de las Lamentaciones se encuentran en el oficio de la Pasión de san Francisco, del cual Celano nos dice que Clara lo rezaba diariamente, LCl 30.

[73] Cf. M.-Ch. Chartier, Les Règles et les Coutumiers, en Le Moyen Âge et la Bible, París 1984, pp. 312-313.

[74] M.-Ch. Chartier, Les Règles…, p. 325.

[76] Precisión dada por correspondencia por el P. Anselmo Davril.

[77] Las dos únicas excepciones son las mártires Felicidad y Perpetua.

[78] María Magdalena se veneraba desde la reforma gregoriana como la primera que había anunciado la buena nueva de la Resurrección. Apóstol de los apóstoles, encabezaba las letanías y su culto lo mismo que la peregrinación a Vézelay era muy popular.

[79] De Adventu Domini II, o Sermo CXVI de Tempore, PL 39, col. 1975 s. La atribución de esta homilía a san Agustín es dudosa, a veces se ha atribuido a Cesáreo de Arles.

[81] Entre otros Guillermo de Saint-Thierry, La contemplation de Dieu, col. «Sources Chrétiennes», n. 61 bis, pp. 74-75, § 5,40: Desidero itaque amare te, et amo desiderare te, et hoc modo curro ut apprehendam, in quo apprehensus sum; scilicet ut amem te perfecte aliquando, o qui prior nos amasti amande et amibilis domine.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXIX, núm. 85 (2000) 123-147]

 


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