DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

23 de septiembre
SAN PÍO DE PIETRELCINA (1887-1968)

por Juan Pablo II

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El papa Juan Pablo II beatificó al P. Pío el 2 de mayo de 1999 y lo canonizó el 16 de junio de 2002. En ambas ocasiones fue extraordinaria la concentración de fieles en Roma, poniendo de manifiesto la devoción que le profesan gentes de toda clase y condición, aunque con predominio del pueblo sencillo creyente. Las veces que el Papa ha hablado del P. Pío no ha ocultado su particular admiración hacia el capuchino de las llagas, que tanto bien hizo a la Iglesia desde el confesonario y la dirección espiritual, en la celebración de la misa y en el trato con las gentes. El mismo día 16 de junio, durante la meditación mariana a la hora del Ángelus, Juan Pablo II anunció que la fiesta de San Pío se celebrará como memoria obligatoria en toda la Iglesia el día 23 de septiembre, aniversario de su muerte.

Homilía de S. S. Juan Pablo II
pronunciada en la misa de canonización
(16-VI-02)

1. «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30).

Las palabras de Jesús a los discípulos que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender el mensaje más importante de esta solemne celebración. En efecto, en cierto sentido, podemos considerarlas como una magnífica síntesis de toda la existencia del padre Pío de Pietrelcina, hoy proclamado santo.

La imagen evangélica del "yugo" evoca las numerosas pruebas que el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán suave es el "yugo" de Cristo y cuán ligera es realmente su carga cuando se lleva con amor fiel. La vida y la misión del padre Pío testimonian que las dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se abre a perspectivas de un bien mayor, que sólo el Señor conoce.

2. «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gál 6,14).

¿No es precisamente el "gloriarse de la cruz" lo que más resplandece en el padre Pío? ¡Cuán actual es la espiritualidad de la cruz que vivió el humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir su valor para abrir el corazón a la esperanza.

En toda su existencia buscó una identificación cada vez mayor con Cristo crucificado, pues tenía una conciencia muy clara de haber sido llamado a colaborar de modo peculiar en la obra de la redención. Sin esta referencia constante a la cruz no se comprende su santidad.

En el plan de Dios, la cruz constituye el verdadero instrumento de salvación para toda la humanidad y el camino propuesto explícitamente por el Señor a cuantos quieren seguirlo (cf. Mc 16,24). Lo comprendió muy bien el santo fraile del Gargano, el cual, en la fiesta de la Asunción de 1914, escribió: «Para alcanzar nuestro fin último es necesario seguir al divino Guía, que quiere conducir al alma elegida sólo a través del camino recorrido por él, es decir, por el de la abnegación y el de la cruz» (Epistolario II, p. 155).

3. «Yo soy el Señor, que hago misericordia» (Jr 9,23).

El padre Pío fue generoso dispensador de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la dirección espiritual y especialmente de la administración del sacramento de la penitencia. También yo, durante mi juventud, tuve el privilegio de aprovechar su disponibilidad hacia los penitentes. El ministerio del confesonario, que constituye uno de los rasgos distintivos de su apostolado, atraía a multitudes innumerables de fieles al convento de San Giovanni Rotondo. Aunque aquel singular confesor trataba a los peregrinos con aparente dureza, estos, tomando conciencia de la gravedad del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental.

Ojalá que su ejemplo anime a los sacerdotes a desempeñar con alegría y asiduidad este ministerio, tan importante también hoy, como reafirmé en la Carta a los sacerdotes con ocasión del pasado Jueves santo.

4. «Tú, Señor, eres mi único bien».

Así hemos cantado en el Salmo responsorial. Con estas palabras el nuevo santo nos invita a poner a Dios por encima de todas las cosas, a considerarlo nuestro único y sumo bien.

En efecto, la razón última de la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz profunda de tan gran fecundidad espiritual se encuentra en la íntima y constante unión con Dios, de la que eran elocuentes testimonios las largas horas pasadas en oración y en el confesonario. Solía repetir: «Soy un pobre fraile que ora», convencido de que «la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de Dios». Esta característica fundamental de su espiritualidad continúa en los "Grupos de oración" fundados por él, que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad la formidable contribución de una oración incesante y confiada. Además de la oración, el padre Pío realizaba una intensa actividad caritativa, de la que es extraordinaria expresión la "Casa de alivio del sufrimiento". Oración y caridad: he aquí una síntesis muy concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy se vuelve a proponer a todos.

5. «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque (...) has revelado estas cosas a los pequeños» (Mt 11,25).

¡Cuán apropiadas resultan estas palabras de Jesús, cuando te las aplicamos a ti, humilde y amado padre Pío!

Enséñanos también a nosotros, te lo pedimos, la humildad de corazón, para ser considerados entre los pequeños del Evangelio, a los que el Padre prometió revelar los misterios de su Reino.

Ayúdanos a orar sin cansarnos jamás, con la certeza de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.

Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.

Sostennos en la hora de la lucha y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.

Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria feliz, a donde esperamos llegar también nosotros para contemplar eternamente la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

* * *

Discurso de Juan Pablo II a los peregrinos
que fueron a Roma para la canonización
(17-VI-2002)

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Es una gran alegría encontrarme de nuevo con vosotros, al día siguiente de la solemne canonización del humilde capuchino de San Giovanni Rotondo. Os saludo con afecto, queridos peregrinos y devotos que habéis venido a Roma en gran número para esta singular circunstancia. Dirijo mi saludo ante todo a los obispos presentes, a los sacerdotes y a los religiosos. Un recuerdo especial para los queridos frailes capuchinos que, en comunión con toda la Iglesia, alaban y dan gracias al Señor por las maravillas que realizó en este ejemplar hermano suyo. El padre Pío es un auténtico modelo de espiritualidad y de humanidad, dos características peculiares de la tradición franciscana y capuchina.

Saludo a los miembros de los "Grupos de oración Padre Pío" y a los representantes de la familia de la "Casa de alivio del sufrimiento", gran obra para la curación y la asistencia de los enfermos, nacida de la caridad del nuevo santo. Os abrazo a vosotros, queridos peregrinos que provenís de la noble tierra donde nació el padre Pío, de las demás regiones de Italia y de todas las partes del mundo. Con vuestra presencia testimoniáis la amplia difusión que han tenido en la Iglesia y en todos los continentes la devoción y la confianza en el santo fraile del Gargano.

Un santo en profunda comunión con la Iglesia

2. Pero, ¿cuál es el secreto de tanta admiración y amor por este nuevo santo? Es, ante todo, un "fraile del pueblo", característica tradicional de los capuchinos. Además, es un santo taumaturgo, como testimonian los acontecimientos extraordinarios que jalonan su vida. Pero el padre Pío es, sobre todo, un religioso sinceramente enamorado de Cristo crucificado. Durante su vida participó, también de modo físico, en el misterio de la cruz.

Solía unir la gloria del Tabor al misterio de la Pasión, como leemos en una de sus cartas: «Antes de exclamar también nosotros con san Pedro: "Bueno es estar aquí", es necesario subir primero al Calvario, donde no se ve más que muerte, clavos, espinas, sufrimiento, tinieblas extraordinarias, abandonos y desmayos» (Epistolario III, p. 287).

El padre Pío recorrió este camino de exigente ascesis espiritual en profunda comunión con la Iglesia. Algunas incomprensiones momentáneas con diversas autoridades eclesiales no alteraron su actitud de filial obediencia. El padre Pío fue, de igual modo, fiel y valiente hijo de la Iglesia, siguiendo también en esto el luminoso ejemplo del Poverello de Asís.

3. Este santo capuchino, al que tantas personas se dirigen desde todos los rincones de la tierra, nos indica los medios para alcanzar la santidad, que es el fin de nuestra vida cristiana. ¡Cuántos fieles, de todas las condiciones sociales, provenientes de los lugares más diversos y de las situaciones más difíciles, acudían a él para consultarlo! A todos sabía ofrecer lo que más necesitaban, y que a menudo buscaban casi a ciegas, sin tener plena conciencia de ello. Les transmitía la palabra consoladora e iluminadora de Dios, permitiendo que cada uno se beneficiara de las fuentes de la gracia mediante la dedicación asidua al ministerio de la confesión y la celebración fervorosa de la Eucaristía.

A una de sus hijas espirituales escribió: «No temas acercarte al altar del Señor para saciarte con la carne del Cordero inmaculado, porque nadie reunirá mejor tu espíritu que su rey, nada lo calentará mejor que su sol, y nada lo aliviará mejor que su bálsamo» (ib., p. 944).

La misa del padre Pío

4. ¡La misa del padre Pío! Era para los sacerdotes una elocuente llamada a la belleza de la vocación presbiteral; para los religiosos y los laicos, que acudían a San Giovanni Rotondo incluso en horas muy tempranas, era una extraordinaria catequesis sobre el valor y la importancia del sacrificio eucarístico.

La santa misa era el centro y la fuente de toda su espiritualidad: «En la misa -solía decir- está todo el Calvario». Los fieles, que se congregaban en torno a su altar, quedaban profundamente impresionados por la intensidad de su "inmersión" en el Misterio, y percibían que "el padre" participaba personalmente en los sufrimientos del Redentor.

5. San Pío de Pietrelcina se presenta así ante todos -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- como un testigo creíble de Cristo y de su Evangelio. Su ejemplo y su intercesión impulsan a cada uno a un amor cada vez mayor a Dios y a la solidaridad concreta con el prójimo, especialmente con el más necesitado.

Que la Virgen María, a la que el padre Pío invocaba con el hermoso título de "Santa María de las Gracias", nos ayude a seguir las huellas de este religioso tan amado por la gente.

Con este deseo, os bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestros seres queridos y a cuantos se esfuerzan por seguir el camino espiritual del querido santo de Pietrelcina.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 21-VI-02]

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