DIRECTORIO FRANCISCANOSANTORAL FRANCISCANO |
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Queridos hermanos: El Señor os dé la paz. Con gozo y gratitud al Altísimo, omnipotente, buen Señor y a la Iglesia, madre de los Santos, me dirijo a todos vosotros para celebrar el próximo evento del que nuestra familia conventual será protagonista: el 12 de octubre [de 2014], el cardenal Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, en nombre del Papa Francisco, añadirá al elenco de los beatos a nuestro hermano Francisco Zirano, de la provincia de Cerdeña, matado in odium fidei en la ciudad de Argel el ya lejano 25 de enero de 1603. El mundo católico empezará pronto a conocer y amar a Francisco Zirano, hermano menor conventual de Sassari que, a los 39 años, "lavó sus vestidos en la sangre del Cordero" (Ap 7,14). Se trata del primer mártir sardo de la época moderna elevado por la Iglesia a la gloria de los altares en un tiempo como el nuestro en el que el martirio vuelve, dramáticamente, a la actualidad para muchos cristianos, puestos en trance de pagar su amor a Cristo con el máximo sacrificio. Dar la vida por no renegar de la fe, nos recuerda la Lumen gentium, es "el máximo testimonio de amor ante los hombres, especialmente ante los perseguidores" e identifica al discípulo con el maestro "que libremente acepta la muerte por la salvación del mundo" (n. 42). El martirio, don a pocos concedido (paucis datur), es estimado por la Iglesia "como don insigne y suprema prueba de caridad". Resumir en cuatro líneas la ajetreada existencia de fr. Zirano no es fácil. Me limito a señalar cual fue el centro motor de su vida, la pasión dominante que determinó su éxito final, a saber, su incansable entrega para rescatar a los esclavos capturados por corsarios musulmanes, o al menos asistirles para evitar que su desesperada situación les llevara a apostatar de la fe cristiana. Una vocación que se reforzó definitivamente después de que su primo Francisco Serra, hermano conventual como él, terminara en manos de piratas argelinos. El deseo de libertad y liberación le llevó a Argelia, tierra musulmana, al encuentro del martirio. Francisco Zirano se mueve en el espíritu del capítulo XVI de la Regla no bulada que indica a los hermanos que sienten la particular misión de estar "entre sarracenos" cuál ha de ser la actitud con que dar el bello testimonio de Evangelio: "No promuevan disputas ni altercados, mas sométanse a toda criatura por amor a Dios y confiesen que son cristianos". Ni palabras ni discursos, y menos aún predicaciones, sino presencia ofrecida con total discreción y, sobre todo, con corazón pacífico y fraterno. Francisco Zirano muere, como Cristo, encomendándose totalmente a las manos de Dios ("A tus manos, Señor, encomiendo mi alma", fueron sus últimas palabras), guardando en el corazón aquella caridad que le impide -aun en el crisol de la prueba- cualquier animosidad hacia quien desgarra su cuerpo. Lo mismo que quedó firme ante el apremio a renegar de su fe: "Soy cristiano y religioso de mi padre san Francisco y como tal quiero morir. Y suplico a Dios que os ilumine para que lleguéis a conocerlo". Se repite la expresión, mansa e intrépida al mismo tiempo, del "soy cristiano" presente en casi todas las Actas de los mártires; expresión con la que los mártires de los primeros siglos respondían a los procuradores romanos que los halagaban, invitándoles a renegar de la fe. Tan clara y vibrante la referencia a "mi padre san Francisco", habla de su radicada y amorosa integración en la Orden. Sin que falte, en fin, el deseo hecho casi oración de que los perseguidores se arrepientan y perciban y acojan en sus vidas la luz de la fe a través del encuentro con Cristo. El martirio de nuestro hermano Zirano encarna la caridad en grado máximo y nos habla de un humanismo nuevo, como el testimoniado por san Maximiliano Kolbe, también hermano menor conventual, en el corazón del siglo XX. A la deshumanización sistemática y brutal del régimen nazi, responde con el don total de sí mismo, ya revelado en sus célebres palabras: "El odio no sirve para nada, sólo el amor crea". Y nosotros, queridos hermanos, ¿qué significado daremos a la beatificación de quien alarga la fila de testigos que decoran y enriquecen la Iglesia? En primer lugar debemos mostrar una gratitud profunda por la gracia que Dios concedió a fr. Francisco Zirano, un don no sin riesgo de cruz, pues le hizo discípulo de Cristo hasta la efusión de la sangre. La seriedad de su testimonio nos veda gloriarnos de cuanto él logró si antes no apreciamos y ponemos en juego la densidad de nuestra fe: "Los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que se han dado a sí mismos y han abandonado sus cuerpos a Nuestro Señor Jesucristo, y por su amor deben exponerse a los enemigos visibles e invisibles, porque dice el Señor: El que pierda su alma por mí, la salvará para la vida eterna". ¿Quién de nosotros se sentiría capaz de suscribir y aplicarse estas palabras del capítulo XVI de la Regla no bulada? Tal vez no seremos llamados a ofrecer la vida por el nombre de Cristo, pero hay otras formas de martirio que nos esperan justo al lado, a las que no podemos ni debemos sustraernos por cuanto representan nuestra vida y nuestro testimonio concreto de santidad. En segundo lugar, quiero subrayar la actualidad del ministerio que ocupó buena parte de la vida de nuestro hermano, vale decir el cuidado hacia los raptados, los esclavos, los que habían sido privados de libertad y eran explotados desde la más patente negación de elementales derechos humanos. ¿Qué son los emigrantes de hoy sino personas que sufren violencia en su viaje hacia la esperanza? Guerras, carestía, pobreza e injusticia ponen en tela de juicio nuestra identidad de "hermanos universales", capaces de acoger con un amor sin fronteras expresado en gestos concretos de atención a la persona. Dadas las características de su experiencia de vida, nuestro Francisco Zirano tendría todas las cartas para ser patrón y protector de las personas raptadas, reducidas a esclavitud, de los emigrantes que atraviesan desierto y mar para buscar la libertad. A nosotros, sus hermanos, corresponde hacer vivo y actual su testimonio a través de los distintos ministerios que la Providencia nos confía. En la memoria anual del nuevo beato mártir, que a todos recomiendo celebrar con especial devoción, éstos han de ser los sentimientos a cultivar para hacer de ella un memorial vivo más que un estéril recuerdo del pasado. Que fr. Francisco Zirano nos ayude desde el cielo y bendiga cada iniciativa, cada empresa de paz y justicia de la fraternidad conventual. Mis queridos hermanos, que el Señor os dé la paz. Fr. Marco Tasca, Ministro general OFMConv * * * BEATO FRANCISCO ZIRANO. Nació en Sassari (Cerdeña, Italia) hacia el año 1564, en el seno de una modesta familia de campesinos, muy religiosos. Su infancia trascurrió con normalidad; era especialmente devoto de la Virgen. Ingresó muy joven en los franciscanos conventuales de la provincia de Cerdeña y a los 22 años recibió la ordenación sacerdotal. En aquel tiempo, las costas sardas eran visitadas con frecuencia por los piratas del norte de África y, en 1590, cayó prisionero de los mismos, que habían desembarcado en la isla, un primo hermano suyo, Francisco Serra, también conventual, que fue llevado como esclavo a Argel. Este hecho marcó el futuro del P. Zirano. Continuó cumpliendo sus obligaciones conventuales, mientras sufría y oraba por su primo, hasta que tomó la decisión de ir a liberarlo. Había que recaudar fondos para pagar el rescate, cosa que hacían en Cerdeña los Mercedarios. Acudió al papa y, el 19 de marzo de 1599, Clemente VIII lo autorizó por un trienio a pedir limosna con tal fin; el documento pontificio exhortaba a ser generosos con el humilde fraile «de unos treinta y tres años, bajo de estatura, de ojos negros y barba castaña». Ya con la autorización pontificia, recorrió la isla recogiendo ofertas para el pago del rescate de su primo y de otros cautivos, consolando a los familiares de los presos y prometiendo trabajar por su liberación. En la primavera de 1602, lleno de temor y de esperanza, firme en la fe, salió de su tierra y, pasando por España, después de muchos percances adversos, entró en territorio argelino. Pronto fue arrestado y conducido a la capital. En la cárcel encontró a otros cristianos, a quienes consoló y confortó en la fe, y donde recibió la visita de su primo Francisco Serra, que fue quien le comunicó la sentencia de muerte dictada contra él. Se intentó enviarlo a Constantinopla, capital del imperio turco al que pertenecía Argel, pero resultó imposible por el alto rescate que exigían por él. En todo momento el P. Zirano se comportó como quería san Francisco de los hermanos que están entre sarracenos: «No entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos» (1 R 16,6). A quienes pretendían que renegara de su fe, les dijo: «Soy cristiano y religioso de mi padre san Francisco y como tal quiero morir. Y suplico a Dios que os ilumine para que lleguéis a conocerlo». Pidió un confesor antes de morir, pero se lo negaron. La noche anterior a la ejecución la pasó en oración. El 25 de enero de 1603, un pregonero proclamó por las calles de Argel que el condenado había robado cuatro esclavos y era un espía. Después, vestido con una túnica y con una cadena al cuello, el mártir recorrió la calle central de la ciudad, repleta de público, entre gritos e insultos, mientras recitaba en alta voz el Benedícite, canto bíblico de los tres jóvenes. Lo desollaron vivo, por odio a la fe, y su piel, rellena de paja, fue expuesta en una de las puertas de la ciudad. Los esclavos cristianos creyeron desde el primer momento que se trataba de un verdadero martirio, por lo que recogieron enseguida sus huesos y piel como reliquias, y la Iglesia empezó a tributarle culto público y a proponerlo como modelo de vida para los cristianos e intercesor suyo en el cielo. Francisco Serra logró más tarde la libertad. Fue beatificado en Sassari, en la celebración presidida por el cardenal Angelo Amato en nombre del papa Francisco, el 12 de octubre de 2014. En el Ángelus de ese día el santo padre dijo: «Esta mañana, en Sassari, ha sido proclamado beato el padre Francesco Zirano, de la Orden de los Frailes Menores Conventuales: él prefirió morir antes que renegar de su fe. Demos gracias a Dios por este sacerdote y mártir, testigo heroico del Evangelio. Su valiente fidelidad a Cristo es un acto de gran elocuencia, especialmente en el contexto actual de las despiadadas persecuciones contra los cristianos». |