DIRECTORIO FRANCISCANO
San Francisco de Asís y la Eucaristía

ANTOLOGÍA EUCARÍSTICA
DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

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Recogemos aquí en primer lugar los textos o fragmentos de los escritos de san Francisco referentes al sacramento del cuerpo y sangre del Señor; para ver los fragmentos en su contexto se puede visitar la sección dedicada a los escritos de san Francisco, acudiendo al enlace directo que se encuentra en el menú principal de este sitio.

En segundo lugar presentamos una selección de los textos de las fuentes primitivas franciscanas; hemos escogido los pasajes que nos han parecido más importantes y significativos, pero hay otros muchos en los que se aportan referencias de la devoción de san Francisco a la Eucaristía, o se repite con más o menos detalles lo ya narrado por fuentes anteriores. Recordamos que las "Fuentes biográficas franciscanas" se pueden visitar a partir del correspondiente enlace que se encuentra en el menú principal.

Admonición 1: El cuerpo del Señor (Adm 1)

1Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí. 2Si me conocierais a mí, ciertamente conoceríais también a mi Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. 3Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. 4Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14,6-9).

5El Padre habita en una luz inaccesible (cf. 1 Tim 6,16), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). 6Por eso no puede ser visto sino en el espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no aprovecha para nada (Jn 6,64). 7Pero ni el Hijo, en lo que es igual al Padre, es visto por nadie de otra manera que el Padre, de otra manera que el Espíritu Santo.

8De donde todos los que vieron al Señor Jesús según la humanidad, y no vieron y creyeron según el espíritu y la divinidad que él era el verdadero Hijo de Dios, se condenaron. 9Así también ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por mano del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la divinidad, que sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, se condenan, 10como lo atestigua el mismo Altísimo, que dice: Esto es mi cuerpo y mi sangre del nuevo testamento, que será derramada por muchos (cf. Mc 14,22.24); 11y: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (cf. Jn 6,55).

12De donde el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, es el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. 13Todos los otros que no participan del mismo espíritu y se atreven a recibirlo, comen y beben su condenación (cf. 1 Cor 11,29).

14Así, pues: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal 4,3). 15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). 16Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino al útero de la Virgen; 17diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; 18diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote. 19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. 20Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, 21así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero.

22Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).

Admonición 26: Los siervos de Dios honren a los clérigos (Adm 26)

1Bienaventurado el siervo que tiene fe en los clérigos que viven rectamente según la forma de la Iglesia Romana. 2Y ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aunque sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque solo el Señor en persona se reserva el juzgarlos. 3Pues cuanto mayor es el ministerio que ellos tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a los demás, 4tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos, que los que pecan contra todos los demás hombres de este mundo.

Carta a las Autoridades de los pueblos (CtaA 6-8)

6Por lo que os aconsejo firmemente, como a señores míos, que, habiendo pospuesto todo cuidado y preocupación, recibáis benignamente el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo en santa memoria suya. 7Y tributad al Señor tanto honor en medio del pueblo que os ha sido encomendado, que cada tarde se anuncie por medio de pregonero o por medio de otra señal, que se rindan alabanzas y gracias por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente. 8Y si no hacéis esto, sabed que tendréis que dar cuenta ante el Señor Dios vuestro, Jesucristo, en el día del juicio (cf. Mt 12,36).

Carta a los clérigos (CtaCle)

1Consideremos todos los clérigos el gran pecado e ignorancia que tienen algunos acerca del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, y de sus sacratísimos nombres, y de sus palabras escritas que consagran el cuerpo. 2Sabemos que no puede existir el cuerpo, si antes no es consagrado por la palabra. 3Nada, en efecto, tenemos ni vemos corporalmente en este siglo del Altísimo mismo, sino el cuerpo y la sangre, los nombres y las palabras, por las cuales hemos sido hechos y redimidos de la muerte a la vida (1 Jn 3,14).

4Por consiguiente, todos aquellos que administran tan santísimos misterios, y sobre todo quienes los administran indebidamente, consideren en su interior cuán viles son los cálices, los corporales y los manteles donde se sacrifica el cuerpo y la sangre del mismo. 5Y hay muchos que lo colocan y lo abandonan en lugares viles, lo llevan miserablemente, y lo reciben indignamente, y lo administran a los demás sin discernimiento. 6Asimismo, sus nombres y sus palabras escritas son a veces hollados con los pies; 7porque el hombre animal no percibe las cosas que son de Dios (1 Cor 2,14).

8¿No nos mueven a piedad todas estas cosas, siendo así que el mismo piadoso Señor se entrega en nuestras manos, y lo tocamos y tomamos diariamente por nuestra boca? 9¿Acaso ignoramos que tenemos que caer en sus manos?

10Por consiguiente, enmendémonos de todas estas cosas y de otras pronta y firmemente; 11y dondequiera que estuviese indebidamente colocado y abandonado el santísimo cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, que se retire de aquel lugar y que se ponga en un lugar precioso y que se cierre. 12Del mismo modo, dondequiera que se encuentren los nombres y las palabras escritas del Señor en lugares inmundos, que se recojan y se coloquen en lugar decoroso. 13Todos los clérigos están obligados por encima de todo a observar todas estas cosas hasta el fin. 14Y los que no lo hagan, sepan que tendrán que dar cuenta ante nuestro Señor Jesucristo en el día del juicio (cf. Mt 12,36).

15Quienes hagan copiar este escrito, para que sea mejor observado, sepan que son benditos del Señor Dios.

Carta primera a los Custodios (1CtaCus)

1A todos los custodios de los hermanos menores a quienes lleguen estas letras, el hermano Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor Dios, os desea salud con los nuevos signos del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante Dios, pero que son estimados en muy poco por muchos religiosos y por otros hombres.

2Os ruego, más que si se tratara de mí mismo, que, cuando os parezca bien y veáis que conviene, supliquéis humildemente a los clérigos que veneren sobre todas las cosas el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo y sus santos nombres y sus palabras escritas que consagran el cuerpo. 3Los cálices, los corporales, los ornamentos del altar y todo lo que concierne al sacrificio, deben tenerlos preciosos.

4Y si el santísimo cuerpo del Señor estuviera colocado en algún lugar paupérrimamente, que ellos lo pongan y lo cierren en un lugar precioso según el mandato de la Iglesia, que lo lleven con gran veneración y que lo administren a los otros con discernimiento. 5También los nombres y las palabras escritas del Señor, dondequiera que se encuentren en lugares inmundos, que se recojan y que se coloquen en un lugar decoroso.

6Y en toda predicación que hagáis, recordad al pueblo la penitencia y que nadie puede salvarse, sino quien recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor (cf. Jn 6,54). 7Y cuando es consagrado por el sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a alguna parte, que todas las gentes, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. 8Y que de tal modo anunciéis y prediquéis a todas las gentes su alabanza, que, a toda hora y cuando suenan las campanas, siempre se tributen por el pueblo entero alabanzas y gracias al Dios omnipotente por toda la tierra.

9Y sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía todos mis hermanos custodios a los que llegue este escrito y lo copien y lo tengan consigo, y lo hagan copiar para los hermanos que tienen el oficio de la predicación y la custodia de los hermanos, y prediquen hasta el fin todo lo que se contiene en este escrito. 10Y que esto sea para ellos como verdadera y santa obediencia. Amén.

Carta segunda a los Custodios (2CtaCus)

1A todos los custodios de los hermanos menores a quienes lleguen estas letras, el hermano Francisco, el más pequeño de los siervos de Dios, os desea salud y santa paz en el Señor.

2Sabed que a los ojos de Dios hay algunas cosas extremadamente altas y sublimes, que a veces son estimadas entre los hombres como viles y abyectas; 3y otras, que ante Dios son tenidas como vilísimas y abyectas, son apreciadas y extraordinarias entre los hombres. 4Os ruego ante el Señor Dios nuestro, cuanto puedo, que deis a los obispos y a los otros clérigos las letras que tratan del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor; 5y que retengáis en la memoria lo que os recomendamos acerca de esto. 6De las otras letras que os envío para que las deis a los "podestà", cónsules y gobernadores, y en las que se contiene que se publiquen por pueblos y plazas las alabanzas de Dios, haced en seguida muchas copias, 7y con gran diligencia ofrecédselas a aquellos a quienes deban darse.

Carta primera a los fieles (1CtaF 1,1-5; 2,1-8)

1Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, con todas las fuerzas, y aman a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22,37.39; Mc 12,30), 2y odian a sus cuerpos con sus vicios y pecados, 3y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, 4y hacen frutos dignos de penitencia: 5¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!

(...)

1Pero todos aquellos y aquellas que no viven en penitencia, 2y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, 3y se dedican a vicios y pecados, y que andan tras la mala concupiscencia y los malos deseos de su carne, 4y no guardan lo que prometieron al Señor, 5y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales y las preocupaciones del siglo y los cuidados de esta vida: 6Apresados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), 7están ciegos, porque no ven la verdadera luz, nuestro Señor Jesucristo. 8No tienen la sabiduría espiritual, porque no tienen al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre.

Carta segunda a los fieles (2CtaF 1-15; 22-24; 33-35; 63-67)

1A todos los cristianos religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres, a todos los que habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito: obsequio con reverencia, paz verdadera del cielo y sincera caridad en el Señor.

2Puesto que soy siervo de todos, estoy obligado a serviros a todos y a administraros las odoríferas palabras de mi Señor. 3Por eso, considerando en mi espíritu que no puedo visitaros a cada uno personalmente a causa de la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he propuesto anunciaros, por medio de las presentes letras y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es la Palabra del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64).

4El altísimo Padre anunció desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, en el seno de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad. 5Él, siendo rico (2 Cor 8,9), quiso sobre todas las cosas elegir, con la beatísima Virgen, su Madre, la pobreza en el mundo. 6Y cerca de la pasión, celebró la Pascua con sus discípulos y, tomando el pan, dio las gracias y lo bendijo y lo partió diciendo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo (Mt 26,26). 7Y tomando el cáliz dijo: Ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados (Mt 26,27). 8Después oró al Padre diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz (Mt 26,39). 9Y se hizo su sudor como gotas de sangre que caían en tierra (Lc 22,44). 10Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad (Mt 26,42); no como yo quiero, sino como quieras tú (Mt 26,39). 11Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, que él nos dio y que nació por nosotros, se ofreciera a sí mismo por su propia sangre como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; 12no por sí mismo, por quien fueron hechas todas las cosas (cf. Jn 1,3), sino por nuestros pecados, 13dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas (cf. 1 Pe 2,21). 14Y quiere que todos nos salvemos por él y que lo recibamos con nuestro corazón puro y nuestro cuerpo casto. 15Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por él, aunque su yugo sea suave y su carga ligera (cf. Mt 11,30).

(...)

22Ciertamente debemos confesar al sacerdote todos nuestros pecados; y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. 23Quien no come su carne y no bebe su sangre (cf. Jn 6,55. 57), no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). 24Sin embargo, que coma y beba dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia condenación, no distinguiendo el cuerpo del Señor (1 Cor 11,29), esto es, que no lo discierne.

(...)

33Debemos también visitar las iglesias frecuentemente y venerar y reverenciar a los clérigos, no tanto por ellos mismos si fueren pecadores, sino por el oficio y administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que sacrifican en el altar, y reciben, y administran a los otros. 34Y sepamos todos firmemente que nadie puede salvarse sino por las santas palabras y por la sangre de nuestro Señor Jesucristo, que los clérigos dicen, anuncian y administran. 35Y ellos solos deben administrar, y no otros.

(...)

63Pero todos aquellos que no viven en penitencia, y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, 64y se dedican a vicios y pecados; y los que andan tras la mala concupiscencia y los malos deseos, y no guardan lo que prometieron, 65y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales, los cuidados y preocupaciones de este siglo y los cuidados de esta vida, 66engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen (cf. Jn 8,41), están ciegos, porque no ven la verdadera luz, nuestro Señor Jesucristo. 67No tienen la sabiduría espiritual, porque no tienen en sí al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre.

Carta a toda la Orden (CtaO 12-37)

12Así pues, os ruego a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad que puedo, que manifestéis toda reverencia y todo honor, tanto cuanto podáis, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, 13en el cual las cosas que hay en los cielos y en la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente (cf. Col 1,20).

14Ruego también en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes, los que son y serán y desean ser sacerdotes del Altísimo, que siempre que quieran celebrar la misa, puros y puramente hagan con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres (cf. Ef 6,6; Col 3,22); 15sino que toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona, porque allí solo él mismo obra como le place; 16porque, como él mismo dice: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19; 1 Cor 11,24); si alguno lo hace de otra manera, se convierte en Judas el traidor, y se hace reo del cuerpo y de la sangre del Señor (cf. 1 Cor 11,27).

17Recordad, hermanos míos sacerdotes, lo que está escrito de la ley de Moisés, cuyo transgresor, aun en cosas materiales, moría sin misericordia alguna por sentencia del Señor (cf. Heb 10,28). 18¡Cuánto mayores y peores suplicios merecerá padecer quien pisotee al Hijo de Dios y profane la sangre de la alianza, en la que fue santificado, y ultraje al Espíritu de la gracia! (Heb 10,29). 19Pues el hombre desprecia, profana y pisotea al Cordero de Dios cuando, como dice el Apóstol, no distingue (1 Cor 11,29) ni discierne el santo pan de Cristo de los otros alimentos y obras, y o bien lo come siendo indigno, o bien, aunque sea digno, lo come vana e indignamente, siendo así que el Señor dice por el profeta: Maldito el hombre que hace la obra de Dios fraudulentamente (cf. Jer 48,10). 20Y a los sacerdotes que no quieren poner esto en su corazón de veras los condena diciendo: Maldeciré vuestras bendiciones (Mal 2,2).

21Oídme, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es de tal suerte honrada, como es digno, porque lo llevó en su santísimo seno; si el Bautista bienaventurado se estremeció y no se atreve a tocar la cabeza santa de Dios; si el sepulcro, en el que yació por algún tiempo, es venerado, 22¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, toma en su corazón y en su boca y da a los demás para que lo tomen, al que ya no ha de morir, sino que ha de vivir eternamente y ha sido glorificado, a quien los ángeles desean contemplar! (1 Pe 1,12).

23Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes (cf. 1 Cor 1,26), y sed santos, porque él es santo (cf. Lev 19,2). 24Y así como el Señor Dios os ha honrado a vosotros sobre todos por causa de este ministerio, así también vosotros, sobre todos, amadlo, reverenciadlo y honradlo. 25Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo. 26¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn 11,27)! 27¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! 28Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él (cf. 1 Pe 5,6; Sant 4,10). 29Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero.

30Amonesto por eso y exhorto en el Señor que, en los lugares en que moran los hermanos, se celebre solamente una misa por día, según la forma de la santa Iglesia. 31Y si en un lugar hubiera muchos sacerdotes, que el uno se contente, por amor de la caridad, con oír la celebración del otro sacerdote; 32porque el Señor Jesucristo colma a los presentes y a los ausentes que son dignos de él. 33El cual, aunque se vea que está en muchos lugares, permanece, sin embargo, indivisible y no conoce detrimento alguno, sino que, siendo uno en todas partes, obra como le place con el Señor Dios Padre y el Espíritu Santo Paráclito por los siglos de los siglos. Amén.

34Y, porque el que es de Dios oye las palabras de Dios (cf. Jn 8,47), debemos, en consecuencia, nosotros, que más especialmente estamos dedicados a los divinos oficios, no sólo oír y hacer lo que dice Dios, sino también custodiar los vasos y los demás libros litúrgicos, que contienen sus santas palabras, para que nos penetre la celsitud de nuestro Creador y nuestra sumisión al mismo. 35Por eso, amonesto a todos mis hermanos y los animo en Cristo para que, en cualquier parte en que encuentren palabras divinas escritas, las veneren como puedan, 36y, por lo que a ellos respecta, si no están bien guardadas o se encuentran indecorosamente esparcidas en algún lugar, las recojan y las guarden, honrando al Señor en las palabras que habló (3 Re 2,4). 37Pues muchas cosas son santificadas por las palabras de Dios (cf. 1 Tim 4,5), y el sacramento del altar se realiza en virtud de las palabras de Cristo.

Paráfrasis del Padrenuestro (ParPN 6)

6Danos hoy nuestro pan de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció.

Regla no bulada o Regla primera (1 R 19)

1Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente. 2Pero si alguno se desviara de la fe y vida católica de palabra o de hecho y no se enmendara, sea expulsado absolutamente de nuestra fraternidad. 3Y tengamos a todos los clérigos y a todos los religiosos por señores nuestros en aquellas cosas que miran a la salud del alma y no nos desvíen de nuestra religión; y veneremos en el Señor el orden y oficio y ministerio de ellos.

Regla no bulada o Regla primera (1 R 20,5-6)

1Y mis hermanos benditos, tanto clérigos como laicos, confiesen sus pecados a sacerdotes de nuestra religión. (...) 5Y así, contritos y confesados, reciban el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo con gran humildad y veneración, recordando lo que dice el Señor: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna (cf. Jn 6,54); 6y: Haced esto en conmemoración mía (Lc 22,19).

Testamento (Test 1-13)

1El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. 2Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. 3Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo.

4Y el Señor me dio una tal fe en las iglesias, que así sencillamente oraba y decía: 5Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

6Después, el Señor me dio y me da tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia Romana, por el orden de los mismos, que, si me persiguieran, quiero recurrir a ellos. 7Y si tuviera tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo, y hallara a los pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que moran, no quiero predicar más allá de su voluntad. 8Y a éstos y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a mis señores. 9Y no quiero en ellos considerar pecado, porque discierno en ellos al Hijo de Dios, y son señores míos. 10Y lo hago por esto, porque nada veo corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y ellos solos administran a los otros. 11Y quiero que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados, venerados y colocados en lugares preciosos. 12Los santísimos nombres y sus palabras escritas, dondequiera que los encuentre en lugares indebidos, quiero recogerlos y ruego que se recojan y se coloquen en lugar honroso. 13Y a todos los teólogos y a los que nos administran las santísimas palabras divinas, debemos honrar y venerar como a quienes nos administran espíritu y vida (cf. Jn 6,64).

Testamento de Siena (TestS)

1Escribe cómo bendigo a todos mis hermanos, los que están en nuestra religión y los que vendrán a ella hasta el fin del siglo... 2Puesto que, a causa de la debilidad y dolores de la enfermedad, no tengo fuerzas para hablar, brevemente declaro a mis hermanos mi voluntad en estas tres palabras, a saber: 3que, en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, siempre se amen mutuamente, 4siempre amen y guarden la santa pobreza, nuestra señora, 5y que siempre se muestren fieles y sumisos a los prelados y todos los clérigos de la santa madre Iglesia.

Tomás de Celano: Vida segunda (2 Cel 201)

La devoción al cuerpo del Señor

201. Ardía en fervor, que le penetraba hasta la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara condescendencia y su condescendiente caridad. Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla. Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y al recibir al Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón.

Por esto amaba a Francia, por ser devota del cuerpo del Señor; y deseaba morir allí, por la reverencia en que tenían el sagrado misterio.

Quiso a veces enviar por el mundo hermanos que llevasen copones preciosos, con el fin de que allí donde vieran que estaba colocado con indecencia lo que es el precio de la redención, lo reservaran en el lugar más escogido.

Quería que se tuvieran en mucha veneración las manos del sacerdote, a las cuales se ha concedido el poder tan divino de realizarlo. Decía con frecuencia: «Si me sucediere encontrarme al mismo tiempo con algún santo que viene del cielo y con un sacerdote pobrecillo, me adelantaría a presentar mis respetos al presbítero y correría a besarle las manos, y diría: "¡Oye, San Lorenzo, espera!, porque las manos de éste tocan al Verbo de vida y poseen algo que está por encima de lo humano"».

Tomás de Celano: Vida segunda (2 Cel 217)

Su muerte y lo que hizo antes de la muerte

217. Como los hermanos lloraban muy amargamente y se lamentaban inconsolables, ordenó el Padre santo que le trajeran un pan. Lo bendijo y partió y dio a comer un pedacito a cada uno. Ordenando asimismo que llevaran el códice de los evangelios, pidió que le leyeran el evangelio según San Juan desde el lugar que comienza Antes de la fiesta de la Pascua, etc. Se acordaba de aquella sacratísima cena, aquella última que el Señor celebró con sus discípulos. Todo esto lo hizo, en efecto, en memoria veneranda de aquélla y para poner de manifiesto el afecto de amor que profesaba a los hermanos.

San Buenaventura: Leyenda Mayor (LM 9,2)

Su amor al sacramento del cuerpo del Señor era un fuego que abrasaba todo su ser, sumergiéndose en sumo estupor al contemplar tal condescendencia amorosa y un amor tan condescendiente. Comulgaba frecuentemente y con tal devoción, que contagiaba su fervor a los demás, y al degustar la suavidad del Cordero inmaculado, era muchas veces, como ebrio de espíritu, arrebatado en éxtasis.

Leyenda de los Tres Compañeros (TC 57)

Exhortaba con solicitud a los hermanos a que guardaran fielmente el santo Evangelio y la Regla que habían prometido. Y, sobre todo, a que tuvieran gran reverencia y devoción a los divinos oficios y ordenaciones eclesiásticas, oyendo devotamente la misa y adorando con rendida devoción el cuerpo del Señor. Quería también que los sacerdotes que administran los sacramentos venerandos y augustos fueran singularmente honrados por los hermanos, de suerte que donde los encontraran les hicieran inclinación de cabeza y les besaran las manos; y si los encontraban cabalgando, deseaba que no sólo les besaran las manos, sino hasta los cascos de los caballos sobre los que cabalgaban, por reverencia a sus poderes.

Anónimo de Perusa (AP 37)

Exhortaba a los hermanos a observar fielmente el santo Evangelio y la Regla que habían profesado. Muy en especial les recomendaba que venerasen los ministerios y ordenanzas eclesiásticas; que oyeran misa y contemplaran el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo con atención y devoción; que reverenciaran a los sacerdotes, que administran este venerable y augusto sacramento, y que dondequiera que los encontrasen, inclinaran la cabeza ante ellos y les besarán la mano. Y si se los encontrasen montados a caballo, por la veneración de sus poderes habrían de hacerles una reverencia y besar no sólo su mano, sino hasta los cascos de la cabalgadura.

Leyenda de Perusa (LP 59; EP 87)

Viendo sus compañeros que Francisco casi moría por la debilidad y por los dolores de la enfermedad, con inmensa pena y llorando le dijeron: «Padre, ¿qué quieres que hagamos? Bendícenos y bendice a todos tus hermanos. Deja también a tus hermanos un memorial de tu última voluntad, para que, si el Señor quiere llevarte de este mundo, tus hermanos puedan decir y recordar: "Estas son las palabras que nuestro Padre dijo a sus hijos y hermanos al morir"».

Y él les dijo: «Que se acerque a mí el hermano Benito de Piratro». Este hermano era sacerdote, prudente y santo y antiguo en la Religión. En algunas ocasiones celebraba la misa para el bienaventurado Francisco en aquella celda, pues el Santo, aunque enfermo, de buen grado quería oír devotamente la misa siempre que le era posible.

Leyenda de Perusa (LP 60; cf. EP 56)

Francisco barre las iglesias

En cierta ocasión, estando el bienaventurado Francisco junto a la iglesia de Santa María de la Porciúncula cuando todavía eran pocos los hermanos, salía de vez en cuando a visitar las aldeas y las iglesias de los alrededores de Asís, anunciando y predicando a los hombres la penitencia. Llevaba consigo una escoba para barrer las iglesias, pues sufría mucho cuando, al entrar en ellas, las encontraba sucias.

Por eso, cuando terminaba de predicar al pueblo, reunía a todos los sacerdotes que se encontraban allí en un local apartado para no ser oído por los seglares. Les hablaba de la salvación de las almas, y, sobre todo, les recomendaba mucho el cuidado y diligencia que debían poner para que estuvieran limpias las iglesias, los altares y todo lo que sirve para la celebración de los divinos misterios.

Leyenda de Perusa (LP 87)

Durante una cuaresma que pasó en el monte Alverna, aconteció un día que su compañero prendió el fuego para la hora de la comida en la celda donde solía comer. Luego se dirigió a la celda que el bienaventurado Francisco empleaba habitualmente para su oración y descanso, a fin de leerle el evangelio de la misa del día. El bienaventurado Francisco, en efecto, cuando no podía acudir a la misa, quería oír el evangelio del día antes de la comida.




Leyenda de Perusa (LP 108; cf. EP 65)

Era, en efecto, costumbre del santísimo Padre, cuando se proponía partir a predicar no sólo en una provincia lejana, sino también en las provincias vecinas, orar y hacer orar a los hermanos para que el Señor le inspirase a dónde debía encaminarse según el deseo de Dios.

Los hermanos se retiraron, y, concluida la oración, volvieron donde el bienaventurado Francisco, que les habló así: «En nombre de nuestro Señor Jesucristo, de la gloriosa Virgen, su madre, y de todos los santos, escojo la provincia de Francia. Es una nación católica que, entre todas las naciones católicas de la santa Iglesia, profesa la más grande veneración al cuerpo de Cristo, lo que me complace sobremanera. Por eso, me será muy grato estar con sus gentes».

El bienaventurado Francisco tenía, en efecto, grandísima reverencia y devoción al cuerpo de Cristo. Por ello, quiso escribir en la Regla que, en las provincias donde morasen, los hermanos debían tener cuidado y preocupación del mismo, y debían predicar y exhortar a los clérigos y sacerdotes a que tuviesen el cuerpo de Cristo en lugar decente y conveniente; si éstos no lo hacían, quería que lo hicieran los hermanos (cf. CtaCle).

Y en cierta ocasión quiso también enviar por todas las provincias algunos hermanos con copones para que colocasen en ellos con respeto el cuerpo de Cristo cuando lo hallasen colocado en contra de las normas. Por reverencia al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, quiso también insertar en la Regla que, «si los hermanos hallan escritos con las palabras y los nombres del Señor por los que se confecciona el santísimo sacramento no bien colocados o tirados indecorosamente por el suelo, los recojan y levanten, honrando de esta manera al Señor en las palabras que Él pronunció; muchas cosas se santifican, en verdad, por las palabras de Dios, y el sacramento del altar se realiza por la virtud de las palabras de Cristo».

Y aunque no escribió esta prescripción en la Regla, sobre todo porque los ministros no juzgaron oportuno ponerla como precepto, el santo Padre quiso manifestar a los hermanos en su Testamento y en sus escritos su voluntad a este respecto. Quiso también enviar hermanos a todas las provincias con buenos y hermosos utensilios de hierro para la elaboración de las hostias.

Nota manuscrita de fray León en el breviario de Santa Clara

El bienaventurado Francisco adquirió este breviario para sus compañeros los hermanos Ángel y León, y quiso servirse de él para decir el oficio divino cuando gozaba de buena salud, como se contiene en la Regla. Y, cuando estaba enfermo y no podía recitar el oficio, quería, al menos, escucharlo. Y así lo vino haciendo mientras vivió.

También hizo escribir este evangeliario. Y el día que no podía oír misa, por motivo de enfermedad o por cualquier otro notorio impedimento, se hacía leer el evangelio que aquel mismo día se leía en la iglesia durante la misa. Mantuvo esta práctica hasta su muerte. Pues solía decir: «Cuando no oigo misa, adoro el cuerpo de Cristo con los ojos de la mente en la oración, como lo adoro cuando lo veo en la misa». Y, una vez oído o leído el evangelio, el bienaventurado Francisco besaba siempre el evangelio con grandísima reverencia hacia el Señor.

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