DIRECTORIO FRANCISCANO
SANTORAL FRANCISCANO

5 de abril
SANTA MARÍA CRESCENCIA HÖSS (1682-1744)
Monja de la Tercera Orden Regular de San Francisco

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Nació en el seno de una modesta familia artesana y, superando no pocos obstáculos, ingresó de muy joven en un monasterio de la TOR de san Francisco, en el que fue portera, maestra de novicias y superiora. A ella acudían, incluso por escrito, gentes de toda clase en busca de consejo. Se distinguió por su devoción al Espíritu Santo y a la Pasión de Cristo, así como por su caridad para con los pobres. La canonizó Juan Pablo II en el 2001.

Nació el 20 de octubre de 1682. Era hija de un modesto tejedor de lana en la ciudad de Kaufbeuren, que en aquel tiempo contaba sólo con dos mil quinientos habitantes, en su mayoría protestantes. En la escuela se distinguió por su inteligencia y su devoción. Se hizo tejedora, para ayudar a su padre, pero su mayor aspiración era entrar en el monasterio de las Franciscanas de Kaufbeuren. Sin embargo, su familia era demasiado pobre para pagar la dote requerida y sólo con la ayuda decisiva del alcalde protestante pudo entrar finalmente en el convento.

Su vida consagrada estuvo siempre impregnada de amor alegre a Dios, con la preocupación fundamental de cumplir en todo su santísima voluntad. Vivía una gozosa y profunda relación con Dios.

Su intensa oración, mediante fervorosos coloquios con la Trinidad, con la Virgen María y con los santos, desembocó muchas veces en visiones místicas, de las que sólo hablaba por obediencia ante sus superiores eclesiásticos.

Desde su infancia oraba mucho y con fervor al Espíritu Santo, devoción que cultivó durante toda su vida. Deseaba que las personas vieran en él un camino más fácil de vida espiritual.

Se la suele representar sosteniendo la cruz con la mano derecha, mientras con la izquierda se dirige al Salvador crucificado, pues durante toda su vida predominó en ella la contemplación y devoción a Cristo en su agonía, que la llevaba a un gran espíritu de sacrificio personal, siguiendo el ejemplo del Salvador.

Siempre buscó hacerlo todo por amor a Dios, a quien deseaba glorificar por la fe, con obediencia y humildad.

Sus experiencias místicas no la alejaban del mundo real; al contrario, sus ojos se hallaban abiertos de par en par a las necesidades del prójimo. Ciertamente, dedicaba largos ratos a la oración y a la contemplación, pero durante gran parte de su jornada se entregaba a socorrer a los necesitados, en los que veía a Cristo mismo.

Durante muchos años fue portera del convento, cargo que aprovechó para aconsejar a mucha gente y realizar una generosa labor de caridad. Más tarde, nombrada maestra de novicias, se entregó a la formación espiritual de las hermanas jóvenes para la vida monástica.

En 1741 fue elegida superiora. Desempeñando ese cargo dirigió de modo sabio y prudente el monasterio, tanto en el campo espiritual como en sus intereses seculares, mejorando hasta tal punto la posición económica que, por mérito suyo, el monasterio pudo ayudar a mucha gente con sus limosnas.

Solía subrayar que sin amor a los demás no podía haber amor a Dios y que «todo el bien que se hacía al prójimo era tributado a Dios, que se escondía en los andrajos de los pobres».

Consideraba importante que también las mujeres se realizaran en la vida religiosa. De modo constante y consciente se esforzó siempre por aumentar la fe en todos aquellos con quienes entraba en contacto, haciéndoles comprender cuál era el camino que debían seguir. Por eso, para numerosas personas, tanto consagradas como laicas, fue guía espiritual y consejera decisiva. Tenía la rara capacidad de reconocer rápidamente los problemas y ofrecerles la solución adecuada y razonable.

El príncipe heredero y arzobispo de Colonia Clemente Augusto la consideraba una guía de almas sabia y muy comprensiva; quedó tan prendado de su santidad que llegó a pedir al Papa que la canonizara inmediatamente después de su muerte.

Numerosas personas iban a consultarla en su monasterio y con tal de mantener una conversación con ella estaban dispuestas a esperar varios días. Eran miles los que le escribían desde las regiones de Europa de lengua alemana, pidiéndole consejo y ayuda, y recibiendo siempre una respuesta adecuada. Gracias a ella, el pequeño monasterio de Kaufbeuren desempeñó un sorprendente e importante apostolado epistolar.

Inmediatamente después de su muerte, que aconteció el 5 de abril de 1744, domingo de Pascua, la gente acudió en gran número a visitar su tumba en la iglesia del monasterio, convencida de encontrarse ante una santa. Kaufbeuren se convirtió en un lugar famoso de peregrinaciones en Europa. Ese fenómeno se verificó ininterrumpidamente desde su muerte, y se intensificó después de su beatificación, llevada a cabo por el Papa León XIII el 7 de octubre de 1900. Esa veneración ha seguido viva hasta hoy de modo sorprendente, no sólo entre los católicos sino también entre las comunidades surgidas de la Reforma. La canonizó Juan Pablo II el 25 de noviembre del 2001.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 23-XI-01]

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De la homilía de Juan Pablo II
en la misa de canonización
(25-XI-2001)

Honrar a Cristo Rey: este deseo animó a santa María Crescencia Höss desde su más tierna infancia. Para ello utilizó sus talentos. Dios le concedió una hermosa voz. Cuando era una muchacha cantó como solista en el coro, no para brillar ella, sino para cantar y tocar para Cristo Rey.

También puso su conocimiento de las personas al servicio del Señor. Esta franciscana era una consejera muy solicitada. Ante la puerta del monasterio se apiñaban los visitantes: hombres y mujeres sencillos, príncipes y emperatrices, sacerdotes y religiosos, abades y obispos. Así, se convirtió en una especie de "comadrona", para ayudar a dar a luz la verdad en el corazón de quienes le pedían consejo.

A esta santa no se le ahorró el sufrimiento. Las "presiones" ya existían en su tiempo. Soportó humillaciones en su propia comunidad, sin dudar por ello de su vocación. La meditación de la Pasión hizo que madurara en ella la virtud de la paciencia. Llegó a ser superiora: dirigir espiritualmente significaba para ella servir. Fue generosa con los pobres, maternal con sus hermanas, y sensible con todos los que necesitaban una palabra amable. Santa Crescencia vivió lo que significa el reino de Cristo: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 30-XI-01]

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Del discurso de Juan Pablo II a los peregrinos
que fueron a Roma para la canonización
(26-XI-2001)

Con gran alegría doy la bienvenida a los fieles alemanes que han venido para la canonización. En particular, saludo al cardenal Friedrich Wetter, así como al obispo Viktor Josef Dammertz, que ha encabezado la peregrinación a la ciudad eterna.

Santa María Crescencia Höss es un gran don. Sentíos orgullosos de esta mujer. Es un signo no sólo para la ciudad de Kaufbeuren, sino también para la diócesis de Augsburgo y la provincia eclesiástica de Munich y Freising, así como para toda la Iglesia en Alemania.

Aunque nos separa de ella un largo período de tiempo, la nueva santa nos habla también al inicio del tercer milenio. Ante su tumba, devotos de diferentes confesiones encomiendan a diario sus preocupaciones a la santa. Ya en vida, María Crescencia Höss recordaba a la gente a alguien que también nosotros necesitamos: el Espíritu Santo. El Espíritu Santo puede realizar grandes cosas en nosotros y en toda la Iglesia, si se lo permitimos. Con este deseo, os imparto la bendición apostólica a vosotros y a todos aquellos cuyas peticiones habéis traído a Roma.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 30-XI-01]


SANTA MARÍA CRESCENCIA HÖSS (1682-1744)
Monja de la Tercera Orden Regular de San Francisco

María Crescencia Höss fue la penúltima de ocho hermanos. Nació el 20 de octubre de 1682 en Kaufbeuren, diócesis de Augusta, Baviera. Superadas dificultades familiares y la oposición de la superiora del convento, el 5 de junio de 1703 fue admitida entre las Terciarias Franciscanas de Mayerhoff en Kaufbeuren. Los primeros años de vida religiosa no fueron fáciles, dada la incomprensión de la superiora, Madre Teresa Schmidt. La situación cambió radicalmente en 1707 con la nueva superiora, Madre María Juana Altwoegerin. De 1709 a 1744 María Crescencia desempeñó los oficios más importantes del convento: portera, maestra de novicias y superiora.

Por dieciséis años fue portera, oficio muy humilde, pero para ella fue campo de apostolado intenso, que realizó con prudencia y caridad. Católicos y luteranos socorridos por ella la llamaron "madre de los pobres". En 1726 la nombraron maestra de novicias, oficio que desempeñó con absoluta consagración durante quince años. Día y noche estaba enteramente a disposición de las novicias, las escuchaba, las estimulaba y las fortalecía en las dificultades, pero sobre todo las exhortaba a la práctica de la humildad, ofreciéndoles continuos ejemplos. Les recomendaba la práctica del silencio, el recogimiento, la lectura de libros sagrados, en especial de los evangelios, las exhortaba a tener como maestro de su vida a Jesús Crucificado. Fue también sabia consejera para todos los que recurrían a ella en busca de consuelo en sus penas y fortaleza en las dificultades. Sus numerosas cartas, publicadas unas, inéditas otras, son una clara muestra del gran bien que hizo a las almas.

El 23 de julio de 1741 Sor María Crescencia fue elegida superiora de la comunidad, a pesar de sus muchos esfuerzos por renunciar, sugeridos por su humildad. El Ministro provincial de los Franciscanos, que presidía el capítulo, la persuadió de aceptar. En los tres años de gobierno se convirtió en la segunda fundadora del monasterio. Con muy buen sentido para la selección de vocaciones, solía decir: «Dios quiere el convento rico de virtudes y no de bienes temporales». Los puntos principales de su programa fueron: ilimitada confianza en la divina Providencia, prontitud para los actos de la vida común, amor a la pobreza, al silencio y al recogimiento, devoción a Jesús Crucificado, a la Eucaristía y a la Inmaculada Madre celestial. Durante la cuaresma de 1744 enfermó gravemente y en la noche de Pascua, 5 de abril de 1744, pasó a recibir el premio de sus virtudes en el cielo.

[Ferrini-Ramírez, Santos Franciscanos para cada día, Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp.105-106]

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