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Decimoquinta
Estación |
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Vía crucis de Juan Pablo II (Vigilias Pascuales) «Tenéis guardias. Id, aseguradlo como sabéis» (Mt 27,65), dijo Pilato a los judíos. Y la tumba de Jesús fue cerrada y sellada. Según la petición de los sumos sacerdotes y los fariseos, se pusieron soldados de guardia para que nadie pudiera robar el cuerpo de Jesús (Mt 27,62-65). Vigilaban junto al sepulcro aquellos que habían querido la muerte de Cristo, considerándolo un «impostor» (Mt 27,63). Su deseo era que Él y su mensaje fueran sepultados para siempre. No muy lejos de allí, velaba María y, con ella, los Apóstoles y algunas mujeres. Tenían aún impresa en el corazón la imagen perturbadora de los hechos que acaban de ocurrir. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Estas palabras de dos hombres «con vestidos resplandecientes» refuerzan la confianza en las mujeres que acudieron al sepulcro, muy de mañana. Habían vivido los acontecimientos trágicos culminados con la crucifixión de Cristo en el Calvario; habían experimentado la tristeza y el extravío. No habían abandonado, en cambio, en la hora de la prueba, a su Señor. Van a escondidas al lugar donde Jesús había sido enterrado para volverlo a ver todavía y abrazarlo por última vez. Las empuja el amor, aquel mismo amor que las llevó a seguirlo por los caminos de Galilea y Judea hasta al Calvario. ¡Mujeres dichosas! No sabían todavía que aquella era el alba del día más importante de la historia. No podían saber que ellas, justo ellas, estaban siendo los primeros testigos de la resurrección de Jesús. «Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro». (Lc 24,2). Así lo narra el evangelista Lucas, y añade que «entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (24, 3). En un instante todo cambia. Jesús «no está aquí, ha resucitado». Este anuncio que cambió la tristeza de estas piadosas mujeres en alegría, resuena con inalterada elocuencia en la Iglesia y en todos los fieles. Jesús está vivo y nosotros vivimos en Él. Para siempre. La resurrección de Cristo inaugura para la humanidad una renovada primavera de esperanza. Pausa de silencio Oremos: Señor Jesús, de tu Cruz se desprende un rayo de luz. En tu muerte ha sido vencida nuestra muerte y se nos ha ofrecido la esperanza de la resurrección. ¡Asidos a tu Cruz, quedamos en la espera confiada de tu vuelta, Señor Jesús, Redentor nuestro! «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!». Amén.
Vía crucis de Gerardo Diego
Gerardo Diego, en el Propósito escrito para acompañar su edición de 1931, renueva el contenido de su Vía crucis con un romance de apertura y otro de cierre con el título que precede. Se trata de un romancillo heptasilábico estructurado en cuartetas, a la resurrección del Señor, al margen del Vía crucis, pero dándole un muy superior sentido: no cabría validez salvífica alguna en la Pasión, si no culminara tan elaborada muerte con la Resurrección del Señor. Su muerte exclusiva le hubiera convertido en un hombre más con un grado de eminencia mayor o menor. Es su ascenso hasta la derecha del Padre lo que nos trasciende de muerte a vida liberadora y amistad con Dios. No desentona, con todo, la nueva composición, a pesar del cambio métrico; su estructura repite la de las estaciones previas: un motivo, aquí glorioso, en tercera persona, esta vez cantando con entusiasmo, porque "todo en torno se afirma / se deslumbra, se ciega", en gracia a este "cuerpo armonioso", al punto que la naturaleza renace con él: "las brisas le acarician, / la tierra le sustenta, / y la luz que de él mana / le ciñe y le modela". En el desarrollo personalizado después, en segunda persona, el poeta se satisface con la certeza tranquila que le otorga la nueva primavera prevista ya "para después del tiempo".- [Fr. Ángel Martín, ofm] |
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