DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

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Vía crucis de Juan Pablo II

(Viernes Santo de 2000)

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,30-33).

María recordaba estas palabras. Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón.

Cuando en el camino hacia la cruz encontró a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente esas palabras. Con una fuerza particular. «Reinará... Su reino no tendrá fin», había dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, lleva la cruz en la que habría de morir, podría preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo reinará en la casa de David? ¿Cómo será que su reino no tendrá fin?

Son preguntas humanamente comprensibles. María, sin embargo, recuerda que tiempo atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ahora ve que aquellas palabras se están cumpliendo en la palabra de la cruz. Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra». De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado. En el camino hacia la cruz, María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo.

«Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta" (Lm 1,12). Es la Madre dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del mundo.

Pausa de silencio

Oremos: Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el fiat e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su amor.

A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Vía crucis de Gerardo Diego

Se ha abierto paso en las filas
una doliente Mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón.
Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas.

¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.

Con la medida establecida de las dos décimas para encuadrar tema y comentario, en la cuarta estación se enfrenta el autor al dramatismo del encuentro entre Jesús y su Madre, que se abre paso entre la multitud hasta llegar a él. El poeta cambia el registro narrativo y lo hace en tercera persona, como apartándose y cediendo a la Madre el lugar que viene él ocupando. El autor funde a ambos en un llanto común de dolencias indescriptibles: "Cristo llora por María. María llora por Cristo", para girar el curso descriptivo hacia la propia aplicación sentimental del hombre impertérrito ante tal cúmulo de sufrimientos y solicitar también para él un poco, al menos, "de esa doble pena loca".- [Fr. Ángel Martín, ofm]

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