DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

SALMO 95
El Señor, rey y juez del mundo

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1Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
2cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

3Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
4porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

5Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
6honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

7Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
8aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

9Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
10decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente».

11Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
12vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

13delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
14regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

 

[La Biblia de Jerusalén le pone a este salmo el título de Yahvé, rey y juez. Este himno, que agrupa quizá dos poemas que celebran la realeza divina y el advenimiento del Juez del mundo, se compone de reminiscencias de Salmos y de Isaías. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Alabanza del Señor, único Dios. La invitación a los pueblos todos a venir a adorar a Dios implica la universalidad del reino de Dios, reconocido por todas las naciones, y, por tanto, el reino mesiánico. Tres partes se pueden distinguir en esta composición de estilo lírico: a) invitación a Israel a alabar a Yahvé en el templo (vv. 1-6); b) invitación a las demás naciones a alabar al Creador (vv. 7-10); c) invitación a la naturaleza a regocijarse ante Dios, que gobierna el mundo con su justicia (vv. 11-14).]

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

Dios, rey y juez del universo.

1. «Decid a los pueblos: "El Señor es rey"». Esta exhortación del salmo 95 (v. 10), que se acaba de proclamar, en cierto sentido ofrece la tonalidad en que se modula todo el himno. En efecto, se sitúa entre los «salmos del Señor rey», que abarcan los salmos 95-98, así como el 46 y el 92.

Ya hemos tenido anteriormente ocasión de presentar y comentar el salmo 92, y sabemos que en estos cánticos el centro está constituido por la figura grandiosa de Dios, que gobierna todo el universo y dirige la historia de la humanidad.

También el salmo 95 exalta tanto al Creador de los seres como al Salvador de los pueblos: Dios «afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente» (v. 10). El verbo «gobernar» expresa la certeza de que no nos hallamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que desde siempre estamos en las manos de un Soberano justo y misericordioso.

2. El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa a alabar a Dios, una invitación que abre inmediatamente una perspectiva universal: «cantad al Señor, toda la tierra» (v. 1). Se invita a los fieles a «contar la gloria» de Dios «a los pueblos» y, luego, «a todas las naciones» para proclamar «sus maravillas» (v. 3). Es más, el salmista interpela directamente a las «familias de los pueblos» (v. 7) para invitarlas a glorificar al Señor. Por último, pide a los fieles que digan «a los pueblos: el Señor es rey» (v. 10), y precisa que el Señor «gobierna a las naciones» (v. 10), «a los pueblos» (v. 14). Es muy significativa esta apertura universal de parte de un pequeño pueblo aplastado entre grandes imperios. Este pueblo sabe que su Señor es el Dios del universo y que «los dioses de los gentiles son apariencia» (v. 5).

El Salmo se halla sustancialmente constituido por dos cuadros. La primera parte (cf. vv. 1-9) comprende una solemne epifanía del Señor «en su santuario» (v. 6), es decir, en el templo de Sión. La preceden y la siguen cantos y ritos sacrificiales de la asamblea de los fieles. Fluye intensamente la alabanza ante la majestad divina: «Cantad al Señor un cántico nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos (...)» (vv. 1-3, 7-9).

Así pues, el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra liturgia diaria y en nuestra oración personal.

3. En el centro de este canto coral encontramos una declaración contra los ídolos. Así, la plegaria se manifiesta como un camino para conseguir la pureza de la fe, según la conocida máxima: lex orandi, lex credendi, o sea, la norma de la oración verdadera es también norma de fe, es lección sobre la verdad divina. En efecto, esta se puede descubrir precisamente a través de la íntima comunión con Dios realizada en la oración.

El salmista proclama: «Es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses. Pues los dioses de los gentiles son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo» (vv. 4-5). A través de la liturgia y la oración la fe se purifica de toda degeneración, se abandonan los ídolos a los que se sacrifica fácilmente algo de nosotros durante la vida diaria, se pasa del miedo ante la justicia trascedente de Dios a la experiencia viva de su amor.

4. Pero pasemos al segundo cuadro, el que se abre con la proclamación de la realeza del Señor (cf. vv. 10-14). Quien canta aquí es el universo, incluso en sus elementos más misteriosos y oscuros, como el mar, según la antigua concepción bíblica: «Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del bosque, delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra» (vv. 11-13).

Como dirá san Pablo, también la naturaleza, juntamente con el hombre, «espera vivamente (...) ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,19.21).

Aquí quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este salmo que hicieron los Padres de la Iglesia, los cuales vieron en él una prefiguración de la Encarnación y de la crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.

5. Así, san Gregorio Nacianceno, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o del 380, recoge algunas expresiones del salmo 95: «Cristo nace: glorificadlo. Cristo baja del cielo: salid a su encuentro. Cristo está en la tierra: levantaos. "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1); y, para unir a la vez los dos conceptos, "alégrese el cielo, goce la tierra" (v. 11) a causa de aquel que es celeste pero que luego se hizo terrestre» (Omelie sulla natività, Discurso 38, 1, Roma 1983, p. 44).

De este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Más aún, el que reina «hecho terrestre», reina precisamente en la humillación de la cruz. Es significativo que muchos antiguos leyeran el versículo 10 de este salmo con una sugestiva integración cristológica: «El Señor reina desde el árbol de la cruz».

Por esto, ya la Carta a Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está en el árbol de la cruz» (VIII, 5: I Padri apostolici, Roma 1984, p. 198) y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a alegrarse porque «el Señor reinó desde el árbol de la cruz» (Gli apologeti greci, Roma 1986, p. 121).

En esta tierra floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, Vexilla regis, en el que se exalta a Cristo que reina desde la altura de la cruz, trono de amor y no de dominio: Regnavit a ligno Deus. En efecto, Jesús, ya durante su existencia terrena, había afirmado: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,43-45).

[Audiencia general del Miércoles 18 de septiembre de 2002]

MONICIÓN SÁLMICA

El salmo 95 es un canto de los desterrados que, desde Babilonia, retornan a Israel, para gozar en ella de la libertad: Que los campos y cuanto hay en ellos vitoreen, que los árboles del bosque aclamen, delante del Señor, que ya llega con su pueblo, a tomar nueva posesión de Jerusalén y regir desde ella el orbe con justicia.

Este salmo, a nosotros, los cristianos, nos habla del triunfo final de Dios en el último día; y también de nuestra vocación sacerdotal, consistente en invitar a los hombres a celebrar a Dios. Nuestro día no sólo debe cantar al Señor, sino ser también una invitación a las familias de los pueblos a que aclamen la gloria y el poder del Señor.

Oración I: Bendecimos, Señor, tu nombre, proclamamos día tras día tu victoria, manifestada en la resurrección de tu Hijo Jesucristo; haz que todo nuestro día, con sus obras y palabras, cuente a los pueblos tu gloria, para que todos los hombres, postrados ante ti, aclamen tu gloria y tu poder. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Señor Dios todopoderoso, concede a tu Iglesia, que canta en honor de tu Hijo un cántico nuevo, celebrando su resurrección, alegrarse también un día con el cielo y la tierra, y vitorear delante de Cristo, cuando llegue, en su última venida, a regir el orbe con justicia y con fidelidad. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

[Pedro Farnés]

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NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL SALMO

Himno al Señor rey. Horizonte universal.

VV. 1-2: Invitación con triple invocación del nombre «Señor». La victoria del Señor es una acción salvadora de Dios en la historia: el salmo no precisa cual.

V. 3: Israel tiene por oficio alabar a Dios, y con esta alabanza darlo a conocer a todos los pueblos. Su elección es misionera, su alabanza es testimonio.

VV. 4-5: La grandeza del Señor comparado con los dioses de los gentiles. La acción creadora demuestra su poder.

V. 6: Como un soberano, tiene una escolta y una corte: honor y majestad, fuerza y esplendor.

VV. 7-9: Segunda estrofa: la invitación se extiende a todos los pueblos del orbe. De nuevo una triple invocación del nombre del «Señor»: los pueblos han de invocar ese nombre, venir a su templo, y traerle ofrendas como acto de reconocimiento y homenaje.

V. 10: Sintetiza el tema del salmo: la realeza del Señor, su acción creadora, su gobierno justo y universal.

VV. 11-12: Tercera estrofa: la invitación se extiende a la naturaleza, que se debe asociar a las aclamaciones, (sin aclamación del nombre).

VV. 13-14: Aunque el Señor es soberano desde siempre, viene repetidas veces en su acción histórica, para implantar su reino en la tierra: son los sucesivos «advientos» o venidas del Señor.

Para la reflexión del orante cristiano.- Todas esas venidas preparan el gran «adviento» o advenimiento de Dios, que entra en la historia humana, haciendo presente la revelación del Padre; y va celebrando difíciles «victorias» para establecer en el mundo el «reino de los cielos». Los cristianos también tienen esa vocación misionera y han de dar ese testimonio de la alabanza, celebrando así y colaborando al establecimiento del reino de Dios.

[L. Alonso Schökel]

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MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL SALMO

Introducción general

En este himno al rey universal, confluyen temas presentes en salmos antiguos como el 29 y el 92, y otros cuyos ecos resuenan en literatura más reciente, como el Segundo y el Tercer Isaías. ¿Es un poema antiguo o relativamente moderno? No lo sabemos; junto a los parentescos mencionados hay expresiones arcaicas, como las que aparecen en los vv. 4.6.9.10. El problema de la datación se agrava cuando se lee 1 Cron 16,23-33, donde se recoge parte del presente salmo. Ante la incertidumbre, tal vez lo más acertado sea decir que este salmo pertenece a una tradición viva: la celebración del Señor como Rey. Nacida en el seno de Israel, se proyecta hacia el futuro, hacia la escatología, en la que se instaurará «el Reino que dura por los siglos». En este clima hay que orar con el presente salmo.

Para la oración comunitaria. Aunque formalmente exista una doble invitación a la alabanza y, por consiguiente, un doble cántico, intervienen en el cántico tres grupos distintos: Israel, las naciones, toda la creación. De acuerdo con esto, proponemos dos modos de rezo:

Coro 1.º, Celebración de la grandeza de Dios: «Cantad al Señor... están en su templo» (vv. 1-6).

Coro 2.º, Dios, rey y juez: «Familias de los pueblos... y los pueblos con fidelidad» (vv. 7-14).

En el segundo modo de rezarlo que proponemos, los coros van uniendo sus voces de acuerdo con el crescendo de voz y de ámbito existente en el salmo:

Coro 1.º, Grandeza de Dios: «Cantad al Señor... están en su templo» (vv. 1-6).

Coros 2.º y 1.º, Dios rey: «Familias de los pueblos... los pueblos rectamente» (vv. 7-10).

Coros 3.º, 2.º y 1.º, Dios juez: «Alégrese el cielo... y los pueblos con fidelidad» (vv. 11-14).

En ambos modos de celebración, sobre todo en el primero, cabe que la invitación a la alabanza (vv. 1-3 y 7-10) sea hecha por el presidente y los coros salmodien la motivación (vv. 4-6 y 11-14).

El reino de Dios está cerca

El violento ocaso de la dinastía davídica no terminó con la convicción de que Dios reinara. Sobre las ruinas de los imperios humanos se construirá el reino de Dios. Los signos que realiza Jesús son preanuncio de la cercanía del reino. Ahora bien, el escándalo fundacional del reino, por el que el Crucificado llega a ser el rey exaltado, impone una fisonomía particular a los ciudadanos de este reino. Un alma pobre, una actitud de niño, soportar las persecuciones, el sacrificio de lo que se posee y sobre todo la caridad fraterna son la indumentaria de este singular reino de sacerdotes. Quien se vista con ella tendrá parte en la comida escatológica junto con los invitados venidos de todas partes. Los ciudadanos del reino cantan y aclaman, ya ahora, a su Rey.

Una buena noticia

La victoria de Dios, aunque no se precise cuál, es una buena noticia que no puede silenciarse. Quien ha oído esta noticia clama con voz poderosa, sin miedo: «Ahí está vuestro Dios» (Is 49,9). Se lo dice tanto a los íntimos como al resto, a las naciones todas. Buena noticia es la muerte del enemigo (2 S 18,19-20), la salvación de la propia nación. Desde que Jesús murió por todo el pueblo, la Buena Noticia es que Dios ha vencido a la muerte. No podemos acallarla. Como el alegre mensajero de Sión, se la proclamamos al mundo entero para que todos pierdan el miedo a la muerte, vivan gozosamente sin miedo y desde ahora se unan a nosotros en el cántico nuevo que entonamos al Vencedor.

Un coro universal

Una vez que el anuncio se ha hecho catequesis universal, otros muchos pueblos se unen a Israel para entonar una canción al único Dios. Todos han sido atraídos hacia el monte santo y se alegran en la que es Casa de oración para todos los pueblos. Se canta al Señor que viene como rey y como juez. Todos los hombres, en efecto, pueden reconocer a Jesús Rey porque la proclamación se hizo en lenguaje universal y cerca de la ciudad (Jn 19,20). Los que en otro tiempo estaban lejanos pueden acercarse en virtud de la sangre de Cristo. Él ha querido hacer un solo pueblo de lejanos y cercanos. Quienes se acercan, quienes le aceptan como rey, entran en la Casa de oración, participan del himno de la comunidad que secularmente clama: «Ven, Señor». Su venida será el acorde que falta en nuestro coro universal.

Resonancias en la vida religiosa

Misioneros de la gloria de Dios: Dios se hace reconocer, se impone a los hombres. Su gloria es la competencia con la cual él utiliza su omnipotencia y con la que ejerce su sabiduría. La gloria de Dios es Dios mismo en su verdad, en su poder, en su acción, a través de las cuales se manifiesta como Dios. La gloria de Dios es la totalidad de sus perfecciones, hechas visibles, la manifestación de todo lo que Él es. Es su belleza esplendorosa, refulgente, seductora, que se impone y deslumbra cualquier hermosura creada.

Por eso nosotros entonamos el salmo 95 y nos convertimos en misioneros de la Gloria de Dios. Su acción en el mundo es maravillosa, digna de ser alabada; está llena de fuerza y esplendor, y es capaz de alegrar el universo entero.

En Jesús se manifestó la gloria del Padre. Nosotros, herederos de su gloria, estamos llamados a dar testimonio de ella por todo el mundo. Mas reconocemos la gloria del Señor en la humillación de nuestra carne de pecado para no vanagloriarnos.

Oraciones sálmicas

Oración I: Rey eterno, que construyes tu reino sobre las ruinas de los imperios humanos; que comprendamos que tu Reino no es de este mundo y que el servicio del amor lo construye; recibe la alabanza de los ciudadanos de tu Reino, pueblo de reyes. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración II: Dios victorioso, que por medio de tu Hijo Jesús nos comunicaste a los hombres la Buena Noticia de que reinas sobre nosotros; haz que tu reinado de gracia germine entre las malezas del pecado y que venza en nosotros al mal que nos acosa y a la tristeza que nos carcome. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración III: Padre de todos los hombres, Tú que has hecho de Jesús tu morada, la casa de oración para todos los pueblos y en Él has querido hermanar a quienes el pecado había distanciado; aúnanos por tu Espíritu en el Hijo para que todos en coro universal clamemos: «¡Abba! ¡Padre!». Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

[Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]

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