|
SALMO 71, I-II |
. |
COMENTARIO AL SALMO 71, I-II [La Liturgia de las Vísperas nos ofrece el salmo 71 dividido en dos partes, vv. 1-11 y 12-19, como si fueran dos salmos. La Biblia de Jerusalén le da el título de El rey prometido. Este salmo, dedicado a Salomón, rey justo y pacífico, rico y glorioso, designa al rey ideal del futuro. Las tradiciones judía y cristiana han visto en él el retrato anticipado del rey mesiánico anunciado por Isaías y Zacarías.- Para Nácar-Colunga el título de este salmo es El rey Mesías. Lo más probable es que esté dedicado al rey Salomón. En este supuesto, el salmo, que es mesiánico, debe explicarse a tenor de la promesa mesiánica, que se lee en 2 Sam 7. El rey e hijo de rey es el heredero de la gloriosa promesa, que transmitirá a sus herederos hasta llegar aquel para quien el trono eterno está reservado (Gn 49,10). La obra de su gobierno está descrita con los más vivos colores con que los profetas nos pintan la obra del Rey Mesías.] * * * Salmo 71: Los días venturosos del Mesías La ocasión de composición de este bello poema parece ser la entronización de algún rey. El poeta desea al nuevo soberano los mejores augurios, y en sus expresiones se reflejan las esperanzas mesiánicas del pueblo israelita, que veía en los reyes de la dinastía de David los eslabones que llevaban al gran Rey de los tiempos ansiados del futuro ideal y glorioso. Por eso, en la perspectiva del salmista se mezcla la realidad presente y la del futuro mesiánico. Las frases son por ello hiperbólicas, y las situaciones se idealizan. En este sentido, el salmo es sólo indirectamente mesiánico, en cuanto que el poeta ve en el nuevo rey entronizado el eslabón que lleva hacia la culminación de la dinastía davídica en la persona del Mesías. Podemos distinguir cuatro partes en este salmo: a) deseo para el rey de una justicia perfecta y una paz indefectible, vv. 1-4; b) descripción del reino eterno y universal mesiánico, vv. 5-11; c) especial solicitud con los humildes y menesterosos, vv. 12-15; d) fertilidad como la del Edén y gloria del rey, vv. 16-17. Finalmente, se añade la doxología a la colección de salmos davídicos, vv. 18-19. Literariamente, el poema es una mezcla de plegaria y de manifestaciones con oráculos sobre el futuro mesiánico, y así, los verbos oscilan entre el optativo y el futuro. El estilo es vívido, salpicado de metáforas frescas y expresivas; pero el ritmo es poco regular. El título (v. 1a) lo atribuye a Salomón. Como hay concomitancias con diversos textos bíblicos de diferentes épocas, los autores más bien retrasan la composición del poema, aunque en general no hay dificultad en admitir un núcleo primitivo anterior al exilio, cuando la monarquía israelita sintetizaba las esperanzas de grandeza del pueblo elegido. La justicia perfecta y la paz indefectible, vv. 1-4. Al desfilar el cortejo de la entronización de un nuevo rey, el poeta, llevado de los íntimos sentimientos que embargan a las almas justas, desea en nombre del pueblo lo más ansiado del corazón humano: justicia y paz. El rey, como representante de Dios, es el encargado de dar a cada uno lo que le pertenece, juzgando con equidad y protegiendo contra los opresores a los menesterosos y desvalidos de la sociedad. El salmista, pues, pide a Dios que otorgue al joven soberano el sentido de la equidad. Consecuencia de la justicia es la paz: el orden que surge del equilibrio de derechos y deberes entre los ciudadanos; el poeta ansía que esta paz y esta justicia broten como floración espontánea y abundante en las laderas de las colinas de Judá. Los hagiógrafos, con un gran sentido poético de la naturaleza, suelen asociar las manifestaciones de ésta a la vida social de su pueblo. En los tiempos mesiánicos, todo se transformará en beneficio de los ciudadanos de la nueva teocracia. El salmista ansía que la paz y la justicia surjan espontáneamente como un producto natural del suelo. Las expresiones son poéticas, pero incluyen un sentido profundo moral, ya que expresan las ansias de equidad y de tranquilidad del pueblo, que serán características de los tiempos mesiánicos. En Isaías 11,3-5 se dice del Mesías: «No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos». El salmista, pues, se hace eco de estas esperanzas de justicia, tan arraigadas en el corazón del hombre y en las ansias de rehabilitación del pueblo oprimido. Sus versos son así una invitación al nuevo rey a reflexionar sobre sus deberes primordiales como juez del pueblo y representante de Yahvé. En su actuar debe acercarse al ideal de los tiempos mesiánicos. La idealización del reino mesiánico, vv. 5-11. El entusiasmo del poema le hace desear al nuevo soberano largos días de vida, tantos como el sol y la luna. Las expresiones son hiperbólicas y encajan dentro del estilo áulico poético de las conmemoraciones solemnes de la vida del rey. Pero la mente del salmista -que tiene una visión teológica de la historia de su pueblo y ve en el actual nuevo rey un paso hacia el Rey ideal de los tiempos mesiánicos- se proyecta hacia la etapa definitiva del pueblo elegido, y su imaginación oriental se dispara incontrolada para describir idealmente la futura época tanto tiempo anhelada por los fieles de Yahvé, que vivían de las promesas divinas: abundantes lluvias, paz edénica duradera, conforme a los vaticinios de los profetas. Su dominio se extenderá de mar a mar (desde el mar Rojo al Mediterráneo) y desde el Gran Río (el Eufrates) hasta los confines de la tierra. La perspectiva se amplía, y la mente del salmista se proyecta sobre el universalismo de los tiempos del Mesías. Los pueblos paganos -bestias del desierto- le rendirán pleitesía, y los que se obstinen en hacerle oposición tendrán que morder el polvo. Los reyes de la lejana Tarsis -en la desembocadura del Guadalquivir, al sur de España: Tartessos de los griegos- y los de las islas o ciudades costeras del Mediterráneo, juntamente con los soberanos árabes de Sheba y Sabá (Saba y Arabia), vendrán a entregar sus tributos. Es justamente lo que se anuncia en los vaticinios gloriosos de la segunda parte del libro de Isaías: el reconocimiento universal de la preeminencia mesiánica del pueblo judío, simbolizado en su Rey ideal, el Mesías. Especial solicitud por los menesterosos, vv. 12-15. Llevado del sentido de la equidad, el Rey ideal sabrá salir por los derechos de los desvalidos; no será altanero, a pesar de sentirse honrado por todos los reyes de la tierra, sino que, al contrario, estará al servicio de los más necesitados de la sociedad. Su brazo estará siempre dispuesto a salvar las almas o las vidas de los necesitados (v. 13), librándolos de los opresores y recaudadores. Los déspotas orientales favorecen a los ricos que les adulan y ofrecen presentes; en cambio, el Rey futuro de Israel se preocupará justamente de los que no pueden ofrecerle nada. No permitirá que se les oprima, y menos que se les quite la vida, porque será preciosa su sangre ante sus ojos (v. 14), y no permitirá que se derrame impunemente. Con esta su conducta magnánima y generosa, el Rey se granjeará la estimación de los humildes, los cuales orarán por él incesantemente y le bendecirán. Fertilidad edénica y gloria del rey, vv. 16-17. Los vaticinios proféticos hablan de abundancia de cosechas en los tiempos mesiánicos. El salmista recoge esta tradición y, con bella hipérbole, presenta los trigos altos como árboles del Líbano, dominando las colinas y valles, mientras la población se multiplicará en las ciudades como la hierba de la tierra. Todos se sentirán felices en la nueva situación y bendecirán al que atrae la excepcional protección de Dios sobre el pueblo; y en él se bendecirán todas las familias de la tierra, según la antigua promesa hecha a Abrahán (Gn 12,3). Nadie se sentirá ajeno a la felicidad de los tiempos mesiánicos. Doxología final, vv. 18-20. Esta es la doxología acostumbrada, que cierra cuatro libros o colecciones del Salterio, y por eso se considera añadida al salmo. Con ella se cierra el segundo libro o colección de salmos, davídicos en su mayor parte. Yahvé es el Dios único, que, como tal, hace portentos y maravillas en favor de su pueblo y de los que le son fieles. Su nombre glorioso es el reflejo de su majestad y es prenda de salvación para el que en Él se confía. Toda la tierra debe dejarse penetrar e invadir de su gloria o manifestación esplendente de su poder y magnificencia. A estas aclamaciones del coro respondía el pueblo: Amén. Amén, que incluyen la idea de asentimiento y entrega. La tradición judeo-cristiana ha entendido este salmo en sentido mesiánico. Así se declara en el Targum. Los Santos Padres comúnmente ven en este rey cantado en el salmo al Mesías. Los autores católicos, sin embargo, no convienen en determinar si ha de entenderse su mensaje mesiánico en sentido directo literal o indirecto típico. Por nuestra parte creemos que el salmista, con ocasión de la entronización de un nuevo rey, ha proyectado sus esperanzas mesiánicas, conforme a la tradición de los vaticinios proféticos, viendo en él la continuación de la dinastía davídica, que habría de culminar en la aparición del Mesías, el Rey por excelencia, a quien únicamente se pueden aplicar las expresiones universalistas del poema. [Maximiliano García Cordero, en la Biblia comentada de la BAC] * * * CATEQUESIS DE JUAN PABLO
II 1. La Liturgia de las Vísperas, cuyos salmos y cánticos estamos comentando progresivamente, propone en dos etapas uno de los salmos más apreciados en la tradición judía y cristiana, el salmo 71, un canto real que los Padres de la Iglesia meditaron e interpretaron en clave mesiánica. Acabamos de escuchar el primer gran movimiento de esta solemne plegaria (cf. vv. 1-11). Comienza con una intensa invocación coral a Dios para que conceda al soberano el don fundamental para el buen gobierno: la justicia. Ésta se aplica sobre todo con respecto a los pobres, los cuales, por el contrario, de ordinario suelen ser las víctimas del poder. Conviene notar la particular insistencia con que el salmista pone de relieve el compromiso moral de regir al pueblo de acuerdo con la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. (...) Que él defienda a los humildes del pueblo» (vv. 1-2.4). Del mismo modo que el Señor rige el mundo con justicia (cf. Sal 35,7), así también debe actuar el rey, que es su representante visible en la tierra -según la antigua concepción bíblica- siguiendo el modelo de su Dios. 2. Si se violan los derechos de los pobres, no sólo se realiza un acto políticamente incorrecto y moralmente inicuo. Para la Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, porque el Señor es el tutor y el defensor de los pobres y de los oprimidos, de las viudas y de los huérfanos (cf. Sal 67,6), es decir, de los que no tienen protectores humanos. Es fácil intuir la razón por la cual la tradición, ya desde la caída de la monarquía de Judá (siglo VI antes de Cristo), sustituyó la figura, con frecuencia decepcionante, del rey davídico con la fisonomía luminosa y gloriosa del Mesías, en la línea de la esperanza profética manifestada por Isaías: «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra» (Is 11,4). O, según el anuncio de Jeremías: «Mirad que vienen días -oráculo de Yahvé- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra» (Jr 23,5). 3. Después de esta viva y apasionada imploración del don de la justicia, el Salmo ensancha el horizonte y contempla el reino mesiánico-real, que se despliega a lo largo de las coordenadas del tiempo y del espacio. En efecto, por un lado, se exalta su larga duración en la historia (cf. Sal 71,5.7). Las imágenes de tipo cósmico son muy vivas: el paso de los días al ritmo del sol y de la luna, pero también el de las estaciones, con la lluvia y la floración. Por consiguiente, se habla de un reino fecundo y sereno, pero siempre marcado por dos valores fundamentales: la justicia y la paz (cf. v. 7). Estos son los signos del ingreso del Mesías en nuestra historia. Desde esta perspectiva, es iluminador el comentario de los Padres de la Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal. 4. Así, san Cirilo de Alejandría, en su Explanatio in Psalmos, afirma que el juicio que Dios da al rey es el mismo del que habla san Pablo: «Hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza» (Ef 1,10). En efecto, «en sus días florecerá la justicia y la paz» equivale a decir: «en los días de Cristo, por medio de la fe, florecerá para nosotros la justicia, y al volvernos hacia Dios florecerá para nosotros la paz en abundancia». Por lo demás, precisamente nosotros somos los «pobres» y los «hijos de los pobres» a los que este rey socorre y salva. Y si ante todo «llama "pobres" a los santos apóstoles, porque eran pobres de espíritu, también a nosotros nos ha salvado en cuanto "hijos de los pobres", justificándonos y santificándonos en la fe por medio del Espíritu» (PG LXIX, 1180). 5. Por otro lado, el salmista define también el ámbito espacial dentro del cual se sitúa la realeza de justicia y de paz del rey-Mesías (cf. Sal 71,8-11). Aquí entra en escena una dimensión universalista que va desde el Mar Rojo o desde el Mar Muerto hasta el Mediterráneo, desde el Éufrates, el gran «río» oriental, hasta los últimos confines de la tierra (cf. v. 8), a los que se alude citando a Tarsis y las islas, los territorios occidentales más remotos según la antigua geografía bíblica (cf. v. 10). Es una mirada que se extiende sobre todo el mapa del mundo entonces conocido, que abarca a los árabes y a los nómadas, a los soberanos de Estados remotos e incluso a los enemigos, en un abrazo universal a menudo cantado por los salmos (cf. Sal 46,10; 86,1-7) y por los profetas (cf. Is 2,1-5; 60,1-22; Ml 1,11). La culminación ideal de esta visión podría formularse precisamente con las palabras de un profeta, Zacarías, palabras que los Evangelios aplicarán a Cristo: «Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey, que viene a ti justo (...). Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén; romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones. Dominará de mar a mar, desde el Éufrates hasta los confines de la tierra» (Zc 9,9-10; cf. Mt 21,5). [Audiencia general Miércoles 1 de diciembre de 2004] * * * II CATEQUESIS: REINO DE PAZ
Y DE BENDICIÓN 1. La Liturgia de las Vísperas, que estamos comentando en la serie de sus salmos, nos propone en dos etapas distintas el salmo 71, un himno real-mesiánico. Después de meditar en la primera parte (cf. vv. 1-11), ahora reflexionaremos sobre el segundo movimiento poético y espiritual de este canto dedicado a la figura gloriosa del rey Mesías (cf. vv. 12-19). Sin embargo, debemos señalar inmediatamente que el final -los dos últimos versículos (cf. vv. 18-19)- es en realidad una añadidura litúrgica sucesiva al salmo. En efecto, se trata de una breve pero intensa bendición con la que se debía concluir el segundo de los cinco libros en los que la tradición judía había subdividido la colección de los 150 salmos: este segundo libro había comenzado con el salmo 41, el de la cierva sedienta, símbolo luminoso de la sed espiritual de Dios. Ahora, esa secuencia de salmos se concluye con un canto de esperanza en una época de paz y justicia, y las palabras de la bendición final son una exaltación de la presencia eficaz del Señor tanto en la historia de la humanidad, donde «hace maravillas» (Sal 71,18), como en el universo creado, lleno de su gloria (cf. v. 19). 2. Como ya sucede en la primera parte del salmo, el elemento decisivo para reconocer la figura del rey mesiánico es sobre todo la justicia y su amor a los pobres (cf. vv. 12-14). Sólo él es para los pobres punto de referencia y fuente de esperanza, pues es el representante visible de su único defensor y patrono, Dios. La historia del Antiguo Testamento enseña que, en realidad, los soberanos de Israel con demasiada frecuencia incumplían este compromiso, prevaricando en perjuicio de los débiles, los desvalidos y los pobres. Por eso, ahora la mirada del salmista se fija en un rey justo, perfecto, encarnado por el Mesías, el único soberano dispuesto a rescatar «de la opresión, de la violencia» a los afligidos (cf. v. 14). El verbo hebreo que se usa aquí es el verbo jurídico del protector de los desvalidos y de las víctimas, aplicado también a Israel «rescatado» de la esclavitud cuando se encontraba oprimido por el poder del faraón. El Señor es el principal «rescatador-redentor», y actúa de forma visible a través del rey-Mesías, defendiendo «la vida y la sangre» de los pobres, sus protegidos. Ahora bien, «vida» y «sangre» son la realidad fundamental de la persona; así se representan los derechos y la dignidad de todo ser humano, derechos a menudo violados por los poderosos y los prepotentes de este mundo. 3. El salmo 71, en su redacción originaria, antes de la antífona final a la que ya hemos aludido, concluye con una aclamación en honor del rey-Mesías (cf. vv. 15-17). Es como un sonido de trompeta que acompaña a un coro de felicitaciones y buenos deseos para el soberano, para su vida, para su bienestar, para su bendición, para la permanencia de su recuerdo a lo largo de los siglos. Naturalmente, nos encontramos ante elementos que pertenecen al estilo de los comportamientos de corte, con el énfasis propio de los mismos. Pero estas palabras adquieren ya su verdad en la acción del rey perfecto, esperado y anhelado, el Mesías. Según una característica propia de los poemas mesiánicos, toda la naturaleza está implicada en una transformación que es ante todo social: el trigo de la mies será tan abundante que se convertirá en un mar de espigas que ondean incluso en las cimas de los montes (cf. v. 16). Es el signo de la bendición divina que se derrama en plenitud sobre una tierra pacificada y serena. Más aún, toda la humanidad, evitando o eliminando las divisiones, convergerá hacia este soberano justo, cumpliendo así la gran promesa hecha por el Señor a Abrahán: «Él será la bendición de todos los pueblos de la tierra» (v. 17; cf. Gn 12,3). 4. La tradición cristiana ha intuido en el rostro de este rey-Mesías el retrato de Jesucristo. En su Exposición sobre el salmo 71, san Agustín, interpretando precisamente este canto en clave cristológica, explica que los desvalidos y los pobres, a los que Cristo viene a ayudar, son «el pueblo de los creyentes en él». Más aún, refiriéndose a los reyes, a los que el salmo había aludido antes, precisa que «en este pueblo se incluyen también los reyes que lo adoran, pues no han renunciado a ser desvalidos y pobres, es decir, a confesar humildemente sus pecados y reconocerse necesitados de la gloria y de la gracia de Dios, para que ese rey, hijo del rey, los liberara del poderoso», o sea, de Satanás, el «calumniador», el «fuerte». «Pero nuestro Salvador ha humillado al calumniador, y ha entrado en la casa del fuerte, arrebatándole sus enseres después de encadenarlo (cf. Mt 12,29); él "ha librado al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector". En efecto, ninguna otra potencia creada habría podido hacer esto: ni la de un hombre justo cualquiera, ni siquiera la del ángel. No había nadie capaz de salvarnos, y he aquí que ha venido él en persona y nos ha salvado» (Esposizione sul salmo 71, 14: Nuova Biblioteca Agostiniana, XXVI, Roma 1970, pp. 809.811). [Audiencia general Miércoles 15 de diciembre de 2004] MONICIÓN SÁLMICA El motivo que dio origen al salmo 71 fue la entronización de un nuevo monarca. Israel, que experimentó con frecuencia a donde le llevaban los malos gobernantes, pide en este salmo que el nuevo rey esté adornado de las mejores cualidades: que sea justo, que cuide de los pobres, que tenga prestigio ante los reyes vecinos y triunfe en las batallas... Tantas y tan asombrosas cualidades sobrepasan las perspectivas de un rey simplemente humano y reflejan ya los rasgos del futuro Mesías esperado por Israel y del que los diversos reyes, aun los mejores, eran sólo figuras parciales y limitadas. Nosotros, que hemos llegado a conocer al Rey definitivo, el que se sentó para siempre en el trono de David su padre, en este salmo contemplamos la gloria de Cristo y de su reino, y, por otra parte, pedimos que este mismo reino del Ungido de Dios -la Iglesia- tenga aquella prosperidad que Israel pedía para su pueblo: «Que en el reino de tu Hijo, Señor, no sólo en el escatológico, sino también en el de nuestros días, los montes traigan la paz, los humildes del pueblo sean defendidos y el explotador sea quebrantado, que su Evangelio domine, con suavidad, de mar a mar...». En el rezo comunitario, es recomendable que este salmo sea proclamado por un salmista; si no es posible cantar la antífona propia, la asamblea puede acompañar el salmo cantando alguna antífona que celebre el reino de Cristo, por ejemplo: «Tu reino es vida» o bien «El Señor es nuestro rey». Oración I: Padre todopoderoso, haz que llegue a todos los pueblos el reino de justicia y de paz que confiaste a David y a su descendencia, Cristo, Señor nuestro; que, por medio de la Iglesia, reino de tu Hijo, la paz florezca hasta el confín de la tierra, que los humildes del pueblo sean defendidos, los hijos del pobre socorridos, los explotadores quebrantados y que Cristo sea la bendición de todos los pueblos. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. Oración II: Señor Dios todopoderoso, que por medio de tus ángeles anunciaste a los pobres de Belén el nuevo reino de David, tu Hijo, haz que este reino venga a nosotros, para que abunde la paz entre los hombres que tú amas y por medio de él sean bendecidas todas las razas de la tierra. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Pedro Farnés] * * * NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL SALMO 71, I-II Súplica por el rey, quizás el día de la coronación. VV. 1-2. Dios es el juez verdadero, que hace justicia, es decir, defiende el derecho de los humildes. Esta justicia la puede ejercer personalmente, y puede confiársela a uno de sus elegidos, en concreto al rey de la dinastía elegida. De este modo el rey participa de la justicia divina, que debe ejercer puramente en servicio del pueblo. VV. 3-4. El régimen de justicia es fuente de paz, como síntesis de bendiciones. Bajo el régimen del Ungido, montes y collados producen estos frutos admirables. VV. 5-8. Peticiones por el rey. La primera considera un horizonte ilimitado de tiempo, conmensurable con el sol y la luna que son medida de los tiempos; la última, considera un horizonte ilimitado de espacio. Entre las dos el gobierno del rey se compara a la bendición primaria de Dios, que es la lluvia: fecundado el país por esta lluvia benéfica, hará brotar y florecer justicia y paz; así responde al fruto de los montes v. 3. VV. 9-11. El rey extenderá su dominio como un soberano sobre reyes vasallos: los enemigos y agresores serán derrotados, los demás rendirán homenaje. El imperio excede los pequeños reinos limítrofes, para abarcar todos los reyes y todos los pueblos: es decir, el rey terreno recibe el poder propio de Dios. Esta es la petición hiperbólica. VV. 12-14. Pero esta soberanía no es ansia de poder, dominación tiránica, sino un extender el reinado benéfico de la justicia, a favor de pobres, afligidos, indigentes, oprimidos. Será el salvador universal frente a la violencia, porque considera de gran precio la vida del pobre. V. 15. Recoge el tema de la vida, v. 5, y el tema del tributo, v. 10; introduce un nuevo tema que desarrolla en seguida. V. 16. El régimen de justicia y paz se completará con la fecundidad de los campos: Dios ha de conceder esta bendición en atención al rey y escuchando las súplicas del pueblo. El rey se convierte en canal de las bendiciones divinas. V. 17. El nombre y la fama perpetuarán la vida del rey. Pero más importante es que el rey se hace heredero de la promesa hecha a Abrahán, de ser bendición para todos los pueblos. Los hombres pronunciarán ese nombre «bendito» como cifra y síntesis de felicidad; y ese nombre será, realmente, canal de la bendición divina para todos los pueblos. VV. 18-19. Versos añadidos para cerrar la colección segunda de salmos, enlazando con las palabras «nombre, bendición». Lo que el salmo pedía para el rey, lo enuncia y proclama de Dios. Para la reflexión del orante cristiano.- Si pensamos en el minúsculo rey de Palestina, soberano por algunas generaciones de insignificantes reyes vecinos, este salmo suena a sueño utópico, a adulación cortesana, a fantasía oriental. Salmos como éste, rezados sinceramente por generaciones, han alimentado y ensanchado la esperanza, han cultivado el sentido universalista, han hecho comprender el puesto de un salvador personal. Rezados por el rey presente, eran súplica; rezados por el rey futuro, iban siendo profecía y expectación. Solamente en Cristo alcanza el salmo su plenitud de sentido. [L. Alonso Schökel] * * * Oración profética por el rey Mesías y su reino Este bello poema, el salmo 71, es una oración profética, única en el Salterio, por el rey Mesías y su reino. Su autor sería Salomón, según reza el título, v. 1; pero, según el v. 20, su autor sería David, quien habla e intercede por su hijo Salomón, y a David se lo atribuye el Midrás. Por las resonancias que hay en él de textos bíblicos diversos, los críticos tienden a retrasar su fecha de composición, reconociendo generalmente un núcleo primitivo anterior al exilio. El salmo 71, uno de los más usados en la liturgia cristiana, pero nunca en la de Israel, es indudablemente mesiánico, todo un «compendio de la teología mesiánica» (Prüm). En este aspecto se le ha considerado: a) Directamente mesiánico por la mayoría hasta hace unas décadas. b) Típicamente mesiánico por Belarmino y otros, que suelen citar unas palabras de San Jerónimo. c) Parte histórico, parte mesiánico por algunos. d) Puramente histórico, referido a David y su dinastía. La unidad del salmo es admitida generalmente. Sobre su estructura varían mucho los autores. Por el contenido distinguimos cinco partes: las cuatro primeras corresponden a otras tantas cualidades del reino mesiánico, y la quinta es una conclusión encomiástica del Rey: a) Oración por el rey y su reino de justicia y de paz, vv. 1-4; b) de duración interminable, vv. 5-7; c) de extensión universal, vv. 8-11; d) benéfico para los pobres, vv. 12-14. e) Encomio del Rey, vv. 15-17. Sigue la doxología final del libro segundo, vv. 18-19, y la nota redaccional del final de la colección davídica, v. 20. VV. 1-4. La petición inicial invoca a Dios para que confíe su juicio al rey, que no es más que un lugarteniente de Dios. Rey e hijo de reyes designan a la misma persona. El juicio y la justicia parecen significar el principio jurídico y su praxis. La petición en favor del rey se dirige al bien del reino. La justicia y su fruto la paz (Is 32,27) caracterizan el reino del Ungido, protector como Yahvé de los pobres y los afligidos y enemigo del opresor. Esta descripción cuadra bien a un rey histórico o ideal, pero también al Mesías con su reino de justicia, verdad y equidad. Las partes siguientes sólo convienen al rey-Mesías. VV. 5-7. El reino mesiánico es de duración perpetua, como el sol y la luna, lo que no puede decirse de un reino temporal. Y comparable al beneficio celeste de la lluvia, tan necesaria en Palestina. El césped o la grama cortada retoña si llueve; pero si falta el agua se seca. Así, el país, dirigido por el gobierno benéfico y fecundo del rey-Mesías, verá florecer en abundancia la justicia y la paz. VV. 8-11. También en el espacio el reino mesiánico se anuncia universal e ilimitado. De mar a mar no alude aquí, como en pasajes no mesiánicos, a determinados mares geográficos: el Mediterráneo, el golfo Pérsico o el océano Indico, sino a los mares en general que circundan la gran isla que es la tierra. Sobre los mares, pues, y desde el río Éufrates o Jordán hasta los confines de la tierra (v. 8). Sobre los reyes enemigos y vasallos, de las regiones más extremas: Tarsis, en el sur de España, límite occidental del mundo antiguo, con las islas (Is 49,1), que de Chipre a las Baleares jalonan de este a oeste todo el Mediterráneo; Saba y Arabia, reinos de la Arabia meridional y de África oriental. Ese dominio universal es claramente religioso: Que se postren ante él todos los reyes (v. 11), no en señal de sumisión, sino en gesto de adoración, y que todos los pueblos le sirvan en señal de reconocimiento de su dignidad sobrehumana. VV. 12-14. La razón de ese homenaje de todos los reyes y pueblos es el singular carácter benéfico de su reinado a favor de los pobres y desvalidos, cuya sangre o vida (cf. Sal 115,15) aprecia grandemente. Él será su Salvador frente a los opresores poderosos. VV. 15-17. Ante la figura de Rey tan ideal, el salmista prorrumpe en un Viva. Es la aclamación real de rúbrica, tras la que resume todos los augurios de los vv. 9-11: que le traigan el oro de Saba, símbolo de más altos bienes; que oren por él continuamente, no por su persona, sino por su obra, el reino; que le bendigan a todas horas, tributando alabanzas a su persona. Y en su reino haya plenitud de bienes materiales: toda una fertilidad edénica. La ventura de la nueva situación perpetuará su nombre, en el que serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, según la promesa hecha a Abraham. VV. 18-19. Doxología. [Extraído de R. Arconada, en La Sagrada Escritura. Texto y comentario, de la BAC] * * * MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL SALMO 71 Introducción general Es una plegaria anterior al exilio en la que se suplica por el «hijo de reyes», por el descendiente de David, que ocupa el trono de Jerusalén. Aunque algunos versículos son aplicables a Salomón mejor que a ningún otro rey (vv. 1. 8. 10. 15), no sabemos por qué rey concreto se ora. Cualquiera de los reyes de Judá puede encarnar en principio el ideal mesiánico. La era de paz y bienestar, de dominio y de justicia, es un reflejo claro de la era mesiánica. Ningún rey histórico dio la talla del ideal. De ahí que ya el judaísmo interpretara este salmo mesiánicamente. Acaso en su origen fuera mesiánico, si es que subyace en él la profecía de Natán (2 S 7). El salmo, tal como está, presenta al Mesías como un nuevo Salomón. La Liturgia nos presenta el salmo 71 dividido en dos partes, vv. 1-11 y 12-19. Aunque la mayoría de los motivos de la primera parte de este salmo reaparecen en la segunda, sin embargo, el causal «porque» y el recurso a futuros en los vv. 12-14 nos dan un tono algo diverso: se ha pasado de la petición-descripción a la expresión de la esperanza. Continúa el salmo con nuevas peticiones (vv. 15-17) y finaliza con una doxología (vv. 18-19) que clausura el segundo libro del salterio. Los versículos de la primera parte constan de una petición por el rey y de una doble descripción de su obrar: su acción salvífica en Israel y su reino universal. Sugerimos la siguiente salmodia: Presidente, Petición: «Dios mío... a los humildes con rectitud» (vv. 1-2). Coro 1.º, Acción salvífica en Israel: «Que los montes traigan... hasta que falte la luna» (vv. 3-7). Coro 2.º, Reinado universal: «Que domine de mar a mar... todos los pueblos le sirvan» (vv. 8-11). En la segunda parte del salmo, el futuro de esperanza, con matices de oráculo profético, puede ser salmodiado por el presidente. Continúan las peticiones y se cierra el salmo y el libro con una doxología. Estas tres partes pueden ser recitadas del siguiente modo: Presidente, Oráculo profético: «Porque Él librará... preciosa a sus ojos» (vv. 12-14). Coro 1.º, Peticiones: «Que viva... las razas de la tierra» (vv. 15-17). Asamblea, Doxología: «Bendito sea el Señor... Amén, amén» (vv. 18-19). Un rey que practique el derecho y la justicia Del rey se espera que pronuncie una justa sentencia y sostenga a Israel en la observancia de los mandamientos. Es lo que pidió para sí Salomón al comenzar su reinado, y los rasgos que definen al rey mesiánico. El supremo poder judicial, poder sobre la vida y la muerte, le ha sido entregado al Hijo. «No juzgará por apariencias ni sentenciará por oídas. Juzgará con justicia» (Is 11,4). Más aún, ya ha juzgado, echando fuera al Príncipe de este mundo (Jn 12,31). Ahora la justicia de la Ley ha sido llevada a su cumplimiento, y no por el esfuerzo humano, sino por el poder de Dios. Aceptemos esa justicia. Recibamos a Jesús Nazareno como rey y no tendremos que experimentarlo como juez. ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz! La paz es un anhelo del profundo ser del hombre. La paz que Dios da, fruto de la justicia, es una plenitud de dicha, la herencia del hombre justo. El rey mesiánico será el «Príncipe de la paz» (Is 9,5); abrirá un nuevo paraíso, pues «él será la Paz» (Miq 5,4). En sus días nuestros montes germinarán la paz, el torrente de nuestros ríos traerá aguas de paz. Nada extraña que el nacimiento de este Rey estuviera acompañado de cantos de paz para los hombres a los que Dios ama (Lc 2,14). No vino a destruir la guerra, sino a sobreañadir la paz; la paz de Pascua que sigue a la victoria definitiva. Es la suya una paz para todos, para los que están lejos y para los que están cerca. Irradiar esta paz sobre el mundo es una necesidad cristiana, para que todos lleguen a la visión bienaventurada de la Paz. «Aquí hay uno que es más que Salomón» Salomón pidió y se le concedió un corazón sabio e inteligente. Durante su reinado floreció la paz, las riquezas se amontonaron en su palacio, su dominio se extendió hasta el confín de la tierra y le ofrecieron dones y tributos los reyes de la remota Tarsis y de la caravanera Saba. Con todo, su poder fue efímero: a su muerte el reino se dividió en dos. Pero como Dios no renuncia a su misericordia ni permite que sus palabras se pierdan, suscitó un brote a David, ante el que se postraron adorantes los soberanos de Oriente y le ofrecieron sus dones (Mt 2,11). Él mismo dará la razón de este proceder: «Aquí hay uno que es más que Salomón». Un «más» que apremia a aceptarle ya ahora, so pena de que la reina de Saba se levante en el juicio contra esta generación y la condene (Mt 12,42). Defensor del pobre El rey ideal de Israel debía ser un eficaz protector de los pobres. Nuestro salmo refuerza ese atributo propio del soberano mesiánico. El nombre de este monarca, en efecto, será «Yahvé-nuestra-justicia» (Jr 23,6) porque será Dios en persona quien haga justicia al pobre. Es el programa que adopta Jesús, el Enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva. Él mismo será humilde y dulce. Se rodeará de marginados por la humanidad: ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos, pobres. Aquel que no se escandalice de su conducta, sino que se haga como un inválido niño, entrará en el Reino de los cielos, donde será proclamado dichoso (Mt 5,3). Alabemos ahora a nuestro rey, que Él salvará la vida de los pobres. Bendito el Rey que viene en nombre del Señor El rey, como el primer patriarca del Pueblo, ha sido bendecido por Dios. Por ello es portador de bendición -de vida, de prosperidad, de futuro- para sus súbditos. El rey mesiánico es una bendición sempiterna para todos los pueblos de la tierra. Sólo el Señor, Dios de Israel, puede realizar estos prodigios. Por ello ha suscitado una fuente de salvación, que lo es también de bendición, en la casa de David, su siervo (Lc 1,69). Cristo bendice el pan que compartimos, el pan que nos sacia con una vida eterna, siendo así la bendición para todos los pueblos. Es un don de fecundidad, un misterio de vida y de comunión. Bien podemos asociar nuestras voces a la de Isabel, de Zacarías, de Simeón, a la de María también, y proclamar a Jesús el Bendito de Dios. ¡Bendición y gloria a Él por los siglos! ¡Dios salve al rey! Era el primer deseo formulado por el pueblo cuando el rey comenzaba su reinado: «¡Viva el rey!». Nuestro salmista se hace eco de esos anhelos cortesanos: «Que viva», que su nombre sea eterno, su fama como el sol. Dios puede hacer realidad esos deseos. Así lo hizo cuando el Hijo de María ocupó el trono de David, su padre, e inauguró un reino que no tendrá fin. Efectivamente, el Resucitado de entre los muertos «ya no muere, la muerte ya no tiene dominio sobre Él» (Rm 6,9). Comparte el Reino con su Padre hasta que vea a sus enemigos bajo sus pies. Al glorificar a nuestro Rey eterno, suspiramos por la venida salvadora del Señor Jesús. Resonancias en la vida religiosa Misioneros del Reino de Dios: «Por el Reino de Dios» es el motivo y la finalidad de nuestra vocación religiosa. La experiencia del Reino nos ha convulsionado interiormente y nos ha colocado en esta forma de vida. El Reinado de Dios es el fin que moviliza todo nuestro ser. Estamos por ello llamados, convocados a compartir y colaborar en la actividad regia de Jesús, el Señor. Como Él, debemos defender a los humildes del pueblo, socorrer a los hijos del pobre, quebrantar al explotador. Con nosotros ha contado el Padre para que su Reinado se perpetúe en la tierra y para que la fecunde. Por vocación hemos de procurar indeficiente y obstinadamente que el Reino de la justicia y de la paz se instaure en nuestro mundo y en todos los lugares del universo. Misioneros del Reino de Dios, no hemos de encerrarnos cómodamente en nuestro pequeño mundo, sino abrirnos con celo y caridad, llena de urgencia, al mundo «que va de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra». Llamados a ser defensores tenaces de la persona humana: A través de nuestro carisma y ministerio, Cristo libra al pobre que clama, al afligido que no tiene protector; se apiada del indigente y salva su vida de los opresores violentos. Cristo nos llama a ser los defensores más tenaces de los derechos de toda persona humana porque «su sangre es preciosa a sus ojos». Confiados en Dios, sabemos que es posible que en el mundo nadie pase hambre, que los frutos de la tierra sean compartidos por todos los hombres. Dios es la máxima garantía de los derechos humanos. Por eso no podemos permitir que su nombre y su fama caigan en el olvido devorador de un mundo increyente. Hemos de bendecir al Señor, el único que hace maravillas. Oraciones sálmicas Oración I: Dios de justicia y santidad, Tú has confiado tu juicio al hijo de reyes, quien, entronizado en la cruz, ha sido proclamado juez poderoso; que sean defendidos los humildes del pueblo, quebrantado el explotador, y que Cristo sea la bendición de todos los pueblos. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración II: Tu misericordia eterna, Dios nuestro, ha agraciado a nuestros montes y a nuestros valles con una lluvia de paz; paz anunciada por los ángeles, aceptada por los hijos del pobre, comunicada por tu Hijo, el Príncipe de la Paz; que tu Paz, Señor, empape nuestra tierra para que los lejanos y los cercanos lleguemos a la visión bienaventurada de la Paz. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración III: Tus dominios, Señor, van de mar a mar, de un confín al otro de la tierra; concede al pueblo que te suplica que, antes de que te sea devuelto el reino, todos los pueblos sirvan a tu Hijo, un Rey mayor que Salomón; que los reyes de la tierra se postren ante Él y Él haga de todos nosotros un reino de sacerdotes para Ti, Dios y Rey nuestro. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración IV: Atiende, Dios Justicia nuestra, el clamor de los pobres; libra al hombre de la tentación de la violencia y la opresión, a fin de que acogiendo el Evangelio de tu Hijo, pobre, manso y humilde, todos los hombres reencuentren la dignidad de los hijos de Dios. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. Oración V: Bendito seas, Señor, porque has hecho de Cristo bendición para todos los pueblos de la tierra; derrama tu fecunda bendición sobre nuestras casas y sobre nuestros campos, sobre nuestro trabajo y descanso para que demos fruto abundante, como el Líbano, y proclamemos tu bendición y tu gloria por los siglos de los siglos. Amén. Oración VI: Rey de Reyes, Tú, que constituiste a Jesús Rey sobre el trono de David su padre, haz que su nombre sea eterno entre los mortales, que su vida sea la herencia abundante de quienes glorificamos su nombre glorioso, que su reino de gracia venga a los hombres para que todas las razas de la tierra te bendigan por siempre. Te lo pedimos, Padre, por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén. [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García] |
. |
|