DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

SALMO 46
El Señor es rey de todas las cosas

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2Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
3porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

4Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
5él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.

6Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
7tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro rey, tocad.

8Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
9Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.

10Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso.

 

CATEQUESIS DE JUAN PABLO II

1. «El Señor, el Altísimo, es rey grande sobre toda la tierra». Esta aclamación inicial se repite, con diversos matices, a lo largo del salmo 46, que acabamos de escuchar. Se trata de un himno a Dios, Señor del universo y de la historia: «Dios es el rey del mundo (...). Dios reina sobre las naciones» (vv. 8-9).

Este himno al Señor, rey del mundo y de la humanidad, al igual que otras composiciones semejantes que recoge el Salterio (cf. Sal 92; 95-98), supone un clima de celebración litúrgica. Por eso, nos encontramos en el corazón espiritual de la alabanza de Israel, que se eleva al cielo desde el templo, el lugar en donde el Dios infinito y eterno se revela y se encuentra con su pueblo.

2. Seguiremos este canto de alabanza gozosa en sus momentos fundamentales, como dos olas que avanzan hacia la playa del mar. Difieren en el modo de considerar la relación entre Israel y las naciones. En la primera parte del salmo la relación es de dominación: Dios «nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones» (v. 4); por el contrario, en la segunda parte la relación es de asociación: «los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham» (v. 10). Así pues, se nota un gran progreso.

En la primera parte (cf. vv. 2-6) se dice: «Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo» (v. 2). El centro de este aplauso jubiloso es la figura grandiosa del Señor supremo, al que se atribuyen tres títulos gloriosos: «altísimo, grande y terrible» (v. 3), que exaltan la trascendencia divina, el primado absoluto en el ser y la omnipotencia. También Cristo resucitado exclamará: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).

3. Dentro del señorío universal de Dios sobre todos los pueblos de la tierra (cf. v. 4), el orante destaca su presencia particular en Israel, el pueblo de la elección divina, «el predilecto», la herencia más valiosa y apreciada por el Señor (cf. v. 5). Por consiguiente, Israel se siente objeto de un amor particular de Dios, que se ha manifestado con la victoria obtenida sobre las naciones hostiles. Durante la batalla, la presencia del Arca de la alianza entre las tropas de Israel les garantizaba la ayuda de Dios; después de la victoria, el Arca subía al monte Sión (cf. Sal 67,19) y todos proclamaban: «Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas» (Sal 46,6).

4. El segundo momento del salmo (cf. vv. 7-10) está abierto a otra ola de alabanza y de canto jubiloso: «Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro rey, tocad; (...) tocad con maestría» (vv. 7-8). También aquí se alaba al Señor sentado en el trono en la plenitud de su realeza (cf. v. 9). Este trono se define «sagrado», porque es inaccesible para el hombre limitado y pecador. Pero también es trono celestial el Arca de la alianza presente en la zona más sagrada del templo de Sión. De ese modo el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se hace cercano a sus criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Re 8,27.30).

5. El salmo concluye con una nota sorprendente por su apertura universalista: «Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham» (v. 10). Se remonta a Abraham, el patriarca que no sólo está en el origen de Israel, sino también de otras naciones. Al pueblo elegido que desciende de él se le ha encomendado la misión de hacer que todas las naciones y todas las culturas converjan en el Señor, porque él es Dios de la humanidad entera. Proviniendo de oriente y occidente se reunirán entonces en Sión para encontrarse con este rey de paz y amor, de unidad y fraternidad (cf. Mt 8,11). Como esperaba el profeta Isaías, los pueblos hostiles entre sí serán invitados a arrojar a tierra las armas y a convivir bajo el único señorío divino, bajo un gobierno regido por la justicia y la paz (cf. Is 2,2-5). Los ojos de todos contemplarán la nueva Jerusalén, a la que el Señor «asciende» para revelarse en la gloria de su divinidad. Será «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (...). Todos gritaban a gran voz: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero"» (Ap 7,9-10).

6. La carta a los Efesios ve la realización de esta profecía en el misterio de Cristo redentor cuando afirma, dirigiéndose a los cristianos que no provenían del judaísmo: «Recordad cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, (...) estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,11-14).

Así pues, en Cristo la realeza de Dios, cantada por nuestro salmo, se ha realizado en la tierra con respecto a todos los pueblos. Una homilía anónima del siglo VIII comenta así este misterio: «Hasta la venida del Mesías, esperanza de las naciones, los pueblos gentiles no adoraron a Dios y no conocieron quién era. Y hasta que el Mesías los rescató, Dios no reinó en las naciones por medio de su obediencia y de su culto. En cambio, ahora Dios, con su Palabra y su Espíritu, reina sobre ellas, porque las ha salvado del engaño y se ha ganado su amistad» (Palestino anónimo, Homilía árabe cristiana del siglo VIII, Roma 1994, p. 100).

[Audiencia general del Miércoles 5 de septiembre de 2001]

MONICIÓN SÁLMICA

Este salmo aclama a Dios como rey universal; parece oírse en él el eco de una gran victoria: Dios nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones. Posiblemente, este texto es un himno litúrgico para la entronización del arca después de una procesión litúrgica -Dios asciende entre aclamaciones- o bien un canto para alguna de las fiestas reales en que el pueblo aclama a su Señor, bajo la figura del monarca.

Nosotros con este canto aclamamos a Cristo resucitado, en la hora misma de su resurrección. El Señor sube a la derecha del Padre, y a nosotros nos ha escogido como su heredad. Su triunfo es, pues, nuestro triunfo e incluso la victoria de toda la humanidad, porque fue «por nosotros los hombres y por nuestra salvación» que «subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre». Por ello, no sólo la Iglesia, sino incluso todos los pueblos deben batir palmas y aclamar a Dios con gritos de júbilo.-- [Pedro Farnés]

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NOTAS A LOS VERSÍCULOS DEL SALMO

Himno a Yahvé rey.

V. 2: Invitatorio dirigido a la asamblea.

V. 3: Primer «porque»: introduce el poder universal de Dios y la elección concreta de un pueblo, como realidades correlativas.

V. 6: Esta «ascensión» del Señor la interpretan algunos como un ritual en el que Yahvé es introducido en procesión por el templo. El toque de trompetas está reservado a determinadas fiestas litúrgicas y a la entronización del rey. Otros ven en esta procesión una renovación litúrgica de la primera subida del arca al templo de Jerusalén.

VV. 7-8: Nueva invitación y segundo «porque»: repite el motivo «real».

V. 9: Al término de la procesión, el Señor vuelve a ocupar su trono en el templo. Desde allí establece su reinado universal.

V. 10: Respondiendo a los primeros versos: culmina el sentido de la elección. Dios escoge a un hombre, Abrahán, para bendecir por él a todos; ahora los príncipes de los gentiles se agregan al pueblo que porta la bendición de Abrahán.

V. 10: El tercer «porque»: reafirma el reinado soberano de Dios.

Para la reflexión del orante cristiano.- La liturgia cristiana ha aplicado este salmo a la Ascensión del Señor. Partiendo de su escondimiento, cumplió su peregrinación, hasta ser exaltado y sentarse en el trono del cielo; desde allí afirma su dominio sobre todos los pueblos, uniendo a gentiles con los hijos de Abrahán y preparando su reino definitivo.-- [L. Alonso Schökel]

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MONICIONES PARA EL REZO CRISTIANO DEL SALMO

Introducción general

El tono optimista del presente salmo (imperativos de alabanza y sometimiento de las naciones) y la mención del «pueblo del Dios de Abraham» en este contexto, nos inducen a pensar en una composición pre-exílica y en algunos estratos contemporánea del imperio davídico-salomónico. Temáticamente se da una estricta unidad, si bien conjugando el pasado con el presente. Podemos contemplar el salmo y rezarlo desde los siguientes motivos: Recurso al Patriarca, elección del pueblo sobre el que reinaba Yahwé y reinado de Dios.

En el rezo comunitario pueden tomarse en consideración estos momentos del salmo: Invitación al júbilo: «Pueblos todos... con gritos de júbilo» (v. 2). Motivación: «Porque el Señor es sublime... al son de trompetas» (vv. 3-6). Nueva invitación a la alabanza: «Tocad... para nuestro rey tocad» (v. 7). Nueva motivación: «Porque Dios es el rey... y él es excelso» (vv. 8-10).

Abraham, nuestro padre

Abraham es un símbolo al que recurre el pueblo en los momentos de ventura, de dificultad y de destrucción. En el salmo 46, Abraham -y con él el pueblo- es bendecido de Dios. El resto de las naciones, incluida la tierra, serán bendecidas en la medida en que acepten el «sacramento de la presencia de Dios»: Abraham-pueblo y se integren en el pueblo. Ahora bien, la promesa y la bendición se concentran en la descendencia, es decir, en Cristo, dando origen a un nuevo pueblo, que se constituye no por lazos de sangre, sino por la fe. Cuantos tienen la fe de Abraham forman parte del nuevo pueblo. Es la fe en el Dios que resucita a los muertos. Acariciando cordialmente esta confianza se está en trance de salir de la propia tierra para encaminarse hacia la celestial, donde se levanta la ciudad «sentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Hb 11,10). Aquí tienen cabida todos los pueblos de la tierra, porque Dios es excelso.

Un pueblo elegido

La preeminencia de Israel sobre el conjunto de las naciones estriba en la elección. Es la propiedad personal de Dios (Dt 7,6). Nada puede alegar para que Dios le haya mirado benévolamente; lo más, que es un pueblo de dura cerviz o una niñita desnuda bañada en su propia sangre (Ez 16,4-7). Sólo el amor de Dios explica la elección. La elección de Israel es funcional: una elección para la fe, y universal: ha de llevar el conocimiento de Dios a todos los pueblos. Porque no supo encarnar ambas dimensiones, la «gracia» de su elección se tornó en su suprema «desgracia». Se les ha quitado el reino para dárselo a otros (Mt 21,43) venidos de Oriente y de Occidente para sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob (Mt 8,11). Somos nosotros, que hemos creído en Cristo el Señor. Consideremos la «bondad y la severidad de Dios: severidad con los que cayeron, bondad contigo, si es que te mantienes en la bondad; que si no, también tú serás desgajado» (Rm 11,22). Aceptar la pobreza original, valorar el amor de Dios, que nos ha asociado a la elección, y vivir su contenido de fe integrando la dimensión universal es mantenerse en la bondad. Sobre quienes obran así reina Dios.

«Su reinado no tendrá fin»

La soberanía universal de Yahvé es una proclamación frecuente sobre todo en el profetismo. Su entronización regia y el júbilo consiguiente acaso proceda de la coronación del rey humano. Ambas realidades adquieren destellos nuevos a la luz de Cristo. Así constituido en Rey y Señor vendrá con el poder que le ha sido dado sobre las nubes del cielo. ¡Y su reino no tendrá fin! Mientras esperamos la aparición gloriosa de nuestro Dios, tributamos el presente himno a quien ha recibido «el poder, la riqueza y la sabiduría» (Ap 5,12).

Resonancias en la vida religiosa

Testigos de la presencia transformadora del Reino: «Venga a nosotros tu Reino» es la súplica ininterrumpida de todas las comunidades religiosas, de aquellos que somos pobres, vírgenes, obedientes porque percibimos el dinamismo de la presencia anticipada y germinal del Reino y para que este Reinado de Dios sea efectivamente instaurado sobre todo en los pobres de espíritu.

Impacientes por la instauración del Reino invitamos a todos los pueblos a aplaudir festivamente al Señor, Emperador de toda la tierra. Todos los hombres han sido elegidos para formar parte de la nueva humanidad y compartir la promesa y bendición hecha a Abraham.

Asistimos a la entronización y glorificación del Señor Resucitado, que se va produciendo y manifestando en el ininterrumpido proceso de nuestra historia. Confesamos que Jesús, nacido como los hombres, «de mujer», y muerto como los esclavos, «en cruz», está a la derecha del Padre en el cielo, es decir, en el núcleo de todo lo que existe, dándole consistencia.

Testigos de esta presencia transformadora, intentemos contagiar una experiencia capaz de cambiar de signo el derrotismo, la desesperanza y la angustia vital de nuestros hermanos.-- [Ángel Aparicio y José Cristo Rey García]

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