DIRECTORIO FRANCISCANOESTUDIOS SOBRE LOS ESCRITOS
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Esta pequeña Regla (REr) para los hermanos que quieren vivir en los eremitorios ha tenido un influjo notable en la historia de la vida contemplativa de la Orden franciscana. Merece hoy una nueva y cuidadosa consideración, dado el interés renovado por la vida de oración en soledad y contemplación. Por esto proponemos aquí un comentario histórico-espiritual en el contexto de los otros escritos de Francisco y del ambiente de su tiempo. Seguimos el texto original según la edición crítica de K. Esser.[1] COMENTARIO HISTÓRICO DE LA REGLA[2] En general hay que recordar que esta Regla especial supone la existencia de la Regla minorítica para todos los frailes (Regla no bulada). El origen de la Regla para los eremitorios se sitúa entre los años 1217 (pues ya habla de ministros-custodios, terminología introducida en la Orden aquel año) y 1222 (porque nada se dice en ella del oratorio local y de la celebración de la misa). La Regla se revela como una admonición, por cuanto está escrita en forma exhortativa y no preceptiva. Se advierte, por ejemplo, el uso de cerca de veinticinco verbos en modo subjuntivo u optativo (studeant, habeant, etc.).
Religiose («vida religiosa»): Es una expresión frecuente en la época. No significa «devotamente» o «píamente» o «felizmente», sino vivir como miembro de una orden religiosa, vivir como los religiosos, pero en el mundo. Así vivían en aquel tiempo, en el Norte de Europa, numerosos penitentes. Es evidente que Francisco conocía este movimiento en la Iglesia de su tiempo, por ejemplo, a través de Jacobo de Vitry, promotor de las Beguinas por doquier. Como dice Esser, en la segunda Carta a todos los fieles Francisco enseña expresamente a estos cristianos «religiosos», clérigos y laicos, que viven en el mundo entre los seglares.[3] Muchos penitentes, sobre todo mujeres laicas, no podían entrar en los monasterios y vivían como religiosas en el mundo.[4] Stare («morar», «llevar vida»): Es decir, hacer una pausa, statio, en oposición a los hermanos itinerantes que van, según la Regla, por el mundo. Una reminiscencia de este «stare» se encuentra en la Regla no bulada 7,1 y 22,28. Francisco mismo, Antonio y Gil permanecían por algún tiempo en eremitorios. Tres fratres vel quator («tres hermanos o, a lo más, cuatro»): Es decir, pocos frailes solamente, en contraposición a otros eremitorios de la época, como los Cartujos, los Camaldulenses e incluso laicos-laicas. Pero -también esto en contraposición a otros eremitorios del tiempo- siempre juntos, como hermanos, en fraternidad, no a solas como anacoretas, como se hacía -parece- al comienzo de la Orden y también fuera. Nuestros eremitas permanecen siempre miembros de una fraternidad, sea local, sea provincial (cf. provinciales-custodios). Así, pues, como hermanos. Esser advierte que estos eremitorios primitivos pronto se convierten en pequeños «conventitos» de diverso tipo, más conventuales y con más número de hermanos, «estables».[5] De la misma opinión es Pellegrini.
La expresión recuerda un hecho evangélico, indica la vida contemplativa y activa, vista en María y Marta. Sin embargo, se advierte que esta vida activa y contemplativa ha de ser vivida por turno, como indica el v. 10, es decir, no se trata de una vida exclusivamente contemplativo-eremítica, ni siquiera durante el tiempo restringido de convivencia en el eremitorio. Sin querer excluir otras influencias ya conocidas, se nota aquí aquella -menos conocida hasta ahora- del cisterciense inglés, Aelredo de Riedval (Rievaulx), por medio de su carta a la hermana eremita. La influencia se nota no sólo en la terminología, sino también en el contenido «eremítico»: silencio riguroso, separaciones, distribución del Oficio divino; incluso la referencia al único texto evangélico, tomado de Mt 6,33 o de Lc 12,35, acerca del buscar sobre todo el Reino del cielo y su justicia. La misma influencia aparece en la Regla no bulada (7,10-12) sobre la ociosidad, el trabajo y la oración, todo en estrecha relación con la vida de los eremitorios. El mismo Esser admite este claro influjo cisterciense.[6] Claustrum («claustro»): Es decir, lugar cerrado, vallado (cercado), en vez de un muro, en el que están las celdas de los eremitas. No se piense, por tanto, en un convento o monasterio, ni siquiera en una domus. Se trata de un lugar desierto, eremo, con celdas de madera o de ramas o cuevas, no de piedra. Servían para orar o dormir, no para comer. Estas celdas estaban lejos de las de las «madres», que estaban en otra parte, aunque cerca. Al principio faltaba una iglesita. A la entrada había una casita y más tarde también una capilla. Las madres habitaban allí, separadas de los hermanos eremitas. Se advierte, históricamente, la evolución de estos eremitorios primitivos en los primeros pequeños conventos o lugares, también respecto al horario vigente en ellos.[7]
Se nota cómo el Oficio divino forma como el esqueleto del día, del que es el centro vital, del día y de la noche, pero siempre al servicio de la búsqueda del reino de Dios, al que todo debe servir. Este primado espiritual del reino de Dios, la justicia de Dios, es decir, vivir la voluntad de Dios, es la única alusión al fundamento más íntimo de la vida de los eremitorios. Indica, pues, que el fin esencial y absoluto que se debe buscar está siempre, y ante todo, en la vida de oración. «Procuren guardar silencio». La expresión studere, estudiose, vuelve a aparecer tres veces en esta Regla; se trata, pues, de una expresión querida por el Poverello (cf. también 1 R 11,2).
Absolvant silentium («interrumpan el silencio»): El silencio no es perpetuo, ni siquiera entre ellos; hay un tiempo en el que se podrá hablar. En este tiempo pueden hablar también con las madres. También este elemento de un silencio relativamente severo parece importante para el clima fraterno franciscano.
La expresión «como pobres pequeñuelos» era muy común en aquellos tiempos, incluso en el ambiente nórdico. En la Regla no bulada se dice: como los otros pobres (1 R 7,8). Igualmente en Aelredo. Las palabras «quando placuerit» («cuando les agrade») aparecen de nuevo dos ves (v. 9 y 10). La expresión «propter amorem Domini Dei» («por amor del Señor Dios») es muy querida por Francisco. Adviértase que añade Dominus a Dios (v. 9). El título Dominus, para Dios y para Cristo, es muy frecuente en los escritos. Es el título más usado para Dios, más de 400 veces.
El Oficio divino era esencial, como para todos los eremitas y reclusos. En esta Regla constituye el núcleo del horario que Francisco, por vez primera, establece para los eremitorios. Los eremitas fueron, efectivamente, los primeros hermanos «residentes». Está claro que este Oficio no era de tipo coral o conventual, hecho en un coro u oratorio o iglesia, porque éstos no existían todavía. Queda una duda sobre el Oficio en común o en particular; pero Francisco mismo lo hacía siempre en común (cf. Test 9). Probablemente se decía juntos, teniendo en cuenta el número mínimo de tres hermanos. Queda también la duda de si estos hermanos eran clérigos o no (o ambas cosas, probablemente). Otro problema es cómo y dónde las madres encontraban las limosnas. Parece evidente que las madres trabajaban fuera, en los campos de los labradores, recibiendo cosas en especie. Varios detalles, al respecto, son notados por Esser y Schmucki[8] en las biografías. Cerca de la entrada de los eremitorios pronto existieron pequeñas domus en las que habitaban las «Martas» o «madres». Más tarde se construyó también una iglesita.
La ley de la separación es estricta para asegurar la quietud contemplativa; ni siquiera se permite comer dentro del claustro, excepto algún trozo de pan con agua. Para las comidas estaba prevista la mesa común en el eremitorio. Pero la ley de la clausura canónica no existía aún y las excepciones no faltaban, como la de fray Jacoba en la muerte de Francisco (3 Cel 37).
Las madres-superiores-custodios (custodiant) son responsables del silencio necesario en este ambiente de oración. Nótese que en los eremitorios encontramos los primeros custodios o guardianes en la Orden, en servicio «materno» de los hermanos. Como se ve, la vida de los hermanos en los eremitorios es parte integrante de la fraternidad provincial de la Orden.
No sólo las madres, sino también los mismos hermanos-hijos son responsables del silencio. Esta responsabilidad recíproca, expresamente mencionada, atestigua el gran valor dado por Francisco al clima de quietud, necesario en los eremitorios, incluso para las mismas Martas en su vida activa. Este silencio virtualmente continuo y observado en sentido interior-espiritual (no hablar sin motivos convenientes, es decir, evitar palabras inútiles), garantiza el espíritu de oración, necesario incluso durante el trabajo. La expresión «quando placuerit… cum benedictione Domini Dei» es muy familiar al Santo y significa que toda la vida debe estar bajo la voluntad del Señor y bajo su bendición, en cuanto inspirada divinamente…
Este cambio de servicios que se tiene que establecer por turno, asumiendo el papel de madre o de hijo, es una característica de los eremitorios franciscanos, expresión concreta de su vida fraterna, «minorítica». Conocemos cómo Francisco amaba profundamente esta minoridad practicada por todos, superiores y súbditos, viviendo como hermanos «menores», libres del amor propio y en continuo servicio. Este detalle parece único en aquel tiempo. Y 2 Cel 178 revela que fue verdaderamente puesto en práctica. Con su ejemplo, en fin, enseñaba esta humildad y desapego de todo oficio, buscando tener siempre un superior madre (1 Cel 98: Elías). COMENTARIO ESPIRITUAL DE LA REGLA A primera vista podría parecer que esta pequeña Regla es bastante pobre de doctrina espiritual, parecida a un simple códice de normas externas para la vida eremítica cotidiana de los hermanos. Pero observándola más de cerca y comparándola con los otros escritos del Poverello, se capta el valor del espíritu franciscano. En concreto subrayaremos dos aspectos de su espiritualidad, muy queridos y familiares para Francisco: la caridad fraterna-materna vivida en la vida cotidiana, y el íntimo espíritu de pobreza y de oración, animador de toda vida, también de la eremítica. CARIDAD FRATERNA-MATERNA El aspecto específicamente fraterno de la vida eremítica franciscana aparece claramente en lo que hemos dicho hasta ahora. No sólo porque un eremitorio es parte de la fraternidad provincial, sino también porque los hermanos viven siempre en fraternidad y comparten todos los oficios, por turno; una forma de fraternidad que en la Orden desaparecerá pronto. Sin embargo, el aspecto todavía más sorprendente que debe caracterizar la caridad fraterna minorítica me parece el materno. Impacta, antes que nada, que la palabra madre es usada en esta pequeña Regla hasta seis veces (27 veces en todos los Escritos de Francisco; 23 veces en los de Clara). Ya ante el papa Inocencio III Francisco se sentía como una pobre y noble dama de hijos reales, que tienen derecho de casa en la Iglesia Madre (2 Cel 16-17; 100). Esta imagen impresionó mucho no sólo al Papa, sino también muy pronto (antes de 1219) en Inglaterra, donde fue narrada por el célebre predicador Odón de Cheriton.[9] La fuerza vital de esta vocación «materna» para sí mismo y para sus hermanos, tan profundamente expresada en la pequeña Regla, se revela siempre en sus Escritos y en su vida. Siendo Dios para él el único verdadero Padre, nosotros somos hermanos (1 R 22,34). Excluye, pues, una vocación «paterna» para sí mismo y para sus hermanos, insistiendo por el contrario con gusto en aquella fraterna que se convierte en más que materna, en cuanto fruto de la fraternidad espiritual, por la fuerza del Espíritu del Señor. En 1 R 9,11 los hermanos deben amarse mutuamente como una madre, mientras que en 2 R 6,8 pide a todos los hermanos «espirituales» un amor que supere al de una madre natural. Francisco se sentía hermano de sus hermanos, no padre, como explica claramente Jordán de Giano (Crónica, 17).[10] Rechazando el nombre de padre, amaba el de madre y madre querida (2 Cel 137), y se llama a sí mismo madre de su hijo, como hace con fray León: «De veras te hablo, hijo mío, como una madre» (CtaL 2). Nos impresiona la palabra del Cántico de las criaturas: «Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra» (Cánt 9). Ya en el contexto de los eremitorios, a los hermanos no clérigos que oran en silencio y penitencia llorando los pecados propios y de otros, Francisco los llama madres de muchos fieles (2 Cel 164; LP 71), mientras que los predicadores orgullosos, que tienen el deber de engendrar hijos en la Iglesia, permanecen estériles. En el fondo Francisco sentía la vocación materna para todos los penitentes, pobres-humildes-puros en la Iglesia, en cuanto -inspirados por el Espíritu del Señor mediante la santa operación- participan de la maternidad de la misma María, engendrando a Cristo (1CtaF 7-13; 2CtaF 50-56). También las Hermanas Pobres son consideradas, no sólo por santa Clara sino también por Francisco, como desposadas con el Espíritu Santo, en esta misma íntima unión mariana (FVCl 1).[11] Un aspecto muy delicado de esta caridad fraterna-materna, vivida en todas partes, también en la soledad silenciosa de los eremitorios o tal vez, sobre todo, en aquel ambiente contemplativo, se revela en la alusión especial a la hospitalidad ofrecida a todos los hombres, enemigos o adversarios, como los ladrones, que deben ser recibidos, como nuestros amigos, «benignamente» (1 R 7,13). Llama la atención que también fuera de la Orden los historiadores del eremitismo[12] destacan cómo los eremitas franceses eran familiares con la gente marginada del tiempo, leprosos, ladrones u otra gente pobre, desterrada por la sociedad feudal. No es casual que Francisco, al final de su vida «penitente», exprese el deseo de querer recomenzar volviendo a los leprosos y a los lugares apartados (1 Cel 103). Recordaba perfectamente, como escribe en su Testamento, que Dios se hace sentir y gustar como dulzura del alma y del cuerpo, no sólo en la contemplación «mística» sino también en el servicio caritativo a los hermanos «cristianos» por excelencia, los leprosos. ESPÍRITU DE POBREZA Y DE ORACIÓN Para comprender bien la importancia de esta Regla no se debe olvidar que ella supone la Regla no bulada y toda la enseñanza del santo a sus hermanos. En primer lugar, existe una relación directa entre esta Regla y el capítulo 7 de la Regla no bulada. Hay una clara semejanza entre los vv. 13-14 del capítulo 7 con la Regla de Aelredo para la vida eremítica (de la que he hablado antes) en el v. 13: estamos situados en un contexto eremítico y considera la obligación de recibir donde quiera, en los eremos o en otro lugar, a todas las personas. Un principio de hospitalidad estrechamente fraterna y al mismo tiempo de separación generosa para el silencio contemplativo. Basta recordar cómo el primer lugar de los hermanos, Rivotorto, fue dejado a un hermano-animal, el asno del aldeano (1 Cel 44). Y la conclusión del biógrafo es clara: «No quería tener propiedad para poder poseer todo con plenitud en el Señor». Nada propio, ni siquiera un yermo… La Regla no bulada continúa diciendo: «Y, dondequiera que estén o en cualquier lugar en que se encuentren unos con otros, los hermanos deben tratarse espiritual y amorosamente y honrarse mutuamente sin murmuración» (1 R 7,14-15). Sabemos qué significa spiritualiter, es decir, en el Espíritu del Señor, no carnalmente o según el amor propio (1 R 5,4.5.8.14). Como también sabemos qué significa la caridad fraterna en servicio y obediencia recíproca por la caridad del Espíritu (1 R 5,14). En lugar de hacer o de decir mal a alguien (1 R 5,13), mostrándose tristes o falsos, manifiesten la alegría del Señor, la jovialidad y graciosidad conveniente (1 R 7,16). Todas ellas cualidades «exteriores», frutos de la caridad interior y de la pobreza desasida de todo amor propio. Casi la práctica del ideal descrito por Celano respecto a los primeros hermanos (1 Cel 38-41) y la vida perfecta en obediencia caritativa (1 R 5,15-17; Adm 3,6; SalVir 14-18). El secreto de esta vida en fraternidad minorítica, sirviéndose mutuamente, sin amor propio, es el cumplimiento del mandamiento nuevo: amar al prójimo como a uno mismo, según la fórmula tan repetida por Francisco, llamada la regla de oro: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros» (Mt 7,12). Esta fórmula, que es el texto de los sinópticos más citado por Francisco, es aplicada en sus Escritos hasta once veces, de diversas formas y circunstancias.[13] Podemos recordar otra expresión, también del sermón de la montaña, citado en la Regla para los eremitorios: «Buscad primero su Reino y su justicia» (Mt 6,33; Lc 12,31). La justicia del Reino es, sobre todo, el nuevo mandamiento de la caridad fraterna. Una de las aplicaciones de la regla de oro la encontramos exactamente en el contexto de la vida en los eremitorios. Se trata del ministro en crisis espiritual a causa de las dificultades con los hermanos, por lo que quisiera refugiarse en algún «eremitorio» para salvar su alma y amar mejor al Señor. Francisco, por el contrario, responde que la verdadera obediencia a Dios y a él consiste en amar a los hermanos como son, aunque sea objeto de persecución, no deseando otra cosa que la voluntad de Dios como única gracia. «Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio». El criterio del verdadero amor a Dios es para Francisco el amor misericordioso sin fin al hermano pecador. En estos casos todos los ministros y custodios deben tener presente: «El custodio mismo provea con misericordia, como querría que se hiciera con él en caso semejante» (CtaM 17; cf. Mt 7,12). No parece fuera de lugar recordar que Francisco relativiza el valor de la vida en los eremitorios contra los errores de un ascetismo penitencial y contemplativo no cristiano. La única cosa necesaria siempre y en cualquier lugar, también en los eremitorios, es el Reino de Dios y su justicia, es decir, el amor y la caridad fraterna-materna, plena de una misericordia más que materna, es decir, divina, propia del padre del hijo pródigo…, perdonar setenta veces siete, es decir, siempre, infinitamente. Aunque una madre pueda olvidarse de sus hijos, «Yo, dice el Señor, no…» Existe otro ejemplo parecido, también éste no sin relación con la vida eremítica (2 Cel 179). Se trata de la Admonición 14, sobre La pobreza de espíritu:
Es claro que aquellos que buscan en los eremitorios, ante todo, el Reino de los cielos (y su justicia), como dice el texto de la Regla, practicarán esta pobreza de espíritu, sin la que este Reino no existe en ellos. Francisco, sin embargo, habla de su experiencia diciendo que «muchos» hacen «muchas» abstinencias y mortificaciones, orando sin la verdadera pobreza de espíritu, en cuanto que permanecen llenos de amor propio. Éstos, en verdad, no poseen el Espíritu del Señor, sino que son animados por el espíritu de la carne. Este peligro puede darse en todos, sean predicadores, sean «orantes» en los eremitorios, sean trabajadores u obreros; como explica el capítulo 17 de la Regla no bulada de cada una de estas categorías. En efecto, en este capítulo 17, Francisco indica a todos los hermanos, es decir, omnes fratres meos praedicatores, oratores, laboratores, tam clericos quam laicos -tres categorías, donde los oratores son aquellos que oran en los eremitorios-, lo único necesario en cualquier situación: la humildad de espíritu y la paciencia en los sufrimientos, siendo Dios nuestro único bien. En concreto habla del espíritu de la carne, nuestro enemigo doméstico, y del Espíritu del Señor, Aquel que nos da la verdadera santidad interior. El primero busca una santidad externa, aparente, orgullosa, hipócrita; el segundo, por el contrario, se deja penetrar y animar por el Espíritu Santo de Dios, dándole gracias por todo bien…, con humildad, paciencia y paz. Aunque fue un hombre de estricta penitencia, pobreza, oración, amante de los lugares solitarios, Francisco siempre entendió que el secreto de la santidad reside en el corazón y en el espíritu de las almas, es decir, en aquella plena y pura disponibilidad al Espíritu del Señor y a su santa operación; sin apropiarse del don de Dios recibido y que hay que devolver con agradecimiento. Por esto, como dice 1 Cel 51, se esforzaba en corregir en sus hermanos, ante todo, los defectos «espirituales»: soberbia, vanagloria, envidia, murmuración, calumnia, condena de los hermanos. Y dirá que todas las cosas temporales (trabajo, estudio, predicación) han de servir al Espíritu de devoción y oración (2 R 5). Por ello, en el capítulo 10 exhorta a todos los hermanos contra la soberbia, envidia, avaricia, preocupaciones mundanas, detracción y murmuración:
De esta forma, otra vez, volvemos al Reino de los cielos y su justicia, de lo que habla la Regla para los eremitorios, como lo único necesario que hay que buscar en la santa operación del Espíritu del Señor que nos hace vivir la pura oración, la humildad, la paciencia en los sufrimientos, el amor a los enemigos-perseguidores, perseverando hasta el fin. En el fondo Francisco nos conduce aquí, como en la Admonición 14, a la unión con Cristo pobre, humilde y crucificado, compendio vital de su vida evangélica, dondequiera que se hallara, en los eremitorios o en otro lugar (2 Cel 105). En este sentido comprendemos a Francisco cuando quería que todos los hermanos llevaran siempre el desierto en el propio cuerpo, allá donde se encontrasen. En esta «espiritualización» de la vida de los eremitorios encontramos, por una parte, su relativización y, por otra, su importancia, ser instrumento de disponibilidad al Espíritu del Señor y a su santa operación, deseado por encima de todo. Es el Espíritu quien vivifica; la carne mata, también en los eremitorios… Concluimos, pues, con la exhortación del Poverello sobre el espíritu del eremitorio, de vivir siempre y en cualquier lugar en la celda de nuestro corazón. Francisco decía a aquellos hermanos:
N O T A S: [1] K. Esser, Opuscula Sancti Francisci Assisiensis (Bibliotheca Franciscana Ascetica Medii Aevi, Tom. XII), Grottaferrata (Roma) 1978, 296-298. Bibliografía esencial sobre esta Regla: K. Esser, Die «Regula pro eremitoriis data» des Hl. Franziskus von Assisi, en Studien zu den Opuscula des hl. Franziskus von Assisi, Roma 1973, 137-179. Antes se publicó en la revista Franziskanische Studien 44 (1962) 383-417. Chiara Augusta Lainati ofrece una aportación especial y original en la introducción a los escritos y fuentes biográficas de Clara de Asís, en Fonti Francescane, II, Asís 1977, 2.228-2.229, donde compara esta Regla con la praxis de las Hermanas Pobres de San Damián. Un aspecto poco considerado hasta ahora. Para el contexto histórico-espiritual franciscano, con una amplia bibliografía, puede consultarse: O. Schmucki, Luogo di preghiera, eremo, solitudine, concetti e realizzazioni in Francesco d'Assisi, en Le Case di preghiera nella storia e spiritualità francescana (Studi scelti di Francescanesimo, 7), a cargo de F. Mastroianni, Nápoles 1978, 33-53. Otros dos estudios del mismo autor destacan en la amplia bibliografía sobre el tema: Secretum solitudinis. De circunstantiis externis orandi penes sanctum Franciscum Assisiensem, en Collectanea Franciscana 39 (1969) 5-58; y Mentis silentium. Il programma contemplativo nell'Ordine francescano primitivo, en Laurentianum 14 (1973) 177-222 (con algunos datos biográficos del Santo). Las conclusiones de estos dos últimos estudios, traducidas al castellano, son los siguientes artículos: «El secreto de la soledad», en Selecciones de Franciscanismo (= Sel Fran) n. 8 (1974) 166-169; El programa contemplativo de la primitiva familia franciscana, en Sel Fran n. 8 (1974) 170-173. L. Pellegrini, L'esperienza eremitica di Francesco e dei primi Francescani, en Francesco d'Assisi e Francescanesimo dal 1216 al 1226 (Atti IV Convegno Internazionale, Asís, 5-17 octubre 1976), Asís 1977, 281-313. Varias observaciones merecen una seria reflexión. Para el contexto histórico espiritual, y también franciscano, es muy útil el estudio profundo: A. Mens, L'Ombrie italienne et l'Ombrie brabançonne, en Etudes Franciscaines, Supplement, 17 (1967) 1-78, en el que se muestra la influencia de las Beguinas en toda Europa, a finales del siglo XII. Un resumen de este estudio es: La Umbría italiana y la Umbría belga. Dos movimientos religiosos paralelos de idéntica inspiración, en Sel Fran n. 1 (1972) 33-48. Un breve informe sobre el movimiento de las Beguinas y otros grupos se encuentra en: B. de Troeyer, Béguines et Tertiaries en Belgique aux XIII-XIVe siècles, en I Frati Penitenti di san Francesco nella società del Due e Trecento (Atti del 2.º Convegno di Studi francescani, Roma, 12-14 octubre 1979), a cargo de Mariano D'Alatri, Roma 1977, 133-138. Para las relaciones y semejanzas del movimiento franciscano con el misticismo nórdico, puede consultarse: Optatus van Asseldonk, Nexus S. Francisci cum motu universali paenitentiae seu conversionis evangelicae antecedenti et coetaneo, en Tertius Ordo 33 (1972) 166-170 (con algunos datos y fuentes). K. Esser, Un documento dell'inizio del duecento sui penitenti, en I Frati Penitenti di san Francesco nella società del Due e Trecento, Roma 1977, 87-99. Es un estudio muy importante sobre el movimiento penitencial dentro y fuera de la Orden franciscana. Otro artículo de este autor sobre la primera Carta a todos los fieles es: Un (documento) precursore della "Epistola ad fideles" di San Francesco d'Assisi (II Codice 225 della Biblioteca Guarnacci di Volterra), en Analecta Tertii Ordinis Regularis Sancti Francisci 14 (1978) 11-47. El original está publicado en Collectanea Franciscana 45 (1975) 5-47. Los últimos estudios de Esser están en la edición crítica de los escritos de san Francisco: Die Opuscula des hl. Franziskus von Assisi, Neue textkritische Edition, Grottaferrata (Roma) 1976, la nueva edición de 1989 a cargo de E. Grau. [2] Otros estudios más recientes que se pueden destacar son: R. Guarnieri, Beghinismo d'Oltralpe e Bizzochismo italiano tra il secolo XIV e il secolo XV, en La beata Angelina da Montegiove e il Movimento del Terz'Ordine Regolare Francescano femminile (Atti del Convegno di Studi Francescani, Foligno, 22-24 septiembre 1983), a cargo de R. Pazzeli - M. Sensi, Roma 1984, 1-13. M. Sensi, Reclusione, en Dizionario degli Istituti di Perfezione, VII, Roma 1983, 1.229-1.245. L. Pellegrini, Insediamenti francescani nell'Italia del duecento, Roma 1984. M. Wehrli-Johns, Maria und Martha in der religiösen Frauenbewegung, en Abendlëndische Mystic im Mittelalter, a cargo de Kurt Ruh, Stuttgart 1986, 354-367. B. Mertens, In eremi vastitate resedit, en Franziscanische Studien 74 (1992) 285-374. La Regla para los eremitorios en el contexto medieval, con abundante bibliografía. M. Fr. Hone, Clare and the Ancren Riwle, en The Cord 36 (1986) 202-214; 273-283; 304-312. [3] Cf. K. Esser, Die Opuscula Sancti Patris Francisci Assisiensis, Grottaferrata (Roma) 1989, 185. [4] Para las últimas notas de Esser al respecto, cf. la edición crítica: 405-412, en torno al mismo texto de la Regla. [5] K. Esser, Die Opuscula Sancti Patris Francisci Assisiensis, Grottaferrata (Roma) 1989, 405; 407-408. [6] K. Esser, La Orden franciscana. Orígenes e ideales, Ed. Aránzazu 1976, 310. Posteriores detalles en Optatus van Asseldonk, Het kluizenaarselement in bet leven van Franciscus en zijn Orde, en Franciscaans Leven 47 (1964) 122-123. [7] K. Esser, Die Opuscula Sancti Patris Francisci Assisiensis, Grottaferrata (Roma) 1989, 412. [8] Cf. la nota 1 y K. Esser, Die «Regula pro eremitoriis data», en la bibliografía. [9] Cf. Fonti Francescane 2.247. [10] Cf. Sel Fran n. 25-26 (1980) 245. [11] Cf. O. van Asseldonk, El Espíritu Santo en los escritos y en la vida de santa Clara, en Sel Fran 20 (1978) 221-232. El tema ha sido estudiado profundamente en el Protomonasterio de Asís, bajo la guía de sor Chiara Augusta Lainati. Partiendo del anuncio del ángel a María (Lc 1,26ss), se compara la Forma de Vida, la oración «Santa Virgen María» del Oficio de la Pasión y los Escritos de Clara. [12] Th. Merton, Franciscan eremitism, en The Cord 16 (1966) 356-364. Por lo demás, Schmucki y Pellegrini acentúan también este aspecto. [13] A los textos indicados de K. Esser, Die Opuscula, se puede añadir: ParPN 5, Adm 18,1 y 22,1. La frecuencia de este pensamiento evangélico prueba su importancia para la espiritualidad del Poverello. Pocos textos son tan usados en los Escritos. [14] Nótese que Francisco no exhorta a orar siempre, sino a orar siempre con puro corazón. [15] Y así Francisco permanece siempre él mismo, es decir, el hombre del Espíritu, a quien toda forma de vida y toda letra, también la «sagrada», deben servir (Adm 7). Sobre la vida en el Espíritu de los Escritos del Santo ha escrito I. Brady, San Fancesco uomo dello Spirito, Vicenza 1978. Me parece oportuno recordar este aspecto primordial franciscano también a los hermanos que desean dar vida a una fraternidad contemplativa. [En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXIV, núm. 72 (1995) 375-386] |
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