DIRECTORIO FRANCISCANO

Espiritualidad franciscana


LA POBREZA, VACÍO PARA DIOS

por Sebastián López, OFM

 

Este artículo, publicado ya con anterioridad, ha sido revisado, reelaborado y condensado en algunas de sus partes por el propio autor para la publicación en nuestra revista. Este interesante ensayo aporta el intento, en buena parte logrado, de elaborar una teología de la pobreza franciscana.

Texto original: La pobreza, vacío para Dios. Dimensión teologal de la pobreza de San Francisco, en Verdad y Vida 28 (1970), 455-491.

Francisco de Asís es ya, para siempre, «il Poverello», el enamorado de Dama Pobreza. Entre todos los santos, es ésta una de las características que lo distinguen y singularizan. No vamos a hacer, sin embargo, un estudio completo sobre esta nota particular de Francisco. Hay muchos y buenos estudios sobre ella, aunque creamos que el tema no deja de estar en sus principios casi, si se tiene en cuenta que el campo del vocabulario, tan importante y decisivo, está aún sin estudiar. Intentamos destacar solamente la dimensión teologal de la pobreza franciscana, de la pobreza de Francisco de Asís. Durante mucho tiempo la pobreza ha sido, a lo más, una virtud moral que regulaba el uso de los bienes materiales, o se la ha considerado, casi exclusivamente, en su aspecto externo, material; consecuencia, al fin, de la visión moralizante y ascética anteriormente indicada. Ha sido el P. Esser quien, últimamente, ha subrayado con decisión la dimensión espiritual de la pobreza de Francisco, con la autoridad y seguridad que le dan su conocimiento de las fuentes sanfranciscanas. Pero nos parece que no ha logrado hacernos ver, con la misma claridad, su dimensión teologal. Que la pobreza no es sólo, además de desnudez absoluta de cosas y de medios humanos, desapego interior del yo, desde el más decidido seguimiento de Cristo; es también, además y sobre todo, vacío para Dios. Es lo que queremos decir al hablar de su dimensión teologal.

Llamamos virtudes teologales a las que teniendo su origen en Dios, nos asumen hacia Él y a Él nos entregan, dejándonos transidos de su presencia. La pobreza es inseparable de dicha asunción del hombre hacia Dios. Es ella la que le da un corazón dócil, un corazón alerta para la amistad y el diálogo. Sólo la pobreza pone el corazón en tensión de vigilia y cava en el hombre el hambre y la sed de Dios. Nos encontramos por tanto a la pobreza en el corazón mismo del acoso de Dios al hombre con su gracia y con su palabra: como vacío para ella, como espera de su llegada. La pobreza no sólo tiene un fundamento teológico, es también, en cierto modo, teologal. Está enteramente en función de Dios, de su mayoría absoluta, de su acuciante presencia. Para Francisco la pobreza es principalmente una actitud religiosa, postura de «cliente» de Dios, de mendigo suyo, tema agustiniano cien por cien. Pobreza, vacío y oquedad consentida, afanosamente buscada para el Dios que él sabía infinitamente generoso y «Limosnero» (2 Cel 77). Su vida no fue otra cosa que el continuo y constante ir tras las huellas de Cristo, el afán de hacerle sitio en su existencia, que terminó por hacer de él el pobre por excelencia. El hombre de la verticalidad por antonomasia. «Al no poseer nada propio, todo él pertenecía a Dios», dirá el Sacrum Commercium, 25.

Este es, pues, el objeto de nuestro estudio, hacer ver la dimensión teologal de la pobreza de Francisco. Esto nos exige repetir mucho de lo que ya se ha dicho sobre el concepto de pobreza en Francisco de Asís. Lo creemos necesario para encuadrar bien el tema. En la primera parte de nuestro trabajo estudiaremos el concepto de pobreza en Francisco de Asís; en la segunda, su dimensión teologal.

Giotto: San Francisco renuncia a los bienes

I. LA POBREZA EN FRANCISCO DE ASÍS

1) Importancia de la pobreza en su pensamiento y en su vida

La pobreza ha caracterizado a Francisco. Pero antes había conseguido en su existencia un lugar destacado, una importancia que casi la absolutiza, que resume toda su actitud ante Dios, su seguimiento de Cristo. Esto nos parece claro por los siguientes datos:

a) Porque la pobreza es para él uno de los elementos integrantes del seguimiento de Cristo, en cuya formulación entra con frecuencia, o a la que se reduce, al parecer, en ciertos textos: «Todos los hermanos empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 9,1); «Y como peregrinos y forasteros en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad...» (2 R 6,2); «... guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente hemos prometido» (2 R 12,4); «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os doy el consejo de que siempre viváis en esta santísima vida y pobreza» (UltVol 1-2); «Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia» (CtaL 3).

b) Porque es la virtud más universalmente contemplada en Cristo y en sus misterios: Encarnación-Navidad: «El altísimo Padre anunció desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, esta Palabra... Él, siendo rico, quiso sobre todas las cosas elegir, con la beatísima Virgen, su Madre, la pobreza en el mundo» (2CtaF 4-5); cf. 2 Cel 74 y 198. En el ayuno y soledad de Cristo en el desierto: 2 Cel 59. En Cristo como huésped y peregrino: «Los hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos y forasteros en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad...» (1 R 6,1-2). En Cristo en la pasión: 2 Cel 56, 59, 194; LM 2,4, 7,2.

c) Además, según sus biógrafos, la pobreza es para él, madre (LM 7,6); señora (2 Cel 72, 82, etc.); esposa (2 Cel 55); origen y fundamento de la Orden de Hermanos Menores (LM 7,2; LP 106); su característica y la de los suyos (2 Cel 61); su dote y herencia, nuestra perfección (2 Cel 55); su riqueza espiritual y corporal (LM 7,6); nuestra Regla (2 R 12); la piedra firme sobre la que se sostiene la Orden (LM 7,2); el camino más seguro de salvación (2 Cel 55 y 176); nuestra vocación (2 Cel 74; LP 96); lo que nos hace más amigos de Cristo (2 Cel 200); nuestra alegría (1 Cel 35; TC 33); el tesoro escondido del Evangelio (LM 7,1).

De aquí que en ella centrara su afán, que su deseo fuese vivir como un pobre enteramente (1 Cel 76), que fuese un solo espíritu con ella, que nadie fuese más avaro del oro que él de la pobreza, que nada, en fin, le entristeciese más en los suyos que las actitudes contrarias a la pobreza (2 Cel 55).

Por eso, para los biógrafos, Francisco es el loco de la pobreza (LM 7,6), el Pobrecillo, el padre de los pobres (1 Cel 76), el pobre de Cristo (2 Cel 83). Es decir, que la pobreza lo define, lo explica, y define y explica todo en su vida. Estaríamos tentados a decir que la pobreza es él, de tal modo la hizo carne y sangre suya. Todo se le resume en ella. Desde Dios y para Dios, y desde los hombres y para los hombres, no es otra cosa que el Pobrecillo.

2) Contexto de la pobreza de Francisco

La pobreza de Francisco tiene sus razones y urgencias que estudiaremos más adelante. Pero tiene también lo que llamamos su contexto, su circunstancia, que nos revela su cómo, y nos ayuda a comprender tales razones y urgencias.

A) Contexto evangélico

Francisco apostó por la pobreza porque esa fue la apuesta que resume la vida de Cristo, traducida en palabras en su enseñanza y en el kerigma de la Iglesia pospascual. Entender la pobreza evangélica supone la lectura y escucha de los textos evangélicos que de ella hablan. Entender la pobreza de Francisco exige también conocer los textos evangélicos que apoyaron su decisión, y su manera de entenderlos. El empeño no es fácil, sin embargo, porque la pobreza, tanto en el Evangelio como en Francisco, es más una actitud existencial, con la riqueza y variedad de matices que supone, que un concepto escueto y descarnado; y porque el examen exegético de los textos tradicionales sobre la pobreza está, tanto desde el Evangelio como desde los escritos de Francisco, al principio de una investigación al día de los progresos en ambos campos. Creo, sin embargo, que teniendo en cuenta los estudios más recientes, se pueden recoger un puñado de afirmaciones suficientemente seguras.

En Francisco es innegable, nos parece, la percepción de la condición en pobreza de Cristo, la kénosis (anonadamiento) de san Pablo o lo que El mismo expresaría con las palabras, «no vine a ser servido sino a servir» (Mt 20,28). Dos veces encontramos este texto en los escritos de Francisco, pero su presencia es mucho más insistente pues es la clave de los temas: ministro-siervo, servir, lavatorio de los pies, súbditos y menores, la Orden, el pueblo pequeño y humilde, semejante en la pobreza y humildad al Hijo de Dios, etc. Pero es sobre todo en el Oficio de la Pasión donde el tema consigue su mayor densidad, y lo convierte, por lo mismo, en el más seguro testimonio de la sensibilidad de Francisco a la condición pobre y desvalida del Hijo de Dios encarnado.

También es clara la atención de Francisco a ciertos momentos de la vida de Cristo en los que el Evangelio nos lo presenta en la desnudez de todo, en la más absoluta pobreza: Belén (1 R 9,4-5; 2CtaF 4-5; 1 Cel 84); el desierto (2 Cel 59; LP 57); su vida itinerante (1 R 9; 2 Cel 59; LP 57); la pasión y la cruz (2 Cel 194; LM 14,4). El afán y la práctica de la pobreza en Francisco se apoyan y sustentan sobre todo en la contemplación de estos misterios. «El ejemplo del Hijo de Dios...» (2 Cel 61): el corazón encendía en él su fervor contemplativo y su prisa de seguimiento. Que salvo pequeños detalles, no ofrece dificultad a la exégesis, aunque el incontenible deseo de repetición, de mimetismo sea incomprensible, tanto en Francisco como en cualquiera, si no se tiene en cuenta el ritmo de un corazón que, porque previamente se sabe interpelado por el Amor que en dichos misterios se hace patente, no tiene otra respuesta que la de seguir su vida y sus huellas (1 R 1,1). Más que unos determinados textos evangélicos, es la propia persona del Hijo de Dios, encarnado en nuestra pobreza y fragilidad (2CtaF 4), la que ha hecho de Francisco el Pobrecillo. A su modo, Francisco daba razón a nuestra teología que ha descubierto otra vez que Cristo es la Palabra-Pobreza y Cristo-Pobreza. El mensaje de la pobreza y el Mensajero se identifican.

Más difícil es determinar el valor exacto que tenían para Francisco los textos evangélicos sobre la pobreza. Señalaremos algunos, conscientes, por supuesto, de lo poco seguro del terreno en que nos movemos.

a) Mt 10,9-10: «... No toméis oro, ni plata, ni cobre en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón...». Según los biógrafos (1 Cel 22; TC 25) y los escritos del propio Francisco (1 R 14,1) es éste uno de los textos que decidieron su vida pobre. Es innegable su interpretación literal en los detalles; mas a pesar de ello, Francisco recoge también toda la actitud radical que el texto impone a la existencia del mensajero del reino de Dios: la libertad desembarazada, la disponibilidad absoluta, la pobreza al fin. El carácter itinerante de la vida franciscana, con lo que supone de desarraigo, de abandono de cosas, de provisionalidad, patente en tantos textos de los escritos de Francisco, de aquí arranca y toma impulso.

b) Mt 19,21: « Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme». Es el texto de la amistad con Jesucristo. A lo largo de la historia del cristianismo, su lectura ha dado a Cristo sus mejores amigos, que ganaron en generosidad al joven del Evangelio que las escuchó por primera vez. Entre ellos, Francisco. Es uno de los textos con que tropieza, junto con fray Bernardo, al abrir al azar el Evangelio en la iglesia de San Nicolás (1 Cel 24; TC 28-29). Y de él hizo Francisco el texto fundacional de su fraternidad, al constituirlo en condición para la admisión de los que quieran abrazar su vida y regla. El seguimiento de Cristo con él comienza y con él se deja la vida a merced del Evangelio y sus exigencias, convirtiéndose en el catalizador de la generosidad, de la autenticidad de la propia vocación evangélica. Independientemente de lo que la exégesis actual diga sobre el sentido tipificador o universal del texto, la opción de Francisco, radical y absoluta por la renuncia a todo, clara en ambas reglas, está perfectamente dentro del sentido del texto, por el que deja a los suyos sin nada de nada, excepto el hábito (1 R 1,1-2; 2 R 2,5).

c) Mt 19,29: «Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna». El texto apoya el seguimiento de Cristo del cap. 1 de la primera Regla. Su valor en la mente de Francisco hay que entenderlo según lo que hemos dicho al comentar el texto anterior.

d) Mt 8,20: «Las zorras tienen guarida, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». El texto nos da la dimensión itinerante y andariega de Cristo, más que señalar directamente su pobreza o carencia de cosas, aunque no la excluya. Según los biógrafos, era un texto querido por Francisco (2 Cel 56; LP 57; LM 7,2), al que acudía para apoyar su voluntad de no tener morada fija ni propia, subrayando, nos parece, tanto el carácter itinerante de la vida franciscana, como la pobreza (2 Cel 56, 59; LP 57).

e) Lc 14,33: «Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío». El texto, citado literalmente, recibe en Francisco una interpretación que, si bien no la ofrece el texto a primera vista, busca su sentido más radical y absoluto: la renuncia al propio yo en manos de la obediencia (Adm 3).

Así, muy por encima, el contexto evangélico de la pobreza de Francisco, que nos explica alguna de sus características, y nos ofrece su razón última y definitiva, Cristo-Pobre.

B) Contexto social

No es exacto el término social para indicar el contexto a que nos vamos a referir a continuación, pero tampoco es inexacto. La exégesis actual, igual que la teología de la esperanza como futuro del hombre, o de la revolución, en su más extrema formulación, insisten en la significación social del vocabulario de la pobreza del Antiguo y Nuevo Testamento. La pobreza aparece en la Biblia más como un mal que como una actitud espiritual del hombre frente a Dios. Mal del que el Dios del Éxodo viene a librar a los que llamamos y la Biblia llama pobres (2 Cel 70). No entramos ahora en la legitimidad de este enfoque. Sí es cierto que desde él, el pobre consigue realmente su talla evangélica, bíblica, y que se nos obliga a comprometernos en su liberación. La pobreza de Francisco no puede comprenderse tampoco sin atender a este punto. Porque para Francisco, el pobre, además de otras cosas, es el punto de referencia, el espejo de la autenticidad de su pobreza (2 Cel 84; LP 113; LM 7,6). Un punto de referencia, todo lo relativo que se quiera, pero algo, al fin, que para él era urgidor y apremiante. Porque, en definitiva, Cristo-Pobre, razón y por qué de la pobreza, no tiene otro semblante, ni más medio de identidad que los pobres que lo representan (LP 114; 2 Cel 83 y 85). Francisco descubría así que no se es pobre sino con los pobres y para los pobres.

Y nos descubría, de paso, a nosotros una de las dimensiones más auténticamente evangélicas de la pobreza, de su pobreza. La pobreza es para dar y para dar a los pobres precisamente. El texto evangélico que hemos llamado fundacional de su Fraternidad ahí señala y apunta (1 R 1,1-2; 2 R 2,5.8). Los Hermanos Menores son por ello los hombres que dan todo lo que tienen precisamente porque la pobreza les ha hecho el corazón al desprendimiento y a la entrega (TC 43-44). Dar es lo evangélico: «Da a todo el que te pida» (TC 44 = Lc 6,30). Y más vale dar que la lectura, por ejemplo, del nuevo Testamento (2 Cel 91; LP 93), diría Francisco.

Otra vez nos encontramos con el tema central de su concepción de la pobreza: todo es de Dios y a Él hay que devolvérselo, restituírselo. Cuando se trata de cosas materiales, darlas a Dios significa entregarlas al que es más pobre que nosotros si no queremos ser ladrones (2 Cel 87 y 92).

C) Contexto léxico-ideológico

La expresión de la idea o concepto que Francisco tenía de la pobreza, no se limita solamente al término pobreza y otros derivados de pobre. Como ni en el Evangelio ni en la tradición. Hay otros muchos en sus escritos que, si bien a primera vista pueden parecer ajenos a la idea de pobreza, están relacionados con ella, y nos ofrecen además la riqueza de matices que la pobreza posee en el Evangelio, en la Escritura toda.

a) Pobreza y derivados de pobre. Contra lo que pudiera esperarse, no son muy frecuentes en sus escritos. Los términos obediencia y humildad, por ejemplo, se encuentran más frecuentemente. Exceptuados los lugares en los que pobre es un nombre común (1 R 2, 9, etc.), pobre, pobreza y sus derivados significan carencia de cosas (1 R 9; 2 R 6) y despego interior de ellas (SalVir). Es la dimensión espiritual de la pobreza, destacada sobre todo en el comentario que hace Francisco de la primera bienaventuranza, al identificar la pobreza con el odio a sí mismo y con el amor a los que nos hacen mal (Adm 14). Renuncia al propio yo, que alcanza su expresión más exacta al hacer a la pobreza hermana de la humildad, como veremos más tarde.

b) Apropiarse, retener, atesorar. Son de uso relativamente frecuente en Francisco y vienen a significar lo mismo. Apropiarse aparece 6 veces; retener 5, y atesorar 3 veces. Apropiarse tiene en Francisco una doble referencia: a las cosas materiales (2 R 6) y a los bienes espirituales (Adm 2,3; 1 R 17,4). Retener tiene siempre una significación de apropiación egoísta de los dones de Dios (Adm 18.2). Por eso, su verbo opuesto es casi siempre devolver (= reddere. Adm 18,2). Dios, hecho don y regalo al hombre, le exige, en entera libertad, en amor libre y generoso, ser a su vez don, reconocer que todo le ha sido dado en la pobreza del que no retiene nada para sí. Atesorar es término evangélico, usado y comentado abundantemente por la tradición. Francisco lo usa, al menos, en un doble sentido. Dentro del sentido de Mt 6,20, ó 19,21, etc., pero aplicado a los bienes recibidos de Dios (Adm 11,2; 28,1: «¡Bienaventurado el siervo que atesora en el cielo...!»). O en la dirección del texto de Lc 12,16-21, que Francisco lo aplica al terreno moral: perder la paz por el pecado de otro, es un modo de atesorar culpas (Adm 11,2).

En resumen, apropiarse, retener, atesorar son para Francisco la expresión de la actitud del que no es consciente del intransferible dominio de Dios sobre todo. Expresan la cerrazón del hombre sobre sí mismo. Dichos verbos tienen como contrapartida en los escritos del santo, los temas de Dios plenitud, suficiencia, de dar y devolver a Dios lo que hemos recibido de Él y que Celano relaciona así: «No quería tener propiedad para poder poseer todo con plenitud en el Señor» (1 Cel 44).

c) Enorgullecerse, gloriarse, atribuirse. La relación de estos verbos con la pobreza aparece clara por la relación que tienen en los escritos de Francisco con apropiarse (Adm 2,3 y 4,2-3), con pertenecer (Adm 5,7; cf. Adm 17,4.6) y con la bolsa (Adm 4,3). Son los verbos que expresan la actitud contraria a gloriarse en el Señor, a atribuirle todos los bienes que, como veremos más adelante, es la postura que mejor expresa la pobreza teologal.

d) Pertenecer, poseer, tener. Los tres verbos se nos ofrecen, sin la menor duda, con un significado de posesión o propiedad. Pertenecer es el verbo de que se sirve Francisco para señalar la radical indigencia del hombre en cuanto tal; nada es suyo sino los pecados (Adm 5,7; 1 R 17,5-6.17). Poseer, Francisco lo usa citando las palabras de Cristo en el Evangelio (Lc 14,33), pero aplicándolo al terreno espiritual, al propio yo, del que nos desposeemos por medio de la obediencia (Adm 3,1-3). Tener es el término de que se sirve Francisco para prohibir a los suyos la propiedad de todo (2 R 6). Lo suyo es no tener nada (Test 16-17), excepto el hábito (LP 101-102). La única propiedad y tesoro que pueden tener los Hermanos Menores es la altísima pobreza (2 R 6).

e) Abandonar, dejar, perder, despreciar. Abandonar o dejar y perder son, al parecer, sinónimos en la mente de Francisco, según se deduce de la segunda Admonición. Abandonar o dejar es verbo evangélico y del vocabulario de la pobreza (Mt 19, 27 y 29; Mc 1,18; Lc 5,11, 18,29-30, etc.), que Francisco aduce en el cap. 1 de la primera Regla en su sentido original, pero al que da también un valor espiritual al ver en él la exigencia del abandono de la propia persona en manos del superior (Adm 3,1-3). Despreciar es término de origen litúrgico. Francisco lo emplea una sola vez y su significado es obvio (Adm 16,2).

f) Codicia, avaricia, cuidado y solicitud. Nunca aparecen juntos los cuatro términos, pero nos parece que tienen en Francisco la misma o casi idéntica significación. Son también términos del vocabulario evangélico de la pobreza (Mc 4,18-19; Lc 12,15; Mt 15,20, etc.). Francisco los usa con frecuencia (Adm 27; SalVir 11; 1 R 22,16; 2 R 2,7 y 10,7, etc.) para indicar la actitud de aquel que no es pobre, de aquel para quien Dios no lo es todo (2 R 10).

g) Humildad. Para Francisco, es hermana de la pobreza (SalVir 2) y con mucha frecuencia las nombra juntas (1 R 9,1, etc.). Es un dato, lo demás, tradicional.

h) Dar, devolver. De todo el vocabulario estudiado, estos verbos nos ofrecen la dimensión mejor, la dimensión positiva de la pobreza, la ladera que ya alcanza y acoge, en la entrega, en la apertura más sincera, en la instancia más apremiante, a Dios, también entrega, apremio amoroso. Suponen la convicción de Francisco de su no ser sino desde Dios y por Él. La certeza de que todo nos adviene y llega desde Él (1 R 17,18). Y la seguridad decisiva, en contrapartida, en la lógica más natural, de que todo debe devolvérsele, restituírsele (Adm 7,4, 11,4; 1 R 17,17 etc.). Todo el vocabulario hasta ahora estudiado consigue aquí su sentido y finalidad. No apropiarse, no gloriarse, no retener, etc., tienen en la actitud que expresan estos términos su más riguroso sentido y su más exigente razón. Ser pobre es dar, y se es pobre para dar. No otra fue la razón de la existencia de Francisco. Servir, traduce él, en vocablo inconfundiblemente bíblico (1 R 22,26; 2 Cel 59). Porque Dios ha sido antes puro don, porque Dios se ha definido, manifestado dándose (1 R 23,8; Test: Dios me...), sirviendo; por eso, «bienaventurado quien no retiene nada para sí» (Adm 11,4), «nada de vosotros retengáis para vosotros mismos» (CtaO 29).

Un estudio serio sobre el vocabulario de la pobreza en Francisco exigiría señalar aún otros términos y requeriría un examen más detenido del que nosotros hemos hecho. Por ahora nos contentamos con esta visión general, superficial también, que creemos es suficiente para dar una idea de la riqueza de contenido que supone la pobreza en el pensamiento de Francisco.

3) Visión de la pobreza de Francisco de Asís

Después de estudiar el contexto que condiciona, creemos, su visión de la pobreza, aparece claro lo que ya es del dominio común, gracias a los estudios modernos sobre el tema: la pobreza no era solamente desnudez interior, cavidad, vacío esencial frente a Dios, su origen y fuente, que generosamente se da y entrega; la pobreza es también desposesión de cosas. Las dos dimensiones, la espiritual y la material, eran inseparables para Francisco, igual que para la tradición. Su exposición será objeto de las líneas que siguen. Lo que decimos en ellas, ha sido dicho ya, de manera más o menos parecida, en estudios anteriores sobre el tema.

La idea de la pobreza de Francisco podemos expresarla con aquella frase suya con que, en ambas Reglas, indica el voto de pobreza: «sine proprio», sin nada propio (1 R 1; 2 R 1). Aunque la expresión no sea originariamente suya, pues probablemente le fue impuesta por la Curia romana, aún así la expresión y el concepto que encierra ha hecho mella en él, de tal modo que nos puede servir de hilo conductor para ir descubriendo los diversos aspectos de la visión de la pobreza de Francisco.

a) «Sin nada propio» en lo material. Los Hermanos Menores no posean nada, ni casas, ni lugares, ni cosa alguna (2 R 6,1); sólo posean la túnica, la cuerda y los paños menores (1 R 2; 2 R 2; 1 Cel 22, 39, etc.). Su vida en la fraternidad comienza por la renuncia a todo en favor de los pobres (1 R 2; 2 R 2). Para Francisco, el Hermano Menor es un hombre sin cosas, sin el apoyo y seguridad que le pueden prestar. Todo lo que se insista en este punto, todo lo que se haga por destacar su decidida y resuelta voluntad, nunca será excesivo, nos parece. Sólo se es Hermano Menor desde esta absoluta renuncia. Hay en Francisco la indudable percepción de que las cosas, lo que sea, pueden ser robo de la seguridad en Dios, del sitio que sólo a El se debe. Y él quería a los suyos al cobijo enteramente del Dios Roca, porque, humanamente, al azar, por ejemplo, de un techo ajeno o de las iglesias pobrecillas y desamparadas (Test 18 y 24), como conviene a peregrinos y huéspedes en este mundo (2 Cel 59). El adverbio nada (nihil), tan frecuente en sus escritos y que tan apretadamente precisa esta desnudez de cosas, puede ser, si se quiere, una muletilla estilística, pero nadie negará que a través de ella se descubre la intención de dejar al seguidor de Cristo a merced del abandono evangélico. En los biógrafos está más destacado que en los escritos de Francisco este despojo de cosas que para él suponía la pobreza. Es lógico. En ellos queda claramente indicada la mente de Francisco con respecto a la posesión de edificios (1 Cel 34-35, etc.), libros (2 Cel 62, etc.) y otros utensilios (2 Cel 60).

Además de no ser dueños de nada material, prescindiendo de un golpe de toda seguridad y apoyo en las cosas de aquí abajo, Francisco exige a los suyos que en el uso que hagan de las cosas, se restrinjan a lo necesario. Él mismo nos ha dejado precisados los momentos de dicha necesidad. Los que entran en la Orden pueden dar de sus bienes a los hermanos lo que sea necesario (1 R 2). Los hermanos profesos tengan otra túnica si la necesitan (1 R 2); si quieren, dirá en otro lugar (2 R 2). Para el Oficio divino tengan los libros necesarios (1 R 3). Lo mismo dice de los utensilios y herramientas para el trabajo (1 R 4). Siendo necesario, pueden recibir dinero para los enfermos (1 R 8); la segunda Regla no hará mención de este punto (cf. 2 R 4). En caso de necesidad, pueden cabalgar (1 R 15; 2 R 3). En la estrecha propiedad que Francisco deja a sus frailes, les exige además otra condición: el uso de las cosas necesarias ha de ser un uso pobre, vil y despreciable (LP 106).

En sus escritos dejó a sus hijos estos consejos: «Y todos los hermanos vístanse de ropas viles, y puedan reforzarlas de sayal y otros retazos con la bendición de Dios; porque dice el Señor en el Evangelio: Los que visten de ropa preciosa y viven en delicias y los que se visten con vestidos muelles, en las casas de los reyes están» (1 R 2,14; 2 R 2). «Guárdense los hermanos de recibir en absoluto iglesias, moradas pobrecillas y todo lo que para ellos se construya, si no fueran como conviene a la santa pobreza que hemos prometido en la Regla, hospedándose allí siempre como forasteros y peregrinos» (Test 24).

Los biógrafos son más abundantes en señalar este aspecto de la pobreza. Según ellos, la vileza y pobreza ha de destacar en el ajuar (2 Cel 61-64, etc.), en las casas (2 Cel 56), en el vestido (LP 106).

b) «Sin nada propio» en lo espiritual. El vivir sin nada propio debe abarcar toda la existencia, la vida entera del Hermano Menor. De nada debe considerarse dueño. Esto le exige:

- renunciar a la ciencia: el verdadero pobre de espíritu, si posee determinados conocimientos, debe renunciar a ellos al entrar en la fraternidad (2 Cel 194). Es dar hondura a lo que hemos llamado el texto fundacional de la fraternidad (1 R 1 = Mt 19,21). Renunciar, explica Francisco, significa no atribuírselos, no hacer de los mismos un negocio de vanagloria, ni de riquezas, sino por el contrario devolverlos al Señor por la alabanza, el buen ejemplo o el consejo saludable (Adm 5, 7, 20, 21, etc.).

- desapropiación de cargos u oficios: vivir sin nada propio exige también no apropiarse el oficio de superior; que no se le dé más importancia que si nos hubiesen encargado de lavar los pies a los demás, ni cause turbación el ser removidos del mismo; lo contrario, dirá Francisco, es como amontonar un tesoro con peligro del alma (Adm 4). Lo mismo dice del oficio de predicador: tampoco debe servir ni de ocasión de sobreestimarse por lo que Dios diga o haga por su medio, ni de turbación al abandonarlo (1 R 17; LP 103).

- desapropiación del propio honor y estima: vive sin nada propio, es pobre de espíritu quien se odia a sí mismo y ama a quien le hiere en la mejilla (Adm 14,4). Al que se sabe nada, le parece natural la humillación y el desprecio (1 R 17).

- desapropiación de la propia voluntad: quien se abandona en manos del superior, siguiendo el consejo del Señor de abandonar todas las cosas (Lc 14,33) vive también sin nada propio (Adm 2 y 3).

- desapropiación de las propias cualidades y talentos: vive sin nada propio quien no se apropia de la voluntad propia ni se enorgullece de los bienes que hace o dice el Señor en él (Adm 2).

- desapropiación de la inclinación natural de juzgar a los otros: quien no se atribuye el derecho de juzgar a los demás, ni se turba o aíra por los defectos de los otros, vive también sin nada propio y no acrecienta el caudal de sus propias faltas (Adm 11).

- desapropiación de la vida entera: el sin nada propio, que lleva consigo la vida evangélica, despoja al hombre de todo su ser, lo lanza irremisiblemente hacia Dios. Todo él y cuanto es. Ninguna otra definición lo explica mejor que la de ser para Dios: «Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que ellos se dieron y que cedieron sus cuerpos al Señor Jesucristo» (1 R 16,10).

Expuesta la concepción que Francisco tenía de la pobreza, queda claro, nos parece, la profundidad, la riqueza de contenido de la que él llamaba su Dama. Está muy lejos Francisco de una visión económica, sociológica o sencillamente ascética de la pobreza. A Francisco le obsesionaba Dios, su opulenta y rica realidad. De ahí que, para él, la pobreza sea, sobre todo, "seral", del orden del ser, desde su ser, de su esencia y mismísima realidad como criatura. Saberse y reconocerse nada, y vivir según dicho talante. Quizá su más cabal y certera definición nos la ofrezca en la Admonición 16: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Son verdaderamente limpios de corazón quienes desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y no dejan nunca de adorar y ver, con corazón y alma limpios, al Señor Dios vivo y verdadero».

Es verdad que si prescindimos de la frase quienes desprecian las cosas terrenas, no hay en toda la bienaventuranza franciscana una alusión clara a la pobreza; pero encontramos en ella, expresamente destacados, los dos aspectos de la pobreza que Francisco ha subrayado suficientemente. Porque lo esencial de la pobreza, para él, la innegable centralidad que ocupaba en su vida, no era tanto el vacío por el vacío, el desprecio de lo terreno por sí mismo, sino el vacío o la expropiación que es don, entrega; la fuente que sólo lo es en el incesante brotar. Pobreza es tener para Dios capacidad para el asombro permanente frente a la maravilla suya, para su insistente intervención en la vida de cada día. Pobreza es, sobre todo, tenerlo todo tan a disposición de Dios, tan a su servicio, que la vida se nos reduzca a adoración, a la búsqueda incansable de su rostro: (Adm 16). Y por lo mismo, decíamos más arriba, pobreza es tener para los otros. Pobreza es servicio a los demás.

J. Benlliure: La perfecta alegría

II. DIMENSIÓN TEOLOGAL DE LA POBREZA DE FRANCISCO

Analizada la idea que se hacía Francisco de la pobreza, nos toca estudiar ahora lo que preferentemente ha motivado estas páginas, su dimensión teologal. En otras palabras, su urgencia desde Dios. La razón última, definitiva, apremiante de la pobreza de Francisco es, como hemos dicho tantas veces, Dios, Dios salvador en Cristo. Es la apuesta aventurada por Dios sólo, por Cristo que «siendo rico, se hizo pobre» (2 R 6).

Entre los puntos de vista desde los que estudiaremos la dimensión teologal de la pobreza de Francisco, nos detendremos más, como verá el lector, en los dos primeros, que intentan ser una continuación de nuestro estudio sobre la trascendencia y exclusividad de Dios en Francisco de Asís (Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 3, 1972, 52-68). Los otros dos aspectos, la pobreza como imitación de Cristo y la pobreza como situación escatológica, los estudiaremos más por encima, destacando sólo su dimensión teologal, porque han sido estudiados con detenimiento y amplitud.

1) Trascendencia de Dios en su ser

Francisco ha acumulado sobre su persona una serie de calificativos que hablan elocuentemente de la opinión en que se tenía. El hombre vil y caduco, inútil (CtaO 3), pequeño (Test 34 y 41; etc.), despreciable (CtaA 1), menor (2CtaF 86), indigna creatura del Señor (CtaO 47), sin otra cosa que pecados (1 R 17,7, etc.). Las dos últimas expresiones tienen una precisa relación con Dios. Pero nos parece indudable que todas las demás han aflorado a sus labios desde su fe en la grandeza y trascendencia de Dios. La inmediatez del Dios tres veces santo, desde su Encarnación, sobre todo, le ha hecho consciente de su pequeñez, pobreza y pecado. El Dios altísimo le ha descubierto la altísima pobreza, su profundísima pobreza. Francisco es «el que no es digno de nombrar» (Cánt) al que es «omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios» (1 R 23,1). Por eso su afán de que se reconozca y confiese la gloria de Dios y la vileza del hombre (2 Cel 141). Todos los términos anteriormente citados: no gloriarse, no atribuirse, no retener, etc., tienen aquí su origen y razón: «Tú eres santo, Señor, Dios único, Tú eres... Tú eres...» (AlD). Desde aquí, también, se explica la incansable necesidad de dar a Dios su lugar y sitio en su vida y en la de los suyos. De darle gloria, de adorarle, alabarle, darle gracias... (1 R 23). Francisco, lo hemos dicho, es un asombrado de la maravilla de Dios. Es uno de los pocos hombres en los que Dios ha conseguido ser mayoría absoluta, la gran realidad de su existencia. Lo único grande y absoluto, frente a lo cual todo pierde tamaño, magnitud, y consigue su propia dimensión. Acertadamente nos lo dirá él mismo: «Cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más» (Adm 19,2; LM 6,1). No otra cosa que pura gracia, regalo, don. Sólo es, recibiendo, acogiendo. De otra forma, confesando, desde la más desnuda pobreza, la absoluta alteridad de Dios, la soledad de su ser y perfecciones; inerme, por lo mismo, frente al único Tú en el que el hombre se encuentra a sí mismo y se afirma en su verdadero ser.

Cuando se contempla a Dios desde esta imponente majestad, cuando Dios es el Altísimo, el Único, se explica la terca insistencia de Francisco en el tema sobre el cuidado y solicitud (Adm 27; SalVir 11; 1 R 8,1-2, etc.). El tema es muy amplio en Francisco, como puede verse por los lugares citados anteriormente; pero donde quizá resalta mejor su dimensión teologal sea en el tema de la codicia o solicitud por la ciencia. No era enemigo de ella. Todo lo contrario (Test 13; LP 103). Pero es indudable también su temor de que la codicia por la ciencia apartase a los suyos de su vocación, que Francisco resume en la simplicidad, la oración y la pobreza (LP 103). Más aún, en una postura radicalmente teologal, llama bienaventurados a aquellos que renuncian a la ciencia, abriendo así un vacío acogedor para el conocimiento que viene de Dios: «También yo, hermano, sufrí la tentación de tener libros; pero para conocer la voluntad del Señor sobre este punto tomé el libro de los evangelios y le pedí al Señor que me diera a conocer, en la primera página que yo abriese al azar, lo que Él quería de mí. Terminada mi plegaria, abrí el libro, y ante mis ojos apareció este versículo: A vosotros se os ha dado conocer el misterio del reino de Dios, pero a los otros todo se les dice en parábolas» (Mc 4,11)». Continuó: «Son tantos los que desean adquirir ciencia, que es dichoso quien se hace estéril por amor del Señor Dios» (LP 104).

Pero la grandeza y trascendencia de Dios ha hecho ver a Francisco, además de su nada como creatura, su indignidad. No sólo el hombre es el que no es frente al que soberanamente es, sino que, además, el hombre es pecador. Esto alarga aún más la distancia entre el hombre y el Dios altísimo. Es un paso más en el descubrimiento de su pobreza: «Y porque todos nosotros, miserables y pecadores, no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo...» (1 R 23,5). «Y sepamos firmemente que no nos pertenecen a nosotros sino los vicios y pecados» (1 R 17,7).

Los biógrafos nos certifican también que la majestad de Dios provoca en Francisco su conciencia de pecador, su indignidad. En la oración, cuando Dios le regala con sus dones, Francisco ve al mismo tiempo la posibilidad de ser ladrón de lo que se le ha regalado (2 Cel 99), gloriándose de lo que es puro don de Dios, recortando gloria al que solo se debe, al Altísimo.

Es pobre, por tanto, quien reconoce y confiesa su ser pecador, y desde esa nada más nada, desde la más profunda desvalidez, confía en Dios, se apoya en Él. Ambos aspectos son inseparables: ver y aceptar que no somos dueños más que de nuestros pecados y confesar que sólo Dios es santo, justo e inocente (1 R 23).

Esta absolutez y exclusividad de Dios es la que Francisco quiere refrendar con la pobreza. Cuando impone a sus hermanos «que nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna» (2 R 6,1); o que no reciban iglesias o moradas que les construyan, «si no fueran como conviene a la santa pobreza» (Test 24), el precepto arranca incuestionablemente de una postura teologal sobre todo. Intenta preservar el corazón para Dios (1 R 22,19ss). También aquí se está confesando la grandeza de Dios, su infinita plenitud, a través del vacío material de las cosas de este mundo. Es siempre la visión de Espoleto la que emerge a lo largo de toda la vida y determinaciones del Pobrecillo (2 Cel 6), que alcanza su exégesis trasparente y decisiva en la renuncia de todo ante el obispo de Asís y en las palabras que la siguen: «Desde ahora diré con libertad: Padre nuestro que estás en los cielos, y no padre Pedro Bernardone» (2 Cel 12). Esta es la razón última y determinante de la pobreza franciscana, dígase espiritual o material.

Ni los biógrafos nos ofrecen otra razón de la pobreza tanto material como espiritual, o del uso vil y pobre de las cosas. Siempre la misma, la libertad del corazón para Dios. La apertura existencial dilatada, la espera nerviosa de la venida del que nunca deja de ser el que está a la puerta y llama. Insistente y acogedora libertad que aparece siempre en las recomendaciones sobre la pobreza en las construcciones (1 Cel 35), en los vestidos (LM 14,4), en los libros (LP 101-105), que encontramos en los biógrafos.

A Francisco lo que le interesaba en definitiva, según los biógrafos, era que Dios fuese la suficiencia de los suyos, como lo era para él «a quien ya sólo Cristo basta» (2 Cel 12). O de otra forma, que «se contentasen con poseerle a El solo» (LP 101), que es «toda nuestra riqueza a satisfacción» (AlD 4). Porque, al fin, la instancia más apremiante de la pobreza, su más paradójica riqueza está en poseer a Cristo y con El todo (2 Cel 84). «Dios mío y todas mis cosas».

2) Trascendencia de Dios en su obrar

Para Francisco Dios es «pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, el solo bueno» (1 R 23,9; etc.). Y ante el Dios todo Bien, causa y origen de todo en nosotros, provocador de actividad y sustentador de la misma, Francisco ha llegado también a la conclusión de su nada, de su pobreza seral, de su ser. No tiene nada de sí y por sí. Al lado de la afirmación de la actividad divina que todo lo abarca, Francisco descubre la no menos cierta nada del hombre, de la creatura. Es consciente por tanto de que nada del bien que hay en el hombre le pertenece, nada es suyo (Adm 5,7-8; 1 R 17,7.17). Todo es regalo y don de Dios. Es uno de los pilares más seguros de su pobreza, la no propiedad de las cualidades que pueda poseer la creatura. El hombre depende enteramente de Dios, el gran Limosnero (2 Cel 77). Todo es gracia, por consiguiente, para Francisco. Todo ocurre y se nos da como dádiva, todo es referido originariamente a Otro, que es la fuente. También desde aquí, el hombre es recibido, dado. No es él quien dice o hace, es Dios (1 R 17,7.17). No se puede señalar mejor la suprema indigencia del hombre, su inerme desvalimiento. San Francisco es en esto implacable. Despoja al hombre radicalmente de toda posesión ficticia. Ningún bien es suyo, todo bien es del Señor (cf. Admoniciones).

La pobreza tiene también desde aquí una innegable dimensión teologal. Es reconocer paladinamente, verazmente, la omnímoda acción de Dios y la total indigencia del hombre frente al que absoluta y soberanamente obra y realiza (LP 10). De que el hombre sólo es en la medida en que recibe de Dios, sólo es en cuanto dado. Esto supuesto, la pobreza significa para Francisco:

a) Alabar, adorar, dar gracias. Saber y reconocer que todo bien nos viene de Dios, impone necesariamente la alabanza, la adoración, la acción de gracias. Diríamos que la pobreza es la capacidad que hace posible la actitud de asombro, de la boca abierta ante la Bondad suma (1 R 23).

b) No retener los dones de Dios. La fe del hombre de que no es desde sí mismo, le exige no usar de los dones y gracias de Dios como si fuese él la causa y el origen de donde manan y brotan. De nuevo encuentran aquí su razón y sentido los términos de no retener, no gloriarse, no atribuirse, que examinábamos al hablar del vocabulario de la pobreza en Francisco.

c) Reconocer nuestro ser pecador. No sólo todo bien, don y gracia, todo lo que decimos y hacemos es obra del Señor; es que, además, sin esa constante intervención de Dios en nuestra vida no somos capaces de nada para Dios, porque «no tenemos otra cosa propia más que pecados» (1 R 17,7). Esta es nuestra altísima pobreza.

El Francisco que conocen los biógrafos no es otro que el que nos presentan sus escritos. El que sabe que todo es don de Dios, tesoro prestado por Él, al que se puede ser infiel (2 Cel 133-134); el que, ante el obispo de Terni, reconoce que la gloria pertenece a Dios y a él el desprecio (2 Cel 141); el que cantando la bondad de Dios manifestada en todo lo que diariamente nos da, reconoce el mal uso e ingratitud frente a dichos dones (LP 83); el que es consciente, sobre todo, de que sin la gracia de Dios, que lo solicita y sostiene, sería mayor pecador que cualquiera otro (2 Cel 123).

Pobreza teologal es, por tanto, saber que al hombre le es imposible permanecer fiel a su Señor: «El pecador puede ayunar, orar, llorar, macerar el cuerpo. Esto sí que no puede: ser fiel a su Señor. Por tanto, en esto podremos gloriarnos: si devolvemos a Dios su gloria; si, como servidores fieles, atribuimos a él cuanto nos dona» (2 Cel 134). Francisco, un día, cerca ya de su muerte, se puso a recordar su aventura con Dios, y casi no acertaba a decir otra cosa que: «El Señor me dio... El Señor me condujo... El Señor me dio...» (Test). Lo de siempre, Francisco boquiabierto, paleto a lo divino, convencido hasta las entrañas de que sólo Dios es, sólo Dios hace. Y por lo mismo, celoso, como otro Elías, de ese monoteísmo existencial ante Dios. Sólo a Dios la gloria (2 Cel 141).

3) Cristo, «suficiencia» de Francisco

La pobreza de Francisco no tiene otra explicación que la pobreza de Cristo. Para los biógrafos esta es su definitiva razón. Su amor le decidió a abrazarla (2 Cel 73-74). Por imitarle fue pobre (2 Cel 55); y las palabras del Evangelio impulsaron su amor e imitación (1 Cel 23).

Sus escritos no nos ofrecen otros motivos: el seguir sus huellas (1 R 9,1; 2 R 6,3; Adm 6) y el amor del que se hizo pobre por nosotros (2 R 6,3). Por eso, la pobreza de Francisco no es, realmente, su pobreza, es la pobreza de Cristo (UltVol). La que Él vivió y la que Él aconsejó en el Evangelio (2 R 6; 1 R 1,1ss).

Cristo pobre, Cristo en su humano anonadamiento, es tras quien va Francisco. Porque la contemplación de Cristo pobre del Pobrecillo no se limita a la pobreza material del Hijo de Dios. Es, sobre todo, su abajamiento, su humildad, su pobreza «al tomar la carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4), lo que más insistentemente acude a su pluma. Desde este punto de vista, Cristo es para Francisco el que continuamente se humilla (Adm 1,16); el que tomó nuestra fragilidad, el que siendo rico más que nadie quiso elegir la pobreza (2CtaF 5); el que fue pobre y vivió de limosna, el que pasó por la tribulación, vergüenza, hambre y sed, debilidad y tentación (1 R 9,4-5; Adm 6,2).

En definitiva, Cristo es para él el Hijo de Dios altísimo que, por nuestro amor, se despojó de su rango, es decir: «... siendo Señor de todos, quiso hacerse por nosotros servidor de todos, y, siendo rico y glorioso en su majestad, vino a ser pobre y despreciado en nuestra humanidad» (LP 97).

Exinanitio del Hijo de Dios que le hizo vivir, también desde su humanidad, cara al Padre, en dependencia absoluta de Él, a su espera angustiada y gozosa al mismo tiempo, porque rodeado de la pobreza y desvalimiento propios del ser humano que había asumido; en todo semejante al hombre, menos en el pecado. Frágil y limitado, vive también en la confianza de la Salvación que sólo viene de Dios; en la apertura de la actitud filial más auténticamente original y verdadera (2CtaF 8-13).

Porque su pobreza no fue la simple aceptación pasiva del proyecto del Padre, sino sobre todo la voluntad y decisión de que Dios, el Padre, sea el mayor (Jn 14,28); la actitud teologal del que busca, antes que nada, que se haga su voluntad; del que, en su hambre, no tiene más alimento que dicha voluntad. Desde aquí, Cristo es para Francisco el que puso su voluntad en la de su Padre, el que eligió el camino de la pobreza (2CtaF 5); el que se ofreció espontáneamente a sus perseguidores (1 R 22,2); el que confía enteramente en su Padre, ante el que no sabe decir otra cosa que: ¡Padre mío! (OfP).

Este Cristo pobre y humilde es el que obligó a Francisco a la pobreza y humildad; entregado y expuesto continuamente al querer del Padre, como el Hijo Unigénito. ¿Será este el motivo por el que Francisco destaque tanto en el Hijo de Dios su carácter personal dentro de la Trinidad, de que el Hijo sea uno de los nombres que le da más frecuentemente, lo mismo que el sentido amoroso de dicha filiación? (Adm 5,1; 1 R. 23,5; etc.).

Lo que sí es indudable es que a Francisco se le resumió la vida en la resuelta voluntad por adherirse a Cristo, que por amor nuestro se hizo pobre. Que su pobreza fue su manera de buscarle, de hacer amistad con Él (2 Cel 200), de ser su hermano más pequeño (2CtaF 56; 2 Cel 71). Que la pobreza fue, en fin, la oportunidad constante y tenaz para seguirle y estar contento y tener de sobra con El sólo (LP 101).

4) Tú eres nuestra esperanza

Dios había sido en el Antiguo Testamento el que venía. Al cumplirse el tiempo, vino, realizando todas las promesas, pero dejándonos, otra vez, a su espera, la vida entera en vilo por el deseo de su venida definitiva y última. Cristo es también para Francisco el que «ha de venir en la gloria de su majestad» (1 R 23,4); el Rey que dará a sus hijos, los hermanos menores, la herencia que como a tales les corresponde (2 R 6,4-6); no otra cosa que el Reino que tan frecuentemente acude a la pluma de Francisco (1 R 2,13; etc.). Dote precisamente de la pobreza que los hace semejantes al Rey (2 R 6,4; 2 Cel 70).

La pobreza, desde aquí, es otra vez decididamente teologal. Es la vigilia permanente y despierta que lo espera. Es el deseo acuciante de Él y de su Reino (1 Cel 71). La peregrinación ilusionada hacia la patria, que no se detiene en lo de acá abajo (1 Cel 60 y 82). La que, fija su atención en lo venidero, ha hecho de Dios su porción y herencia (2 R 6,4-5). Quizá nadie ha resumido mejor este talante peregrino y pobre, este estilo despreocupado y preocupado, sin solicitud y solícito que el autor de los Actus B. Francisci, c. 4: «E iban como peregrinos y huéspedes por el mundo sin llevar nada consigo sino a Cristo».

* * *

Así ha visto Francisco la pobreza, su pobreza. Pobreza del corazón de par en par: la de la existencia vuelta, convertida, entera y resueltamente, hacia Dios. Sólo oportunidad para su gracia, vacío para su plenitud. Y, sobre todo, posibilidad para la adoración y la acción de gracias.

Y sólo esta pobreza será para los suyos camino de salvación. Porque sólo gracias a ella sabrán vivir a la intemperie de Dios, al cobijo de su soledad, capaces de contentarse con El sólo.

Es verdad que la pobreza-signo, que la pobreza-testimonio está hoy de moda. Se nos urge y obliga a buscar actitudes y posturas de la pobreza de los menos favorecidos. Importante y necesario. A Francisco no se le escapó tampoco esta dimensión de la pobreza. Ahí está en este texto de Celano: «En una de sus correrías apostólicas, el varón de Dios topó un día en el camino con uno muy pobre. Viendo su desnudez, se vuelve compungido al compañero y le dice: "La pobreza de este hombre es motivo de mucha vergüenza para nosotros y una muy grande reprensión de nuestra pobreza". "¿Por qué, hermano?", le replicó el compañero. Y el santo responde con voz lastimera: "Yo he escogido la pobreza por todas mis riquezas, por mi señora; y ve ahí que la pobreza brilla más en él. ¿No sabes que se ha propagado por todo el mundo que somos los más pobres por amor de Cristo? Pero este pobre nos convence de que de lo dicho no hay nada"» (2 Cel 84; LP 113).

Pobreza, signo y cartel de que se es pura disponibilidad, siervo y menor para Dios y, consiguientemente, para los demás. Pero no está ahí lo esencial. No es eso lo primero. Tampoco para Francisco y los suyos.

Lo primero y principal es Dios. Y la pobreza no debe tener otro valor ni más sentido que el de hueco y espacio libre para su llamada, don y regalo. Sólo así será signo de su Plenitud, de su Llegada. De ahí el enfoque de estas páginas. Urge, es verdad, una iglesia pobre; pero la urgencia más que en su fachada está en su corazón. Conseguir que llegue a ser tan dócil, tan fiel que el Espíritu pueda clamar a una voz con ella: «Abba, Padre», y congregarla de los cuatro vientos en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Lumen gentium 4). Para Francisco, hermanos porque menores, y menores porque hermanos, y hermanos y menores porque Dios es Altísimo. No se conseguirá la pobreza evangélica sino desde esta altura. Si antes habíamos acotado exageradamente la pobreza a lo material, ahora corremos el riesgo de acotarla a su dimensión significativa. Ninguna de las dos opciones, si absolutas, son válidas.

La actual insistencia de la pobreza-testimonio, significativa, es un valor indudablemente. Y aún más, es una dimensión esencial de la pobreza como de toda realidad cristiana. Todo en el cristianismo es encarnacional, sacramental, en término más fuerte. Por eso hemos querido subrayar insistentemente el aspecto material de la pobreza franciscana en estas páginas. Pobreza de espíritu con la que no pasa nada en la propia vida, que no adquiere bulto y volumen, que no gana la piel, no es definitivamente pobreza.

Pero cuidado con olvidar que la pobreza es, sobre todo, una gracia, un don: el Hijo de Dios entregado por nosotros en la más absoluta desnudez, pues que sólo es Hijo en la total y plena dependencia del Padre que su Encarnación manifestó del modo más radical. «Todo me ha sido dado por mi Padre» (Mt 11,27). Esa es la más justa y precisa definición de su ser de Hijo, vivido desde nuestra carne pecadora y desde nuestra circunstancia terrena. Su fidelidad irrevocable, tenaz y amorosa a dicha dependencia ha hecho que sea para nosotros la Plenitud de Dios; Dios liberal al máximum porque Dios humilde y pobre al máximum (CtaO 27-29). La pobreza define al Hijo de Dios encarnado porque sólo desde ella pudo ser pura acogida de Dios, y sólo desde ella también la respuesta fiel, perfecta a Dios, que se le daba de forma única e irrepetible.

Ser pobre es vivir dicha actitud, encarnarla de nuevo. Ser pobre, por ello, no es una situación sufrida o prefabricada; tampoco, un tinglado montado para ser y aparecer pobre. La pobreza es una gracia que se recibe (TC 39). Es aceptar a Jesucristo. Su mayoría absoluta. Su radicalidad. Y contentarse con El sólo, dirá Francisco (2 Cel 6; LP 101).

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. II, núm. 4 (1973) 60-77]

A. Sacchi: San Francisco se desposa con Dama Pobreza

 


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