DIRECTORIO FRANCISCANOEspiritualidad franciscana |
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[Título original: Comment François discerne la Volonté de Dieu, en Évangile Aujourd'hui n. 104 (diciembre 1970) 39-48]
COMPROBACIÓN PRELIMINAR ¡Aunque era Francisco de Asís, no parece, sin embargo, haber estado en «línea directa e inmediata» con el Espíritu Santo! No «discernió» al primer intento su vocación y su misión. Este discernimiento se efectuó a lo largo de etapas sucesivas, dolorosas a veces, y nunca fijadas definitivamente para todo el resto de la vida. La primera dificultad procede de la condición misma del hombre, de su lentitud y pesantez. No se halla éste espontáneamente sintonizado con los «pensamientos de Dios». El discernimiento fue, para Francisco, fruto de una maduración larga y difícil. Y vivirá siempre con un margen de incertidumbre que atestigua la libertad del hombre en su compromiso de fe. Parece que Dios acepte gustoso e incluso desee nuestras sucesivas relecturas. ¡Cuánto camino recorrido entre la aplicación literal del «Vete y repara mi casa» (LM 2,1) y el discernimiento de su misión profética! Reflexionando sobre la aventura espiritual de Francisco, san Buenaventura captó bien ese difícil «alumbramiento» de la obediencia, ese movimiento dinámico que se desarrolla como un éxodo de la «carne» al «espíritu», el paso de las cosas exteriores a su significado interior. «Todavía no estaba familiarizado su espíritu en descubrir el secreto de los misterios divinos e ignoraba el modo de remontarse de las apariencias visibles a la contemplación de las realidades invisibles» (LM 1,2-3). ¡He aquí a un Francisco, cuyos tanteos y sucesivas interpretaciones se parecen tanto a los nuestros! Esto debería dar que pensar a cualquier «carismático inspirado» que se creyera dispensado de las mediaciones humanas. [Mediación: en líneas generales intermediario y, al mismo tiempo, medio de realización (términos derivados del latín medius: situado en el medio, que sirve de trazo de unión). Este término, muy de moda, designa aquí sencillamente las realidades concretas que pueden servir de intermediarios esclarecedores entre la voluntad de Dios y el hombre que la busca (lugares, ambientes, personas, acontecimientos...). Dios no habla de ordinario directamente, sino más bien por medio de...] «La inspiración» no pone nunca al hombre a cubierto de los errores de interpretación. Francisco no es la «Inspiración». Pero es una interpretación privilegiada de la «Inspiración evangélica» que anima sin cesar el Cuerpo de la Iglesia e incluso el corazón de la humanidad. Hay que renunciar, pues, a los modelos prefabricados, «prêt-à-porter». Hay que «conectar» de nuevo con las fuentes de la Inspiración. ALGUNAS MEDIACIONES GRACIAS A LAS CUALES 1. EL PROPIO TEMPERAMENTO Cada uno de nosotros es un ser localizado, histórico, con sus propias posibilidades y limitaciones. Nuestra sensibilidad, nuestra inteligencia, nuestras cualidades naturales, nuestras lagunas, nuestro medio social, nuestro universo cultural son el primer terreno en el que resuena el llamamiento de Dios. El primer factor de discernimiento es el hombre que yo soy y que yo asumo, y no el personaje que yo me figuro o proyecto en un universo imaginario. Dios me da a conocer su voluntad a través de las posibilidades y de los límites de mi cuerpo y de mi espíritu. El lisiado sin piernas que piensa que Dios le llama a convertirse en campeón de competiciones de velocidad, prescinde probablemente de algún factor de discernimiento. Aun cuando debemos dejar a Dios el poder de hacer estallar nuestros límites humanos. ¿Puede imaginarse a un joven londinense que quisiera imitar la extravagancia y la originalidad de un joven italiano como Francisco? ¡Sería algo así como endosar a un policía de tráfico una faldilla de bailarina! Por tanto, la primera etapa de la conversión consiste en convertirse a uno mismo. Según Celano, Francisco denominaba a esta clase de discernimiento «la sal de la sabiduría», y llamaba la atención a sus hermanos «para que cada uno sepa medir sus fuerzas en su entrega a Dios» (2 Cel 22). «Hermanos míos, entendedlo bien: cada uno ha de tener en cuenta su propia constitución física» (LP 50). Si bien es verdad que los hermanos fueron en este terreno mucho más discretos que el impetuoso y exagerado Francisco. En este aspecto, Francisco tuvo probablemente mucho más discernimiento para con sus hermanos que para consigo mismo. 2. UN CORAZÓN ABIERTO AL ESPÍRITU La conciencia del hombre, en la cual se perciben más o menos bien los llamamientos susurrados por Dios, es uno de los lugares privilegiados de la Revelación. En Francisco, el Espíritu Santo fue, sin género de dudas, artífice capital de esta iniciativa divina. No hubiera insistido él con tanta frecuencia en esa apertura y disponibilidad fundamental al «Espíritu del Señor», a las «visitas del Espíritu», de no haber tenido personalmente experiencias decisivas en este campo. «Obedecer» es, en primer lugar, «escuchar», según lo indica la raíz misma de este verbo (ob-audire), tanto en hebreo como en latín. Puede incluso afirmarse que el Espíritu está en el origen de cualquier discernimiento. Sólo Él hace posible la «lectura espiritual» de las otras mediaciones. Sólo Él permite «ver y creer» (Adm 1) a través de los signos humanos. «De la carne nace carne, del Espíritu nace espíritu...» (Jn 3,6-7). Todo acto de discernimiento es, en este sentido, un nacimiento. Los biógrafos de Francisco subrayarán unánimes la escucha interior al Espíritu como lugar de discernimiento de la voluntad de Dios. Es «impulsado» por el Espíritu hacia las soledades, el leproso, San Damián... Esta referencia no será nunca una mera fórmula «piadosa» en Francisco, quien designará al Espíritu Santo «Ministro General de esta Religión» (2 Cel 193), es decir, la instancia superior a cualquier otra forma de mediación humana. Francisco, que no descuidará nunca las otras mediaciones, defiende sin embargo tenazmente lo que él estimaba haber recibido del Señor como «inspiración del Espíritu»: «Después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). Su respeto a la «inspiración» se manifiesta patentemente en la Regla, donde aparece una y otra vez, como un leitmotiv, la expresión «por inspiración divina», «según lo que el Señor o el Espíritu les inspirare» (1 R 2,1; 2 R 2,7; 12,1). Poder discernir y obrar «espiritualmente», como «hombre del Espíritu», en vez de vivir «carnalmente», es la oposición fundamental de Francisco entre «spiritualiter» y «carnaliter». Para él, no existe la autoridad absoluta. Está limitada por la conciencia del hombre y el santo Evangelio (cf. 1 R 5,2s.; Adm 3). 3. LA PALABRA DE CRISTO Y DE SU SANTO EVANGELIO En su primera Admonición, Francisco comenta el siguiente versículo evangélico que iluminó toda su vida: «Dice el Señor Jesús a sus discípulos: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre sino por mí"» (Adm 1,1). El Padre es la meta de todo itinerario humano. Para Francisco, el lugar central y decisivo del discernimiento de su Voluntad amorosa es, desde luego, el santo Evangelio y Cristo, a quienes identifica recíprocamente. Un Cristo que es, a la vez, Palabra y Rostro, Enseñanzas y Hechos, Llamamientos y Comportamientos prácticos. Discierne la voluntad de Dios en el conjunto del misterio de Cristo: anterior a la creación, histórico, encarnado, glorificado: «Si quieres probar con los hechos lo que dices, entremos mañana en la iglesia y pidamos consejo a Cristo, con el Evangelio en las manos» (2 Cel 15). Ni que decir tiene que este discernimiento, en la escucha del Verbo hecho carne, fue vivido por Francisco y sus hermanos de diferentes maneras: largas soledades silenciosas, plegarias y adoraciones que purifican la mirada del corazón y las motivaciones, participación en la liturgia de la Iglesia... Puede subrayarse su mirada de fe fija en Cristo «entregado» y crucificado, que fue para Francisco y sus hermanos -más visuales que especulativos- un lugar de discernimiento particularmente decisivo en los momentos de duda al tener que tomar una opción (cf. 1 Cel 35; LM 12,1). 4. LAS PERSONAS VIVAS, SOBRE TODO LOS POBRES Está claro que los leprosos, los mendigos, los sacerdotes pobres son para Francisco lugares privilegiados en los que él discierne la voluntad de Dios. Para él, son «sacramentos» de la presencia de Cristo entre nosotros. Se convirtió al Evangelio tanto por sus relaciones con los pobres como por sus oraciones en soledad. Su conversión no es una conversión simplemente interior. El desamparo y la miseria son para él lugar de discernimiento, de conversiones, de rupturas evangélicas. Discierne la voluntad de Dios el día en que sale de sí mismo para entrar en comunión con los hermanos relegados de su época: «El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo (exivi de saeculo)» (Test 1-3). Es bastante significativo comprobar que éste es el lugar de discernimiento que espontáneamente vuelve a la memoria de Francisco al final de su vida. Y este lugar de discernimiento de la voluntad amorosa de Dios fue tan decisivo para su propia vocación que lo convirtió en lugar obligatorio de discernimiento para todos sus hermanos: «... Desde el principio de la Religión, después que los hermanos empezaron a multiplicarse, quiso que viviesen en los hospitales de los leprosos para servir a éstos. En aquella época, cuando se presentaban postulantes, nobles y plebeyos, se les prevenía, entre otras cosas, que habrían de servir a los leprosos y residir en sus casas» (LP 9). El autor lamenta visiblemente el progresivo abandono de esta práctica tan fundamental en la experiencia franciscana. 5. LA «FRATERNITAS» Por experiencia sabe muy bien Francisco cómo pueden ser interferidos por nuestra naturaleza humana, por la «voluntad propia» del «yo» los mensajes del Espíritu. Su gran confianza en la «inspiración» no le resta lucidez para conocer al hombre, que tiende con frecuencia a considerar como «inspiración divina» lo que más bien procede de su psiquismo no purificado o de su prisma sociocultural un tanto deformante. ¡El receptor humano está a menudo sujeto a bloqueos, y su capacidad de autojustificación, incluso espiritual, es ilimitada! De ahí la constante preocupación de Francisco de hacer comprobar, confirmar, autenticar sus «inspiraciones» por otras mediaciones distintas de él mismo. Por encima de las inevitables relecturas de los biógrafos, es fácil adivinar cuánta importancia tuvo el «común acuerdo» entre los hermanos. Desde sus orígenes, el acontecimiento franciscano considera la «fraternitas», es decir, el conjunto de los hermanos, como lugar esencial del discernimiento. Así la Regla de Francisco es una obra de discernimiento colectivo vivido en capítulo. Celano nos describe a los hermanos platicando, durante el mismo viaje de regreso de Roma, para discernir cómo debían observar la Regla que habían recibido, cómo debían obrar y vivir (1 Cel 34-35). ¡Francisco recurrió con mucha frecuencia a sus hermanos y hermanas para «tener las cosas claras»! «Y por más que durante muchos días anduvo dando vueltas a1 asunto con sus hermanos, escribe san Buenaventura, Francisco no acertaba a ver con toda claridad cuál de las dos alternativas debería elegir como más acepta a Cristo. Él, que en virtud del espíritu de profecía llegaba a conocer cosas maravillosas, no era capaz en absoluto de resolver por sí mismo esta cuestión... No se avergonzaba, como verdadero menor, de consultar sobre cosas menudas a los más pequeños. En efecto, su mayor preocupación consistía en averiguar el camino y el modo de servir más perfectamente a Dios conforme a su beneplácito» (LM 12,1-2). En este mismo pasaje vemos cómo consulta al hermano Silvestre y a Clara y a sus hermanas. Siendo un hombre bíblico, había comprendido que, en el Misterio de la Salvación, el hombre no entra jamás en relación con Dios como simple individuo aislado, sino siempre como miembro de un pueblo. Dios habla con frecuencia a los hombres por medio de los hombres. Nunca se dirá bastante que Francisco fue un defensor convencido de la relación interpersonal, excluyendo cualquier relación dominante-dominado. La obediencia es ante todo un servicio de amor fraterno, y la autoridad un servicio de crecimiento y de unidad: «Ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos... por la caridad del espíritu, sírvanse y obedézcanse unos a otros de buen grado. Y esta es la verdadera y santa obediencia de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 5,9.15). Cada hermano o la fraternidad podían ser para Francisco un camino hacia el Padre. La «comunión de los santos» no es sólo solidaridad en la oración, sino también en la búsqueda de Dios y de su voluntad. Según Francisco, por tanto, la fraternidad está en el centro del discernimiento. Todos miramos la realidad, todos leemos los acontecimientos y analizamos los dinamismos del mundo con gafas selectivas, limitadas. De ahí la necesidad de «calarse» de vez en cuando las gafas de nuestros hermanos, de nuestro cónyuge o de nuestro vecino. El movimiento franciscano no se enraíza en la experiencia monolítica de un hombre ejemplar, sino en un hombre que ha buscado, preguntado, dudado e inventado... junto con sus hermanos. 6. LA IGLESIA Y SUS ANIMADORES EN TODOS LOS NIVELES Sin ser un incondicional de la Iglesia, Francisco no pudo separar nunca a Cristo, el Evangelio y su Cuerpo vivo: la Iglesia. Todas sus decisiones importantes están tomadas sobre un evidente fondo eclesial. Desde el obispo de Asís, pasando por el sacerdote pobre que atendía la Porciúncula y que le interpretó el Evangelio y el clero en general, hasta el papa. Pero el recurso a los responsables en la Iglesia no le convierte en un invertebrado que se somete a quien habla en último lugar. Si a veces acepta renunciar a sus «proyectos», sabe permanecer firme en su «inspiración» (1 Cel 43; 2 Cel 147). Su Última voluntad a santa Clara manifiesta que es apacible y porfiado: «Y os ruego, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en santísima vida y pobreza. Y estad muy alertas para que de ninguna manera os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de quien sea» (UltVol 2-3). A propósito de lugar eclesial, habría que mencionar la Regla, a la que Francisco llama «nuestra Vida», como lugar de discernimiento. Esa Regla viva que evolucionaba, se modificaba de capítulo en capítulo, era un lugar de cotejo entre la «inspiración evangélica» y las realidades de la vida. Ella integraba y reflejaba la vida concreta de los hermanos en cada momento determinado de la historia del movimiento franciscano. No un texto jurídico que se impusiera desde el exterior y ahogara el Espíritu, sino el lugar de coherencia y de unidad para los hermanos que han escogido un género de vida evangélico inspirado por el Espíritu: «Y mientras perseveren en los mandatos del Señor, que prometieron por el santo Evangelio y por su forma de vida, sepan que se mantienen en la verdadera obediencia, y sean benditos del Señor» (1 R 5,17). 7. LOS ACONTECIMIENTOS DE LA VIDA Esta mediación se basa, en Francisco, en una convicción de fe: la certeza de la acción permanente de Dios, quien no cesa de actuar. Él sitúa por tanto cualquier acontecimiento, cualquier dinamismo positivo o negativo en el seno de una Historia: la Historia de la Salvación. Tanto el éxito como el fracaso, la alegría o la enfermedad, pueden convertirse en lugares de discernimiento. A través de esos acontecimientos, su mirada de fe podía discernir las llamadas, los «signos» de los tiempos. Estos signos son siempre ambiguos, susceptibles de diversas interpretaciones. Pero el hombre de fe, en quien mora el Espíritu del Señor y que está imbuido de las exigencias del santo Evangelio, puede, con sus hermanos, discernir en ellos un «signo» de la voluntad de Dios. CONCLUSIÓN El discernimiento es así una forma de obediencia que se sitúa en el corazón de un conjunto de mediaciones y nos «desapropia» de una voluntad espontáneamente cerrada sobre sí misma (Adm 2): «Entregarse a sí mismo totalmente a la obediencia» (Adm 3,3) equivale a asumir el riesgo de confrontarse con la realidad de los hermanos y de los acontecimientos. Es evidente que la manera como Francisco interpretó sus «inspiraciones» y el santo Evangelio estuvo influenciada por las agitaciones socio-culturales de su época, comprometida en la búsqueda de una nueva identidad. Recibió sus «inspiraciones» a través de sus propios modelos: el caballero, el trovador y el vendedor itinerante, los laicos predicadores, las fraternidades de Penitencia, los soldados del papa..., los cuales influyeron necesariamente en sus interpretaciones. ALGUNAS PISTAS PARA HOY - ¿Existen en nuestra vida personal, conyugal o comunitaria, mediaciones de discernimiento de la voluntad de Dios que no funcionan o que funcional mal? ¿Por qué? - ¿Hay mediaciones privilegiadas para el movimiento franciscano a fin de poder discernir la voluntad de Dios sobre nosotros hoy en día? - Si la obediencia se halla muchas veces en la encrucijada de diversas mediaciones de discernimiento, ¿no se dan reducciones que falsean esa difícil búsqueda en que radica, no obstante, la grandeza del hombre libre? ¿Por ejemplo, reducir la obediencia a la sola mediación de la autoridad (la del superior), considerada como única fuente sacralizada del Espíritu? ¿O, por exceso contrario, reducir la obediencia a una «inspiración personal» en la que el súbdito es a su vez sacralizado? ¿O incluso reducir la obediencia a la sola mediación de la ideología de un grupo, también sacralizada? - En caso de indecisión a la hora de elegir, ¿existen criterios prioritarios de discernimiento en el movimiento franciscano? - ¿No aparecen en Francisco actitudes espirituales fundamentales para vivir este discernimiento: disponibilidad, intención y voluntad rectas, pureza y simplicidad (no duplicidad) de corazón, desinterés...? * * * Para quienes quieran profundizar algo más en el tema, indicamos además que «discernimiento» es traducción de la palabra latina «discretio» empleada por Francisco y sus biógrafos, la cual ha sido traducida en la edición de los Escritos de la BAC también por otros sinónimos. En la Carta a los Clérigos, Francisco reprocha a los sacerdotes en particular su «falta de discernimiento» (indiscrete) en relación con la eucaristía: «Y hay muchos que lo abandonan en lugares indecorosos, lo llevan sin respeto, lo reciben indignamente y lo administran sin discernimiento» (CtaCle 5). El discernimiento significa aquí, para Francisco, la mirada de fe que capta la Presencia de Cristo a través de la materialidad de los signos. En la Admonición 27, el discernimiento (discreción, en la traducción de la BAC) es una «virtud», fruto del Espíritu, que permite evitar la superfluidad, es decir, que permite discernir entre los bienes verdaderos y los bienes relativos: «Donde hay misericordia y discreción, no hay superfluidad ni endurecimiento» (Adm 27,6). En 1 R 16,4 («Y el ministro déles licencia y no se la niegue, si los ve idóneos; pues tendrá que dar cuenta al Señor si en esto o en otras cosas procede sin discernimiento») y en 1 R 17,2 («Y guárdese el ministro de concedérselo sin discernimiento a nadie»), la «discretio» del responsable es uno de los factores de discernimiento para enviar a misiones o conceder permiso para predicar. Francisco asocia tres factores: inspiración, capacidad del sujeto y autenticación por parte del responsable. Francisco no separa nunca estos tres factores. Se podría continuar el tema en los escritos biográficos. Celano, por ejemplo, designa a la «discretio-discernimiento» como «única guía de las virtudes» (2 Cel 154) y la considera como la primera cualidad que han de tener los responsables de los hermanos (2 Cel 185). [Selecciones de Franciscanismo, vol. X, núm. 28 (1981) 67-74] Apéndice Adm 1,8-9: «Todos los que vieron al Señor Jesús según la humanidad, y no vieron y creyeron según el espíritu y la divinidad que él era el verdadero Hijo de Dios, se condenaron. Así también ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por mano del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la divinidad, que sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, se condenan». 2CtaF 23-24: «Quien no come su carne y no bebe su sangre, no puede entrar en el reino de Dios. Sin embargo, que coma y beba dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia condenación, no distinguiendo el cuerpo del Señor (1 Cor 11,29), esto es, que no lo discierne (discernit)». CtaO 19: «Pues el hombre desprecia, profana y pisotea al Cordero de Dios cuando, como dice el Apóstol, no distingue (1 Cor 11,29) ni discierne (discernens) el santo pan de Cristo de los otros alimentos y obras...». Test 8-10: «Y a éstos y a todos los otros sacerdotes quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero en ellos considerar pecado, porque discierno (discerno) en ellos al Hijo de Dios, y son señores míos. Y lo hago por esto, porque nada veo corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y ellos solos administran a los otros». Adm 27,6: «Donde hay misericordia y discreción (discretio), allí no hay superfluidad ni endurecimiento». Audite 2: «Yo os ruego con gran amor / que tengáis discreción (discrecïóne) de las limosnas que os da el Señor». 1CtaCle 5: «Y hay muchos que [el Santísimo] lo colocan y lo abandonan en lugares viles, lo llevan miserablemente, y lo reciben indignamente, y lo administran a los demás sin discernimiento (indiscrete)». 2CtaCle 4-5: «Por consiguiente, todos aquellos que administran tan santísimos ministerios, y sobre todo quienes los administran sin discernimiento (indiscrete), consideren en su interior cuán viles son los cálices, los corporales y los manteles donde se sacrifica el cuerpo y la sangre de nuestro Señor. Y hay muchos que lo abandonan en lugares viles, lo llevan miserablemente, y lo reciben indignamente, y lo administran a los demás sin discernimiento (indiscrete)». 1CtaCus 4: «Y si el santísimo cuerpo del Señor estuviera colocado en algún lugar paupérrimamente, que ellos lo pongan y lo cierren en un lugar precioso según el mandato de la Iglesia, que lo lleven con gran veneración y que lo administren a los otros con discernimiento (discretione)». 1 R 16,4: «Y el ministro déles la licencia [para ir a misiones] y no se oponga, si los ve idóneos para ser enviados; pues tendrá que dar cuenta al Señor, si en esto o en otras cosas procediera sin discernimiento (indiscrete)». 1 R 17,1-2: «Ningún hermano predique contra la forma e institución de la santa Iglesia y a no ser que le haya sido concedido por su ministro. Y guárdese el ministro de concederlo sin discernimiento (indiscrete) a alguien». 1 R 20,1-2: «Y mis hermanos benditos, tanto clérigos como laicos, confiesen sus pecados a sacerdotes de nuestra religión. Y si no pueden, confiésenlos a otros sacerdotes discretos (discretis) y católicos...». 3CtaCl 31-32: «Tu prudencia ciertamente se habrá enterado de que, exceptuadas las débiles y las enfermas, para con las cuales nos aconsejó y mandó [Francisco] que tuviéramos toda la discreción (discretionem) posible respecto a cualquier género de alimentos, ninguna de nosotras que esté sana y fuerte debería comer sino alimentos cuaresmales sólo...». 3CtaCl 38-40: «Pero como nuestra carne no es de bronce, ni nuestra fortaleza es la de la roca, sino que más bien somos frágiles y propensas a toda debilidad corporal, te ruego, carísima, y te pido en el Señor que desistas con sabiduría y discreción (discrete) de una cierta austeridad indiscreta (indiscreta) e imposible en la abstinencia que, según he sabido, tú te habías propuesto...». RCl 2,10-11: «Y guárdense la abadesa y sus hermanas de preocuparse de sus cosas temporales [de la postulanta], para que libremente haga ella de sus cosas lo que el Señor le inspire. Con todo, si busca consejo, envíenla a algunos discretos (discretos) y temerosos de Dios, con cuyo consejo sus bienes se distribuyan a los pobres». RCl 2,17: «Y la abadesa provéalas de ropas con discreción (discrete), según las condiciones de las personas y los lugares y tiempos y frías regiones, como vea que conviene a la necesidad». RCl 2,21: «Y tanto a éstas como a las demás novicias, la abadesa provéalas con solicitud de una maestra escogida de entre las más discretas (discretioribus) de todo el monasterio». RCl 4,22-23: «Para conservar la unidad del amor mutuo y de la paz, todas las oficialas del monasterio sean elegidas con el consentimiento común de todas las hermanas. Y del mismo modo sean elegidas por lo menos ocho hermanas de entre las más discretas (discretioribus), de cuyo consejo deberá siempre servirse la abadesa en las cosas que requiere la forma de nuestra vida». RCl 5,2-3: «Guarden también silencio continuo en la iglesia, en el dormitorio, y en el refectorio sólo mientras comen; se exceptúa la enfermería en la que, para recreo y servicio de las enfermas, siempre les estará permitido a las hermanas hablar con discreción (discrete)». RCl 11,1: «La portera sea madura de costumbres y discreta (discreta), y sea de una edad conveniente, y durante el día permanezca allí en una celda abierta y sin puerta». TestCl 63-64: [la abadesa] «Sea también próvida y discreta (discreta) para con sus hermanas, como una buena madre con sus hijas, y, de manera especial, que se aplique con esmero a proveerlas, de las limosnas que el Señor les dará, según la necesidad de cada una». |
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