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JOSÉ
LERCHUNDI, OFM |
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Es, sin duda, el misionero más egregio que tuvo la Misión desde su restauración en 1859. Erigió escuelas para europeos e indígenas; para los misioneros creó estudios de árabe, de los que salieron esclarecidos arabistas, incluso seglares. A él se debe la erección en Tánger de la imprenta hispano-arábiga de la Misión, la creación de las Casas Baratas, del Hospital Español, de la Escuela de Medicina, de la Cocina Económica; fundó, asimismo, el Colegio de Nuestra Señora de Regla en Chipiona (Cádiz), como seminario de franciscanos con destino a las misiones de Tierra Santa y Marruecos. Diplomático insigne y amigo personal del sultán Muley Hassan, fue el protagonista de la política española en Marruecos, participando en varias embajadas. Obra suya fue la preparación y realización de la importante embajada que dicho sultán envió a León XIII en 1888, que dio a España gran prestigio. Fue individuo correspondiente de la Real Academia Española (1874), socio honorario de la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas (1884) y condecorado con la encomienda de número de la Real Orden de Isabel la Católica. Obras: Rudimentos del Arabe Vulgar, Madrid 1872 (siete ediciones más y dos en inglés); Crestomatía Arábigo-Española o Colección de fragmentos históricos y literarios relativos a España, Granada 1881; Vocabulario Español-Arábigo del Dialecto de Marruecos, Tánger 1892 (otras dos ediciones: 1916 y 1932); Gramática del árabe literal (inédita). Bibliografía: J. M.ª López, El P. José Lerchundi. Biografía documentada, Madrid 1927. [I. Vázquez, en Q. Aldea (Dir.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España. Madrid 1972, vol. II, pág. 1291] * * * JOSÉ LERCHUNDI (1836
- 1896)
El 14 de julio de 1856 tomó el hábito franciscano en el Colegio de Misiones para Tierra Santa y Marruecos, abierto en Priego (Cuenca) aquel mismo año, y en él hizo su profesión religiosa al año siguiente; en 1859 recibió la ordenación sacerdotal en Cuenca. En febrero de 1861 fue destinado a Marruecos, adonde llegó el 19 de enero de 1862 y donde permaneció, salvo pequeños intervalos, hasta su muerte en 1896. Desde su llegada a Marruecos hasta que en 1877 fue nombrado Vicario Apostólico residió en Tetuán; después tuvo su residencia habitual en Tánger, si bien, por dificultades con el Gobierno español, tuvo que pasar un par de años en España, 1878-79, en Granada y sobre todo en Santiago, de cuyo Convento y Colegio de Misiones fue elegido superior. El recuerdo de cuantos le conocieron, sus obras y sus escritos, entre los que hay que destacar a este respecto un manuscrito suyo de cerca de 400 págs, una especie de "Confesiones", permiten subrayar algunas de las características más sobresalientes de la personalidad humana y espiritual del P. Lerchundi. Desde joven demostró ser una persona de carácter íntegro y recio; fiel hasta el extremo en el cumplimiento de sus compromisos y responsabilidades; de carácter bondadoso y humilde, a la vez que sincero e indomable a la hora de defender lo que creía justo en materias de obligada fidelidad; austero en su porte, activo, de talante abierto y renovador, preocupado por los demás, sobre todo los pobres, emprendedor, con gran capacidad para relacionarse con toda clase de personas, y con notables dotes diplomáticas. Al mismo tiempo, era un hombre de oración, de una profunda vida interior, amante de su vocación franciscana y misionera. En sus 34 años de misionero en Marruecos llevó a cabo una amplísima labor evangelizadora, cultural, social y diplomática. Desde el principio de su estancia en Marruecos en 1862, destacó el P. Lerchundi por su talento, su capacidad organizativa y su entrega al servicio de la Misión; por eso, en 1863 fue nombrado Vice Prefecto de las Misiones de Marruecos; en 1867, Superior de la misión de Tetuán, y, en 1877, primer Prefecto Apostólico. Restauró la Misión de Marruecos que, por circunstancias históricas, se encontraba desorganizada y deteriorada; se entregó de lleno a cultivar esa parcela del Reino de Dios, que es la Iglesia testimonial que en Marruecos hace presente al Señor Jesús en medio del Islam; abrió o renovó numerosas casas-misión, construyó una serie de iglesias para los extranjeros, y se sumergió en aquel mundo adoptando para con los musulmanes el estilo de evangelización propugnado por san Francisco (1 R 16): el testimonio de la simple presencia por la vía sobre todo del ejemplo, de la amistad y del amor gratuito. Consciente de que el futuro de la Misión Católica en Marruecos dependía de los nuevos misioneros que fueran llegando a la misma, y considerando que el Colegio de Santiago, continuación del de Priego, no era suficiente, puso todo su empeño e interés en la fundación de un nuevo Colegio de Misiones, para lo que puso en juego lo mejor de sus talentos y cualidades. Tras las oportunas y fructuosas gestiones en las instancias competentes, el P. Lerchundi se dedicó a buscar, entre los conventos abandonados desde la exclaustración, el lugar más adecuado para la fundación del nuevo Colegio; lo encontró finalmente en el Convento de Nuestra Señora de Regla, de Chipiona (Cádiz), que los Agustinos se habían visto obligados a abandonar en 1835 por la exclaustración forzosa. Superadas las dificultades que se fueron presentando, el 8 de septiembre de 1882, día de la Virgen de Regla, se celebró la inauguración solemne del nuevo Colegio, cuyo fin exclusivo era ser un centro misional, por lo que gozaba de independencia jurídica de toda Provincia, y estaba bajo la autoridad del Prefecto de Misiones de Marruecos y del Vicario general de Madrid. Esta obra, a la que el P. Lerchundi mimó como a la «niña de sus ojos», ha producido abundantes frutos para las Misiones de Marruecos y Tierra Santa, y con el tiempo ha dado origen a la renovada Provincia franciscana de Granada. En cuanto misionero, hay que decir del P. Lerchundi que se adelantó a los tiempos y que integró en el talante evangelizador franciscano valores más cotizados hoy como pueden ser la inculturación y el respeto sumo a los credos e idiosincrasia de los pueblos. Desde que se supo destinado a la Misión de Marruecos emprendió con tesón y cariño el estudio del árabe, que llegó a dominar; prueba de ello son sus publicaciones sobre la lengua árabe, gramática, vocabulario, etc., sus relaciones y colaboración con intelectuales marroquíes y arabistas españoles y extranjeros, etc.; además, quiso que lo aprendieran los misioneros y puso los medios para ello; entre los diversos estudios y libros sobre la lengua árabe que publicó, está la gramática titulada Rudimentos del árabe vulgar que se habla en el Imperio de Marruecos (1872), la Crestomatía árabe (1881), el Vocabulario español-arábigo del dialecto de Marruecos (1893), etc. Por otra parte, creó en Tetuán un centro de estudios del árabe tanto para los misioneros como para los jóvenes españoles; instaló en Tánger la primera imprenta hispano-árabe (1888), a la que añadió el correspondiente taller de encuadernación; allí mismo fundó escuelas para niñas y para niños, y más tarde, para ellas y ellos, los Colegios de San Francisco y de San Buenaventura, y también abrió una Escuela de Artes y Oficios. A impulsos del mismo espíritu misionero, fundó en Tánger en 1881, con la colaboración del Dr. Ovilo, el Hospital español, tanto para marroquíes como para europeos, y en 1988 inauguró otro; además creó una Escuela de Medicina. En 1892, junto con el Dr. Tolosa Latour, emprendió la fundación en Chipiona de un colegio para niños escrofulosos, que no vio terminado y es el actual Sanatorio Marítimo de Santa Clara. Sus conocimientos de la lengua árabe, su carácter bondadoso y desinteresado, el talante franciscano de su presencia y actividades, su inserción en el pueblo marroquí, sus naturales dotes diplomáticas, le valieron al P. Lerchundi la confianza y amistad del Sultán Muley Hasán I, y, a la vez, el aprecio y consideración del Gobierno español, particularmente del Ministro de Estado, Sr. Moret, lo que le permitió al P. Lerchundi favorecer las relaciones pacíficas y apoyar múltiples iniciativas de desarrollo social y económico de Marruecos. Hay que destacar los buenos servicios que prestó el P. Lerchundi como intermediario e intérprete en las varias embajadas entre los reyes de España y el Sultán Hasán I de Marruecos, y en la embajada que el mismo Sultán envió al Papa León XIII en febrero 1888. Para llevar adelante las obras que hemos mencionado, y las múltiples iniciativas con que trató de satisfacer o aliviar las necesidades de las clases más pobres y desfavorecidas, lo que le valió el sobrenombre de «padre de los pobres», el P. Lerchundi contó con la ayuda de numerosas amistades pudientes, solicitó ayudas oficiales, etc., y también fundó en Tánger la Asociación de Damas de Caridad, y en Madrid la Asociación de Señoras de María Inmaculada. Como síntesis, en el P. Lerchundi hay que destacar su recia y rica personalidad humana, su vida de fe y de oración, su amor y fidelidad a la Iglesia, su enamoramiento de la vocación franciscana y del estilo misionero de san Francisco, su voluntad y capacidad de inculturación en el mundo marroquí y musulmán, y su cercanía y amor a los pobres y a sus problemas, con el empeño de solucionarlos o aliviarlos. Al P. Lerchundi hay que considerarlo como uno de los mayores misioneros del siglo XIX en África, fiel discípulo de san Francisco en su espiritualidad y en su forma de evangelizar. * * * PADRE JOSÉ
LERCHUNDI, OFM Breve perfil biográfico
El cambio de situación política en España permitió una tímida restauración de la vida religiosa. El Concordato de 1851 entre España y la Santa Sede autorizaba la vuelta de las Órdenes religiosas. En 1856 se restauró el convento franciscano de Priego (Cuenca) y allí se estableció el primer Colegio de Misiones para Tierra Santa y Marruecos, que poco después se trasladaría a Santiago de Compostela, y a Priego se encaminó el joven Lerchundi. El 14 de julio de 1856 vistió el hábito franciscano. Al año siguiente hizo su profesión religiosa y en 1859 fue ordenado de sacerdote en la catedral de Cuenca. Dada su delicada salud, los Superiores vieron conveniente enviarlo al Norte de África, de clima más benigno. En febrero de 1861 fue nombrado misionero apostólico para Marruecos, adonde llegó el 19 de enero de 1862 y donde permaneció, con pequeños intervalos de estancia fuera, hasta su muerte en 1896. Treinta y cuatro años, una vida entera. Larga y fructífera esta etapa, etapa de madurez, en la que llevó a cabo una amplísima labor misionera, cultural, social y diplomática que le hacen destacar como una de las grandes figuras del último tercio del siglo XIX. De 1862 a 1877 vivió en Tetuán, donde creó fuertes lazos personales con los diversos estamentos de la sociedad marroquí y llegó a un profundo conocimiento de la lengua, de la cultura y de la idiosincrasia árabes. En 1877 fue nombrado Prefecto Apostólico de la Misión de Marruecos, cargo en el que permaneció hasta su muerte. Debido a ciertos malentendidos e intransigencias por parte de las autoridades del Gobierno español, tuvo que abandonar Marruecos en 1878 y regresar a España. Aquí permaneció dos años, pasando alguna temporada en Granada y el resto en Santiago de Compostela, de cuyo Convento y Colegio de Misiones fue elegido superior. El 31 de diciembre de 1879 volvió a su añorada Misión de Marruecos. Se iniciaba la etapa más fructífera de su vida en la que desplegó una enorme actividad. Entre sus realizaciones sólo apuntamos algunas: restauró la Misión de Marruecos, construyendo una serie de iglesias y casas-misión; fundó el Colegio de Misiones de Chipiona en 1882, considerado por él mismo como «la niña de sus ojos», que dio origen a la Provincia restaurada de Granada; fue intérprete oficial en las embajadas intercambiadas entre los reyes de España y el sultán Hasán I de Marruecos, y en la visita de la embajada enviada por el mismo Sultán al Papa León XIII en 1888; renovó varias escuelas de la Misión, creó otras nuevas de segunda enseñanza y alguna profesional; abrió una escuela de árabe para españoles y marroquíes en Tetuán; instaló en Tánger la primera imprenta hispano-árabe de Marruecos; creó un complejo urbanístico para los sin techo en Tánger; apoyó diversas iniciativas de modernización de Tánger y de Marruecos: electricidad, relojes públicos, cámaras de comercio, sociedades marítimas, factorías comerciales, etc.; fundó un Hospital en Tánger con una Escuela de medicina; publicó diversos estudios y libros sobre la lengua árabe. No es extraño que un hombre así -inteligente, activo, de talante abierto y renovador, profundamente religioso y respetuoso con el pueblo marroquí y sus creencias, solidario y caritativo con los pobres- tuviese un influjo tan grande. Rasgos de su personalidad Un primer rasgo del P. Lerchundi que llama la atención es su integridad y reciedumbre de carácter. Fue un hombre tan exquisitamente fiel en todos sus compromisos y responsabilidades, que en algunas ocasiones pudiera parecer excesivamente rígido y hasta duro. La verdad es que era de carácter bondadoso y humilde, pero tremendamente sincero e indomable ante la injusticia o cuando creía que le asistía la razón en orden a defender y preservar el bien que se le había confiado. Además, era austero en su porte, hombre de oración, amante de su vocación franciscana y de la Orden. Aunque todavía no se han estudiado bien sus escritos espirituales, éstos nos revelan un hombre de profunda vida interior que maduraba en la intimidad de la oración cuantos asuntos debía resolver. Su rica sensibilidad y caridad para con los pobres era proverbial, tanto que se ganó el apelativo cariñoso de «padre de los pobres». Su prontitud para hacer el bien se puso de manifiesto en tantas obras benéficas como llevó a cabo. Acudió para ello a importantes empresarios. La gente sencilla acudía también a él en busca de valimiento. Otro aspecto que marca igualmente la personalidad del P. Lerchundi es su forma de entender el trabajo misionero: servir a Dios y al hombre sin distinción de raza o credo, como elemento esencial de la misión. Tuvo siempre claro este objetivo y a él supeditó todo: salud, tiempo, descanso, influencias, etc. Su correspondencia epistolar es inmensa y asombra la capacidad para llevar simultánea y diariamente tantos y tan variados asuntos relacionados con el bien de la Misión. Su entrega y consagración en cuerpo y alma a la Misión de Marruecos es quizá el rasgo que mejor define la personalidad y la obra toda del P. Lerchundi. Sobresale por encima de todo su amor a esta Misión, un apostolado que aparentemente no tiene mucho atractivo, pues con frecuencia preferimos recoger los resultados de nuestro esfuerzo y nos parece que allí, en Marruecos, «no se puede hacer casi nada». Sin embargo, él supo encariñarse con su campo de trabajo y realizar una gran siembra de «paz y bien» allí donde parecía que las posibilidades no daban para mucho. Creemos que esta actitud del P. Lerchundi encaja perfectamente con aquello que es específico de la evangelización franciscana: el testimonio de la simple presencia por la vía sobre todo del ejemplo, de la amistad y del amor gratuito. El P. Lerchundi, como hemos dicho, se encariñó de veras con la Misión de Marruecos, con sus hombres, sin parar mientes en si su labor era rentable o no. Ciertamente no ofrecía demasiadas posibilidades, pero él trabajó con ahínco, se metió en su mundo y les ofreció su amistad, su amor, su saber y hacer. Rasgo este eminentemente franciscano. Amó ese mundo, esa sociedad tan distinta a la suya, se inculturizó aprendiendo el árabe como primera e imprescindible tarea -era el que mejor lo dominaba de todos los misioneros-, y se entregó a levantar las Misiones, trabajando incansablemente para llevarlas al prestigio y pujanza que adquirieron. Las circunstancias no fueron fáciles para él. Cuando el P. Lerchundi llegó a Marruecos iba enfermo y a un país desconocido, y se encontró con unas Misiones desorganizadas y muy deterioradas a causa de las circunstancias históricas por las que habían tenido que pasar. Se metió de lleno en ese mundo que a partir de entonces sería ya «su mundo» y, sin volver la vista atrás, con el arado de su entrega y su fidelidad, empezó a cultivar esa parcela del Reino de Dios, que es la Iglesia testimonial que en Marruecos hace presente a Jesús, el Señor. Su cercanía al pueblo y a sus problemas no menguó en nada sus grandes cualidades organizativas. Hombre de gran talento como era, destacó desde el principio entre los misioneros, tanto que al año de su llegada a Marruecos, en 1863, fue nombrado Vice Prefecto de las Misiones de Marruecos; en 1867, Superior de la misión de Tetuán y en 1877 Prefecto Apostólico. A sus magníficas dotes de gobierno se debe también la pronta restauración de las Misiones de Marruecos y la fundación de varias iglesias y casas-misión. Su habilidad y fino olfato diplomático quedó patente en su labor de intermediario e intérprete en las varias embajadas entre España y Marruecos o entre Marruecos y la Santa Sede. El P. Lerchundi gozó de la confianza total y amistad del sultán Muley Hasán I, quien subrayó tal amistad cuando le decía «tú eres mi fiel amigo». Su tesón en el estudio del árabe fue tal, que llegó a ser el que mejor lo dominaba en toda la Misión a los pocos años de su estancia en Marruecos. Prueba de ello son sus publicaciones sobre la lengua árabe, gramática, vocabulario, etc. Sus relaciones y colaboración con intelectuales marroquíes y arabistas españoles y extranjeros y con hombres eminentes de la ciencia y la política fueron permanentes: con el catedrático Simonet, o con el Doctor Tolosa Latour, o con el ingeniero Isaac Peral, o el político Segismundo Moret, entre otros. Y no queremos pasar por alto sus buenas cualidades para la música. Organista desde muy joven, no echó en olvido este don sino que siempre lo puso al servicio de una mayor dignidad del culto. Su gran amigo Tolosa Latour nos hace la siguiente descripción de esta faceta poco conocida del P. Lerchundi: «Músico de verdadera inspiración, transfigurábase ante el órgano cuando acompañaba al coro religioso, cantando él con afinada voz de barítono; y deben conservarse curiosas transcripciones suyas de cantos árabes y composiciones de mérito. Como buen vascongado, interpretaba los aires populares de su país con un gusto y una delicadeza incomparables». Su obra El acercamiento a la figura y rica personalidad del P. Lerchundi nos pone en pista para descubrir, o mejor, hacer hincapié en su ingente obra, al menos en algunas de sus realizaciones principales. Nos vamos a detener únicamente, aunque sólo sea en plan de apunte, en su obra como restaurador de las Misiones de Marruecos y fundador del Colegio de Chipiona, en su labor cultural y en su labor social. Restauración de las Misiones de Marruecos.- El contacto con el pueblo marroquí y con sus necesidades, y la esmerada atención al europeo, le hizo descubrir enseguida por dónde tendría que orientarse su labor: por restaurar la Misión Católica española en Marruecos. Si quería llevar a término su objetivo reformista en los campos de la enseñanza y de la salud pública, ése era el camino. Por eso, como primera medida, el P. Lerchundi abordará la tarea de la restauración de la Misión franciscana, intentando por todos los medios la renovación de los misioneros y la restauración de sus conventos e iglesias. Manos a la obra, construye una nueva iglesia en Tánger, la de San Juan Bautista en el Monte, inaugurada el 24 de junio de 1883. Después llevará también la presencia del misionero restableciendo las casas-misión de Mazagán (1887), Larache (1888), Safí (1889), Rabat (1891) y Casablanca (1891). Sin medios económicos, tendrá que servirse de algunos locales paupérrimos y alquilados, como la misión de Rabat, «mísera casa, con un pobrísimo local que hace de iglesia», como nos la describe el cronista. Más suerte tuvo con la misión de Casablanca, cuyo terreno se lo regalará el propio sultán de Marruecos, Hasán I. Dio los pasos para fundar en Mogador, cosa que se haría realidad después de su muerte. Aunque lo intentó, no pudo reabrir las antiguas casas del interior del país: Marrakech, Mequinez y Fez. Asegurada la presencia misionera, ya podía dar rienda suelta a sus muchos proyectos. Fundación del Colegio de Misiones de Chipiona.- El P. Lerchundi era consciente de que la obra de renovación de la Misión Católica en Marruecos no sería posible sin la aportación de nueva savia misionera; era imprescindible renovar el personal misionero. El único Colegio existente entonces, el de Santiago, parecía que no podía responder a las urgentes necesidades de nuevos hermanos para la misión. Necesitaba un nuevo Colegio de Misiones. La idea la había expuesto ya el P. Lerchundi al Nuncio y también se la comunicó al P. Albiñana, Vice-Comisario general de la Orden. El 10 de junio de 1880, en Madrid, tuvo lugar una reunión en la que participaron representantes del Gobierno, de la Obra Pía y de la Orden, y en la que se acordó la fundación de un nuevo Colegio. El P. Lerchundi participó en su calidad de miembro de la Orden. A partir de ese momento se abre un tiempo verdaderamente apasionante para el P. Lerchundi. El lugar a escoger debería tener buen clima, no tan húmedo como el de Galicia, y ofrecer unas posibilidades que permitiesen establecer un Colegio misionero, con locales y dependencias amplias y con infraestructura suficiente para Casa de formación. Y comenzaron las visitas, idas y venidas, informes, dificultades, proyectos y sueños. Se dirige el P. Lerchundi a Andalucía y visita La Rábida y Loreto (Espartinas, Sevilla), siempre siguiendo la línea de los conventos abandonados desde la exclaustración. No le disgustan, pero cuando pocos días después va al Santuario de Nuestra Señora de Regla (Chipiona), todo su horizonte se ilumina. Informa enseguida a la Obra Pía y se inclina de una forma definitiva por el Santuario de Chipiona. Todo lo ve favorable. El Convento de Nuestra Señora de Regla corrió la misma suerte que todos los conventos de España en el año 1835. Con la exclaustración forzosa, los Agustinos, que desde hacía siglos eran sus guardianes, se vieron obligados a abandonarlo. Y empezó el silencio, el saqueo, la ruina y el olvido. Todo cambió cuando los Duques de Montpensier, que habían restablecido su residencia de verano en Sanlúcar de Barrameda, se convirtieron en los mecenas del Santuario; restauraron la antigua iglesia y señalaron un capellán para que se encargase del culto. Superadas una serie de dificultades con el Nuncio y con el Gobierno español, ya que el Santuario tenía otros pretendientes -jesuitas, benedictinos, el cardenal Lavigerie, etc.-, el P. Lerchundi pudo ver cumplido su sueño. El 29 de agosto de 1882 llegaban por mar a Chipiona, procedentes de Galicia, 23 miembros de la comunidad de Santiago -3 sacerdotes, 1 hermano laico, 12 profesos estudiantes, 5 novicios y 2 terciarios-. Unos meses antes, en marzo de ese mismo año, habían llegado, procedentes también de Santiago, cuatro religiosos, dos sacerdotes y dos hermanos, a realizar las obras necesarias y a preparar el terreno, entre ellos el que fue primer Rector del Colegio de Regla, el P. Antonio Gómez. La nueva fundación comenzaba, por tanto, con un total de 27 frailes. Para la inauguración solemne se escogió el próximo día de la Virgen de Regla, 8 de septiembre de 1882. El Colegio se fundó con el fin exclusivo de ser un centro misional. Para lograr este propósito, gozaba de independencia jurídica de toda Provincia, estando bajo la autoridad del Prefecto de Misiones de Marruecos y del Vicario general de Madrid. La Obra Pía se comprometía a sufragar los gastos de instalación, culto, sostenimiento y manutención del Colegio. El ansia misionera del P. Lerchundi podía verse finalmente satisfecha con esta nueva fundación que le garantizaba el personal necesario para las misiones de Marruecos y Tierra Santa. No en vano el P. Lerchundi mimó el Colegio de Regla como a la «niña de sus ojos», según expresión de él mismo. Su labor cultural.- La situación de Marruecos cuando llegó el P. Lerchundi era de retraso en comparación con las naciones europeas, pero había tomado conciencia de que tenía que superarse y progresar para evitar la ocupación cultural, económica y política de los países europeos. Consciente de esta realidad, el P. Lerchundi, ajeno por completo a intenciones colonialistas, centró su actuación en los campos en que la urgencia y necesidad era mayor: la enseñanza y la salud pública. Sin otra mira que el bien del pueblo, puso manos a la obra. Su interés por aprender la lengua del país, por crear escuelas y centros de estudio, por fundar hospitales y escuelas de medicina, tiene su raíz aquí, y brotan de su talante evangelizador y misionero. «El P. Lerchundi -según escribe su mejor conocedor en la actualidad, el P. R. Lourido- se afanó durante toda su permanencia en Marruecos por ser útil a la sociedad en que vivía. No actuó por un simple espíritu filantrópico, sino impulsado por profundos y vitales sentimientos religioso-cristianos, dentro de un absoluto respeto hacia las creencias religiosas de los demás, especialmente musulmanes, que constituían la totalidad de la población marroquí. No podemos perder nunca de vista esta óptica si queremos colocar en su punto justo toda la labor cultural y social del P. Lerchundi». Centrándonos ahora en el campo cultural y de la enseñanza, indiquemos realizaciones e iniciativas. Fundó las escuelas de Tánger para niños. Algo más tarde, en 1883, para atender a la educación de las niñas, trajo de España a las primeras religiosas que se dedicaron a la enseñanza en África, las Terciarias Franciscanas de la Inmaculada. Con el fin de que estos niños y niñas pudiesen continuar sus estudios, se construyeron dos Colegios modernos en las afueras de la ciudad, que ya funcionaban en 1886, uno para niñas, el Colegio de San Francisco de Asís, y otro para niños, el Colegio de San Buenaventura. Creó en Tetuán un centro para el estudio del árabe, donde debían prepararse los misioneros y los numerosos jóvenes españoles que habían de servir de intérpretes en embajadas y consulados. Quiso, en unión con el Gobierno español, fundar en Tánger un Instituto de segunda enseñanza, pero al no poderse llevar a efecto tal proyecto, fundó el Colegio antes mencionado de San Buenaventura. Con un gran sentido social completó esta gran labor con la creación de una Escuela de Artes y Oficios en Tánger. Él mismo se dedicó al estudio del árabe como el medio primero e indispensable para servir mejor a la evangelización, y lo exigió a los misioneros que se iban incorporando a la Misión. Su dominio del árabe -el que habla el pueblo- fue tal que en pocos años se convirtió en verdadero maestro y especialista, publicando la gramática titulada Rudimentos del árabe vulgar que se habla en el Imperio de Marruecos (1872), la Crestomatía árabe (1881), y el Vocabulario español-arábigo del dialecto de Marruecos (1893), y relacionándose con intelectuales y arabistas eminentes, como el Dr. Simonet, catedrático de árabe de la Universidad de Granada, con quien trabajó en 1878 en la confección de la Crestomatía. En el plano de la enseñanza profesional, fundó en Tánger la imprenta hispano-arábiga (1888), a la que agregó un taller de encuadernación y otro de carpintería. Para llevar adelante una obra tan grande -escuelas, publicaciones, imprenta, talleres- necesitaba unos recursos que la Misión no tenía. Para ello fundó en Madrid la Asociación de Señoras de María Inmaculada, que extendió, con su influencia, por casi toda España. El P. Lerchundi trabajó además para crear una verdadera intercomunicación cultural. Esto lo podemos apreciar sobre todo a través de la abundante correspondencia mantenida con arabistas, así como con viajeros y exploradores, aventureros, médicos, hombres dedicados al comercio, la industria y las comunicaciones. Su labor social.- El P. Lerchundi ampliaba sus desvelos a todas las necesidades sociales, sobre todo aquellas que muestran las heridas más sangrantes de la condición humana, como la pobreza, el sufrimiento y la marginación. Su labor en favor del pueblo sencillo le hizo merecedor del honroso título de «padre de los pobres». En 1881 fundó en Tánger, con la colaboración del Dr. Ovilo, el Hospital español, pensando en los pobres tanto marroquíes como europeos, y levantó más tarde uno nuevo, más amplio y moderno, que se inauguró el 25 de noviembre de 1888. También creó la Escuela de Medicina, donde se pudieran formar tanto los misioneros como los jóvenes marroquíes. En 1887 construyó una barriada de casas baratas para familias pobres. Aunque el proyecto inicial era mucho más ambicioso, no pudo llevarse a cabo por falta de medios económicos. En 1892, para conmemorar el IV Centenario del descubrimiento de América, en unión con su gran amigo el Dr. Tolosa Latour, fundó en Chipiona, al lado de su querido Colegio de Misiones de Regla, un sanatorio para niños escrofulosos, el primero en España de ese tipo. El doctor le había dicho que las playas de Chipiona eran inmejorables para un sanatorio de esas características. El propio P. Lerchundi solicitó ayuda económica a la Reina de España. La obra se concluyó después de su muerte. Es el «Sanatorio Marítimo de Santa Clara». Finalmente, en 1895 instituyó la Cocina económica, que significaba alimento y ropa para los pobres de la ciudad de Tánger, y que pusieron en funcionamiento señoras de la asociación "Damas de Caridad", creadas también por él. Puente entre dos culturas.- La obra cultural y social del P. Lerchundi en Marruecos pone de manifiesto cuáles eran los móviles de su actuar. Franciscano y misionero por encima de todo, supeditará cualquier otra intencionalidad a su labor como evangelizador. Incluso su faceta como diplomático siempre la entenderá como un servicio y como un puente entre dos culturas, entre dos pueblos. Extraña y curiosa esta faceta diplomática, pero las circunstancias van tejiendo la vida con los hilos más insospechados. El P. Lerchundi se había ganado una merecida fama por su capacidad, prestigio e influencia en ambos gobiernos, el español y el marroquí. El fraile franciscano, que había sido un verdadero puente entre dos pueblos, dos culturas, dos religiones, ahora se convierte también en un verdadero puente entre los dos gobiernos, entre los políticos de su época. Ni el proselitismo religioso ni el colonialismo egoísta tuvieron cabida en el corazón de un hombre, tan religioso y misionero como español, pero que se sentía enviado para dar testimonio y hacer el bien a un pueblo que tímidamente se abría a los logros de la cultura occidental. Sus conocimientos de lengua árabe, su recio carácter y su bondad y humildad franciscana daban como consecuencia una personalidad recia y cercana. En la Corte de Madrid apreciaban sus cualidades y consideraban imprescindibles sus servicios. Mantuvo contactos frecuentes con Don Segismundo Moret, Ministro de Estado, con quien ideó el modo de actuación de España en Marruecos, abogando por la penetración pacífica y civilizadora, que debía fundarse en estos pilares básicos: a) defensa de la integridad del territorio marroquí; b) desarrollo de toda clase de relaciones entre el pueblo español y marroquí; y c) ayuda positiva en el despertar social y económico de Marruecos. Lo que dio como resultado el que se crearan y desarrollaran las relaciones marítimas entre España y Marruecos, reforzando y alentando las diversas obras de tipo cultural y social; se crearon igualmente cámaras de comercio; se proyectó un gran muelle en el puerto de Tánger. El P. Lerchundi apoyó igualmente diversas iniciativas de modernización de Tánger y de Marruecos: electricidad, relojes públicos, sociedades marítimas, factorías comerciales. Pero sus servicios los prestó sobre todo como intérprete en diversas embajadas entre le Rey de España y el Sultán de Marruecos: en 1882, en dos ocasiones, en 1885 y en 1887. La amistad personal del P. Lerchundi con el Sultán era una inestimable ayuda de cara a asuntos muy delicados que a veces tenían que resolver. El 25 de febrero de 1888, con una solemnidad extraordinaria, recibía el Pontífice León XIII la embajada marroquí, siendo el P. Lerchundi el intérprete oficial. Esta embajada tuvo una gran transcendencia no sólo en el orden religioso sino también en el político. El P. Lerchundi se había ganado una fama y un prestigio extraordinarios en la sociedad de su tiempo, tanto en España como en Marruecos. En los últimos años de su vida siguió trabajando por los demás como el primer día. Ante los ruidos de guerra que en 1893 se barruntaban entre España y los rifeños, el Sr. Moret, Ministro de Estado, conociendo la gran influencia del P. Lerchundi ante el Sultán, le pidió que acompañase a la embajada española con vistas a solucionar la delicada situación, pero su quebrantada salud no le permitió asistir. Verdaderamente el P. Lerchundi acercó estos dos «mundos». Sólo un Estrecho los separa. Entre esas costas, tan cercanas por la geografía y a la vez tan distantes psicológica y culturalmente, el P. Lerchundi tendió un puente. Su mensaje A modo de conclusión, trataremos ahora de enunciar algunas lecciones permanentes que nos estimulen en nuestra vocación franciscana y misionera. ¿Qué nos diría hoy a nosotros el P. Lerchundi? 1. ¡Sed hombres de Dios! El P. Lerchundi fue, por encima de todo, un hombre de Dios, un profundo creyente. De su fe y de su contacto permanente con Dios sacaba cada día el impulso y las fuerzas para continuar incansable su labor evangelizadora. Es una invitación permanente a que anclemos nuestra vida entera en Dios, a que nos aferremos a la oración, a la Palabra, a la Eucaristía como los mejores soportes de nuestra vida y de nuestro actuar. Sin esta referencia a Dios nuestra vida se vuelve estéril. 2. ¡Sed hermanos menores! El P. Lerchundi amó su vocación franciscana. Francisco de Asís, Antonio de Padua, los Protomártires de Marruecos, fueron puntos de referencia obligados en su vida. Su talante cercano, sencillo, de verdadero hermano menor, metido en medio del pueblo, son rasgos que bebió en las fuentes de la espiritualidad franciscana. Invitación permanente para nosotros. Nos decimos franciscanos, y lo somos. Pero necesitamos mucho más mirar una y otra vez a Francisco de Asís. Que se nos pegue más su vida, su modo de acercarse a Dios, a los hombres, a las cosas creadas, que se nos pegue su libertad, su transparencia, su pobreza y minoridad, su sencillez, su alegría... ¡Amad vuestra vocación franciscana!, nos recuerda de nuevo el P. Lerchundi. 3. ¡Sed evangelizadores y misioneros! Este es quizá el grito que con más fuerza nos dirige el P. Lerchundi: ¡Sed misioneros! Para esto vivió y por esto murió el P. Lerchundi. Si toda vocación cristiana es esencialmente misionera, mucho más lo es nuestra vocación franciscana. Este componente evangelizador está en la raíz de nuestra vocación, como también lo estuvo en los orígenes de la conversión de Francisco al Evangelio. El evangelio de la misión marcó su vida. No esconder la luz es obligación de todo cristiano, mucho más del franciscano. El P. Lerchundi quiso ser fiel a esta vocación misionera allí donde le colocó la obediencia: la misión de Marruecos. Amó la misión, amó a sus gentes. Se esforzó por «meterse» en el pueblo y por conocer sus costumbres, su historia, su cultura, a través del aprendizaje de la lengua árabe. Cercano, tolerante, respetuoso, a la vez que siempre fiel a sí mismo. El P. Lerchundi, creemos, se adelantó a los tiempos y desarrolló un trabajo misionero y evangelizador, de matiz eminentemente franciscano, que integra valores de hoy, como la inculturación y el respeto sumo a los credos e idiosincrasia de los pueblos. 4. ¡Amad a los pobres! Uno de los rasgos de la actuación misionera del P. Lerchundi fue la cercanía y amor a los pobres y sus problemas. Durante su vida siempre lo tuvo en cuenta. Y curiosamente, su última realización fue pensando en los pobres. En 1895 fundó en Tánger una Asociación de Damas de Caridad para atender a los pobres que iban creciendo en una ciudad cada vez más populosa, prescindiendo de toda distinción de credo o nacionalidad. Comedor, ropero y limosnas fueron los tres servicios que mitigaron la indigencia de aquellos menesterosos, gracias a la caridad y gran sensibilidad del P. Lerchundi. 5. ¡Tened esperanza! Es la última lección que nos deja el P. Lerchundi: ¡mirad el futuro con esperanza! Ciertamente la situación actual no nos permite abrigar demasiadas ilusiones. El P. Lerchundi experimentó en su propia vida la penuria y precariedad en todo, en personas, en medios, que no en ilusiones. No obstante, como si se creciera ante las dificultades, arrostró con entusiasmo todos los obstáculos, y dejó, tras su muerte, una Misión restaurada, reorganizada, con personal, con vida y con futuro. Hasta aquí hemos ido desgranando la riqueza que se esconde tras su rica personalidad: vasco insigne, español convencido, profundo creyente, humilde franciscano, egregio misionero, amante de la Iglesia, puente entre dos culturas y credos religiosos, tolerante con todos, cercano al pueblo marroquí, respetuoso con sus valores, sensible a sus problemas y necesidades, «padre de los pobres». Su fino olfato misionero, su talante evangelizador, su modo franciscano de estar «en medio» de los musulmanes anticipan, en parte, la nueva mentalidad eclesial del Concilio Vaticano II. El P. Lerchundi se adelanta a la nueva sensibilidad de hoy en el campo de la evangelización, más respetuosa, más inculturada, más preocupada de ser sólo eso: presencia del Reino. ¡Ojalá aprendamos la lección de su vida y herencia! [Extraído de Onofre Núñez, Circular, en Boletín informativo interno de la Provincia Franciscana de Granada, n. 75 (abril 1996) 117-131] * * * JOSÉ LERCHUNDI, OFM,
Nacido en Orio, Guipúzcoa, en 1836 en tiempo de la exclaustración española, tenía un tío sacerdote y entró en contacto con franciscanos de Aránzazu que lo orientaron hacia el Colegio de misioneros para Marruecos y Tierra Santa en Priego (Cuenca), donde tomó el hábito religioso, realizó los estudios eclesiásticos y se ordenó de sacerdote en 1859. Tres años después, en 1862, se incorporó a la Misión de Marruecos, en la que pasó 15 años en Tetuán y 19 en Tánger; en total 34. Algunas realizaciones Basta el simple elenco de sus principales realizaciones para darse cuenta del dinamismo apostólico y de la apertura y universalidad de este gran misionero. Nada más llegar a Marruecos, se dedicó intensivamente al estudio de la lengua, la historia y la cultura del país. Ocho años después ya había preparado la primera gramática, todavía en uso, de árabe dialectal marroquí y un vocabulario hispano-arábigo, que lograría publicar en 1872 y 1890 respectivamente. También publicó en 1881 una Crestomatía hispano-arábiga en colaboración con el célebre arabista Simonet, de Granada. Fundó en Tetuán una escuela para el estudio del árabe. Como prefecto apostólico, amplió y construyó una serie de casas de la Misión en todo el país; y construyó varias escuelas de enseñanza primaria. En el campo de la sanidad, fundó primero un pequeño hospital, de pocas camas. En 1888 construyó el primer hospital moderno de Marruecos, en colaboración con el Gobierno español; y, en el mismo hospital, la primera Escuela de medicina del país. En 1892 ayudó al Dr. Latour a crear el Sanatorio marítimo de Chipiona, para niños escrofulosos y raquíticos. También emprendió acciones de tipo social, como la creación de talleres de carpintería y encuadernación, en Tánger, de una imprenta hispano-arábiga, de una cocina económica, y construyó 35 casas para familias pobres. Lerchundi fue un hombre de relaciones fraternas con todos. Su dominio del árabe le facilitaba esta labor. Así actuó como intérprete oficial de varias embajadas de Marruecos a Madrid y de España a Marruecos. Su iniciativa de mayor envergadura en este campo fue su intervención para que el sultán Hassan I de Marruecos enviase una embajada al Papa León XIII en 1888, de la que también él fue primer intérprete oficial. Tal embajada era un lejano preludio de los recientes encuentros entre S. M. Hassan II y S. S. Juan Pablo II en Roma en 1980 y en Casablanca en 1985 y de otros similares. Actitudes actuales Cien años después de su muerte, podemos reconocer en el misionero Lerchundi unas cuantas actitudes que todavía hoy resultan actuales y modélicas. Tales son, entre otras: - Su esfuerzo de inculturación. Lo manifestó en su amor a este país y a sus gentes y en sus trabajos para conocer y dar a conocer su lengua, su cultura, su geografía, sus costumbres. Llegó a un alto nivel de identificación con este país, hasta el punto de hablar de exilio cuando las autoridades españolas le obligaron a salir de él, a raíz de su nombramiento como prefecto apostólico en 1877. Este esfuerzo de inculturación se extendía también a los misioneros: con este fin creó la escuela de árabe de Tetuán y la de medicina en Tánger. - Su deseo de mantener relaciones amistosas con todos. Se nota, por ejemplo, en la correspondencia que conservamos, como muestra el Dr. Ibn Azzuz Hakim en su estudio sobre el tema; se nota también en su estilo de vida, plenamente inserto en la sociedad de entonces. En una entrevista reproducida por el semanario África del 21 de julio de 1888, el padre Lerchundi decía que la Misión tenía seis casas: «todas ellas con grandes escuelas, casas de caridad y maternidad, refugio constante de marroquíes, franceses e ingleses, pues a todos atendemos como hermanos, tengan la religión que quieran; porque la caridad no tiene límites ni barreras». Su amigo don Manuel de Tolosa Latour, en carta abierta a don Pedro de Alarcón, publicada en El Imparcial el 9 de octubre de 1887, dice del padre Lerchundi: «Dos libros solamente ha manejado durante su larga vida de misionero en Marruecos: el Evangelio, para consolar en nombre de Dios, y una Gramática, para que se hablaran y entendieran hermanos de raza». En la misma carta presenta al padre Lerchundi paseándose por Madrid con su gran amigo Ali al-Salawi. Aquella amistad entrañable que los unía demuestra, según el autor, «que ya no son necesarias abjuraciones sacrílegas ni expulsiones violentas, a fin de que los hombres vivan en el seno de una paz tan gloriosa para los pueblos como fecunda para la humanidad». - Su servicio al desarrollo integral del hombre, sin distinción alguna y con una clara preferencia por los pobres. En esta línea están todos sus proyectos en el campo de la enseñanza, de la sanidad, de la promoción social y cultural, de la beneficencia, en los que siempre buscó la colaboración de marroquíes. Refiriéndose a la Escuela de medicina, que funcionaba en el Hospital de Tánger, don Manuel de Tolosa Latour, en la carta antes citada, describe así la labor conjunta de españoles y marroquíes: «La escuela abre sus puertas al pordiosero de espíritu, al hambriento de saber, y cobija a todos con ese santo amor con que la ciencia de curar acoge en sus hospitales a los que sufren y padecen, sin preguntarles otra cosa que la intensidad de sus dolores para ayudarles. (...) En la Escuela de Tánger vi seis misioneros y seis jóvenes marroquíes (...) curando, bajo la dirección de un sabio médico español (...), multitud de infelices dolientes que antes abandonaban sus terribles heridas a la pasiva influencia de un fanatismo más o menos fervoroso, y hoy se cicatrizan rápidamente gracias a las curas antisépticas hechas con habilidad y exquisito tino por moros y cristianos. La medicina, con su benéfica influencia, ha unido manos que antes no podían tocarse sin mancilla. Y es que las buenas obras constituyen el lazo más firme para trabar los corazones». Obras como los talleres, la cocina económica y las casas para familias pobres son signos claros de las preferencias del padre Lerchundi, al que llamaban «padre de los pobres». - Su promoción del diálogo interreligioso "ante litteram". De hecho, tal como afirma el prólogo de Rudimentos, el padre Lerchundi concebía su vida en Marruecos como una vida en relación con todos y, por lo tanto, con musulmanes, judíos y cristianos. Él mismo señalaba expresamente en El Eco Mauritano del 10 de mayo de 1893, como criterio civilizador de Marruecos, «que hagamos las obras de caridad que podamos, sin atender si es moro o judío, amigo o enemigo. Que enseñemos siempre de palabra y por escrito doctrinas sanas y morales, pero absteniéndonos (...) de herir a alguno en sus creencias religiosas». De hecho, toda su vida de misionero en Marruecos se desarrolló en esta clave de relaciones positivas y amistosas con musulmanes, judíos y cristianos, aunque también vivió momentos conflictivos esporádicos con algún grupo judío y protestante. Su actividad diplomática entre españoles y marroquíes y entre la Santa Sede y el Sultán constituyen una modalidad de diálogo interreligioso. Lerchundi participó, sin duda, en la preparación del informe de la nunciatura de Madrid, de mayo de 1880, previo a la Conferencia celebrada en dicha ciudad, del 19 de mayo al 3 de julio del mismo año. En aquella Conferencia, la Santa Sede pidió que en Marruecos se reconociese la libertad de conciencia y de culto católico, no sólo para los extranjeros, sino también para los nacionales, «sin que por este motivo tuviesen que sufrir daño o perjuicio en sus derechos civiles y políticos». Resultan ejemplares las conversaciones de Lerchundi con el Sultán en mayo de 1882 en Marrakech, que él mismo describe así: «En la primera, que duró dos horas, me preguntó por nuestra religión y por nuestro género de vida. Le respondí explicándole los santos votos y los puntos principales de nuestra seráfica Regla». Sabemos, a través de su correspondencia, de musulmanes que le piden oraciones o se las prometen en casos de enfermedad u otros. Por ejemplo, Ali al-Salawi le decía en su última carta, del 3 de febrero de 1896: «Seguimos fieles a nuestro compromiso ante Dios de seros fieles: preguntamos por vos en todo momento y pedimos a Dios que os conserve para nosotros». El periódico El Liberal, del 7 de octubre de 1889, hablando de un baile organizado por la embajada de España en Tánger con ocasión de una visita del Sultán a esta ciudad, presenta al padre Lerchundi como elemento de unión entre musulmanes, judíos y cristianos, gracias a sus dotes musicales: «Allí se han reunido creyentes de todas las religiones: el inglés protestante, el español católico, el marroquí mahometano, el paria judío. Ninguno ha recordado las diferencias de religión (...). Y allí, entre aquellos protestantes, musulmanes, católicos y judíos, ha hecho papel principalísimo nuestro padre Lerchundi que, a ruegos de los diversos creyentes, separados en religión, pero unidos por el sentimiento universal, lució su maestría en el piano. Se olvidó al fraile y no se vio más que al artista (...). Que se persuadan moros y judíos de que nuestro padre Lerchundi, asistiendo al baile diplomático y emulando en el piano a Mozart y Beethoven, no es ya el fraile de la España de los autos de fe y del odio secular contra el infiel marroquí». Consecuencia lógica de esta vida de relación, de entendimiento y amistad entre cristianos, musulmanes y judíos, fue su entierro, donde las distintas comunidades se unieron masivamente para despedir a quien todos apreciaban. Conclusión Hombre de Dios y hombre de Iglesia, misionero en un país musulmán, Lerchundi es una de esas figuras excepcionales del siglo XIX que, como Comboni, Lavigerie y otros, aunque con rasgos muy peculiares, pasaron por África haciendo el bien, como servidores del reino de Dios, que «se realiza progresivamente, a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente» (Redemptoris missio, 15). Nótese que los caminos de la Misión recorridos por Lerchundi están en la línea de los señalados en la encíclica Redemptoris missio, capítulo V, y en la exhortación apostólica Ecclesia in África, capítulo III. En estos tiempos en que, por una parte, abundan las mentalidades y actitudes estrechas y exclusivistas en distintos campos, incluido el religioso, y, por otra, somos cada vez más conscientes de la necesidad de la apertura, el diálogo y la colaboración entre los hombres y los pueblos, el recuerdo del padre Lerchundi, hombre puente entre Norte y Sur, entre España y Marruecos, entre musulmanes, judíos y cristianos, nos estimula y nos llena de esperanza. Lerchundi decía que el Señor le había concedido «una decidida vocación para ser misionero franciscano». A lo largo de su vida en Marruecos realizó a la perfección el programa señalado por san Francisco a los hermanos que se sienten llamados por Dios a vivir entre musulmanes: asimiló su lengua y su cultura, cultivó relaciones amistosas con todos, sirvió cuanto pudo, sin negar nunca su condición de cristiano. Salvadas las distancias, su vida, como la de Jesús, puede resumirse en estas cuatro palabras: «Pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). [Antonio Peteiro, Arzobispo de Tánger, en L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 25-X-1996] * * * La revista de estudios históricos Archivo Ibero-Americano dedicó un número doble, 223-224, julio-diciembre de 1996, Año LVI, pp. 481-927, al P. Lerchundi, en el centenario de su muerte (1896-1996), como homenaje a él y a la Misión de Marruecos. Ofrecemos a continuación el sumario: El Director de Archivo: El Centenario del P. Lerchundi y la Misión de Marruecos en A. I. A., pp. 481-485. Azzuz Hakim, Mohammed Ibn: La figura del padre Lerchundi en el seno de la sociedad marroquí, pp. 487-507. Calvo Moralejo, Gaspar: El P. Lerchundi. Notas para su biografía, pp. 509-537. Herrero Muñoz-Cobo, Bárbara: Novedades en la obra lingüística del padre José Lerchundi, pp. 539-551. Lourido Díaz, Ramón: Documentos de la S. C. de Propaganda Fide y la Prefectura Apostólica de Marruecos en tiempos del P. Lerchundi, pp. 553-591. Lourido Díaz, Ramón: Fuentes documentales y bibliográficas sobre el P. Lerchundi, pp. 593-598. Lourido Díaz, Ramón: Las instituciones médico-sanitarias creadas por iniciativa del P. Lerchundi, pp. 599-630. Lourido Díaz, Ramón: El padre Lerchundi, puente de enlace entre los arabistas europeos y los intelectuales marroquíes, pp. 631-658. Lourido Díaz, Ramón: La tipografía hispano-árabe de la Misión Franciscana de Marruecos, pp. 659-677. Lourido Díaz, Ramón: El P. Lerchundi y las peculiares motivaciones de su acción socio-cultural en Marruecos, pp. 679-726. Peteiro, Antonio: El padre Lerchundi, hombre de Iglesia y renovador de la Misión Franciscana de Marruecos, pp. 727-753. La Fundación Lerchundi, pp 754-755. Vallecillo Martín, Miguel: Actitudes y realizaciones del P. Lerchundi en el campo educativo, pp. 757-808. Vallecillo Martín, Miguel: El P. Lerchundi y los Colegios de Misiones de Santiago y Chipiona, pp. 809-927. |
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