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ISABEL DE VILLENA, O. S. C.
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Isabel de Villena (en el siglo Leonor), monja clarisa y escritora española, nació en Valencia hacia el año 1430 y murió allí mismo en 1490. Era hija natural de don Enrique de Villena, y profesó por voluntad propia en el convento de la Santísima Trinidad de las clarisas de Valencia. Entre 1463 y 1490 gobernó este monasterio como abadesa, y para sus monjas escribió, en valenciano, una vida de Jesucristo, Vita Christi, llena de citas de clásicos, y otros textos. El relato está lleno de vivas descripciones realistas, dando una visión elegante y fresca de las costumbres de la aristocracia contemporánea. Junto a los personajes evangélicos, sobre todo la Virgen María, a la que dedica una atención especial, Isabel crea una serie de personificaciones femeninas de la Pureza, la Humildad y la Contemplación, que aumentan el carácter humanista del relato. El texto también contesta, por su gran defensa de las mujeres, a la misoginia del Espejo, de Jaume Roig, autor al que conoció. [Cf. C. Segura Graíño, Diccionario de mujeres célebres, Madrid, Ed. Espasa Calpe, 1998, p. 710]. * * * * * ISABEL DE VILLENA, O. S. C. Sor Isabel de Villena nació, probablemente en Valencia, el año 1430 y murió en la misma ciudad el 2 de julio de 1490. Escritora ascética. Hija natural de D. Enrique de Villena y Vega (1384-1434), tío del rey D. Juan II de Castilla. Huérfana de padre antes de los cuatro años y de madre, según se cree, la reina Dña. María de Castilla, mujer de Alfonso V de Aragón y prima hermana de Isabel la Católica, la educó en su corte valenciana. Tomó el hábito en el real convento de clarisas franciscanas de la Santísima Trinidad de Valencia (28-II-1445), en el cual profesó (25-III-1446) y fue abadesa (26-III-1463) hasta su muerte. Su nombre propio era el de Leonor Manuel, que trocó por el de Isabel al entrar en religión. Famosa por su vida espiritual, no lo fue menos por su amor a las letras. Debió de reunir en su convento una buena biblioteca. Sin duda por esto, micer Jaime Exarch, canónigo, pavorde, y vicario general del cardenal Rodrigo de Borja en Valencia, legó su librería a la madre Villena. Bernat Fenollar y Pere Martines le dedicaron Lo Passi en cobles (1493), y Miguel Pérez, la traducción valenciana del Kempis, Menyspreu del mon (1491). Isabel de Villena pidió al venerable Jaime Pérez, obispo auxiliar de Rodrigo de Borja en Valencia, que escribiera una explicación del Magníficat, lo que hizo en 1485 con una carta dedicatoria. OBRAS: Vita Christi, Valencia 1497 y 1513, Barcelona 1527. Se le atribuyen varios tratados y sermones y otra célebre obra mística Speculum animae, hoy perdidos. Agustín Sales todavía vio el Speculum en 1761 en el mismo monasterio. Bibliografía: A. Sales, Historia del Real Monasterio de la Stma. Trinidad, religiosas de Santa Clara, de la Regular Observancia, fuera los muros de Valencia, sacada de los originales de su archivo..., Valencia 1761. [R. Robres, s.v. Villena, Isabel de, en Q. Aldea (dir), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, IV, Madrid 1975, 2768]. * * * * * ISABEL DE VILLENA, O. S. C. Sor Isabel De Villena (1430-1490), religiosa clarisa, autora de varios tratados de espiritualidad. Nació hacia 1430, en Valencia. Se llamaba Leonor Manuel de Villena, hija natural de Enrique de Villena y Vega, nieto del rey Enrique II de Castilla. Huérfana a los cuatro años, fue educada por la reina María de Castilla, esposa del rey Alfonso V el Magnánimo, en su palacio de Valencia. El 28 de febrero de 1445 ingresó en el monasterio de la Santísima Trinidad, de religiosas franciscanas clarisas, que había sido fundado por la misma Reina un año antes. Desde el primer momento se esforzó por poner en práctica las virtudes cristianas y se dedicó de modo especial al estudio de la Sagrada Escritura. El 26 de marzo de 1463 fue elegida abadesa del monasterio, cargo que desempeñó hasta su muerte. Isabel de Villena fue protagonista del ambiente cultural del Siglo de Oro valenciano. El panorama cultural de Valencia en aquellos tiempos aparece particularmente animado y complejo. La introducción de la imprenta (1473) y las relaciones con Italia, entre otras causas, determinaron el surgimiento del Renacimiento local, que incluye paradigmáticamente las corrientes ideológicas y científicas más representativas de la época. La abadesa del monasterio de la Santísima Trinidad, desde su clausura, no estuvo ausente del movimiento literario que hubo en su época, y reunió en su convento una buena biblioteca. Escribió la Vita Christi, obra que desarrolla los misterios de Cristo, desde la Concepción Inmaculada de su Madre hasta la Ascensión del Señor. Escrita en valenciano, con estilo elegante, con cláusulas doctas y con gran expresividad de lenguaje. Adquiere especial significación la simpatía con que trata a las mujeres del Evangelio, sobre todo a María Magdalena, y el protagonismo que les concede. Dedicó la obra a la reina Isabel la Católica, que deseaba con interés leerla. Se imprimió por vez primera el 22 de agosto de 1497, por orden de sor Aldonza Monsoriu, sucesora de Isabel de Villena como abadesa de su monasterio. Escribió también unos sermones y la obra mística Speculum animae, que no han llegado a la actualidad. A instancias suyas Jaime Pérez, obispo auxiliar de Valencia, escribió un comentario al Magníficat en 1485, que se lo dedicó. Falleció piadosamente el 2 de julio de 1490. [A. Llin, Modelos de vida cristiana. Valencia, Edicep, 1999, pp. 21-22]. * * * * * ISABEL DE VILLENA, O. S. C. Sor Isabel de Villena, célebre Abadesa del Monasterio de la Trinidad en Valencia, se llamó en el siglo Leonor-Manuel de Villena; fue hija natural del famoso Marqués de Villena, D. Enrique de Aragón; biznieta de D. Alonso de Aragón, primer Duque real de Gandía y nieta de Juana, hija natural de Enrique II de Castilla, y por tanto, emparentada con las Cortes de Aragón y de Castilla. Nació en Valencia en 1430 y se educó junto a su tía [o prima], la Reina Dña. María de Castilla, y apenas fundado por ésta el Real Monasterio de la Trinidad, fue la primera que entró en el mismo como novicia; vistió el hábito de santa Clara el 28 de febrero de 1446, a la edad de 16 años, tomando entonces el nombre de Sor Isabel de Villena. En 1463, por la muerte de Sor Isabel de Solsona, última Abadesa, fue nombrada ella nueva Abadesa de su Real Monasterio, cargo del que tomó posesión el 26 de marzo y que desempeñó hasta su muerte. Paulo II, con fecha 7 de marzo de 1465, subsanó esta elección, dispensando a Sor Isabel del defectu natalium (BF, II, n. 1282). Murió Sor Isabel el 2 de julio de 1490, víctima de la peste, a los 60 años de edad, 45 de religión y 27 de cargo de abadesa. Escribió, en buen valenciano, su Vita Christi de la Reverent Abadessa de la Trinitat (Valencia, Lope de la Roca, 1497), obra considerada como clásica dentro de su género, e impresa a expensas de Sor Aldonza Monsoriu, sucesora de Sor Isabel en el cargo de abadesa, y dedicada a Isabel la Católica, que mostró deseos de leerla. Se reimprimió en Valencia en 1513 y otra vez en Barcelona el año 1527. [Conrado Ángel, Religiosos ilustres de las Seráficas Provincias de Valencia. Petra (Mallorca), Apóstol y Civilizador, 1988, pp. 42-43]. * * * * * ISABEL DE VILLENA, O. S. C. Isabel de Villena nació en Valencia el año 1430, y murió allí mismo en 1490. Religiosa clarisa y escritora. Su nombre en el siglo fue el de Elionor (o Leonor) Manuel de Villena, y fue hija de Enrique de Villena, señor de Iniesta, después de haber sido desposeído de otros títulos, y descendiente, por tanto, de Enrique II de Castilla y de Jaime II de Aragón. Tras haber vivido en el palacio real de Valencia, junto a la reina María, esposa de Alfonso el Magnánimo, ingresó en 1445 en el monasterio de religiosas clarisas de la Trinidad, de Valencia, en el que fue abadesa desde 1463 hasta su muerte. Su elección para este cargo fue rodeada por comentaristas posteriores de hechos fantásticos que indicaban que «era voluntad de Dios que fuera elegida abadesa sor Isabel». Mujer culta, estuvo relacionada con escritores de la época, entre ellos Jaume Roig, y le fueron dedicadas obras de poetas contemporáneos, tales como Miquel Peres, Jaume Peres, Bernat Fenollar y Pere Martines. Fue autora de una Vita Christi, editada por su sucesora Aldonça de Montsoriu, quien la dedicó a Isabel la Católica con estas frases: «Sor Isabel de Villena lo ha hecho, sor Isabel de Villena lo ha compuesto, sor Isabel de Villena con estilo elegante y dulce lo ha ordenado, no solamente para sus devotas hermanas e hijas de obediencia que en la encerrada casa de este monasterio habitan, sino también para todos los que en esta breve, enojosa y transitoria vida viven». La autora narra en dicha biografía, la Vita Christi, los hechos de la vida de Jesucristo, siguiendo el texto de los Evangelios, ampliando ciertos episodios e intercalando escenas alegóricas, citas clásicas y patrísticas, y comentarios piadosos. El texto queda ordenado en dos niveles distintos: el de los sucesos narrados por los evangelistas y el de los hechos sobrenaturales relacionados con los primeros. El estilo empleado es familiar, lento, gráfico y ligeramente moroso. El léxico es popular y expresivo, así como la sintaxis. Se ha señalado que la autora concibe la organización del mundo divino siguiendo las pautas de la corte real, en la que había transcurrido su infancia. [F. Pérez Moragón, s.v. Villena, Isabel de, en Gran Enciclopedia de la Región Valenciana. Tomo XII. Valencia 1973, pp. 244-245] * * * * * ISABEL DE VILLENA, O. S. C. [Rasgos de su vida y de su entorno, entresacados del estudio introductorio de J. Albiñana a la edición de la Vita Christi de Sor Isabel de Villena, Valencia 1992]. El monasterio de la Trinidad de Valencia fue fundado por Dña. María de Castilla (1401-1458), esposa de Alfonso V el Magnánimo. Su primera comunidad la formaron diecisiete monjas clarisas, incluida la abadesa, procedentes del monasterio de Gandía, a las que pronto se unieron nuevas vocaciones de jóvenes valencianas, siendo la primera Leonor-Manuel de Villena, en el claustro Sor Isabel de Villena, hija natural del famoso Enrique de Villena y Vega (1384-1434). La nobleza de la sangre le venía a Sor Isabel por las dos ramas, tanto por la de Castilla como por la de Aragón. En efecto, su padre era, por la rama castellana, nieto del rey Enrique II de Castilla e hijo de la princesa bastarda Juana, primo hermano del rey Enrique III y tío de la reina María de Castilla, la esposa de Alfonso V el Magnánimo. Por la rama de Aragón era rebisnieto de Jaime II, biznieto de Pedro de Aragón, nieto de Alfonso I duque real de Gandía, e hijo de Pedro de Villena. Según nuestros estudios, Sor Isabel aparece no como sobrina sino como prima tanto de María de Castilla como de su marido Alfonso V. También aparece Sor Isabel como prima hermana de Dña. Catalina, señora de Cortes y gran bienhechora del monasterio de la Trinidad, ya que ésta era hija de D. Galvany, hermano del padre de Isabel. No se sabe nada sobre la madre de Sor Isabel, aunque la mayoría de autores dice que fue valenciana. Lo cierto es que Leonor Manuel, nacida en 1430, huérfana de padre, o tal vez de padre y de madre, aparece a los cuatro añitos de edad en el palacio real de Valencia junto a su prima la reina Dña. María de Castilla, hija del rey Enrique III y de Catalina de Lancaster, hermana del rey Juan II y tía carnal de Isabel la Católica. Nacida en Segovia en 1401, contrajo matrimonio en Valencia, el año 1415, con su primo Alfonso, llamado El Magnánimo, hijo de Fernando de Antequera. Dios no le dio hijos a Dña. María, pero fue una gran reina, muy querida por los valencianos tanto por sus virtudes como por su manera de gobernar en los repetidos y prolongados períodos en que su esposo andaba por tierras de Italia. La pequeña Leonor Manuel creció en el palacio real de Valencia, educada como una princesa. La vida ejemplar de Dña. María y sin duda sus consejos fueron dibujando en el alma de aquella privilegiada criatura la vocación religiosa. Muy joven, antes de cumplir los dieciséis años, eligió el monasterio de la Trinidad, que su prima estaba construyendo con todo cariño, para consagrarse al Señor. Como hemos dicho, después de la llegada de las monjas procedentes del convento de Gandía, el de la Trinidad se vio pronto enriquecido con nuevas vocaciones; la primera fue Dña. Leonor, que tomó el hábito el 28 de febrero de 1445 y cambió su nombre de pila por el de Sor Isabel de Villena; el 25 de marzo de 1446, fiesta de la Anunciación, hizo su profesión religiosa. En el claustro pasó sus mejores horas junto a la reina, cuando ésta se retiraba allí para vivir como una simple religiosa; aún ahora enseñan las monjas a los visitantes lo que ellas llaman el Tocador de la reina, que es el espacio que ésta preparó para sí misma al construir el monasterio, en lugar apartado pero dentro de la clausura, con autorización papal. La reina Dña. María murió el 30 de agosto de 1458, y la antorcha del amor franciscano que enarbolaba ella iba a pasar a manos de aquella niña a la que había acogido en su palacio y que, a la edad de 34, sería nombrada abadesa del monasterio, para completar en el mismo con su gusto exquisito las obras que había comenzado su prima la reina. La primera abadesa del monasterio de la Trinidad, nombrada por la reina, fue Sor Violante del Poyo, que ya lo era en el convento de Gandía y que murió en 1461; le sucedió Sor Isabel de Solsona, profesa en Gandía y vicaria en Valencia, que duró poco en el cargo porque falleció el 25 de marzo de 1462. A ésta la sustituyó nuestra Sor Isabel, como abadesa perpetua, que gobernó el monasterio hasta su muerte. Su nombramiento nos ha llegado envuelto en leyendas y fenómenos milagrosos. La verdad es que sus monjas la tuvieron por virtuosísima, pues a todas excedía en virtudes y perfección. El paso de Sor Isabel por el monasterio de la Trinidad no fue como una apoteosis esplendorosa en una noche de fuegos artificiales. Fue más bien como una estela de luz, que aún hoy sigue iluminando a las religiosas del monasterio. Consciente de su responsabilidad de abadesa, se propuso con mucha seriedad no sólo la culminación de las obras materiales que con tanta ilusión había comenzado su prima, la reina María, sino también, y sobre todo, la reforma moral y espiritual de las monjas en el marco de una época difícil como era aquella del siglo XV valenciano, próspera en demografía, industria, comercio, agricultura, artes, letras y ciencias, pero no tan loable en cuanto a espiritualidad y buenas costumbres. Su preocupación era modelar las almas de aquellas religiosas a imagen de Cristo, tal como la había concebido en su Regla San Francisco de Asís y, en la vertiente femenina, la madre Santa Clara. Sor Isabel echó mano de sus cualidades innatas, su gran inteligencia, la exquisita educación recibida en la corte real, su tacto delicado y el respeto debido a los demás, para ir modelando las almas de aquellas jóvenes valencianas que llamaban con frecuencia a la puerta del convento: eran numerosas y abundaban las de alta categoría social. La santidad y la fiel observancia de la Regla de estas religiosas saltaron los muros de su convento y contribuyeron eficazmente a la reforma de otros como los de Barcelona, Mallorca, Játiva, Teruel, y los valencianos de Santa Clara y de Jerusalén. Los hombres cultos de aquel tiempo admiraban y reverenciaban a la abadesa Villena, pero sobre todo hay que destacar la gran confianza y admiración de todo el pueblo valenciano a estas monjas, a las que acudía en los momentos difíciles apelando a su poder de intercesión. Atención particular merecen las relaciones de la abadesa con el rey Fernando el Católico. Fueron muy cordiales, como lo testifican, por ejemplo, los siguientes hechos. Don Fernando manifestó su gran confianza en la abadesa Sor Isabel, su pariente, al entregarle a su hija natural, María de Aragón, para que la cuidara y educara dentro de la clausura del monasterio. Sor Isabel hace constar, en un documento escrito de su propia mano, que Dña. María de Aragón, hija de D. Fernando, rey de Aragón y de Castilla, fue llevada al monasterio, por mandato de su padre, el 13 de febrero de 1484, cuando tenía cinco años y cerca de dos meses, pues nació el día de la Esperanza, que es el 18 de diciembre. Más tarde, la hija de D. Fernando hizo su profesión religiosa, convirtiéndose en Sor María de Aragón y perseverando en el mismo monasterio hasta su muerte, ocurrida el 5 de septiembre de 1510, a los 26 años de su edad. Fue enterrada en modesto mausoleo bajo el coro de la iglesia, a la parte derecha, donde antes de la revolución de 1936-39 se veía su lápida funeraria. Por otra parte, el rey D. Fernando donó en 1487 al monasterio de la Trinidad, como ampliación del mismo, el convento franciscano de Santo Espíritu del Monte (Gilet) con todos sus derechos y dominios. Este convento había sido fundado en 1404 por la reina Dña. María de Luna, esposa de Martín el Humano, cuando tenía ella de consejero espiritual al franciscano Francisco Eximenis. D. Fernando se considera sucesor de los fundadores María y Martín, de los que es biznieto, y entrega el convento a las clarisas para que lo habiten dependiendo y en estrecha comunión con la abadesa y comunidad del monasterio de la Trinidad. Al parecer, las monjas no llegaron a establecerse en Santo Espíritu, donde siguen hasta hoy los franciscanos. Además, Fernando el Católico hizo importantes concesiones de carácter económico a Sor Isabel y su monasterio, que facilitaron a la abadesa la continuación de las obras emprendidas por Dña. María de Castilla. Pero las obras materiales, con ser muchas e importantes, no pueden compararse con el ejemplo y la dedicación con que Sor Isabel se entregó a la formación espiritual de aquellas religiosas que habían abrazado, y profesado con votos, una forma de vida según la Regla franciscana, iluminada por una fuerte espiritualidad en el marco de una vida en pobreza y austeridad. Y en ese marco sublime, que sólo los escogidos saben paladear, vivió y murió Sor Isabel de Villena, la abadesa más importante que ha tenido el monasterio de la Trinidad de Valencia. Sor Aldonça de Monsoriu, sucesora suya en el cargo y editora de su Vita Christi, deja en esta obra una nota en la que dice que, entre las numerosas muertes del año 1490 a causa de la peste, el 2 de julio, viernes, día de la Visitación de Ntra. Señora, a los 60 años de su virtuosa edad, Sor Isabel terminó su vida mortal para pasar a la inmortal, y experimentar así la excelencia y fiesta que había querido describir, y recibir en la patria eterna una cumplida retribución de los de los 45 años tan provechosamente pasados en el monasterio, durante 27 de los cuales había sido meritoriamente prelada o abadesa. No nos es fácil descubrir en qué escuela adquirió Sor Isabel su formación teológica, ni quiénes fueron sus maestros y los libros que utilizó. En la corte de la reina Dña. María, donde Isabel creció y se educó, aparecen los nombres de sacerdotes seculares, de franciscanos y dominicos, confesores y consejeros de la reina, algunos de los cuales pasaban la vida en palacio. No es de extrañar que la reina, tan interesada en los temas religiosos, destinara a alguno de estos grandes maestros a la educación y formación de su prima, a la que consideraba como hija suya y a la que hizo tratar en palacio como princesa. Es cierto que en la corte real aparecen maestros muy significados, como el dominico Pedro Queralt, predicador en las exequias de Dña. María, que la había fascinado con su brillante oratoria en las cortes de Villafranca; la reina se dejó influir por los dominicos hasta el punto de suspender en 1452 el decreto que ella misma había dado, por influencia franciscana, en defensa de la Inmaculada Concepción alegando como razón de su obrar así «que no es de nuestra incumbencia examinar ni juzgar opiniones defendidas por teólogos eminentes». Este decreto tuvo que dolerle en lo más profundo del alma a Sor Isabel, ya monja clarisa profesa, y por eso escribiría más tarde, poniéndolas en boca de Jesús, estas durísimas palabras contra los detractores del misterio de la Inmaculada Concepción: «Yo, que por naturaleza soy clemente y omnipotente, he preservado a mi madre de aquella ley común que hice, airado por el pecado de Adán, que todos los hijos de él en adelante fuesen concebidos en pecado, la cual ley no fue hecha para mi madre. Y os digo que es muy miserable de corazón quien cree lo contrario, y es de rústica naturaleza quien quiera igualarla en todo a las otras criaturas, y más bestia que persona quien no sabe hacer diferencia de persona a persona, porque ésta a quien tal dignidad se comunica de ser madre mía no debe ser igualada con las otras, antes bien sobre todas exaltada, loada y magnificada». Sea lo que fuere, lo cierto e irrebatible es que Sor Isabel de Villena se nos presenta en su Vita Christi como una mujer que sabía -cosa rara en su época- mucha teología y que tuvo el don de revestir con el ropaje de las figuras literarias y de una depurada expresión valenciana la mejor Vita Christi de su tiempo, convertida realmente en una selecta mariología. A este respecto escribía Jaime Barrera que Sor Isabel de Villena iguala en riqueza teológica y en erudición a todos los autores de las Vita Christi, aunque se llamen Ludolfo de Sajonia, e incluso los supera en riqueza literaria, en gracia discretamente retórica y en fantasía, cualidad nada despreciable en un artista. En la misma línea, D. Ramón Arnau, en un trabajo de investigación teológica, escribe: «El lector de la Vita Christi de Sor Isabel de Villena, a poco avezado que esté en el manejo de los libros homónimos aparecidos entre los siglos XIV y XV, halla en el de la Abadesa de la Trinidad un algo de peculiar que lo distingue de los restantes. Varias son las notas desde las que pueden establecerse las diferencias entre ellas, aunque en verdad lo que identifica la Vita Christi de Sor Isabel no es esta o aquella singularidad, sino la original contextura teológica que la armoniza. [...] Villena no fue una profesional de la teología, ello no quiere decir que no la conociese bien o que a la hora de escribir su obra no lo hiciese con preocupación y con esquema teológicos. La Vita Christi de Sor Isabel es, además de un tratado de espiritualidad, un auténtico libro de teología». La clarisa Sor Isabel era, por supuesto, una franciscana de hábito y de corazón, así como de estudio y de formación. Durante su permanencia en el palacio real, la mayor parte de los religiosos que aparecen por allí son franciscanos. Y sin duda, alguna lección debieron darle aquellos sabios y venerables frailes. Es cierto, aunque con un mínimo de reserva, que desde que tomó el hábito en el monasterio de la Trinidad hasta su muerte, estuvo en contacto con los frailes del Real Convento de San Francisco de Valencia, los cuales sobresalían por su fama de santos y de sabios. Los autores franciscanos, desde el Doctor seráfico San Buenaventura hasta el Doctor sutil el Beato Juan Duns Escoto y sus más destacados discípulos, eran leídos y estudiados en Valencia en tiempos de Sor Isabel. La famosa abadesa no se quedaba atrás, dedicando muchas horas de su recogida vida de claustro al estudio. Su gran ingenio y su envidiable capacidad de síntesis la hicieron capaz de regalarnos ese cúmulo de citas bíblicas y patrísticas en su obra. Con gran destreza lo hace notar Jaime Barrera: «Hay que remarcar que Sor Isabel nunca cita el nombre de ninguno de los autores que centenares de veces pone a contribución de su narración, y uno se encuentra con la cita patrística como con una perla caída de la pluma abacial de Sor Isabel; la doctrina que entraña la cita parece que mana ex visceribus rei, de las entrañas del asunto, como quieren los que han estudiado preceptiva literaria en la escuela de Quintiliano. Así evita el tono doctoral del dice San Bernardo, cuenta Hugo de San Víctor; y el libro de la monja, ya sólo por este motivo, desovilla con más naturalidad y menos énfasis el hilo de oro de su prosa mística». Dentro del tema de la formación teológica de nuestra clarisa conviene recordar estas palabras de Alberto G. Hauf i Valls en su importante estudio sobre la Vita Christi de Sor Isabel de Villena: «Sor Isabel estaba, al parecer, muy bien relacionada con la flor y nata de la intelligensia valenciana del momento y consta que había rogado al obispo Jaume Péreç que preparara para ella comentarios de los salmos, de los himnos feriales y de textos de S. Ambrosio y de S. Agustín, así como una exposición del Magníficat que ha llegado a nosotros y cuyo prólogo, escrito como el resto del libro, en un latín nada despreciable, dice muchísimo de la curiosidad intelectual y de la formación teológica de la monja». Alguien ha querido comparar a Sor Isabel de Villena y a Sor María Jesús de Ágreda. La verdad es que son dos mujeres, dos monjas, dos abadesas, dos autoras de la vida de Jesucristo; pero dos formas muy diferentes de concebir esa vida y su expresión literaria. No cabe duda de que Sor Isabel fue en su tiempo un verdadero ejemplo entre las mujeres de la corte y del claustro. Bien se puede afirmar que fue como un símbolo de la mujer intelectual que se eleva, ayer y hoy, como modelo para todas las mujeres. Hay que tener presente que, a lo largo de los doce años de permanencia en el palacio real de Valencia, bajo la tutela de la reina María y en compañía de aquel grupo de personas distinguidas que la ayudaban en el gobierno, contó con buenos maestros para cultivar su inteligencia privilegiada. El simple estudio de la Vita Christi, aun limitándose a su estructura formal, nos revela un ser superdotado, con un bagaje de conocimientos y una facilidad de pluma nada comunes. Conocedora de nuestra literatura valenciana y de sus hombres más importantes, su dominio del lenguaje queda patente a través de su obra. En cuanto a libros, muy bien pudo haber utilizado los de la biblioteca de la reina María, en la que abundaban los de temas religiosos, tal como aparece en el Inventari publicado después de su muerte. Igualmente pudo usar los de la biblioteca de los franciscanos y los de las de otros contertulios suyos. Es admirable la facilidad que muestra Sor Isabel para traducir y glosar o comentar los textos latinos. Es más, cuando usa con reiteración en su obra como un sonsonete volent dir (quiere decir), no se limita a traducir el texto latino, sino que hace una verdadera exégesis o comentario, tal como hacían los Santos Padres y los mejores teólogos. Para entender esto hay que tener presente que en la Valencia del siglo XIV, según fray Francisco Eximenis, había buenos maestros para enseñar las principales lenguas, entre ellas el latín. Y no cabe duda que Isabel tuvo excelentes maestros, pues dominaba perfectamente la lengua latina. Podemos suponer que, dada su cultura, ya antes de entrar en el monasterio había recibido lecciones particulares de alguno de aquellos latinistas de la corte, tan acostumbrados a traducir y redactar los documentos reales, o de los religiosos que frecuentaban el palacio por razón de sus cargos o por la amistad que los unía a la reina, y que no eran pocos. En tiempo de Sor Isabel, el convento de la Trinidad debía ser un cenáculo literario al que acudían los grandes poetas y escritores valencianos. La alta consideración en que aquellos hombres importantes tenían a la abadesa se hace patente en la cantidad de escritos y obras que le dedicaron. Sor Isabel, a su vez, es heredera de un lenguaje ya perfectamente estructurado, hablado en la ciudad y en los pueblos del Reino de Valencia, y escrito por sus hombres de letras, muchos de los cuales frecuentaban el trato y la correspondencia con la abadesa de la Trinidad. Como resumen digamos que el estilo de Sor Isabel es sencillo y elegante, realista en las descripciones históricas, lleno de emoción y ternura al tratar las escenas de la infancia y de la muerte de Jesús, lírico en lo que se refiere a la mística, y popular en su conjunto, pero teniendo en cuenta lo que diría más tarde fray Luis de León en Los nombres de Cristo: «Que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido de ellas, y aún cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide, y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura». Digamos por último que las ediciones de la Vita Christi de Sor Isabel de Villena, en los treinta años siguientes a su muerte, a pesar de las dificultades y costes de la imprenta en aquel tiempo, fueron tres: la primera se imprimió en Valencia en 1497 y es considerada como la edición príncipe; la segunda se imprimió el año 1513 también en Valencia; la tercera, en cambio, se imprimió en Barcelona el año 1527. Y ya no se volvió a imprimir hasta el siglo XX. |
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