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GUILLERMO DE OCKHAM |
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[Del nombre de este personaje franciscano se dan diversas grafías: Ockham, Ockam, Occam, etc.] Ockham, filósofo y teólogo franciscano inglés, máximo representante de un radical nominalismo, nace al Sur de Londres, en una localidad llamada Ockham, tal vez en 1280, aunque otros opinan que entre 1295 y 1300. La fecha de su muerte también es incierta; posiblemente acaece hacia 1349, a partir de cuya fecha ya no se sabe nada de él, ó 1350. Se le suele llamar Venerabilis Inceptor, apodo tal vez debido o bien a que solamente tuvo el título de bachiller o bien a que, reuniendo los requisitos para el magisterio, nunca lo ejerció, posiblemente por lo discutido de sus doctrinas. En cuanto a estudios, siguió los normales de su época, quedando la duda de quiénes fueran sus maestros efectivos; probablemente pueda contarse entre ellos a Duns Escoto. En Oxford manifestó una peculiar personalidad, que le atrajo los primeros intentos de condena como herético por el canciller de la Universidad oxoniense, J. Lutterrell. Éste, no cejando en su esfuerzo por condenar a Ockham, acudió a Aviñón, al papa Juan XXII, en 1323. Al año siguiente, es llamado Ockham a la corte pontificia y se nombra un tribunal que habría de juzgar la ortodoxia o heterodoxia de su pensamiento. Después de tres años de deliberaciones, la sentencia del Papa es tan benévola que no satisface a Lutterrell, el cual insiste de nuevo con mayor dureza y con procedimientos tal vez no muy claros. Pero en esas fechas, surge un nuevo problema que hace pasar a segundo plano el caso concreto de las doctrinas de Ockham; se trata de un problema interno de la Orden franciscana. Dentro de ella había surgido una corriente renovadora, llamada «espiritual», partidaria de la no posesión de bienes materiales tanto en privado como en comunidad. El movimiento estaba encabezado por el mismo General de la Orden, Miguel de Cesena, al que se adhirieron otros dos franciscanos: Bonagracia y el propio Ockham. Desde el exterior, el emperador Luis IV de Baviera les defiende, frente al papa Juan XXII, y luego junto al antipapa Nicolás V, los cuales consideraban necesarios los bienes materiales y aportaciones económicas de la Orden franciscana. Todo ello hace que en 1326 huyan de Aviñón Cesena (llevándose el sello de la Orden), Bonagracia y Ockham, más otro franciscano que se les une a última hora, poniéndose al amparo de Luis de Baviera. La reacción de Juan XXII no se hizo esperar: excomulgó a los cuatro «espirituales» y destituyó de su cargo de General a Cesena, el cual, no obstante, siguió con el sello de la Orden franciscana en su poder. Esta época de estancia en Munich es de suma importancia para la vida de Ockham: pasa de escritor teórico de filosofía y teología a polemista; de su pluma salen numerosos escritos políticos en que ataca abiertamente al Papa y analiza los poderes civil y papal. Es un conjunto de obras en las que se encuentran cuestiones importantes para la Historia de las ideas políticas. Pero las circunstancias cambian poco a poco: Luis de Baviera es destituido en 1346 y muere al año siguiente. Igualmente mueren los tres compañeros de Ockham, con lo cual queda éste con el sello de la Orden, y como vicario de la Orden franciscana sediciosa. En 1348, Ockham entrega el sello y pide una reconciliación. El papa Clemente VI perdona a Ockham y le exige la firma de una serie de retractaciones. A partir de este momento, nada más se sabe de la vida de Ockham; se ignora si las llegó a firmar e incluso dónde y cuándo murió. En medio de esta vida azarosa la obra de Ockham es bastante extensa, pudiéndose distinguir en ella dos grupos: el de las obras puramente especulativas en las que, por este orden, tienen mayor importancia las de Lógica, Filosofía de la Naturaleza y Teología. El otro grupo es el de las obras polémicas a que antes se ha hecho referencia. Dentro de las primeras, pueden destacarse: diversos comentarios a Aristóteles, a Porfirio y a Pedro Lombardo. Aparte escribió diversas obras originales, dentro del primer grupo: Summa totius logicae, Compendium logicae, unos Quodlibetos, De Sacramento altaris, un tratado sobre la predestinación y presciencia divina, y una serie de Quaestiones; intermedios entre los meros comentarios y las obras personales son dos libros dedicados a la Física. Dentro del grupo segundo, se pueden destacar dos obras en defensa de su propia postura dentro de la Orden franciscana, más otras muchas en que se debate el problema de la potestad papal y civil, del Emperador y del Romano Pontífice, de los errores y herejías atribuidas por Ockham al papa Juan XXII y a Benedicto XII, y de la defensa del propio Emperador. Hay que añadir una serie de libros perdidos y otros calificados como apócrifos. [...] [Joaquín Lomba Fuentes, s.v. Ockham, Guillermo de, en Gran Enciclopedia Rialp. Tomo XVII. Madrid, Ed. Rialp, 1973, pp. 218-219]. * * * * * GUILLERMO DE
OCKHAM Abbagnano, en su Historia de la Filosofía, dice de Guillermo de Ockham que «es la última gran figura de la escolástica y al mismo tiempo la primera figura de la modernidad». Es un pensador bisagra de dos culturas limítrofes en el tiempo, pero muy distantes en sus intenciones y propósitos. De ahí que resulte un personaje muy discutido y sea valorado con criterios opuestos. El tiempo que separa a Ockham de Escoto, al que trata de corregir, es mínimo; sin embargo, el contexto histórico y los desafíos culturales son muy diversos. El final del ideal teocrático que acontece con la muerte de Bonifacio VIII (1303), el drama del cautiverio de Aviñón (1309-1377), el derrumbamiento del ideal imperial con la muerte de Enrique VII (1313) y el comienzo de la Guerra de los Cien Años (1337-1453), que debilitaba la unidad cristiana de la conciencia europea, eran circunstancias históricas que incidieron inevitablemente sobre la reflexión filosófico-teológico-política. Ockham ya no se mueve ni conmueve por llegar a las grandiosas síntesis de Alberto Magno, Tomás de Aquino, Buenaventura y Escoto. No le interesa tanto unir cuanto dar posible respuesta concreta a las realidades separadas y conflictivas de la cultura, de la Iglesia y de la política. Ockham tiene un fuerte sentido de lo concreto y de la libertad de las personas y de las complejas entidades sociales. Quiere liberar a la Iglesia del absolutismo en el poder político. Vive, siente y piensa en el contexto existencial de la separación real entre fe y razón, filosofía y teología, teología y política, Iglesia e Imperio. VIDA DE OCKHAM Guillermo de Occam u Ockham nació en el pueblo inglés de Ockham, en el condado de Surrey, cerca de Londres. Es posible que se llamara Guillermo Ockham, y que su apellido, pues, coincidiera simplemente con el nombre del lugar en donde nació. Su fecha de nacimiento no es conocida, pero se piensa sea hacia 1280, según Boehmer. En 1306 fue ordenado subdiácono y por entonces ya había entrado en la Orden franciscana. Estudió en Oxford. Entre 1315 y 1317 parece ser que tuvo un curso de Biblia, y entre 1317 y 1319 otro sobre las Sentencias. Los años 1319-1324 los dedicó al estudio y a la composición de escritos filosófico-teológicos. En 1324 se trasladó al convento franciscano de Aviñón, en cuya ciudad residía el papa Juan XXII, quien le llamó para que respondiese a las acusaciones de herejía que le había hecho el ex canciller de la Universidad de Oxford, Juan Lutterell, quien había mandado al Papa una lista de 56 proposiciones sacadas de una interpretación de Occam del libro de las Sentencias. Juan XXII nombró una comisión (Lutterell, Raimundo Bequini, Durando de San Porciano, Domingo Grima, el obispo de Belluno-Feltre y Juan Paynhota) que debía examinar las proposiciones sospechosas y valorar su ortodoxia. Después de tres años, la comisión presentó dos informes, y en el último se declaran 7 artículos explícitamente heréticos, 37 falsos, 4 ambiguos o audaces y 3 no son censurados. Pero el proceso no llegó a ningún efecto porque durante aquel tiempo Ockham huyó de Aviñón. En 1327, el general de la Orden, Miguel de Cesena, llegó a Aviñón a requerimientos de Juan XXII para que respondiera de sus ataques contra las normas papales sobre la pobreza evangélica. Cesena pidió la colaboración de Ockham; y en 1328 el general de la Orden se fugó de Aviñón, llevándose consigo a Ockham, a Francisco de Ascoli y a Buenagracia de Bérgamo, que fueron a Pisa para encontrarse con el emperador Luis el Bávaro, quien los llevó a Munich. Ello les acarreó la excomunión papal. Fue entonces cuando Ockham participó abiertamente en la lucha entre el Papa y el emperador, fijando su residencia en Munich. Según una leyenda, Ockham habría dicho a Luis el Bávaro: «O imperator, defende me gladio, et ego defendam te verbo» ("Oh emperador, defiéndeme con la espada, y yo te defenderé con la palabra"). Mientras algunas polémicas de Ockham contra Juan XXII, Benedicto XII y Clemente VI se referían a cuestiones teológicas, el punto nuclear de la confrontación era, sin duda, el problema de las relaciones entre el poder eclesiástico y el poder temporal. Ockham murió en dicha ciudad alemana en 1349, parece ser que víctima de la peste. Ha pasado a la historia con el título de Venerabilis inceptor. Inceptor (iniciador), porque no enseñó ni como doctor ni como profesor; y Venerabilis en cuanto fundador del nominalismo. Sus contemporáneos le llamaban Doctor invincibilis. OBRAS Y EDICIONES La obra primera y fundamental de Ockham es el Comentario a las Sentencias, siendo el primer libro mucho más amplio que los demás; siete libros de Quodlibetos; una Suma de toda la lógica; Exposición de Porfirio y de los Libros de los predicamentos de Aristóteles; Exposición sobre los libros elenchorum de Aristóteles; Exposición sobre los libros de Física de Aristóteles. Los Comentarios a algunos escritos lógicos del Organon de Aristóteles se conocen con el título de Expositio Aurea. En Munich escribió las siguientes obras: Opus Nonaginta dierum, el Dialogus, la Epistola ad fratres minores, el De dogmatibus papae Johannis XXII, el Tractatus contra Johannem XXII y el Tractatus contra Benedictum XII, el Compendium errorum papae Johannis XXII, las Allegationes de potestate imperiali, el Breviloguium de potestate papae, el Compendium logicae, el Elementarium logicae, la Consultatio de causa matrimoniali y el De imperatorum et pontificum potestate. Mientras que un equipo de la Universidad de Manchester hace la edición de las obras políticas de Ockham, el Instituto franciscano, vinculado a la Universidad de San Buenaventura (Nueva York), ha llevado a cabo la edición crítica de las obras filosóficas (6 volúmenes) y teológicas (9 volúmenes), de las que me sirvo aquí. [El P. Merino expone ampliamente a continuación, en sucesivos apartados, la doctrina de Ockham; aquí reproducimos únicamente los párrafos que siguen] POBREZA EVANGÉLICA Y PROPIEDAD PRIVADA Durante la estancia tumultuosa en Aviñón, Ockham se encontró con Miguel de Cesena, que había sido depuesto como general de la Orden por Juan XXII, y con Bonagracia de Bérgamo, docto fraile y procurador general de la Orden, que pasó un año en las cárceles pontificias por cuestiones de pobreza franciscana. Cesena encargó a Ockham que estudiara, analizara y comentara algunos escritos de Juan XXII sobre la pobreza: las constituciones Ad conditorem canonum (1322), Cum inter nonnullos (1323) y Quia quorundam mentes (1324), pero principalmente la bula Quia vir reprobus (1330), escrita contra el mismo Miguel de Cesena y contra los franciscanos que habían criticado las declaraciones del Papa. Como resultado de todo esto, Ockham escribió el Opus nonaginta dierum (entre 1333 y 1334), que no es un panfleto de un intelectual amargado y escrito desde la interesada emotividad, sino una reflexión teológica nacida en el conflicto y elaborada por quien está implicado en la cuestión, y en donde las acusaciones se hacen recíprocas. Como teólogo, acusa al Papa de errores y de herejías; como filósofo, ofrece su visión y solución al problema de la propiedad privada y al tema de la pobreza evangélica. Guillermo de Ockham analizó y criticó la tesis de Juan XXII que condenaba la doctrina de los franciscanos, según la cual la Orden sólo tiene el uso de los bienes y no su propiedad. Defiende la tesis de los franciscanos con argumentos teológicos, jurídicos y principalmente bíblicos. En el Evangelio se ve claramente que Cristo, dirigiéndose «a todos aquellos que quieren lograr la perfección, aconsejó abandonar todo dominio y propiedad, tanto individual como común. De hecho, el que vende todo y se lo da a los pobres, renuncia a toda propiedad tanto en particular como en común». Guillermo distingue claramente entre el derecho de usar algo y la propiedad sobre ello. Para el pensador inglés, el uso lícito no requiere la propiedad de la cosa, sino el permiso de usarla dado por el propietario. Por tanto, los franciscanos que usan cosas, con el permiso de los bienhechores, no adquieren ningún derecho sobre las cosas usadas ni pueden reivindicarlas en los tribunales. Poseer una cosa significa para Ockham poder disponer de ella libremente y poderla reivindicar jurídicamente en los tribunales. Para Ockham, tanto el poder poseer como el poder renunciar a la legítima posesión son derechos naturales y fundamentales del hombre, como ser singular y como ser comunitario. El derecho a la propiedad privada es un derecho natural e inviolable. Dios ha otorgado al hombre el poder disponer de los bienes creados según los dictámenes de la recta razón. El Estado no puede quitar a los hombres este derecho natural de la propiedad privada, aunque sí le compete regular el ejercicio de tal propiedad. Guillermo habla del derecho de poseer como un poder legítimo que está conforme a la recta razón. Este derecho de poseer puede provenir o de la misma ley natural o por derechos naturales adquiridos según una convención social admitida. El hombre, por ley natural, tiene derecho a la propiedad privada. Pero puede renunciar a ella libremente por una causa justa y racional, no por violencia o engaño. Juan XXII decía que la distinción entre el simple uso de las cosas y el derecho de usarlas era falsa. Por tanto, el derecho de usar algo implica tener derecho sobre ello. Era ilógico pretender que la Santa Sede tuviera todo el derecho sobre las cosas que usaban los franciscanos sin que éstos no tuvieran algún derecho sobre las mismas. Los franciscanos respondían que era posible renunciar al derecho de poseer y al mismo tiempo usar legítimamente de aquello a lo que libremente se ha renunciado. Para ello, Ockham distingue claramente entre el uso de derecho (usus iuris) y el uso de hecho (usus facti). Los franciscanos, renunciando al usus iuris, sólo pueden disponer legítimamente del usus facti, del uso simple de las cosas temporales, pues son simples usuarios, mientras que la Santa Sede tiene el dominio radical o el usus iuris. La cuestión sobre el tema de la pobreza aclara dos cosas fundamentales: a) filosófica y teológicamente la propiedad privada es de derecho natural; b) que el hombre puede renunciar voluntariamente y tal renuncia puede incluir incluso el mismo derecho de uso. CONCLUSIÓN Ockham no fue un pensador desconectado de la tradición ni tampoco fue una inteligencia errática. Sabía de dónde provenía y hacia dónde quería ir. Poseía un gran conocimiento de las obras de los grandes escolásticos y del mismo Aristóteles, pero fue un filósofo original, independiente y audaz. No fue demoledor ni destructor de la escolástica, como frecuentemente se le presenta, sino que le tocó vivir el último tramo de la escolástica, y con mente lúcida y ojo avizor se percató de que los planteamientos filosófico-teológicos anteriores ya no valían como solución adecuada a los nuevos desafíos culturales, sociales y políticos. Y así emprendió un nuevo camino, no con voluntad demoledora, sino con voluntad constructiva para ofrecer una respuesta cultural que él creía más acertada y más válida para los hombres de su tiempo. A Ockham hay que mirarle como fue: un filósofo-teólogo cristiano y un franciscano, no un escéptico ni empirista radical a lo moderno. La tesis de los que quieren ver en Ockham los gérmenes de las futuras corrientes escépticas van siendo totalmente superados cuando se estudia en su conjunto toda la obra ockhamista. Acertadamente ha escrito P. Vignaux a este respecto: «Vista de esta manera (en su contexto total) (la obra de Ockham) no implica el escepticismo que se ha creído encontrar en ella». Ockham ha estado muy presente en el pensamiento no sólo moderno, sino también contemporáneo. «El maestro de nuestros profesores, el genial Occam», lo define Ortega y Gasset (En torno a Galileo). Se podrá discutir sobre el modo de la presencia de Ockham en la modernidad, pero difícilmente se podrá negar el hecho. En tono comedido y razonable dice De Andrés: «Si no puede hablarse de una influencia directa de Ockham sobre la filosofía contemporánea, sí que es preciso, en cambio, constatar al menos la sintonía entre la reacción ockhamista frente al abstractismo del siglo XIII, con su decidida orientación hacia una ontología del singular concreto, y lo que la filosofía de nuestro tiempo representa de reacción frente a ese otro abstractismo del siglo XVIII y XIX, que es el Racionalismo y el Idealismo Alemán». Ockham siempre recordará al filósofo la propia vocación hacia el singular, el peligro de abstracciones inútiles y la necesidad de salvaguardar la libertad humana ante filisteos del pensamiento y de la acción. [Extraído de J. A. Merino, Historia de la filosofía franciscana, Madrid, BAC 525, 1993, pp. 285-369]. |
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