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S. S. Pablo
VI
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. | Deseamos dirigir un saludo particular a los miembros del consejo plenario de la Orden de Hermanos Menores, los cuales se encuentran reunidos estos días para examinar qué aplicación ha tenido el «aggiornamento» querido por el Concilio Vaticano II y codificado en las nuevas constituciones generales. En esta delicada tarea, hijos carísimos, queremos acompañaros con nuestros mejores auspicios, recordándoos a vosotros y a todos los hermanos menores los grandes empeños, dejados en herencia por vuestro fundador, a fin de que podáis corresponder cada vez más y siempre mejor a las exigencias de la vocación religiosa y franciscana. Ante todo, la fidelidad a la contemplación y a la oración: la vida del hermano menor debe estar continuamente orientada a estos valores: Dios debe tener la primacía absoluta sobre todo; las relaciones con Dios, la vida de unión con Él deben estar por encima de toda otra preocupación (cf. 2 R 10). Es necesario, por tanto, revivificar con generosidad la oración tanto individual como comunitaria; sólo bajo esta condición podrán resultar más fecundas y saludables las actividades apostólicas a que la Orden se dedica: «Aquellos hermanos a quienes ha dado el Señor la gracia del trabajo, trabajen fiel y devotamente, de forma tal que, evitando el ocio, que es enemigo del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales» (2 R 5,1-2). Fidelidad, además, a la simplicidad y a la pobreza: si la pobreza consagrada representa un testimonio particularmente apreciado por los hombres de nuestro tiempo, el amor a la pobreza debe constituir para el hermano menor una cuestión de honor, un empeño cada vez más concreto y visible, una auténtica característica del comportamiento personal, de las casas, de toda la Orden. San Francisco «mira la pobreza, y la ve familiar del Hijo de Dios, pero ya repudiada de todo el mundo, y se empeña en desposarse con ella con amor eterno» (2 Cel 55). Fidelidad, por último, a la Iglesia: ésta ha sido la actitud continua y luminosa de Francisco, quien al comienzo de la Regla quiso, en nombre propio y en el de sus hijos, prometer «obediencia y reverencia a la Iglesia romana», así como al papa y a sus sucesores en la Cátedra de Pedro (cf. 2 R 1). Mientras confiamos estas sugerencias rápidas y sintéticas a vuestra reflexión y a la de todos los hermanos menores, invocamos sobre vuestros trabajos el aliento y la luz del Señor, y os impartimos la bendición apostólica. [Cf. texto italiano en Acta OFM 97 (1978) 151-152; y en http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/audiences/1978/index_sp.htm Texto español en Selecciones de Franciscanismo, vol. VII, núm. 20 (1978) 156; y en Enchiridion OFM, I, Roma 2010, pp. 547-548]
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