DIRECTORIO FRANCISCANO

Documentos Pontificios


S. S. Juan Pablo II

DISCURSO AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS
HERMANOS MENORES CONVENTUALES (OFMConv)

Roma, sábado 17 de febrero de 2001

 

La Orden de Hermanos Menores Conventuales celebró su 198 Capítulo general en Ariccia (Italia), del 30 de enero al 28 de febrero de 2001, y en el mismo el P. Joachim Anthony Giermek fue elegido Ministro general. El sábado 17 de febrero los capitulares fueron a la basílica de San Pedro en Roma, donde concelebraron la Eucaristía y renovaron su fidelidad al Vicario de Cristo, así como su amor y obediencia a la Iglesia, siguiendo el espíritu del «Poverello» de Asís. Luego, fueron recibidos por Juan Pablo II, quien pronunció el discurso que publicamos a continuación, tomado de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 9 de marzo de 2001.

Cimabue, San Francisco¡Amadísimos Frailes Hermanos Conventuales!

1. Es para mí una gran alegría encontrarme con vosotros hoy, con ocasión de vuestro Capítulo general. Dirijo un saludo especial a Fr. Joachim Anthony Giermek, nuevo Ministro general, 118 sucesor de san Francisco, y le agradezco las palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos vosotros. Extiendo mi saludo cordial al nuevo consejo general, así como a Fr. Agostino Gardin, que ha guiado la Orden en el sexenio pasado: le expreso mi aprecio y mi gratitud por cuanto ha hecho durante estos años al servicio de la Iglesia, no sólo como Ministro general de su familia religiosa, sino también como presidente de la Unión de Superiores Generales.

Queridos hermanos, a través de vosotros quisiera enviar un saludo lleno de estima y afecto a todas vuestras comunidades esparcidas por los diversos continentes. Al nuevo Ministro general y a su consejo les deseo de todo corazón un generoso y fecundo servicio en la guía de toda vuestra comunidad religiosa durante este comienzo del tercer milenio cristiano.

Dirigir la mirada al futuro

2. El Capítulo general, celebrado pocas semanas después de la conclusión del gran Jubileo, refleja de modo significativo el actual momento histórico. En la vida de un instituto religioso la asamblea capitular constituye una ocasión importante de reflexión y programación, que impulsa a sus miembros a dirigir la mirada especialmente al futuro. Al encontrarme con vosotros, deseo repetiros la invitación que en la carta apostólica Novo millenio ineunte dirigí a todas las comunidades eclesiales: «Es, pues, el momento de que cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al pueblo de Dios en este año especial de gracia, más aún, en el período más amplio de tiempo que va desde el Concilio Vaticano II al gran Jubileo, analice su fervor y recupere un nuevo impulso para su compromiso espiritual y pastoral» (n. 3).

Fidelidad a la oración personal y comunitaria

3. «Recomenzar desde Cristo» (Novo millenio ineunte, c. III) debe ser vuestro primer compromiso, queridos Frailes Menores Conventuales. Sólo apoyándoos firmemente en Cristo os será posible llevar a la práctica las diversas indicaciones operativas que habéis identificado durante los trabajos capitulares para responder a desafíos urgentes y prioridades apostólicas. Este amor a Cristo debe expresarse, en primer lugar, con la fidelidad a la oración personal y comunitaria, sobre todo la litúrgica, que ha caracterizado a vuestra Orden desde los comienzos. San Francisco, dirigiéndose al Capítulo general y a todos los frailes, escribió: «Por tanto, a causa de todas estas cosas, ruego como puedo a fray H., mi señor ministro general, que haga que la Regla sea observada inviolablemente por todos; y que los clérigos recen el oficio con devoción en la presencia de Dios, no atendiendo a la melodía de la voz, sino a la consonancia de la mente, de forma que la voz concuerde con la mente, y la mente concuerde con Dios, para que puedan aplacar a Dios por la pureza del corazón» (CtaO 40-42). Vuestra vida fraterna y vuestra misión evangelizadora darán frutos abundantes si brotan de una «comunidad orante», que en el encuentro con Dios halla el sentido y las energías interiores para la fidelidad diaria a sus compromisos.

La vida fraterna

4. La intensa relación con el Señor os dará vigor espiritual para cultivar la vida fraterna. A este respecto, debéis ser fieles a vuestro carisma franciscano conventual específico, que siempre ha considerado el compartir el camino comunitario como su característica peculiar dentro del vasto movimiento franciscano. Que os aliente cuanto escribí, a este propósito, en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, subrayando la dimensión teológica de la vida fraterna vivida con espíritu de auténtica comunión: «La comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede experimentar la presencia mística del Señor resucitado (cf. Mt 18,20)» (n. 42).

El primer biógrafo del Poverello de Asís, Fr. Tomás de Celano, presenta el cuadro de referencia, en cierto sentido ideal, de la Orden, describiendo al grupo de los primeros compañeros de san Francisco como rebosantes de un amor no sólo gozoso, sino también animado por un verdadero afecto fraterno (1 Cel 38). No olvidéis que «la Iglesia tiene urgente necesidad de semejantes comunidades fraternas. Su misma existencia representa una contribución a la nueva evangelización, puesto que muestra de manera fehaciente y concreta los frutos del mandamiento nuevo» (Vita consecrata, 45; cf. Novo millenio ineunte, 43-45).

Testigos y maestros de auténtica espiritualidad

5. En vuestro Capítulo a menudo se ha manifestado la llamada a una espiritualidad sencilla e intensa; en una palabra, franciscana. Si sois hombres de profundo diálogo con Dios, también seréis testigos y maestros de auténtica espiritualidad. Por tanto, salvaguardad y promoved la vida espiritual, mostrándoos dispuestos a guiar por este camino a los fieles para quienes sois punto de referencia. Nuestro tiempo muestra signos cada vez más evidentes de una profunda sed de valores, de itinerarios y de metas del espíritu. En la citada carta apostólica Novo millenio ineunte escribí: «¿No es acaso un signo de los tiempos el hecho de que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una generalizada exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de oración?» (n. 33).

Este renovado anhelo del mundo del espíritu debería encontrar una respuesta válida y fecunda en vuestras comunidades franciscanas. Mediante la escucha dócil de la palabra de Dios, acogida personalmente y compartida en la práctica tradicional de la lectio divina, y mediante el ejercicio de la oración personal y comunitaria, llegaréis a ser valiosos compañeros de viaje para mucha gente deseosa de seguir a Cristo y su Evangelio sine glossa. Así responderéis a las peticiones que, de diversas formas, os llegan de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, y podréis atraer eficazmente a las almas hacia itinerarios de crecimiento espiritual y de nueva vitalidad interior.

Hacer palpable el amor de Dios

6. Son múltiples las ocasiones que os brinda la providencia. Baste recordar el ministerio de acogida en los diversos santuarios confiados a vuestra Orden. Pienso, por ejemplo, en la Basílica de San Francisco de Asís, que he tenido la alegría de visitar muchas veces, donde se comprueba que el Poverello sabe también hoy fascinar y llevar hacia Dios a multitud de devotos.

Pienso, asimismo, en la Basílica de San Antonio de Padua, gran hijo espiritual de san Francisco de Asís. No puedo olvidar el valioso servicio pastoral de los beneméritos penitenciarios de la Basílica Vaticana que, especialmente durante el Jubileo, se prodigaron con empeño y dedicación loables en la acogida de innumerables penitentes procedentes de todas las partes del mundo. Sé que muchos religiosos de la Orden vinieron a Roma desde diferentes países para colaborar con sus hermanos, que desempeñan ordinariamente este ministerio tan oculto como necesario para el bien de las almas.

Amadísimos Frailes Menores Conventuales, continuad vuestra acción con el estilo popular que os distingue. El pueblo, a cuyo servicio os envía Dios, os dirige la misma petición que hicieron al apóstol Felipe los griegos que acudieron a Jerusalén para la Pascua: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). A vosotros corresponde hacer visible y, diría, casi palpable el amor misericordioso de Dios: amor que acoge y reconcilia, que perdona y renueva el corazón de los creyentes, estrechando en un abrazo consolador a cada hombre y a cada mujer, hijos todos del único Padre celestial.

El ejemplo heroico de vuestros mártires

7. Las indicaciones que han surgido de las reflexiones de estos días ayudarán ciertamente a la Orden a proseguir en el camino trazado por el fundador, secundando fielmente sus intuiciones evangélicas. Con discernimiento profético sabréis adoptar, a la luz del Espíritu, «el modo adecuado de mantener y actualizar el propio carisma y el propio patrimonio espiritual en las diversas situaciones históricas y culturales» (Vita consecrata, 42), sin faltar jamás a la Regla de vida que os legó san Francisco.

Tenéis ante vosotros el ejemplo heroico de varios hermanos vuestros, que en el siglo pasado dieron la vida por Cristo y por su Iglesia. Me refiero a los siete hermanos polacos, algunos de los cuales fueron colaboradores de san Maximiliano María Kolbe, víctimas de la ideología nazi. Tuve la alegría de proclamarlos beatos durante el sexenio pasado. Al contemplar la luminosa multitud de santos y beatos de vuestra Orden, no temáis seguir al Señor con entrega total. Que os proteja la Virgen María, «Señora, santa Reina, santa Madre de Dios» (SalVM 1), y os ayude a cumplir los propósitos de vuestro Capítulo general.

Con estos deseos os imparto de buen grado a cada uno de vosotros aquí presentes, a vuestras comunidades de origen y a todos los Hermanos Menores Conventuales esparcidos por el mundo, así como a los laicos que colaboran con vosotros en vuestras diferentes actividades, una especial bendición apostólica.

[Selecciones de Franciscanismo, vol. XXX, núm. 89 (2001) 163-167]

Cimabue: La Virgen en Majestad y S. Francisco

 

 


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