DIRECTORIO FRANCISCANODocumentos Pontificios |
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SAN BUENAVENTURA En el calendario litúrgico el 15 de julio es la memoria de san Buenaventura de Bagnoregio, franciscano, doctor de la Iglesia, sucesor de san Francisco de Asís en la guía de la Orden de los Frailes Menores. Escribió la primera biografía oficial del «Poverello» y al final de su vida fue también obispo de esta diócesis de Albano. En una carta suya, Buenaventura escribe: «Confieso ante Dios que la razón que me ha hecho amar más la vida del beato Francisco es que ésta se parece a los inicios y al crecimiento de la Iglesia» (Epistula de tribus quaestionibus, en Opere di San Bonaventura. Introducción general, Roma 1990, p. 29). Estas palabras nos remiten directamente al Evangelio de este domingo, que nos presenta el primer envío en misión de los doce apóstoles por parte de Jesús: «Llamó a los Doce -narra san Marcos- y los fue enviando de dos en dos... Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto» (Mc 6,7-9). Francisco de Asís, después de su conversión, practicó a la letra este Evangelio, llegando a ser un testigo fidelísimo de Jesús; y asociado de modo singular al misterio de la Cruz, fue transformado en «otro Cristo», como lo presenta precisamente san Buenaventura. Toda la vida de san Buenaventura, igual que su teología, tienen como centro inspirador a Jesucristo. Esta centralidad de Cristo la encontramos en la segunda lectura de la misa de hoy (cf. Ef 1,3-14), el célebre himno de la carta de san Pablo a los Efesios, que comienza así: «Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo». El apóstol muestra entonces cómo se ha realizado este proyecto de bendición en cuatro pasajes que empiezan todos con la misma expresión «en Él», referida a Jesucristo. «En Él» el Padre nos ha elegido antes de la creación del mundo; «en Él» hemos sido redimidos por su sangre; «en Él» hemos sido constituidos herederos, predestinados a ser «alabanza de su gloria»; «en Él» cuantos creen en el Evangelio reciben el sello del Espíritu Santo. Este himno paulino contiene la visión de la historia que san Buenaventura contribuyó a difundir en la Iglesia: toda la historia tiene como centro a Cristo, quien garantiza también novedad y renovación en cada época. En Jesús, Dios ha dicho y dado todo, pero dado que Él es un tesoro inagotable, el Espíritu Santo jamás termina de revelar y de actualizar su misterio. Por ello la obra de Cristo y de la Iglesia no retrocede nunca, sino que siempre progresa. Queridos amigos: invoquemos a María Santísima, a quien mañana celebraremos como la Virgen del Carmen, para que nos ayude, como san Francisco y san Buenaventura, a responder generosamente a la llamada del Señor para anunciar su Evangelio de salvación con las palabras y ante todo con la vida. * * * Discurso a los estudiantes que participaban Señor Cardenal, ilustres autoridades, queridos jóvenes: Con gran alegría doy la bienvenida a todos vosotros a este encuentro dedicado al empeño por el cuidado de la «hermana naturaleza», por usar el nombre de la Fundación [Sorella natura] que lo ha promovido. Saludo cordialmente al Cardenal Rodríguez Maradiaga y le agradezco sus palabras [...] y el obsequio de la preciosa reproducción del Códice 338, que contiene las fuentes franciscanas más antiguas. Saludo al Presidente... Pero sobre todo os saludo a vosotros, ¡queridos jóvenes! Precisamente, por vosotros, he querido este encuentro, y querría deciros que aprecio mucho vuestra decisión de ser «custodios de la creación», y que en esto tenéis mi pleno apoyo. En primer lugar, debemos recordar que vuestra Fundación y este mismo encuentro poseen una profunda inspiración franciscana. Igualmente, la fecha de hoy ha sido escogida para conmemorar la proclamación de san Francisco de Asís como Patrono de la ecología por parte de mi amado predecesor, el beato Juan Pablo II, en 1979. Todos sabéis que san Francisco es también Patrón de Italia. Pero tal vez no sepáis que ha declararlo tal fue el papa Pío XII, en 1939, cuando lo definió «el más italiano de los santos, el más santo de los italianos». Si, por tanto, el santo patrono de Italia es también patrono de la ecología, me parece justo que los jóvenes italianos tengan una especial sensibilidad por la «hermana naturaleza» y se empeñen concretamente en su defensa. Cuando se estudia la literatura italiana, uno de los primeros textos que se hallan en las antologías es justamente el «Cántico del hermano sol», o «de las criaturas», de san Francisco de Asís: «Altissimo, onnipotente, bon Signore...». Este cántico evidencia el lugar que corresponde al Creador, a Aquel que ha llamado a la existencia a toda la gran sinfonía de las criaturas. «... tue so' le laude, la gloria e l'honore et onne benedictione... Laudato sie, mi' Signore, cum tucte le Tue creature». Estos versos, forman parte justamente de vuestra tradición cultural y escolar. Pero son sobre todo una oración que educa al corazón en el diálogo con Dios, que lo educa a ver en cada criatura la impronta del gran Artista celeste, como leemos también en bellísimo Salmo 19: «El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos; ... Sin hablar, sin pronunciar palabras, sin que se escuche su voz, resuena su eco por toda la tierra» (vv. 1.4-5). Fray Francisco, fiel a la Sagrada Escritura, nos invita a reconocer en la naturaleza un libro estupendo, que nos habla de Dios, de su belleza y de su bondad. Pensad que el Pobrecillo de Asís pedía siempre al fraile del convento encargado del huerto que no cultivara todo el terreno de hortalizas, sino que dejara una parte para las flores, incluso que cuidara un bello arriate de flores, para que las personas elevaran el pensamiento a Dios, creador de tanta belleza (cf. 2 Cel 165). San Francisco nos enseñe a cantar, con toda la creación, un himno de alabanza y de acción de gracias al Padre celeste, que da todo don. * * * El hombre en oración. El «oasis» del espíritu Queridos hermanos y hermanas: En cada época, hombres y mujeres que consagraron su vida a Dios en la oración -como los monjes y las monjas- establecieron sus comunidades en lugares particularmente bellos, en el campo, sobre las colinas, en los valles de las montañas, a la orilla de lagos o del mar, o incluso en pequeñas islas. Estos lugares unen dos elementos muy importantes para la vida contemplativa: la belleza de la creación, que remite a la belleza del Creador, y el silencio, garantizado por la lejanía respecto a las ciudades y a las grandes vías de comunicación. El silencio es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la escucha de Dios y la meditación. Ya el hecho mismo de gustar el silencio, de dejarse, por decirlo así, «llenar» del silencio, nos predispone a la oración. El gran profeta Elías, sobre el monte Horeb -es decir, el Sinaí- presencia un huracán, luego un terremoto, y, por último, relámpagos de fuego, pero no reconoce en ellos la voz de Dios; la reconoce, en cambio, en una brisa suave (cf. 1 Re 19,11-13). Dios habla en el silencio, pero es necesario saberlo escuchar. Por eso los monasterios son oasis en los que Dios habla a la humanidad; y en ellos se encuentra el claustro, lugar simbólico, porque es un espacio cerrado, pero abierto hacia el cielo. Mañana, queridos amigos, haremos memoria de santa Clara de Asís. Por ello me complace recordar uno de estos «oasis» del espíritu apreciado de manera especial por la familia franciscana y por todos los cristianos: el pequeño convento de San Damián, situado un poco más abajo de la ciudad de Asís, en medio de los olivos que descienden hacia Santa María de los Ángeles. Junto a esta pequeña iglesia, que san Francisco restauró después de su conversión, Clara y las primeras compañeras establecieron su comunidad, viviendo de la oración y de pequeños trabajos. Se llamaban las «Hermanas pobres», y su «forma de vida» era la misma que llevaban los Frailes Menores: «Observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (RCl 1,2), conservando la unión de la caridad recíproca (cf. RCl 10,7) y observando en particular la pobreza y la humildad vividas por Jesús y por su santísima Madre (cf. RCl 12,13). El silencio y la belleza del lugar donde vive la comunidad monástica -belleza sencilla y austera- constituyen como un reflejo de la armonía espiritual que la comunidad misma intenta realizar. El mundo está lleno de estos oasis del espíritu, algunos muy antiguos, sobre todo en Europa, otros recientes, otros restaurados por nuevas comunidades. Mirando las cosas desde una perspectiva espiritual, estos lugares del espíritu son la estructura fundamental del mundo. Y no es casualidad que muchas personas, especialmente en los períodos de descanso, visiten estos lugares y se detengan en ellos durante algunos días: ¡también el alma, gracias a Dios, tiene sus exigencias! Recordemos, por tanto, a santa Clara. Pero recordemos también a otras figuras de santos que nos hablan de la importancia de dirigir la mirada a las «cosas del cielo», como santa Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, carmelita, copatrona de Europa, que celebramos ayer. Mañana se celebra la memoria de santa Clara. Nuestro pensamiento se dirige a Asís, a la iglesia de San Damián, cuna de las monjas Clarisas, oasis del silencio, de la belleza de la naturaleza, de la oración. Os deseo a todos que las sendas de vuestra peregrinación os lleven a muchos lugares, descubiertos ya por los santos, donde podáis experimentar la cercanía de Dios. Os bendigo de corazón. * * * ÁNGELUS del domingo 2 de agosto de 2009 en Castelgandolfo Hoy contemplamos en san Francisco de Asís el ardiente amor por la salvación de las almas, que todo sacerdote debe alimentar constantemente: en efecto, hoy se celebra el llamado «Perdón de Asís», que obtuvo del Papa Honorio III en el año 1216, después de haber tenido una visión mientras se hallaba en oración en la pequeña iglesia de la Porciúncula. Apareciéndosele Jesús en su gloria, con la Virgen María a su derecha y muchos ángeles a su alrededor, le dijo que expresara un deseo, y Francisco imploró un «perdón amplio y generoso» para todos aquellos que, «arrepentidos y confesados», visitaran aquella iglesia. Recibida la aprobación pontificia, el santo no esperó ningún documento escrito, sino que corrió a Asís y, al llegar a la Porciúncula, anunció la gran noticia: «Hermanos míos, ¡quiero enviaros a todos al paraíso!». A partir de entonces, desde el mediodía del 1 de agosto hasta la medianoche del 2, se puede lucrar, con las condiciones habituales, la indulgencia plenaria también por los difuntos, visitando una iglesia parroquial o franciscana. * * * SAN PÍO DE PIETRELCINA Algunos santos han vivido personalmente de modo intenso esta experiencia de Jesús [en su pasión]. El padre Pío de Pietrelcina es uno de ellos. Un hombre sencillo, de orígenes humildes, «conquistado por Cristo» (Flp 3,12) -como escribe de sí el apóstol san Pablo- para convertirlo en un instrumento elegido del poder perenne de su cruz: poder de amor a las almas, de perdón y reconciliación, de paternidad espiritual y de solidaridad activa con los que sufren. Los estigmas que marcaron su cuerpo lo unieron íntimamente al Crucificado resucitado. Auténtico seguidor de san Francisco de Asís, hizo suya, como el Poverello, la experiencia del apóstol san Pablo, tal como la describe en sus cartas: «Estoy crucificado con Cristo: y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,19-20); o también: «La muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros» (2 Col 4, 12). Esto no significa alienación, pérdida de la personalidad: Dios no anula nunca lo humano, sino que lo transforma con su Espíritu y lo orienta al servicio de su designio de salvación. El padre Pío conservó sus dones naturales, y también su temperamento, pero ofreció todo a Dios, que pudo servirse libremente de él para prolongar la obra de Cristo: anunciar el Evangelio, perdonar los pecados y curar a los enfermos en el cuerpo y en el alma. Como sucedió con Jesús, el padre Pío tuvo que librar la verdadera lucha, el combate radical, no contra enemigos terrenos, sino contra el espíritu del mal (cf. Ef 6,12). Las «tempestades» más fuertes que lo amenazaban eran los asaltos del diablo, de los cuales se defendió con «la armadura de Dios», con «el escudo de la fe» y «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Ef 6,11.16.17). Permaneciendo unido a Jesús, siempre tuvo ante sí la profundidad del drama humano; por eso se entregó a sí mismo y ofreció sus numerosos sufrimientos, y se gastó por el cuidado y el alivio de los enfermos, signo privilegiado de la misericordia de Dios, de su reino que viene, más aún, que ya está en el mundo, de la victoria del amor y de la vida sobre el pecado y la muerte. Guiar a las almas y aliviar el sufrimiento: así se puede resumir la misión de san Pío de Pietrelcina, como dijo de él también el siervo de Dios Papa Pablo VI: «Era un hombre de oración y de sufrimiento» (Discurso a los padres capitulares capuchinos, 20 de febrero de 1971). Queridos amigos, frailes menores capuchinos, miembros de los grupos de oración y fieles todos de San Giovanni Rotondo, vosotros sois los herederos del padre Pío, y la herencia que os ha dejado es la santidad. En una de sus cartas escribió: «Parece que Jesús no tiene otra curación para mis manos sino la de santificar vuestra alma» (Epist. II, p. 155). Su primera preocupación, su anhelo sacerdotal y paterno, fue siempre que las personas volvieran a Dios, que experimentaran su misericordia y, renovadas interiormente, redescubrieran la belleza y la alegría de ser cristianas, de vivir en comunión con Jesús, de pertenecer a su Iglesia y practicar el Evangelio. El padre Pío atraía hacia el camino de la santidad con su testimonio, indicando con su ejemplo el «binario» que lleva a ella: la oración y la caridad. Ante todo, la oración. Como todos los grandes hombres de Dios, el padre Pío se convirtió él mismo en oración, en cuerpo y alma. Sus jornadas eran un rosario vivido, es decir, una continua meditación y asimilación de los misterios de Cristo en unión espiritual con la Virgen María. Así se explica la singular presencia en él de dones sobrenaturales y de sentido práctico humano. Y todo tenía su culmen en la celebración de la santa misa: en ella se unía plenamente al Señor muerto y resucitado. De la oración, como de una fuente siempre viva, brotaba la caridad. El amor que llevaba en su corazón y transmitía a los demás rebosaba ternura, siempre atento a las situaciones reales de las personas y de las familias. Sentía la predilección del Corazón de Jesús especialmente por los enfermos y los que sufrían, y precisamente de esa predilección surgió y tomó forma el proyecto de una gran obra dedicada al «alivio del sufrimiento». No se puede entender ni interpretar adecuadamente esa institución si se la separa de su fuente inspiradora, que es la caridad evangélica, animada a su vez por la oración. Queridos hermanos, hoy el padre Pío vuelve a proponer todo esto a nuestra atención. Los peligros del activismo y la secularización están siempre presentes; por eso, mi visita también tiene la finalidad de confirmaros en la fidelidad a la misión heredada de vuestro amadísimo padre. Muchos de vosotros, religiosos, religiosas y laicos, estáis tan absorbidos por los miles de tareas que conlleva el servicio a los peregrinos o a los enfermos del hospital, que corréis el riesgo de descuidar lo único verdaderamente necesario: escuchar a Cristo para cumplir la voluntad de Dios. Cuando os deis cuenta de que corréis este riesgo, mirad al padre Pío: su ejemplo, sus sufrimientos; e invocad su intercesión, para que os obtenga del Señor la luz y la fuerza que necesitáis para proseguir su misma misión impregnada de amor a Dios y de caridad fraterna. Y que desde el cielo siga ejerciendo la exquisita paternidad espiritual que lo caracterizó durante su existencia terrena; que siga acompañando a sus hermanos, a sus hijos espirituales y toda la obra que inició. Que, juntamente con san Francisco y la Virgen, a la que tanto amó e hizo amar en este mundo, vele sobre todos vosotros y os proteja siempre. Y entonces, incluso en medio de las tempestades que puedan levantarse repentinamente, podréis experimentar el soplo del Espíritu Santo, que es más fuerte que cualquier viento contrario e impulsa la barca de la Iglesia y a cada uno de nosotros. Por eso debemos vivir siempre con serenidad y cultivar en el corazón la alegría, dando gracias al Señor. «Es eterna su misericordia» (Salmo responsorial). Amén. * * * De la meditación del Ángelus en San Giovanni Rotondo Queridos hermanos y hermanas: Al final de esta solemne celebración, os invito a rezar conmigo, como todos los domingos, la oración mariana del Ángelus. Pero aquí, en el santuario de San Pío de Pietrelcina, nos parece oír su misma voz, que nos exhorta a dirigirnos con corazón de hijos a la santísima Virgen: «Amad a la Virgen y haced que la amen». Es lo que repetía a todos, pero más que las palabras valía el testimonio ejemplar de su profunda devoción a la Madre celestial. Bautizado en la iglesia de Santa María de los Ángeles de Pietrelcina con el nombre de Francisco, como el Poverello de Asís, cultivó siempre un amor muy tierno a la Virgen. La Providencia lo trajo después aquí, a San Giovanni Rotondo, al santuario de Santa María de las Gracias, donde permaneció hasta su muerte y donde descansan sus restos mortales. Por tanto, toda su vida y su apostolado se desarrollaron bajo la mirada maternal de la Virgen y con la fuerza de su intercesión. También consideraba la Casa Alivio del Sufrimiento como obra de María, «Salud de los enfermos». Por eso, queridos amigos, siguiendo el ejemplo del padre Pío, también yo quiero encomendaros hoy a todos a la protección maternal de la Madre de Dios. De modo particular la invoco para la comunidad de los frailes capuchinos, para los enfermos del hospital y para quienes los atienden con amor, así como para los Grupos de oración que llevan a la práctica en Italia y en el mundo la consigna espiritual del santo fundador. * * * Del discurso en la Casa Alivio del Sufrimiento Queridos hermanos y hermanas, queridos enfermos: En mi visita a San Giovanni Rotondo no podía menos de venir a la Casa Alivio del Sufrimiento, ideada y querida por san Pío de Pietrelcina como «lugar de oración y de ciencia donde el género humano se encuentre en Cristo crucificado como una sola grey con un solo pastor». Precisamente por eso quiso encomendarla al apoyo material y sobre todo espiritual de los Grupos de oración, que aquí tienen el centro de su misión al servicio de la Iglesia. El padre Pío quería que en este hospital bien equipado se pudiera comprobar que el esfuerzo de la ciencia por curar al enfermo nunca debe ir separado de una confianza filial en Dios, infinitamente compasivo y misericordioso. Al inaugurarla, el 5 de mayo de 1956, la definió «criatura de la Providencia» y hablaba de esta institución como de «una semilla sembrada por Dios en la tierra, que él calentará con los rayos de su amor». Así pues, he venido a vosotros para dar gracias a Dios por el bien que, desde hace más de cincuenta años, fieles a las directrices de un humilde fraile capuchino, hacéis en esta «Casa Alivio del Sufrimiento», con resultados reconocidos en el ámbito científico y médico. Lamentablemente, no me es posible, como desearía, visitar cada pabellón y saludar uno por uno a los enfermos y a las personas que los cuidan. Sin embargo, quiero dirigir a cada uno -enfermos, médicos, familiares, agentes sanitarios y agentes de pastoral- una palabra de consuelo paternal y de aliento a proseguir juntos esta obra evangélica para alivio de las personas que sufren, valorando todos los recursos para el bien humano y espiritual de los enfermos y de sus familiares. * * * Del discurso en la iglesia de San Pío de Pietrelcina Os saludo en particular a vosotros, queridos frailes capuchinos, que cuidáis con amor este oasis de espiritualidad y de solidaridad evangélica, acogiendo peregrinos y devotos atraídos por el recuerdo vivo de vuestro santo hermano el padre Pío de Pietrelcina. Gracias de corazón por este valioso servicio que prestáis a la Iglesia y a las almas que aquí redescubren la belleza de la fe y el calor de la ternura divina. Os saludo a vosotros, queridos jóvenes, a los que el Papa mira con confianza como el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Aquí, en San Giovanni Rotondo, todo habla de la santidad de un humilde fraile y celoso sacerdote que esta tarde nos invita también a nosotros a abrir el corazón a la misericordia de Dios, nos exhorta a ser santos, es decir, sinceros y verdaderos amigos de Jesús. Al igual que el cura de Ars, también el padre Pío nos recuerda la dignidad y la responsabilidad del ministerio sacerdotal. ¿Quién no quedaba impresionado por el fervor con que revivía la Pasión de Cristo en cada celebración eucarística? De su amor a la Eucaristía brotaba en él, como en el cura de Ars, una disponibilidad total a acoger a los fieles, sobre todo a los pecadores. Además, si san Juan María Vianney, en una época atormentada y difícil, trató de hacer, de todas las maneras posibles, que sus parroquianos descubrieran de nuevo el significado y la belleza de la penitencia sacramental, para el santo fraile del Gargano la solicitud por las almas y la conversión de los pecadores fueron un anhelo que lo consumó hasta la muerte. ¡Cuántas personas cambiaron de vida gracias a su paciente ministerio sacerdotal! ¡Cuántas largas horas pasaba en el confesonario! Al igual que para el cura de Ars, precisamente el ministerio de confesor constituyó el mayor título de gloria y el rasgo distintivo de este santo capuchino. Por eso, ¿cómo no darnos cuenta de la importancia de participar devotamente en la celebración eucarística y acudir con frecuencia al sacramento de la Confesión? En particular, el sacramento de la Penitencia se ha de valorar aún más, y los sacerdotes nunca deberían resignarse a ver sus confesonarios desiertos ni limitarse a constatar el desinterés de los fieles ante esta extraordinaria fuente de serenidad y de paz. Hay otra gran lección que podemos sacar de la vida del padre Pío: el valor y la necesidad de la oración. A quien le preguntaba qué pensaba de sí mismo solía responder: «No soy más que un pobre fraile que ora». Y, efectivamente, oraba siempre y por doquier con humildad, confianza y perseverancia. Este es un punto fundamental, no sólo para la espiritualidad del sacerdote, sino también para la de todo cristiano, y mucho más para la vuestra, queridos religiosos y religiosas, escogidos para seguir más de cerca a Cristo mediante la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia. A veces nos puede asaltar cierto desaliento ante el debilitamiento e incluso ante el abandono de la fe, que se produce en nuestras sociedades secularizadas. Seguramente hace falta encontrar nuevos canales para comunicar la verdad evangélica a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero dado que el contenido esencial del anuncio cristiano sigue siendo siempre el mismo, es necesario volver a su manantial originario, a Jesucristo, que es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). La historia humana y espiritual del padre Pío enseña que sólo un alma íntimamente unida al Crucificado logra transmitir también a los lejanos la alegría y la riqueza del Evangelio. Al amor a Cristo está inevitablemente unido el amor a su Iglesia, guiada y animada por la fuerza del Espíritu Santo, en la cual cada uno de nosotros tiene un papel y una misión que desempeñar. Queridos sacerdotes, queridos religiosos y religiosas, son diversas las misiones que os han sido encomendadas y los carismas de los que sois intérpretes, pero debéis realizarlos siempre con el mismo espíritu, para que vuestra presencia y vuestra acción en medio del pueblo cristiano sea testimonio elocuente de la primacía de Dios en vuestra vida. ¿No era esto precisamente lo que todos percibían en san Pío de Pietrelcina? * * * Discurso en la visita oficial al presidente de la República Italiana Señor presidente, mi visita de hoy tiene lugar el día en que Italia celebra con gran solemnidad a su especial protector, san Francisco de Asís. Precisamente a san Francisco hizo referencia Pío XI, entre otras cosas, al anunciar la firma de los Pactos lateranenses y, sobre todo, la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano: para aquel Pontífice, la nueva realidad soberana era, como para el Poverello, «el cuerpo que bastaba para mantener unida el alma» (Discurso, 11 de febrero de 1929). Junto con santa Catalina de Siena, san Francisco fue propuesto por los obispos italianos y confirmado por el siervo de Dios Pío XII como patrono celestial de Italia (cf. Carta apostólica Licet commissa, 18 de junio de 1939, AAS 31 [1939] 256-257). A la protección de este gran santo e ilustre italiano el Papa Pacelli quiso encomendar el destino de Italia, en un momento en que sobre Europa se cernían amenazas de guerra, implicando dramáticamente también a vuestro «hermoso país». Por tanto, la elección de san Francisco como patrono de Italia tiene su razón de ser en la profunda correspondencia entre la personalidad y la acción del Poverello de Asís y la noble nación italiana. Como recordó el siervo de Dios Juan Pablo II en su visita al Quirinal, realizada este mismo día de 1985, «difícilmente se podría encontrar otra figura que encarne de modo igualmente rico y armonioso las características propias del genio itálico». «En un tiempo en el que la constitución de los municipios libres iba suscitando fermentos de renovación social, económica y política, que transformaban desde los fundamentos el viejo mundo feudal -proseguía el papa Juan Pablo II-, san Francisco supo elevarse de entre las facciones en lucha, predicando el Evangelio de la paz y del amor, con plena fidelidad a la Iglesia, de la que se sentía hijo, y con total adhesión al pueblo, del que se reconocía parte» (Discurso, 4 de octubre de 1985, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de octubre de 1985, 9). En este santo, cuya figura atrae a creyentes y no creyentes, podemos ver la imagen de la misión perenne de la Iglesia, también en su relación con la sociedad civil. La Iglesia, en la época actual de profundos y a menudo dolorosos cambios, sigue proponiendo a todos el mensaje de salvación del Evangelio y se compromete a contribuir a la edificación de una sociedad fundada en la verdad y la libertad, en el respeto de la vida y de la dignidad humana, en la justicia y la solidaridad social. Por eso, como recordé en otras circunstancias, «la Iglesia no ambiciona poder, ni pretende privilegios, ni aspira a posiciones de ventaja económica o social. Su único objetivo es servir al hombre, inspirándose, como norma suprema de conducta, en las palabras y en el ejemplo de Jesucristo, que "pasó haciendo el bien y curando a todos" (Hch 10,38)» (Discurso al nuevo embajador de Italia ante la Santa Sede, 4 de octubre de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de octubre de 2007, 7). * * * «Bienaventurados los pobres de espíritu...» Por otro lado, la pobreza de que se habla aquí tampoco es simplemente una actitud espiritual. Ciertamente, la radicalidad que se nos propone en la vida de tantos cristianos auténticos, desde el padre del monacato Antonio hasta Francisco de Asís y los pobres ejemplares de nuestro siglo, no es para todos. Pero la Iglesia, para ser comunidad de los pobres de Jesús, necesita siempre figuras capaces de grandes renuncias; necesita comunidades que le sigan, que vivan la pobreza y la sencillez, y con ello muestren la verdad de las Bienaventuranzas para despertar la conciencia de todos, a fin de que entiendan el poseer sólo como servicio y, frente a la cultura del tener, contrapongan la cultura de la libertad interior, creando así las condiciones de la justicia social. El Sermón de la Montaña como tal no es un programa social, eso es cierto. Pero sólo donde la gran orientación que nos da se mantiene viva en el sentimiento y en la acción, sólo donde la fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe, sólo allí puede crecer también la justicia social. Y la Iglesia en su conjunto debe ser consciente de que ha de seguir siendo reconocible como la comunidad de los pobres de Dios. Igual que el Antiguo Testamento se ha abierto a la renovación con respecto a la Nueva Alianza a partir de los pobres de Dios, toda nueva renovación de la Iglesia puede partir sólo de aquellos en los que vive la misma humildad decidida y la misma bondad dispuesta al servicio. Con todo, hasta ahora sólo nos hemos ocupado de la primera mitad de la primera Bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres de espíritu»; tanto en Lucas como en Mateo la correspondiente promesa es: «Vuestro (de ellos) es el Reino de Dios (el reino de los cielos)» (Lc 6,20; Mt 5,3). El «Reino de Dios» es la categoría fundamental del mensaje de Jesús; aquí se introduce en las Bienaventuranzas: este contexto resulta importante para entender correctamente una expresión tan debatida. Lo hemos visto ya al examinar más de cerca el significado de la expresión «Reino de Dios», y tendremos que recordarlo alguna vez más en las reflexiones siguientes. Pero quizás sea bueno que, antes de avanzar en la meditación del texto, nos centremos un momento en esa figura de la historia de la fe que de manera intensa ha traducido esta Bienaventuranza en la existencia humana: Francisco de Asís. Los santos son los verdaderos intérpretes de la Sagrada Escritura. El significado de una expresión resulta mucho más comprensible en aquellas personas que se han dejado ganar por ella y la han puesto en práctica en su vida. La interpretación de la Escritura no puede ser un asunto meramente académico ni se puede relegar a un ámbito exclusivamente histórico. Cada paso de la Escritura lleva en sí un potencial de futuro que se abre sólo cuando se viven y se sufren a fondo sus palabras. Francisco de Asís entendió la promesa de esta bienaventuranza en su máxima radicalidad; hasta el punto de despojarse de sus vestiduras y hacerse proporcionar otra por el obispo como representante de la bondad paterna de Dios, que viste a los lirios del campo con más esplendor que Salomón con todas sus galas (cf. Mt 6,28s). Esta humildad extrema era para Francisco sobre todo libertad para servir, libertad para la misión, confianza extrema en Dios, que se ocupa no sólo de las flores del campo, sino sobre todo de sus hijos; significaba un correctivo para la Iglesia de su tiempo, que con el sistema feudal había perdido la libertad y el dinamismo del impulso misionero; significaba una íntima apertura a Cristo, con quien, mediante la llaga de los estigmas, se identifica plenamente, de modo que ya no vivía para sí mismo, sino que como persona renacida vivía totalmente por Cristo y en Cristo. Francisco no tenía intención de fundar ninguna orden religiosa, sino simplemente reunir de nuevo al pueblo de Dios para escuchar la Palabra sin que los comentarios eruditos quitaran rigor a la llamada. No obstante, con la fundación de la Tercera Orden aceptó luego la distinción entre el compromiso radical y la necesidad de vivir en el mundo. Tercera Orden significa aceptar en humildad la propia tarea de la profesión secular y sus exigencias, allí donde cada uno se encuentre, pero aspirando al mismo tiempo a la más íntima comunión con Cristo, como la que el santo de Asís alcanzó. «Tener como si no se tuviera» (cf. 1 Cor 7,29ss): aprender esta tensión interior como la exigencia quizás más difícil y poder revivirla siempre, apoyándose en quienes han decidido seguir a Cristo de manera radical, éste es el sentido de la Tercera Orden, y ahí se descubre lo que la Bienaventuranza puede significar para todos. En Francisco se ve claramente también lo que «Reino de Dios» significa. Francisco pertenecía de lleno a la Iglesia y, al mismo tiempo, figuras como él despiertan en ella la tensión hacia su meta futura, aunque ya presente: el Reino de Dios está cerca... * * * Palabras de agradecimiento a los frailes Capuchinos de Loreto Queridos padres, sé que pasáis mucho tiempo en el confesionario y ayudáis a numerosas personas a volver a encontrar a Jesús, a convertirse para avanzar por el camino que Jesús nos enseña, para avanzar en comunión con el "sí" de la Virgen, que nos ayuda con su ternura, con su bondad, con su generosidad. Así pues, os doy las gracias, queridos padres capuchinos. Para mí, bávaro, los capuchinos son los padres por definición, ya desde mi juventud, porque eran padres capuchinos quienes iban en misión y sabían predicar con fuerza y también con alegría. * * * Carta al Card. Péter Erdo en el VIII centenario Isabel, santa "europea", nació en un contexto social de reciente evangelización. Andrés y Gertrudis, padres de esa auténtica joya de la nueva Hungría cristiana, se preocuparon de formarla en la conciencia de su dignidad de hija adoptiva de Dios. Isabel hizo suyo el programa de Jesucristo, Hijo de Dios, que, al hacerse hombre, «se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo» (Flp 2,7). Gracias a la ayuda de óptimos maestros, siguió las huellas de san Francisco de Asís, proponiéndose como objetivo personal y último configurar su existencia con la de Cristo, único Redentor del hombre. Llamada a ser esposa del Landgrave de Turingia, no dejó de dedicarse al cuidado de los pobres, en los que reconocía los rasgos del Maestro divino. Fue esposa y madre ejemplar, practicando las virtudes evangélicas, aprendidas en la escuela del santo de Asís; y auténtica hija de la Iglesia, dando un testimonio concreto, visible y significativo de la caridad de Cristo. Innumerables personas, a lo largo de los siglos, han seguido su ejemplo, mirándola como un modelo de excelsas virtudes cristianas, vividas de modo radical en el matrimonio, en la familia y también en la viudez. En ella se han inspirado incluso personalidades políticas, que se han sentido impulsadas a trabajar por la reconciliación entre los pueblos. El año internacional isabelino, iniciado en Roma el día 17 de noviembre del año pasado, está estimulando a comprender cada vez más la espiritualidad de esta hija de Panonia, que recuerda también hoy a sus compatriotas y a los habitantes del continente europeo la importancia de los valores imperecederos del Evangelio. * * * Viaje apostólico a Brasil Brasil es también un país que puede proponer al mundo el testimonio de un nuevo modelo de desarrollo: la cultura cristiana puede impulsar una «reconciliación» entre los hombres y la creación, a partir de la recuperación de la dignidad personal en la relación con Dios Padre. En este sentido, un ejemplo elocuente es la «Hacienda de la Esperanza», una red de comunidades de recuperación para jóvenes que quieren salir del túnel tenebroso de la droga. En la que visité, que me impresionó profundamente y llevo fuertemente grabada en mi corazón, es significativa la presencia de un monasterio de religiosas Clarisas. Esto me pareció emblemático para el mundo de hoy, que necesita una «recuperación» ciertamente psicológica y social, pero sobre todo profundamente espiritual. También fue emblemática la canonización, celebrada con alegría, del primer santo nativo del país: fray Antonio de Santa Ana Galvão. Este sacerdote franciscano del siglo XVIII, muy devoto de la Virgen María, apóstol de la Eucaristía y de la Confesión, fue llamado ya en vida «hombre de paz y de caridad». Su testimonio es una ulterior confirmación de que la santidad es la verdadera revolución, que puede promover la auténtica reforma de la Iglesia y de la sociedad. * * * Encuentro con los párrocos y sacerdotes de la diócesis de Roma Me parece que tenemos dos reglas fundamentales [en el tema de los Movimientos eclesiales y las nuevas comunidades], de las que usted ha hablado. La primera regla nos la ha dado san Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses: no extingáis los carismas. Si el Señor nos da nuevos dones, debemos estar agradecidos, aunque a veces sean incómodos. Y es algo hermoso que, sin iniciativa de la jerarquía, con una iniciativa de la base, como se dice, pero también con una iniciativa realmente de lo alto, es decir, como don del Espíritu Santo, nazcan nuevas formas de vida en la Iglesia, como, por otra parte, han nacido en todos los siglos. En sus comienzos fueron siempre incómodas: también san Francisco fue muy incómodo, y para el Papa era muy difícil dar, finalmente, una forma canónica a una realidad que era mucho más grande que los reglamentos jurídicos. Para san Francisco era un grandísimo sacrificio dejarse encastrar en este esqueleto jurídico, pero, al final, nació una realidad que vive aún hoy y que vivirá en el futuro: da fuerza y nuevos elementos a la vida de la Iglesia. * * * Visita al Seminario Romano Mayor [Hablando de su vida de seminarista] Ahora bien, por lo que respecta a mis preferencias, naturalmente seguía con atención, como podía, las clases. En los dos primeros años, desde el inicio me fascinó la filosofía, sobre todo la figura de san Agustín; luego también la corriente agustiniana en la Edad Media: san Buenaventura, los grandes franciscanos, la figura de san Francisco de Asís. * * * ÁNGELUS del domingo 22 de octubre de 2006 Celebramos hoy la LXXX Jornada mundial de las misiones (...). La misión brota del corazón: quien se detiene a rezar ante el Crucifijo, con la mirada puesta en el costado traspasado, no puede menos de experimentar en su interior la alegría de saberse amado y el deseo de amar y de ser instrumento de misericordia y reconciliación. Así le sucedió, hace exactamente 800 años, al joven Francisco de Asís, en la iglesita de San Damián, que entonces se hallaba destruida. Francisco oyó que Jesús, desde lo alto de la cruz, conservada ahora en la basílica de Santa Clara, le decía: «Ve y repara mi casa que, como ves, está en ruinas». Aquella «casa» era ante todo su misma vida, que debía «reparar» mediante una verdadera conversión; era la Iglesia, no la compuesta de ladrillos, sino de personas vivas, que siempre necesita purificación; era también la humanidad entera, en la que Dios quiere habitar. La misión brota siempre de un corazón transformado por el amor de Dios, como testimonian innumerables historias de santos y mártires, que de modos diferentes han consagrado su vida al servicio del Evangelio. * * * Mensaje con ocasión del XX aniversario Juan Pablo II escogió para su iniciativa audaz y profética [el encuentro interreligioso de oración por la paz] el sugestivo escenario de esa ciudad de Asís, universalmente conocida por la figura de san Francisco. En efecto, el Poverello encarnó de modo ejemplar la bienaventuranza proclamada por Jesús en el evangelio: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). El testimonio que dio en su época lo convierte en punto de referencia natural para quienes cultivan también hoy el ideal de la paz, del respeto de la naturaleza, del diálogo entre las personas, entre las religiones y las culturas. Ahora bien, si no se quiere traicionar su mensaje, es importante recordar que la elección radical de Cristo fue la que le ofreció la clave para comprender la fraternidad a la que están llamados todos los hombres y en la que de algún modo participan también las criaturas inanimadas, desde el «hermano sol» hasta la «hermana luna». Quiero recordar, por tanto, que en este vigésimo aniversario de la iniciativa de oración por la paz de Juan Pablo II se celebra también el octavo centenario de la conversión de san Francisco. Las dos conmemoraciones se iluminan recíprocamente. En las palabras que le dirigió el Crucifijo de San Damián -«ve, Francisco, y reconstruye mi casa»-, en su elección de una pobreza radical, en el beso al leproso con el que expresó su nueva capacidad de ver y de amar a Cristo en los hermanos que sufren, comenzó la aventura humana y cristiana que sigue fascinando a tantos hombres de nuestro tiempo y hace que esa ciudad sea meta de innumerables peregrinos. * * * Encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Albano Los jóvenes quieren ver si Dios existe y qué les dice. Por tanto, tienen cierta disponibilidad, a pesar de todas las dificultades de hoy. También tienen entusiasmo. Por tanto, debemos hacer todo lo posible por mantener viva esta llama que se manifiesta en ocasiones como las Jornadas mundiales de la juventud. ¿Cómo hacerlo? Es nuestra pregunta común. También serían útiles algunas clases de liturgia, a las que los jóvenes puedan asistir. Por otra parte, hacen falta ocasiones en que los jóvenes puedan mostrarse y presentarse. Aquí, en Albano, según he escuchado, se hizo una representación de la vida de san Francisco. Comprometerse en este sentido quiere decir entrar en la personalidad de san Francisco, de su tiempo, y así ensanchar la propia personalidad. Se trata sólo de un ejemplo, algo en apariencia bastante singular. Puede ser una educación para ensanchar la propia personalidad, para entrar en un contexto de tradición cristiana, para despertar la sed de conocer mejor la fuente donde bebió este santo, que no era sólo un ambientalista o un pacifista, sino sobre todo un hombre convertido. Me ha complacido leer que el obispo de Asís, mons. Sorrentino, precisamente para salir al paso de este «abuso» de la figura de san Francisco, con ocasión del VIII centenario de su conversión convocó un «Año de conversión» para ver cuál es el verdadero «desafío». Tal vez todos podemos animar un poco a la juventud para que comprenda qué es la conversión, remitiéndonos a la figura de san Francisco, a fin de buscar un camino que ensanche la vida. Francisco al inicio era casi una especie de «playboy». Luego, cayó en la cuenta de que eso no era suficiente. Escuchó la voz del Señor: «Reconstruye mi casa». Poco a poco comprendió lo que quería decir «construir la casa del Señor». |
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