DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 7 DE DICIEMBRE

 

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SAN AMBROSIO, Obispo y Doctor de la Iglesia. Nació en Tréveris (Alemania) hacia el año 340 de familia romana cristiana. Estudió en Roma derecho y retórica, y comenzó una brillante carrera en la administración civil del Imperio. El año 374, siendo Prefecto de Milán, intervino para impedir tumultos con motivo de la elección del nuevo obispo para la ciudad, y, cuando todavía era catecúmeno y se preparaba para el bautismo, fue elegido él por aclamación para ocupar aquella sede; rápidamente fue bautizado, instruido, y por último ordenado de obispo el 7 de diciembre. Por sus dotes personales y por la formación que adquirió, fue consejero de emperadores, apóstol de la caridad, reformador litúrgico, formador de almas (convirtió y bautizó a san Agustín), animador de la vida de consagración a Dios, comentarista de la Escritura y autor de numerosas obras de teología y espiritualidad, defensor de la doctrina católica frente al arrianismo y de la libertad de la Iglesia. Murió el 4 de abril del año 397 y su memoria se celebra el 7 de diciembre, aniversario de su consagración episcopal.- Oración: Señor y Dios nuestro, tú que hiciste al obispo san Ambrosio doctor esclarecido de la fe católica y ejemplo admirable de fortaleza apostólica, suscita en medio de tu pueblo hombres que, viviendo según tu voluntad, gobiernen a tu Iglesia con sabiduría y fortaleza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SANTA MARÍA JOSEFA ROSSELLO. Nació cerca de Savona (Italia) el año 1811. Desde pequeña se distinguió por su devoción y su caridad hacia los pobres. Quiso ser monja, pero no lo consiguió porque no pudo reunir la dote que se requería entonces. Ingresó en la Tercera Orden de San Francisco asumiendo su vida de piedad y su amor a la pobreza. Entró al servicio de una familia señorial, que quiso adoptarla, pero ella no aceptó porque le pedían que renunciara a su intención de hacerse religiosa. En 1837 el obispo de Savona le encargó que se ocupase de la juventud pobre y abandonada. Pronto se le unieron otras jóvenes, y tres años más tarde nacía la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, que ella gobernó más de cuarenta años, para el cuidado de las jóvenes, especialmente las abandonadas y enfermas; en África se ocuparon también de los niños esclavizados. Murió en Savona el 7 de diciembre de 1880.

Beatas Aurelia Arambarri, Aurora López y Daría AndiarenaBeatas Aurelia Arambarri, Aurora López y Daría Andiarena, Siervas de María. Cuando estalló la persecución religiosa de 1936, formaban parte de la comunidad de Pozuelo de Alarcón (Madrid). De acuerdo con el carisma de su Instituto, habían atendido a los enfermos en sus domicilios. Obligadas a dispersarse, se refugiaron en casa de una familia amiga. Allí las detuvieron los milicianos, que las identificaron por sus signos religiosos; ellas, interrogadas, afirmaron que eran Siervas de María. Al día siguiente, 7 de diciembre de 1936, las asesinaron en Aravaca (Madrid). Aurelia nació en Vitoria el año 1866. Recibió el hábito religioso de manos de santa María Soledad, fundadora del Instituto, en 1886. Sus primeros destinos estuvieron en Puerto Rico y México. Volvió a España en 1916 y le confiaron el cargo de superiora en varias casas. Cuando la detuvieron estaba imposibilitada por una parálisis progresiva. Aurora nació en San Lorenzo de El Escorial (Madrid) en 1850. También ella recibió, en 1874, el hábito de manos de la santa fundadora. En su larga vida religiosa pasó por muchas casas y se mostró siempre muy sacrificada en el ejercicio de sus ministerios y en el cuidado de los enfermos, compartiendo con las jóvenes sus ricas experiencias. Daría nació en Donamaría (Navarra) en 1879. Hizo la profesión temporal en 1905. Tuvo varios destinos. En la casa madre (Madrid) desempeñó el cargo de auxiliar del noviciado. Su solicitud por las novicias no tenía medida, sacrificándose cuanto fuera necesario y siendo modelo para las jóvenes.- Beatificadas el 13-X-2013.

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San Atenodoro. Murió mártir en Siria el año 304, en tiempo del emperador Diocleciano. Según la tradición, fue torturado con fuego y otros suplicios. Condenado a muerte, al ir a decapitarlo el verdugo resbaló y cayó, y ningún otro se atrevió a matarlo. Mientras deliberaban las autoridades qué hacer, Atenodoro siguió orando y en medio de la oración se durmió en el Señor.

San Carlos Garnier. Nació en París el año 1606 en el seno de una familia opulenta. Desde joven fue congregante mariano. En 1624 ingresó en la Compañía de Jesús y en su profesión añadió a los tres votos el de defender la Inmaculada Concepción de María. Ordenado de sacerdote, lo enviaron a las misiones de Canadá, adonde llegó en 1636. Evangelizó a los iroqueses y a los indios tabaqueros. El 7 de diciembre de 1649, cuando estaba bautizando a los catecúmenos en la misión de San Juan Bautista (región de Ontario en Canadá), los iroqueses cayeron sobre la aldea, le dieron dos tiros de arcabuz y lo remataron a hachazos. Su memoria, junto con la de sus compañeros, se celebra el 19 de octubre.

Santa Fara (o Burgundofara). Nació en Poincy, cerca de Meaux (Francia) de familia noble, y tuvo dos hermanos santos: san Farón, obispo de Meaux, y san Cainoaldo, monje de Luxeuil. Desde joven quiso ingresar en un convento como religiosa, pero su padre no se lo permitió. Cuando heredó un territorio entre dos ríos, en él edificó el monasterio de Faremoutiers (Meaux), del que fue abadesa muchos años. Adoptó primero la Regla de san Columbano y después la de san Benito. Vivió e hizo vivir a sus monjas, que se multiplicaron, con gran santidad, y de ellas salieron muchas santas. Murió el año 657.

San Juan el Silencioso (o el Hesycasta). Nació en Nicópolis (Armenia) el año 454. Muy joven quedó huérfano y fundo un monasterio con algunos compañeros que lo nombraron guía de la comunidad. A los 28 años fue elegido obispo de Colonia o Texara (Armenia), pero diez años después renunció porque comprendió que aquello no era lo suyo. Marchó al Hospital de San Jorge en Jerusalén, en el que se dedicó a atender a ancianos pobres y enfermos. Más tarde ingresó en la cercana laura de San Sabas, en la que pasó el resto de sus años consagrado a la vida contemplativa y penitente de los monjes. Murió ya centenario el año 558.

San Sabino. Es venerado en Espoleto (Umbría, Italia) como obispo y mártir. Murió hacia el año 300.

San Urbano de Teano. Obispo de Teano, región de Campania (Italia), en el siglo IV.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

En la Anunciación, el ángel Gabriel, enviado por Dios, dijo a la Virgen María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús». María dijo al ángel: «Cómo será eso, pues no conozco varón». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (cf. Lc 1,26-35).

Pensamiento franciscano:

Hablando de la fundación de la Orden franciscana, dice san Buenaventura: -Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, madre de Dios [la Porciúncula], su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, y al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica (LM 3,1).

Orar con la Iglesia:

Presentemos nuestras plegarias a Dios por medio de María Inmaculada, a la que el Padre eligió para madre del Verbo encarnado.

-Por todos los creyentes en Cristo; en comunión con María, Madre de la Iglesia, roguemos al Señor.

-Por los pastores de la Iglesia; en comunión con María, Reina de los apóstoles, roguemos al Señor.

-Por los que rigen las naciones; en comunión con María, Reina de la paz, roguemos al Señor.

-Por todos los que sufren; en comunión con María, consuelo de los afligidos, roguemos al Señor.

-Por nosotros y por quienes más lo necesiten; en comunión con María, Madre de Jesús y madre nuestra, roguemos al Señor.

Oración: Escucha, Señor, nuestras súplicas, que María Inmaculada, abogada e intercesora nuestra, te presenta. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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«CONSOLAD, CONSOLAD A MI PUEBLO»
Benedicto XVI, Ángelus del 7 de diciembre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Desde hace una semana estamos viviendo el tiempo litúrgico de Adviento: tiempo de apertura al futuro de Dios, tiempo de preparación para la santa Navidad, cuando él, el Señor, que es la novedad absoluta, vino a habitar en medio de esta humanidad decaída para renovarla desde dentro. En la liturgia de Adviento resuena un mensaje lleno de esperanza, que invita a levantar la mirada al horizonte último, pero, al mismo tiempo, a reconocer en el presente los signos del Dios-con-nosotros.

En este segundo domingo de Adviento [Ciclo B] la Palabra de Dios asume el tono conmovedor del así llamado segundo Isaías, que a los israelitas, probados durante decenios de amargo exilio en Babilonia, les anunció finalmente la liberación: «Consolad, consolad a mi pueblo -dice el profeta en nombre de Dios-. Hablad al corazón de Jerusalén, decidle bien alto que ya ha cumplido su tribulación» (Is 40,1-2). Esto es lo que quiere hacer el Señor en Adviento: hablar al corazón de su pueblo y, a través de él, a toda la humanidad, para anunciarle la salvación.

También hoy se eleva la voz de la Iglesia: «En el desierto preparadle un camino al Señor» (Is 40,3). Para las poblaciones agotadas por la miseria y el hambre, para las multitudes de prófugos, para cuantos sufren graves y sistemáticas violaciones de sus derechos, la Iglesia se pone como centinela sobre el monte alto de la fe y anuncia: «Aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza» (Is 40,11).

Este anuncio profético se realizó en Jesucristo. Él, con su predicación y después con su muerte y resurrección, cumplió las antiguas promesas, revelando una perspectiva más profunda y universal. Inauguró un éxodo ya no sólo terreno, histórico y como tal provisional, sino radical y definitivo: el paso del reino del mal al reino de Dios, del dominio del pecado y la muerte al del amor y la vida. Por tanto, la esperanza cristiana va más allá de la legítima esperanza de una liberación social y política, porque lo que Jesús inició es una humanidad nueva, que viene "de Dios", pero al mismo tiempo germina en nuestra tierra, en la medida en que se deja fecundar por el Espíritu del Señor. Por tanto, se trata de entrar plenamente en la lógica de la fe: creer en Dios, en su designio de salvación, y al mismo tiempo comprometerse en la construcción de su reino. En efecto, la justicia y la paz son un don de Dios, pero requieren hombres y mujeres que sean "tierra buena", dispuesta a acoger la buena semilla de su Palabra.

Primicia de esta nueva humanidad es Jesús, Hijo de Dios e hijo de María. Ella, la Virgen Madre, es el "camino" que Dios mismo se preparó para venir al mundo. Con toda su humildad, María camina a la cabeza del nuevo Israel en el éxodo de todo exilio, de toda opresión, de toda esclavitud moral y material, hacia «los nuevos cielos y la nueva tierra, en los que habita la justicia» (2 Pe 3,13). A su intercesión materna encomendamos las esperanzas de paz y de salvación de los hombres de nuestro tiempo.

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LA VISITACIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN
San Ambrosio, Exposición sobre el evangelio de san Lucas

El ángel que anunciaba los misterios, para llevar a la fe mediante algún ejemplo, anunció a la Virgen María la maternidad de una mujer estéril y ya entrada en años, manifestando así que Dios puede hacer todo cuanto le place.

Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la profecía, no por incertidumbre respecto al anuncio, no por duda acerca del ejemplo indicado por el ángel, sino con el regocijo de su deseo, como quien cumple un piadoso deber, presurosa por el gozo, se dirigió a las montañas.

Llena de Dios de ahora en adelante, ¿cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu. Bien pronto se manifiestan los beneficios de la llegada de María y de la presencia del Señor; pues en el momento mismo en que Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre, y ella se llenó del Espíritu Santo.

Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos.

El niño saltó de gozo y la madre fue llena del Espíritu Santo, pero no fue enriquecida la madre antes que el hijo, sino que, después que fue repleto el hijo, quedó también colmada la madre. Juan salta de gozo y María se alegra en su espíritu. En el momento en que Juan salta de gozo, Isabel se llena del Espíritu, pero, si observas bien, de María no se dice que fuera llena del Espíritu, sino que se afirma únicamente que se alegró en su espíritu (pues en ella actuaba ya el Espíritu de una manera incomprensible); en efecto: Isabel fue llena del Espíritu después de concebir; María, en cambio, lo fue ya antes de concebir, porque de ella se dice: ¡Dichosa tú que has creído!

Pero dichosos también vosotros, porque habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras.

Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios. Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos; pues toda alma recibe la Palabra de Dios, a condición de que, sin mancha y preservada de los vicios, guarde la castidad con una pureza intachable.

Toda alma, pues, que llega a tal estado proclama la grandeza del Señor, igual que el alma de María la ha proclamado, y su espíritu se ha alegrado en Dios Salvador.

El Señor, en efecto, es engrandecido, según puede leerse en otro lugar: Proclamad conmigo la grandeza del Señor. No porque con la palabra humana pueda añadirse algo a Dios, sino porque él queda engrandecido en nosotros. Pues Cristo es la imagen de Dios y, por esto, el alma que obra justa y religiosamente engrandece esa imagen de Dios, a cuya semejanza ha sido creada, y, al engrandecerla, también la misma alma queda engrandecida por una mayor participación de la grandeza divina.

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LA INMACULADA CONCEPCIÓN (I)
por Pedro de Alcántara Martínez, OFM

«Dios inefable, (...) habiendo previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano que había de derivarse de la culpa de Adán, y habiendo determinado en el misterio escondido desde todos los siglos cumplir por la encarnación del Verbo la primera obra de su bondad (...), eligió y señaló desde el principio, y antes de todos los siglos, a su unigénito Hijo una Madre, de la cual, habiéndose hecho carne en la feliz plenitud de los tiempos, naciese; y tanto la amó por encima de todas las criaturas, que solamente en ella se complació con señaladísima benevolencia».

Como nos indican las anteriores palabras de Pío IX, la concepción inmaculada de la Virgen María es un maravilloso misterio de amor. La Iglesia lo fue descubriendo poco a poco, al andar de los tiempos. Hubieron de transcurrir siglos hasta que fuera definido como dogma de fe. Y no es extraño, porque Dios lo reveló obscuramente, y ello en dos momentos decisivos de la historia del mundo y en dos instantes extremos de la vida de Cristo. Y los hombres somos lentos en comprender, en descifrar el íntimo significado de las cosas.

En los albores de la creación, luego que Adán pecó seducido por Eva, arrastrándonos a todos al misterio de tristeza, al pecado, quiso Dios enviarnos un mensaje de esperanza: una mujer llevaría en brazos al hombre que había de quebrantar la cabeza de la serpiente; una mujer quedaría íntimamente asociada al Redentor en una lucha que había de terminar con la derrota satánica. Si el demonio engañó al hombre por la mujer, la mujer debelaría al demonio por el hombre y con el hombre.

No era ya noche, sino que comenzaban los levantes de la aurora, la plenitud de los tiempos, cuando el ángel se acercó a una virgen de Nazaret, en Galilea, y le dijo: «Alégrate, la llena de gracia, el Señor es contigo».

Dijo Dios a la serpiente: «Pondré enemistades entre ella y tú». Y ahora el ángel, como un eco, penetrando en el alma de María a través de sus claros ojos, la saludaba de gracia llena. Pero ¡es tan obscuro todo esto! Apenas si luego se podía comprender más, cuando vino Cristo al mundo y la Revelación se hizo palpable. Los primeros hombres que le contemplaron fueron pastores rudos. Le vieron en una gruta, recién nacido, clavel caído del seno de la aurora, glorificando las pobres briznas de heno, cual rezó Góngora en su delicioso villancico. Le miraban con ojos redondos, absortos, llenos de un asombro sencillo y elemental. Estaba en brazos de ella, Madre de Dios, circundada por un halo de celestial ternura.

Otro día las pajas del heno se habían transformado ya en leños duros y clavos atormentadores. Los labios de él bebían sangre, sudor y lágrimas en lugar de blanca leche bajada del cielo. Ella estaba de pie, sufriendo, rodeada por un velo negro de severo dolor: la nueva Eva, la compañera del Redentor, la Corredentora. Y así la contemplaban discípulos acobardados, soldados indiferentes, chusma.

Madre de Dios, Corredentora... Las mentes de los Santos Padres primero, de los teólogos medievales después, fueron desentrañando el significado de tales palabras. Comprendieron el llena de gracia a la luz del pesebre y el pondré enemistades al fulgor del Calvario. Fueron comprendiendo que la dignidad de Madre de Dios está reñida con todo pecado; que su oficio de corredentora exige la inmunidad de la mancha original, a fin de poder merecer dignamente, con su Hijo, liberarnos de la culpa. Todavía hoy siguen estudiando los teólogos el abismo de pureza que es la concepción de María, y, al analizar sus raíces y su contenido, renuevan la escena de Belén: asombro y más asombro ante la profundidad del misterio.

[Tomado de La Inmaculada Concepción, en Año Cristiano, Tomo XII, Madrid, Ed. Católica (BAC), 2006, pp. 207-209].

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