DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 4 DE DICIEMBRE

 

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SAN JUAN DAMASCENO, Doctor de la Iglesia. Nació en Damasco (Siria) hacia el año 650, en el seno de una familia árabe cristiana. Sucedió a su padre en sus servicios al califa, y llegó a ser ministro de las finanzas de su corte. Al perder el favor del califa, se trasladó a Jerusalén e ingresó en la cercana «laura» o monasterio de San Sabas, donde fue ordenado de sacerdote. Escribió numerosos himnos sagrados y obras teológicas, en las que se recoge lo más valioso de los escritos patrísticos de la Iglesia oriental. Fue un gran defensor, de palabra y por escrito, del culto de las imágenes sagradas -que consideraba palabra de Dios que nos entra por los ojos- contra los iconoclastas capitaneados por el emperador León Isáurico, que pretendían su supresión. Murió en su monasterio a mediados del siglo VIII.- Oración : Te rogamos, Señor, que nos ayude en todo momento la intercesión de san Juan Damasceno, para que la fe verdadera que tan admirablemente enseñó sea siempre nuestra luz y nuestra fuerza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SAN JUAN CALABRIA. Nació en Verona (Italia) el año 1873. Siendo aún seminarista externo, acogió en su casa a un niño que encontró abandonado y esto fue el principio de sus obras en favor de los huérfanos y desvalidos. Ordenado de sacerdote en 1901, trabajó en el apostolado parroquial y se dedicó con gran celo a la administración del sacramento de la confesión y al ejercicio de la caridad, privilegiando sobre todo a los más pobres y marginados. Fundó las congregaciones de los Pobres Siervos y de las Pobres Siervas de la Divina Providencia. Acogió en sus casas a jóvenes material y moralmente necesitados. Fundó hospitales y casas de acogida para enfermos y ancianos. Abrió casas de formación para pobres, a fin de ayudarlos a seguir su vocación sacerdotal o religiosa. Murió en su ciudad natal el 4 de diciembre de 1954, y fue canonizado por Juan Pablo II en 1999.

BEATO PEDRO PECTINARIO DE SIENA . Nació en Campi, cerca de Siena (Italia), adonde se trasladó de pequeño, y donde vivió y, ya centenario, murió el 4 de diciembre de 1289. Su oficio le valió el sobrenombre de «Pettinaio», peinetero. Fue un ciudadano bueno y honrado que se mereció la estima de todos, por lo que las autoridades le confiaron importantes misiones. Se casó y fue feliz en el matrimonio, pero no tuvieron hijos. Los esposos llevaron una vida de gran piedad y caridad; al quedar él viudo, se hizo terciario franciscano y con otros compañeros se dedicó a atender a los enfermos en los hospitales y a buscar ayuda para los pobres. Fue hombre de oración y contemplación, comprometido en los movimientos eclesiales de su ciudad, así como de Florencia y Pistoia, para influir cristianamente en la vida pública. Fue un modelo de laico cristiano franciscano.

BEATO FRANCISCO GÁLVEZ Y COMPAÑEROS. El 4 de diciembre de 1623 fueron quemados vivos en Edo (Tokio, Japón) muchos cristianos, de los que tres fueron beatificados en 1867 (Francisco Gálvez, Jerónimo de Angelis y Simón Yempo) y uno en 2008 (Juan Hara Mondo). Francisco nació en Utiel (Valencia, España) el año 1578 en el seno de una familia hidalga. Siendo ya diácono ingresó en la Provincia franciscana alcantarina de Valencia. Llevado de su celo misionero y ordenado ya de sacerdote, se ofreció para ser enviado al Extremo Oriente. De camino a su destino, estuvo ocho años en Méjico, de donde pasó a Filipinas. En Manila estuvo un par de años aprendiendo el japonés y trabajando con los inmigrantes nipones. En 1612 llegó a Japón, donde desarrolló una breve pero intensa labor misionera: predicación del Evangelio, traducción de libros piadosos, cuidado de leprosos, etc. Expulsado del país en 1614, se las ingenió para retornar a él disfrazado, y estuvo trabajando con mucha cautela hasta que fue delatado y condenado a la hoguera. Jerónimo de Angelis nació en Sicilia el año 1568, entró en la Compañía de Jesús, se ordenó de sacerdote en Lisboa y llegó a Japón en 1602. Cuando en 1614 fueron expulsados los misioneros, se escondió en Nagasaki y continuó ejerciendo su ministerio hasta que lo apresaron. Simón Yempo nació en Japón el año 1580 y en su juventud entró en un monasterio budista. Más tarde se convirtió a Cristo, recibió el bautismo, ingresó en la Compañía de Jesús y trabajó como catequista.- Oración Concédenos, Dios todopoderoso, que, animados con el ejemplo de tus bienaventurados mártires, soportemos cualquier mal en esta vida antes que sufrir detrimento en el alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATO JUAN HARA MONDO. Nació en Japón el año 1587. Servía como paje del shôgun Tokugawa, se bautizó en Osaka cuando tenía unos trece años, y se hizo terciario franciscano. Tokugawa inició hacia 1612 la persecución contra los cristianos. Juan, por no querer renunciar a su fe, recibió la orden de destierro, pero se ocultó y siguió propagando el cristianismo. En 1615 fue descubierto, encarcelado y condenado. Le imprimieron en la frente con hierro candente una cruz y le mutilaron los dedos de manos y pies. Pudo todavía vivir oculto y sirviendo espiritualmente a la comunidad cristiana, desde una leprosería. En 1623 fue delatado y, junto con otros cristianos, condenado a morir en la hoguera. Fueron quemados vivos en la colina de Shinagawa, a la entrada de Tokio (Japón), el 4 de diciembre de 1623, en presencia de una inmensa muchedumbre. Todos murieron «invocando los santísimos nombres de Jesús y María» y «no hubo entre ellos quien se moviese». Fue beatificado el año 2008.

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Santa Adreílda (o Ada). Abadesa del monasterio de Santa María, de Le Mans (Francia). Murió hacia el año 692.

San Annón. Nació en la región de Suabia (Alemania) el año 1010. Optó primero por la vida militar, pero luego se decidió por el sacerdocio y estudió en Bamberg. Era un hombre culto y de agudo ingenio. Fue muy considerado por los emperadores Enrique III y Enrique IV. El año 1056 Enrique III lo eligió arzobispo de Colonia, elector y canciller del Imperio. En 1069 Annón renunció a la política y se dedicó a los intereses de su diócesis. Fundó iglesias y monasterios, promovió la reforma del clero, trató de acrecentar la fe y la piedad del pueblo. Murió en el monasterio de Siegburg (Renania) el año 1075.

San Apro. Ejerció el ministerio sacerdotal en Grenoble. Después marchó a Vienne (Francia), donde se construyó una pequeña celda en la que llevó vida solitaria y penitente. Su vida transcurrió en el siglo VII.

San Bárbara. Tenemos pocos datos históricos de su vida, que ha sido objeto de numerosas leyendas. Según la tradición fue virgen y mártir en Nicomedia (en la actual Turquía) en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana (siglo III-IV). Su culto se extendió por todas partes a partir del siglo IX. Se la tiene por patrona de mineros, artilleros, fabricantes de explosivos, pirotécnicos, operarios de materiales de alto riesgo, y se la invoca en las tormentas con gran aparato de truenos y relámpagos.

San Bernardo de Parma. Nació en Florencia en torno al año 1060 de la noble y rica familia de los Uberti. Aún adolescente renunció a sus muchos bienes y se hizo monje en el monasterio florentino de San Salvi, de la Congregación de Valleumbrosa. Siendo ya abad de su monasterio, en 1099 fue elegido abad general de su Congregación, que trató de centralizar y que difundió por Emilia y Lombardía. Como cardenal, elegido por Urbano II, estuvo al servicio de los papas y promovió la reforma de la Iglesia. El año 1106 lo eligió el papa obispo de Parma, ciudad en la que murió en 1133.

San Félix de Bolonia. Fue diácono de la Iglesia de Milán bajo san Ambrosio, y después obispo de Bolonia. Murió el año 432.

San Heraclas de Alejandría. Nació de familia pagana. Frecuentó la escuela catequética dirigida por Orígenes en Alejandría, se convirtió al cristianismo, se dedicó al estudio de las ciencias profanas y de la Sagrada Escritura, y el año 215 se ordenó de sacerdote. Fue colaborador de Orígenes y, cuando éste tuvo que ausentarse en el 230, le confiaron a él la dirección de la escuela. Al año siguiente lo eligieron obispo de Alejandría. Gobernó con celo y bondad su diócesis y destacó sobre todo como maestro de la verdad cristiana. Murió entre el año 247 y el 249.

San Juan el Taumaturgo. Elegido obispo de Poliboto, en Frigia (Turquía), guió su Iglesia con sabiduría y prudencia. Cuando el emperador León el Armenio (813-820) prohibió el culto de las imágenes sagradas, Juan se presentó ante él y le reprochó su proceder por estar contra de la tradición y la verdad cristiana. El enorme prestigio que tenía el obispo impidió que el emperador lo mandara matar. Juan continuó enseñando a sus fieles que veneraran las imágenes del Señor y de los santos. Murió poco después del año 850. Los muchos milagros obrados por su intercesión le valieron el sobrenombre de Taumaturgo.

San Melecio. Fue obispo de Sebastópolis en el Ponto, insigne por su cultura, pero más insigne por sus virtudes y la integridad de su vida. Murió a finales del siglo IV.

San Osmundo de Salisbury. Nació en Normandía de familia noble. Era sobrino del rey Guillermo el Conquistador y con él se fue a Inglaterra. Allí ocupó cargos importantes en la administración civil hasta que, en 1078, fue nombrado obispo de Salisbury. Construyó la catedral y la dotó de un cabildo de canónigos, cuyas constituciones fueron modelo para otras instituciones semejantes. Hombre de gran cultura, piadoso, de santas costumbres y de gran celo apostólico, murió el año 1099.

San Sigiranno (o Cirano). Nació en el Berry, antigua región de Francia, hijo de un noble, futuro obispo de Tours. Cursados los estudios, pasó a la corte de los francos. El año 622, muerto su padre, ingresó en el clero de Tours. En su cargo de arcediano fue tan generoso con los pobres, que se ganó las críticas de algunos clérigos. Peregrinó a Roma y, al regreso, fundó el monasterio de Maubec en la diócesis de Bourges, que luego se trasladó a Longoret, donde vivió santamente y donde murió hacia el año 655. El monasterio tomó más tarde el nombre de Saint-Cyran.

San Solas (o Sualo). Monje irlandés que se fue a Baviera (Alemania) y se puso a disposición de san Bonifacio, quien lo ordenó de sacerdote. Después de dedicarse a la evangelización, se retiró a llevar vida solitaria sin abandonar del todo el apostolado. Murió en el monasterio de Ellwangen (Baviera) el año 794.

Beato Adolfo Kolping. Nació en Kerpen, cerca de Colonia (Alemania), el año 1813. Su padre era de oficio pastor y pequeño agricultor, y él tuvo que ponerse a trabajar muy joven en distintos oficios artesanales. Hizo los estudios correspondientes y se ordenó de sacerdote en Colonia el año 1846. Lo destinaron a la zona industrial de Wuppertal y se dedicó a trabajar entre los jóvenes obreros, para los que fundó una asociación de formación humana y religiosa, de ayuda mutua y de importantes obras sociales: la «Kolpingwerk». La obra se extendió por Alemania y por el mundo y reunió a multitud de jóvenes trabajadores. También trabajó con los jóvenes universitarios y con la pluma. Murió en Colonia el año 1865.

Beatos Eustaquio García Chicote y 4 compañeros mártires. Eran monjes del monasterio de Viaceli (Cóbreces, Cantabria), de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia y de San Bernardo (trapenses), cuando estalló en España la persecución religiosa, julio de 1936. Vivían consagrados a la oración y el trabajo, pero el 8-IX-1936 los milicianos los detuvieron junto a otros monjes y los trasladaron a Santander. El 3 de diciembre de 1936, el P. Pío y sus compañeros, al parecer, fueron llevados a alta mar y arrojados, maniatados y vivos, a las aguas. La misma suerte corrieron al día siguiente estos cinco religiosos. Beatificados el 3-X-2015.- Eustaquio García nació en Támara de Campos (Palencia) en 1891. Primero estuvo de monje en el monasterio de San Isidro de Dueñas, del que se salió siendo profeso simple. Más tarde entró en Viaceli, donde profesó en 1931. Fue submaestro de novicios conversos. Ángel de la Vega González nació en Noceda del Bierzo (León) en 1868. Contrajo matrimonio, quedó viudo con 8 hijos y, cuando los hubo colocado, vistió el hábito de converso; hizo la profesión solemne el 25 de julio de 1936, iniciada ya la guerra civil. Ezequiel Álvaro de la Fuente nació en Espinosa de Cerrato (Palencia) en 1917. Con 13 años ingresó en Viaceli en calidad de oblato y emitió los votos temporales el 22 de abril de 1935. Fue asesinado con solo 19 años. Eulogio Álvarez López nació en Quintana de Fuseros (León) en 1916. De niño entró en Viaceli, donde hizo la profesión temporal el 22 de abril de 1935. Bienvenido Mata Ubierna nació en Celadilla Sotobrín (Burgos) en 1908. Ingresó en Viaceli en el mes de junio de 1935 y comenzó el noviciado el 8 de diciembre del mismo año.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

San Pablo advirtió a los Corintios: -Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1,22-24).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Testamento: -El Señor me dio una tal fe en las iglesias, que así sencillamente oraba y decía: Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas las iglesias tuyas que hay en el mundo, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo (Test 4-5).

Orar con la Iglesia:

El Señor Jesucristo, Luz de Luz, que viene, nos sacará de las tinieblas en que nos encontramos, para que podamos contemplar su gloria; acudamos a él y digámosle confiadamente: Ven, Señor Jesús.

-Luz indestructible que vienes a iluminar nuestras tinieblas, despierta nuestra fe aletargada.

-Haz que, guiados por el resplandor de tu claridad, andemos siempre con seguridad.

-Concédenos la mansedumbre en todo tiempo, y haz que sea notoria a todos los hombres.

-Ven a crear la tierra nueva que anhelamos, en la que habite la justicia y la paz.

-Envíanos tu Espíritu para que, con su sabiduría, ilumine nuestra mente y mueva nuestra voluntad.

Oración: Concédenos, Señor, permanecer alertas a la venida de tu Hijo, para que, cuando llegue y llame a la puerta, nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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SAN JUAN DAMASCENO
De la Catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del 6 de mayo de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero hablar de san Juan Damasceno, un personaje destacado en la historia de la teología bizantina, un gran doctor en la historia de la Iglesia universal. Es, sobre todo, un testigo ocular del paso de la cultura griega y siriaca, compartida por la parte oriental del Imperio bizantino, a la cultura del Islam, que se abrió espacio con sus conquistas militares en el territorio reconocido habitualmente como Oriente Medio o Próximo. Juan, nacido en una familia cristiana rica, aún joven asumió el cargo -quizá ocupado también por su padre- de responsable económico del califato. Sin embargo, muy pronto, insatisfecho de la vida de la corte, escogió la vocación monástica, entrando en el monasterio de San Sabas, situado cerca de Jerusalén. Era alrededor del año 700. Sin alejarse nunca del monasterio, se dedicó con todas sus fuerzas a la ascesis y a la actividad literaria, aunque no desdeñó la actividad pastoral, de la que dan testimonio sobre todo sus numerosas Homilías.

En Oriente se recuerdan de él sobre todo los tres Discursos contra quienes calumnian las imágenes santas, que fueron condenados, después de su muerte, por el concilio iconoclasta de Hieria (754). Sin embargo, estos discursos fueron también el motivo principal de su rehabilitación y canonización por parte de los Padres ortodoxos convocados al segundo concilio de Nicea (787), séptimo ecuménico. En estos textos se pueden encontrar los primeros intentos teológicos importantes de legitimación de la veneración de las imágenes sagradas, uniéndolas al misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.

San Juan Damasceno fue, además, uno de los primeros en distinguir, en el culto público y privado de los cristianos, entre la adoración (latreia) y la veneración (proskynesis): la primera sólo puede dirigirse a Dios, sumamente espiritual; la segunda, en cambio, puede utilizar una imagen para dirigirse a aquel que es representado en esa imagen. Obviamente, el santo no puede en ningún caso ser identificado con la materia de la que está compuesta la imagen. Esta distinción se reveló en seguida muy importante para responder de modo cristiano a aquellos que pretendían como universal y perenne la observancia de la severa prohibición del Antiguo Testamento de utilizar las imágenes en el culto. Esta era la gran discusión también en el mundo islámico, que acepta esta tradición judía de la exclusión total de imágenes en el culto. En cambio los cristianos, en este contexto, han discutido sobre el problema y han encontrado la justificación para la veneración de las imágenes.

San Juan Damasceno escribe: «En otros tiempos Dios no había sido representado nunca en una imagen, al ser incorpóreo y no tener rostro. Pero dado que ahora Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, yo represento lo que es visible en Dios. Yo no venero la materia, sino al creador de la materia, que se hizo materia por mí y se dignó habitar en la materia y realizar mi salvación a través de la materia. Por ello, nunca cesaré de venerar la materia a través de la cual me ha llegado la salvación. Pero de ningún modo la venero como si fuera Dios...».

Vemos que, a causa de la encarnación, la materia aparece como divinizada, es considerada morada de Dios. Se trata de una nueva visión del mundo y de las realidades materiales. Dios se ha hecho carne y la carne se ha convertido realmente en morada de Dios, cuya gloria resplandece en el rostro humano de Cristo. Por consiguiente, las invitaciones del Doctor oriental siguen siendo de gran actualidad, teniendo en cuenta la grandísima dignidad que la materia recibió en la Encarnación, pues por la fe pudo convertirse en signo y sacramento eficaz del encuentro del hombre con Dios.

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ME LLAMASTE, SEÑOR, PARA SERVIR A TUS HIJOS
De la Declaración de la fe, de san Juan Damasceno

Tú, Señor, me sacaste de los lomos de mi padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza siguen tus mandatos.

Con la bendición del Espíritu Santo preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo carnal, sino por una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un cuidado superior al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu Iglesia santa e inmaculada.

Me alimentaste con la leche espiritual de tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento del cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el cáliz divino, o sea, con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación de todo el mundo.

Porque tú, Señor, nos has amado y has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que él aceptó voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, su Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.

Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja perdida, y me apacentaste en verdes pastos; me has alimentado con las aguas de la verdadera doctrina por mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.

Por la imposición de manos del obispo, me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; tú solo lo sabes.

Pero tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra.

Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile.

Apaciéntame, Señor, y apacienta tú conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu voluntad hasta el último momento.

Y tú, cima preclara de la más íntegra pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se fortalece la Iglesia.

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EL ESPÍRITU SANTO
EN LA EXPERIENCIA DE SAN FRANCISCO (II)

por José Álvarez, OFM

Francisco no pretendió nunca dar lecciones a nadie, sino dar ejemplo. Por eso él, más que maestro, es testigo y, por ser testigo antes que maestro, es creíble. Él sabía por propia experiencia que el seguimiento de Cristo no es, en primer lugar, de voluntarios, sino de elegidos; ni de ilustrados, sino de enamorados y apasionados. Dios tiene la iniciativa, es el que llama, empuja e inspira; de lo contrario no se es más que un intruso. Por tanto, el que quiera entrar en la Orden lo primero que tiene que discernir es si le mueve el Espíritu del Señor; si precede la divina inspiración.

Dice textualmente en la primera Regla: «Si alguno, queriendo por inspiración divina tomar esta vida, viene a nuestros hermanos, sea recibido benignamente por ellos» (1 R 2,1). Y más adelante: «Cualesquiera hermanos que, por divina inspiración, quieran ir entre los sarracenos y otros infieles, pidan la correspondiente licencia de sus ministros provinciales» (2 R 12,1).

Para Francisco está claro que el Espíritu del Señor es el agente primero y principal de la buena intención. Hay, pues, que procurar tener, por encima de todo, como algo prioritario, el Espíritu del Señor y su santa operación (2 R 10,9)..., para creer espiritualmente o según el Espíritu, para descubrir el misterio oculto bajo las especies de pan y de vino en la Eucaristía (Adm 1).

La Regla, recibida por divina inspiración, debe ser observada y vivida espiritualmente (2 R 10,4). La Orden, integrada por hermanos llegados por divina inspiración, forma una familia de hermanos espirituales (2 R 6,8), pero encarnados, no ángeles, llamados a amarse con más intensidad que la madre ama a su hijo carnal (2 R 6,8).

Para alcanzar tan alto nivel Francisco propone la necesidad de mortificar nuestros cuerpos, para no vivir según la carne sino según el Espíritu; no ser sabios según la carne, sino sencillos, humildes y puros (cf. 1 R 17,9-16). Entonces se cumplirá lo que dice la Escritura santa: «El Espíritu del Señor descenderá sobre ellos» (Is 11,2), «y hará en ellos habitación y morada» (Jn 14,23), «y serán hijos del Padre celestial» (Mt 5,45), «cuyos mandatos cumplen» (2CtaF 48-49), «y nadie puede decir Jesús si no es movido por el Espíritu Santo» (1 Cor 12,3).

La consecuencia lógica es que el hombre se convierte en un instrumento del Espíritu para obrar espiritualmente siempre y en todo lugar. Deberá estar atento a no extinguir el Espíritu (2 R 5,2). San Francisco recuerda lo que nos dice San Pablo: Si el Espíritu habita en vosotros y os dejáis guiar por Él, sois hijos de Dios (cf. Rm 8,11-14). A este Espíritu alude el Santo cuando refiere las actitudes que deben animar al hermano: «Orar siempre con pureza de corazón y tener paciencia en la persecución y enfermedad...» (2 R 10,9).

Francisco no es opuesto al estudio ni a ninguna clase de trabajo honesto, es más, lo propone como medio ascético de realización humana y como medio de subsistencia; pero sí nos previene contra la tentación del activismo y el peligro, en el estudio, de dejarnos matar por la letra, creyéndonos superiores a los demás (Adm 7).

En consecuencia, exhorta y amonesta a «lo que por encima de todo debemos anhelar: tener el Espíritu del Señor y su santa operación» (2 R 10,9); «no extinguir el Espíritu de la santa oración y devoción, a cuyo servicio deben estar las demás cosas temporales» (2 R 5,3). San Antonio podrá, con su permiso, enseñar la teología y la Sagrada Escritura a los hermanos, a condición de que, por ello, no sufra detrimento el espíritu de oración y devoción al Espíritu del Señor, cuya primacía es innegociable e indiscutible (cf. CtaAnt).

El Espíritu Santo, llegó a decir osadamente Francisco, es el General de la Orden, con eso basta. Firme este principio, y a partir de él, Francisco relativiza la importancia de otros valores y comportamientos, como por ejemplo: el uso del calzado, del dinero, la práctica del ayuno corporal, el montar a caballo, etc., que es algo circunstanciado y debe ser actuado, dice el Santo, teniendo en cuenta lo que el Señor le inspire en tal circunstancia concreta, evitando siempre tanto el laxismo como el rigorismo ascético o el literalismo desencarnado, pues el Espíritu no está siempre por lo que siempre se ha dicho o hecho de una determinada forma. El Espíritu Santo es «paloma mensajera».

[En Santuario, n. 118, 1997, pp. 7-8]

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