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DÍA 25 DE MAYO
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* * * San Aldelmo o Adelmo. Nació de una familia emparentada con los reyes de Wessex (Inglaterra) hacia el año 639. Abrazó la vida religiosa en el monasterio de Malmesbury, del que fue elegido abad hacia el 675. Consiguió que sus monjes adoptaran la Regla de San Benito y fundó otros monasterios. Se hizo célebre por su doctrina y sus escritos, redactados en latín o en lengua vulgar, tanto en verso como en prosa. Ya entrado en años lo eligieron obispo de la nueva diócesis de Sherborne entre los sajones occidentales. Dio ejemplo con su vida austera y piadosa, y se entregó al cumplimiento de sus deberes como pastor. Murió en Doulting el año 709. San Canión. Obispo de Atella, en la actualidad Sant'Arpinio, en la región de Campania (Italia), que fue martirizado en una fecha desconocida del siglo III o IV. San Dionisio de Milán. Fue obispo de Milán. Participó en el concilio que se celebró en su ciudad el año 355, convocado por el emperador arriano Constancio para condenar a san Atanasio. Dionisio defendió la fe del Concilio de Nicea, la divinidad de Jesucristo, y rehusó condenar a san Atanasio. El emperador lo desterró a Armenia, y allí murió en torno al año 360, mereciendo con justicia el título de mártir. San Dionisio Ssebuggwawo. Es uno de los jóvenes mártires de Uganda. Nació en 1870 y desde muy joven estuvo al servicio del rey Mwanga. Conoció el cristianismo y se bautizó en 1885. Llevado de su fervor, estuvo catequizando a dos miembros de la corte real, hecho que reconoció ante el rey, el cual lo traspasó con una lanza y mandó que lo remataran luego degollándolo. Esto sucedió el año 1886 en Munyonyo (Uganda). San Genadio de Astorga. Fue monje en el monasterio de Ageo, en la diócesis de Astorga (España). Con otros monjes restauró el año 882 el monasterio de San Pedro de los Montes, en la región de El Bierzo (León), del que fue abad. El año 898 lo eligieron obispo de Astorga. Acompañó y aconsejó al rey Alfonso II. Fomentó la vida monástica, fundó nuevos monasterios y restauró otros. Renunció a su sede el año 920 para dedicarse por entero a la vida contemplativa, primero en un monasterio y luego como ermitaño. Murió en Peñalba de Santiago (León, España) hacia el año 925. San León. Fue abad del monasterio de Mantenay-sur-Seine, junto a Troyes (Francia), en el siglo VII. San Pedro Doan Van Van. Cristiano seglar vietnamita, que nació en el poblado de Ke-coi el año 1780. A la edad de 25 años le encomendaron la administración económica de la parroquia y el oficio de catequista. Lo detuvieron durante la persecución del emperador Tu Duc, y ante el juez declaró que no era sacerdote como aquél se creía, pero que era cristiano. Le plantearon la disyuntiva de apostatar o morir, y él eligió lo segundo. Lo decapitaron en 1857. San Zenobio. Fue obispo de Florencia (Italia) y murió hacia el año 417. Beatos Mario Vergara, sacerdote italiano, e Isidoro Ngei Ko Lat, catequista birmano, fusilados por militares rebeldes, de religión baptistas, en Shadaw, Birmania (hoy Myanmar), el 25 de mayo de 1950. Mario nació en Frattamaggiore en 1910. Ingresó en el Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME), se ordenó sacerdote en 1934 e inmediatamente lo enviaron a Birmania. En medio de grandes dificultades atendió sobre todo a pobres, ancianos y enfermos, y también a los niños. En la II Guerra Mundial estuvo prisionero en campos de concentración indios. De nuevo en su misión, la fecundidad de su apostolado provocó el resentimiento de los baptistas. Las dificultades aumentaron en 1948 cuando se independizó Birmania y estalló la guerra civil. Isidoro nació en 1918, de una familia birmana católica de labradores. Ingresó en el seminario, pero tuvo que dejarlo por falta de salud. Abrió en su pueblo una escuela privada gratuita. En 1948 se unió al P. Mario como catequista, y lo acompañó hasta el martirio. Beatificados el 24-V-2014. Beato Nicolás Cehelskyj. Nació en Ucrania el año 1896 en el seno de una familia grecocatólica. Estudió en la universidad de Lvov, contrajo matrimonio, del que tendría cuatro hijos, y se ordenó de sacerdote en 1925 como presbítero diocesano de la archieparquía de Lvov de los ucranianos. Le encomendaron la parroquia de Soroka, en la que ejerció su ministerio cuidando la vida espiritual, la educación y el bienestar de sus parroquianos. Después de la II Guerra Mundial, se implantó un régimen totalitario y enemigo de la Iglesia. Lo arrestaron el 28 de octubre de 1946 y lo condenaron a diez años de trabajos forzados. Lo encerraron en el campo de concentración de Javas (Moldavia), famoso por su rigor y crueldad, y después de terribles sufrimientos murió de agotamiento en 1951. Beato Santiago Felipe Bertoni. Nació el año 1454 en Celle di Faenza (Emilia-Romaña, Italia) en el seno de una familia humilde. Entró de pequeño en la Orden de los Siervos de María (Servitas), y a su debido tiempo hizo la profesión y se ordenó de sacerdote. Fue un religioso amable, modesto, humilde y manso, amante del retiro y el silencio. Destacó sobre todo por su vida extremadamente austera y penitente. Murió en Faenza el año 1483.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Del profeta Isaías: «Sión decía: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado". ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Is 49,14-15). Pensamiento franciscano: Así oraba san Francisco en sus Alabanzas del Dios altísimo: «Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo, tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero» (AlD 1-3). Orar con la Iglesia: Todos los bautizados en el Espíritu Santo, en unión con la Iglesia, glorifiquemos al Señor, y roguémosle: Señor Jesús, santifícanos en el Espíritu Santo. -Envíanos, Señor, cada día el Espíritu Santo, para que ante los hombres te confesemos como Señor y Rey nuestro. -Danos una caridad sin hipocresía, para que seamos sinceramente cariñosos unos con otros, como buenos hermanos. -Dispón con tu gracia el corazón de los fieles, para que acojamos con amor y alegría los dones del Espíritu. -Danos la fortaleza de tu Espíritu, y haz que sane y vigorice lo que en nosotros está enfermo y débil. Oración: Señor Jesús, concédenos conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría y el calor de las fiestas pascuales. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. * * * SAN BEDA EL
VENERABLE Nació en el nordeste de Inglaterra, exactamente en Northumbria, entre los años 672 y 673. Él mismo cuenta que sus parientes, a la edad de siete años, lo encomendaron al abad del cercano monasterio benedictino para que fuera educado. De hecho, san Beda llegó a ser uno de los eruditos más insignes de la alta Edad Media. La enseñanza y la fama de sus escritos le granjearon muchas amistades con las principales personalidades de su tiempo, que lo animaban a proseguir en su trabajo, del que tantos se beneficiaban. A pesar de enfermar, no dejó de trabajar, conservando siempre una alegría interior que se expresaba en la oración y en el canto. La muerte le llegó el 26 de mayo del año 735: era el día de la Ascensión. Las Sagradas Escrituras son la fuente constante de la reflexión teológica de san Beda. A partir de un cuidadoso estudio crítico del texto, comenta la Biblia, leyéndola en clave cristológica, es decir, reúne dos cosas: por una parte, escucha lo que dice exactamente el texto; y, por otra, está convencido de que la clave para entender la Sagrada Escritura como única Palabra de Dios es Cristo y, con Cristo, a su luz, se entiende el Antiguo y el Nuevo Testamento como «una» Sagrada Escritura. Otro tema recurrente en san Beda es la historia de la Iglesia. En las Chronica Maiora, san Beda traza una cronología que se convertirá en la base del Calendario universal ab incarnatione Domini. Por entonces se calculaba el tiempo desde la fundación de la ciudad de Roma. San Beda, viendo que el verdadero punto de referencia, el centro de la historia es el nacimiento de Cristo, nos dio este calendario que interpreta la historia partiendo de la encarnación del Señor. Las características de la Iglesia que san Beda puso de manifiesto son: a) la catolicidad como fidelidad a la tradición y al mismo tiempo apertura al desarrollo histórico, y como búsqueda de la unidad en la multiplicidad; b) la apostolicidad y la romanidad: a este respecto, considera de primordial importancia convencer a todas las Iglesias irlandesas celtas y de los pictos a celebrar unitariamente la Pascua según el calendario romano. El Cómputo que él elaboró científicamente para establecer la fecha exacta de la celebración pascual, y por tanto de todo el ciclo del año litúrgico, se ha convertido en el texto de referencia para toda la Iglesia católica. San Beda fue también un insigne maestro de teología litúrgica. En las homilías sobre los evangelios dominicales y festivos desarrolló una verdadera mistagogia, educando a los fieles a celebrar gozosamente los misterios de la fe y a reproducirlos coherentemente en la vida, en espera de su plena manifestación al regreso de Cristo, cuando, con nuestros cuerpos glorificados, seremos admitidos en la procesión de las ofrendas en la liturgia eterna de Dios en el cielo. Siguiendo el «realismo» de las catequesis de san Cirilo, san Ambrosio y san Agustín, san Beda enseña que los sacramentos de la iniciación cristiana convierten a cada fiel «no sólo en cristiano sino en Cristo», pues cada vez que un alma fiel acoge y custodia con amor la Palabra de Dios, imitando a María, concibe y engendra nuevamente a Cristo. Y cada vez que un grupo de neófitos recibe los sacramentos pascuales, la Iglesia se «auto-engendra», o con una expresión aún más audaz, la Iglesia se convierte en «madre de Dios», participando en la generación de sus hijos, por obra del Espíritu Santo. Gracias a esta forma suya de hacer teología, mezclando Biblia, liturgia e historia, san Beda tiene un mensaje actual para los distintos «estados de vida»: a) a los estudiosos les recuerda dos tareas esenciales: escrutar las maravillas de la Palabra de Dios para presentarlas de forma atractiva a los fieles, y exponer las verdades dogmáticas evitando las complicaciones heréticas y ciñéndose a la «sencillez católica», con la actitud de los pequeños y humildes, a quienes Dios se complace en revelar los misterios del Reino; b) los pastores, por su parte, deben dar prioridad a la predicación, no sólo mediante el lenguaje verbal o hagiográfico, sino también valorando los iconos, las procesiones y las peregrinaciones. A estos san Beda les recomienda el uso de la lengua popular, como hace él mismo; c) a las personas consagradas, que se dedican al Oficio divino, viviendo la alegría de la comunión fraterna y progresando en la vida espiritual mediante la ascesis y la contemplación, san Beda les recomienda cuidar el apostolado -nadie tiene el Evangelio sólo para sí mismo, sino que debe sentirlo como un don también para los demás-, sea colaborando con los obispos, sea estando disponibles para la misión evangelizadora entre los paganos, fuera del propio país, como «peregrinos por amor de Dios». * * * «DESEO VER A
CRISTO» El martes, antes de la fiesta de la Ascensión, la enfermedad de Beda se agravó; su respiración era fatigosa y los pies se le hinchaban. Sin embargo, durante todo aquel día siguió sus lecciones y el dictado de sus escritos con ánimo alegre. Dijo, entre otras cosas: «Aprended deprisa porque no sé cuánto tiempo viviré aún, ni si el Creador me llevará consigo enseguida». Nosotros teníamos la impresión de que tenía noticia clara de su muerte; prueba de ello es que se pasó toda la noche velando y en acción de gracias. Al amanecer del miércoles, nos mandó que escribiéramos lo que teníamos comenzado; lo hicimos hasta la hora de Tercia. A la hora de Tercia tuvimos la procesión con las reliquias de los santos, como es costumbre ese día. Uno de los nuestros, que estaba con Beda, le dijo: «Maestro, falta aún un capítulo del libro que últimamente dictabas; ¿te resultaría muy difícil seguir contestando a nuestras preguntas?». A lo que respondió: «No hay dificultad. Toma la pluma y ponte a escribir enseguida». Así lo hizo él. Pero a la hora de Nona me dijo: «Tengo en mi baúl unos cuantos objetos de cierto valor, a saber, pimienta, pañuelos e incienso; ve corriendo y avisa a los presbíteros del monasterio para repartir entre ellos estos regalos que Dios me ha hecho». Ellos vinieron, y Beda les dirigió la palabra, rogando a todos y cada uno que celebraran misas por él y recitaran oraciones por su alma, lo que prometieron todos de buena gana. Se les caían las lágrimas, sobre todo cuando Beda dijo que ya no verían por más tiempo su rostro en este mundo. Pero se alegraron cuando dijo: «Hora es ya de que vuelva a mi Creador (si así le agrada), a quien me creó cuando yo no era y me formó de la nada. He vivido mucho tiempo, y el piadoso juez ha tenido especial providencia de mi vida; es inminente el momento de mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo; mi alma desea ver en todo su esplendor a mi rey, Cristo». Y dijo más cosas edificantes, continuando con su alegría de siempre hasta el atardecer. Wiberto, de quien ya hemos hablado, se atrevió aún a decirle: «Querido maestro, queda aún por escribir una frase». Contestó Beda: «Pues escribe enseguida». Al poco tiempo dijo el muchacho: «Ya está». Y Beda contestó de nuevo: «Bien dices, está cumplido. Ahora haz el favor de colocarme la cabeza de manera que pueda sentarme mirando a la capilla en que solía orar; pues también ahora quiero invocar a mi Padre». Y así, tendido sobre el suelo de su celda, comenzó a recitar: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo». Al nombrar al Espíritu Santo exhaló el último suspiro, y, sin duda, emigró a las delicias del cielo, como merecía, por su constancia en las alabanzas divinas. * * * CONTEMPLAR Y VIVIR CON
FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS Celebrar la comida del Señor: Celebrar la Eucaristía, ¿no es ante todo creer y proclamar públicamente que Jesús está vivo? Un Viviente que hoy convoca y reúne a sus hermanos para conmemorarle. Al respecto nos sugieren claramente los evangelistas cómo esta comida es, desde los orígenes del cristianismo, el lugar privilegiado del encuentro del Señor y del reconocimiento en la fe de su presencia entre nosotros (aparición a los discípulos, Emaús). Francisco acoge en este sacramento el «memorial» del amor vivo del Señor. Por esta comida, el Señor se hace presente a nuestra memoria, a nuestra inteligencia y a nuestro corazón. ¿Cómo olvidar este acontecimiento creador, salvador, siempre actual? Clara encuentra en él el alimento cotidiano de su fe. «El pan nuestro de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dánoslo hoy: para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y sufrió», escribe Francisco en su Padrenuestro parafraseado (ParPN 6). Luego veremos, analizando su primera admonición, que la Eucaristía es para él el encuentro, en la fe, de Cristo hoy: «Como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado» (Adm 1,19). La fe no crea esta presencia, la reconoce y la acoge en los signos escogidos por Cristo mismo. Si la fe condiciona este encuentro, no es su causa. Para un cristiano, el fundamento de la comida eucarística no es ni la asamblea más o menos cálida de los hermanos, ni lo que yo siento, ni los signos externos -lugar, ornamentos, mobiliario-, sino Cristo reconocido y acogido en medio de la Comunidad. Francisco vivirá siempre en la irradiación luminosa de esta presencia viva y actual de su Señor. Así comienza espontáneamente una de sus cartas con el siguiente saludo original que remite explícitamente al Cristo eucarístico: «A todos los Custodios de los hermanos menores a quienes llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor: salud en las nuevas señales del cielo y de la tierra [la Eucaristía], que son grandes y muy excelentes ante Dios y que por muchos religiosos y otros hombres son consideradas insignificantes»; y al hilo de esta carta, su fe en la presencia de Cristo «Señor Dios, vivo y verdadero», significada por el sacramento eucarístico, se vuelve más apremiante y más admirativa: «Y cuando es consagrado por el sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a alguna parte, que todas las gentes, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. Y que de tal modo anunciéis y prediquéis a todas las gentes su alabanza, que, a toda hora y cuando suenan las campanas, siempre se tributen por el pueblo entero alabanzas y gracias al Dios omnipotente [Cristo eucarístico] por toda la tierra» (1CtaCus 6-8). Invita, pues, a sus hermanos a ser verdaderos predicadores de la Eucaristía a fin de que toda la tierra se convierta en una inmensa acción de gracias por esta presencia viva de Cristo. Francisco acumula aquí los términos que expresan la totalidad del espacio y del tiempo a fin de subrayar la universalidad del señorío de Cristo eucarístico. Para él, celebrar esta nueva presencia es ante todo y sobre todo reconocer y acoger en el signo a Cristo «que ha de vivir eternamente y está glorificado» (CtaO 22). Convencido de que esta nueva presencia de Cristo es la fuente de un mundo nuevo, donde la jerarquía de valores y las relaciones sociales quedarán trastocadas, tiene la audacia de escribir a los jefes de los pueblos: «Os aconsejo encarecidamente, como a señores míos, que, pospuesto todo cuidado y preocupación, recibáis con gran humildad el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo en santa memoria suya». Y para subrayar que este memorial no es una simple ceremonia de recuerdo, sino un acto que compromete el presente y el porvenir de cada uno y de la sociedad, concluye la carta diciendo: «Y tributad al Señor tanto honor en medio del pueblo que os ha sido encomendado, que cada tarde se anuncie por medio de pregonero o por medio de otra señal, que se rindan alabanzas y gracias por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente [¡se trata siempre del Cristo eucarístico]. Y si no hacéis esto, sabed que tendréis que dar cuenta ante el Señor Dios vuestro, Jesucristo, en el día del juicio» (CtaA 6-8). ¿Cabe decir más claramente que el Cristo eucarístico es una presencia viva, actual, permanente incluso en el centro de la vida social y política? [Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/sanfraneucaristia/hubaut.htm] |
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