DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 1 DE ABRIL

 

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SAN HUGO DE GRENOBLE. Nació de familia noble el año 1053 en el Delfinado (Francia). Recibió una excelente formación cultural y cristiana, y pronto el obispo de Grenoble lo promovió en la vida eclesiástica. A los 28 años fue consagrado obispo de Grenoble, y gobernó su diócesis unos 50 años. Emprendió la renovación de la vida del clero y de los fieles en la línea de la reforma gregoriana, combatiendo la simonía, el concubinato de los clérigos, el desorden en la economía diocesana, etc. No conseguía del todo sus objetivos y por eso, desanimado, se retiró al monasterio de Mont Dieu con ánimo de hacerse monje, pero Gregorio VII lo obligó a volver a su diócesis. Acogió a san Bruno y a sus compañeros y les dio las tierras montañosas de Chartreuse, donde comenzó la Orden de los Cartujos. Con ellos pasaba largas temporadas, y a los sucesivos papas les manifestó su deseo de retirarse a la contemplación, deseo que no fue atendido. Participó en el Concilio de Vienne de 1112, y se puso en contra de Anacleto II y en defensa de Inocencio II. Murió el 1 de abril de 1132.

BEATO LUDOVICO (o Luis) PAVONI. Nació en Brescia (Lombardía, Italia) el año 1784 de familia noble. Ordenado de sacerdote en 1807, se entregó a la formación de los jóvenes pobres y abandonados, interesándose sobre todo en su educación religiosa y artesana, y para ellos fundó un Oratorio. Al comprobar las dificultades que encontraban sus jóvenes a la hora de insertarse en el mundo del trabajo, fundó un Instituto o Escuela de Artes, luego llamado Instituto San Bernabé, con una sección para sordomudos. Inició una amplia actividad tipográfica y editorial. Desarrolló un sistema educativo propio y un modelo de aprendizaje profesional. Para sostener y continuar su obra fundó la Congregación de los Hijos de María Inmaculada en la que él mismo profesó. Toda su obra estuvo arraigada en una sólida vida espiritual. Murió en Saiano-Brescia el 1 de abril de 1849. Pío XII dijo de él que era «otro Felipe Neri... precursor de S. Juan Bosco... perfecto emulador de S. José Cottolengo». Fue beatificado el año 2002.

BEATOS JOSÉ ANACLETO GONZÁLEZ FLORES Y COMPAÑEROS MÁRTIRES. Durante la persecución mexicana contra los católicos, fueron encarcelados, torturados y fusilados en Guadalajara (México) el 1 de abril de 1927, estos cuatro seglares, que perdonaron a sus verdugos y murieron al grito de ¡Viva Cristo Rey! José Anacleto, nacido en Tepatitlán en 1888 de familia pobre, era casado y padre de familia, estudió leyes, fue buen catequista y líder social cristiano, fundó la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (Acjm) y la Unión Popular. Recibió de Pío XI en 1925 la «Cruz pro Ecclesia et Pontifice».- José Dionisio Luis Padilla Gómez nació en Guadalajara de familia distinguida en 1899. Lo mismo que José Anacleto pasó unos años en el seminario, pero comprobó que no era aquella su vocación. Se dedicó a dar clases gratuitas y fue un activista cristiano y asiduo compañero y colaborador de las iniciativas de José Anacleto.- Jorge Ramón Vargas González nació en Ahualulco en 1899; en su familia hubo varios mártires de la misma persecución. Al llegar a la juventud se puso a trabajar en la Compañía Hidroeléctrica, y estuvo de acuerdo en que se acogiera en su casa a sacerdotes y cristianos perseguidos, entre los que estuvo José Anacleto. Y lo detuvieron bajo la acusación de haber alojado a un católico perseguido.- Ramón Vicente Vargas González nació en Ahualulco en 1905. Estudió medicina y empezó a atender gratuitamente a los pobres en cuanto pudo. Detuvieron a cuantos miembros de la familia encontraron en su casa; él consiguió escapar, pero se entregó voluntariamente; la autoridad militar propuso indultar al menor de los hermanos Vargas, que era él, pero él cedió la gracia a su hermano Florentino.

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Santas Ágape y Quionia. En Tesalónica de Macedonia (en la actual Grecia), estas santas vírgenes y mártires, durante la persecución del emperador Diocleciano, el año 304, por no querer comer carne sacrificada a los ídolos, fueron entregadas al prefecto Dulcecio, quien las condenó a ser quemadas vivas.

San Celso. Fue un irlandés que profesó la Regla de San Benito en el monasterio de Glastonbury. El año 1106 fue elegido arzobispo de Armagh y como verdadero pastor cuidó la disciplina y buen orden de su diócesis; además, como primado que era, procuró la reforma de todas las diócesis de Irlanda. Murió en Ardpatrick, en la región de Munster en Irlanda, el año 1129.

San Gilberto. Fue obispo de Caithness en Escocia, construyó la iglesia catedral en Dornoch y habilitó hospederías para los pobres. Cuando se le acercó la muerte, recomendó a los demás lo que él mismo había practicado en su vida: no hacer daño a nadie, soportar con paciencia las correcciones divinas y no ser motivo de escándalo para nadie. Murió el año 1245.

Santa María Egipcíaca. La narración de su vida está muy mezclada con leyendas ajenas a la historia. Nació en el siglo IV en Alejandría de Egipto, y se ganaba la vida ejerciendo la prostitución. A los 29 años de edad se unió a un grupo de peregrinos que marchaba a Tierra Santa. Ya en Jerusalén, quiso participar en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, en el Santo Sepulcro. Pero una voz interior le dijo que no era digna de ver la cruz de aquel que murió en medio de atroces dolores. Por intercesión de la Virgen María se convirtió, y se marchó a vivir en soledad al otro lado del Jordán, entregada a la oración y la penitencia.

San Valerico (o Valerio). Sacerdote, fue primero monje en el monasterio de Luxeuil bajo san Columbano. Misionó después en el norte de Francia. Por último, con los compañeros que había atraído a la vida eremítica, fundó el monasterio de Leuconay, cerca de Amiens en Francia, del que fue abad. Vivió en el siglo VII.

Santos Venancio y compañeros mártires. Conmemoración de los santos mártires del siglo III o IV san Venancio, obispo, y de sus compañeros de Dalmacia y de Istria, cuyos nombres son: Anastasio, Mauro, Pauliniano, Telio, Asterio, Septimio, Antioquiano y Gayano.

Beato Carlos de Austria-Hungría, emperador y rey. Nació el año 1887 en Austria. Recibió una esmerada educación católica y sus grandes devociones fueron la Eucaristía y el Corazón de Jesús. En 1911 se casó con la princesa Zita de Borbón-Parma y tuvieron ocho hijos. En 1916 se convirtió en emperador de Austria y un mes después fue coronado rey de Hungría. Su país estaba en guerra, y él hizo cuanto pudo para alcanzar una paz justa y razonable, a la vez que apoyó los esfuerzos de Benedicto XV por la paz. Al final consiguió evitar una guerra civil, pero fue destronado y desterrado a Funchal en la isla de Madeira (Portugal). Allí vivió pobremente con su familia, enfermó de neumonía y murió lleno de grandes virtudes en 1922 con la mirada dirigida al Santísimo Sacramento. Fue beatificado el año 2004.

Beato Hugo. Era sobrino de san Hugo de Grenoble. Fue abad del monasterio cisterciense de Bonnevaux, en el Delfinado (Francia), y con su caridad y prudencia logró la reconciliación entre el papa Alejandro III y el emperador Federico I Barbarroja. Murió el año 1194.

Beato José Girotti. Nació en Alba (Italia) el año 1905. Ingresó en los dominicos y fue ordenado sacerdote en 1930. Completados los estudios bíblicos en Jerusalén y Roma, se dedicó a la docencia en Turín y publicó estudios sobre la Sagrada Escritura. A la vez, frecuentaba el hospicio de los “Viejos Pobres”. En 1939 el régimen lo apartó de la enseñanza por su actitud antifascista. A partir de 1943 se dedicó a ayudar y salvar a los judíos perseguidos a muerte. La policía nazi lo detuvo el 29-VIII-1944 y acabó en el campo de concentración de Dachau (Alemania), donde murió el 1 de abril de 1945 de una inyección letal. En 1995 las autoridades israelíes lo declararon “justo entre las naciones”. Beatificado el 26-IV-2014.

Beato Juan Bretton. Fue un seglar inglés, católico convencido y militante, casado y padre de familia, que se negó a cambiar de religión cuando la corona inglesa por segunda vez indujo a Inglaterra al protestantismo. Ante la persecución de que era objeto tuvo que ausentarse de su casa varias veces. Acusado falsamente de haber injuriado a la Reina, negó en el juicio tal acusación a la vez que se declaraba católico. Se le ofreció la libertad si apostataba, pero se mantuvo firme en su fe. Condenado como traidor, fue ahorcado y descuartizado en York el año 1598, en tiempo de Isabel I.

Beata Sofía Czeska Maciejowska. Fundadora de las Vírgenes de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María. Nació en la región de Malopolska (Pequeña Polonia) el año 1584, de unos padres de buena posición social y económica. A los 16 años contrajo matrimonio y 6 años después quedó viuda sin hijos. Era aún joven, bella y rica, y muchos nobles la pretendieron, pero ella decidió consagrarse a Dios y a las obras de caridad. Dio todo lo que tenía a Dios y a los necesitados, que entonces abundaban. Abrió en Cracovia una casa para atender a huérfanas y pobres. Inculcó a sus religiosas la adoración eucarística y la devoción a la Virgen. Murió en Cracovia el 1 de abril de 1650. Beatificada el 2013.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Dijo Jesús a sus discípulos: -En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará (Jn 12,24-26).

Pensamiento franciscano:

En la Admonición "Hay que esconder el bien para que no se pierda", dice san Francisco: «Bienaventurado el siervo que atesora en el cielo los bienes que el Señor le muestra, y no ansía manifestarlos a los hombres con la mira puesta en la recompensa, porque el Altísimo en persona manifestará sus obras a todos aquellos a quienes le plazca. Bienaventurado el siervo que guarda en su corazón los secretos del Señor» (Adm 28).

Orar con la Iglesia:

Bendigamos a Cristo, pan vivo bajado del cielo, y digámosle: Cristo, paz de las almas y salvación de los hombres, fortalece nuestra debilidad.

-Señor, sacia nuestra hambre en el banquete de la Eucaristía, y haz que participemos plenamente de los bienes de tu sacrificio pascual.

-Concédenos, Maestro bueno, escuchar tu palabra con corazón dócil y noble, y haz que perseveremos hasta dar fruto.

-Haz, Señor, que con nuestro trabajo cooperemos contigo para mejorar el mundo y especialmente nuestro entorno inmediato.

-Señor, que nuestra vida y nuestras obras, así como la acción de tu Iglesia, hagan crecer y consolidar tu paz en el mundo.

-Reconocemos, Señor, que hemos pecado; perdona nuestras faltas por tu gran misericordia.

Oración: Concédenos, Señor Jesús, perseverar en el cumplimiento de tus mandatos llenos de amor, como tu permaneciste fiel a la voluntad del Padre incluso en los momentos más fuertes. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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CONTEMPLAR LA PASIÓN DE CRISTO
Benedicto XVI, Discurso al final del Vía Crucis
(Coliseo, Roma, 2 de abril de 2010)

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos recorrido esta noche el camino de la cruz en oración, con recogimiento y emoción. Hemos subido al Calvario con Jesús y hemos meditado sobre su sufrimiento, redescubriendo la hondura del amor que él ha tenido y tiene por nosotros. En este momento, sin embargo, no queremos limitarnos a una compasión dictada sólo por un simple sentimiento. Queremos más bien participar en el sufrimiento de Jesús, queremos acompañar a nuestro Maestro compartiendo su pasión en nuestra vida, en la vida de la Iglesia, para la vida del mundo, porque sabemos que, precisamente en la cruz del Señor, en su amor ilimitado, que se entrega totalmente, está la fuente de la gracia, de la liberación, de la paz, de la salvación.

Los textos, las meditaciones y las oraciones del Vía Crucis nos han ayudado a contemplar este misterio de la pasión, para aprender la gran lección de amor que Dios nos ha dado en la cruz, para que nazca en nosotros un deseo renovado de convertir nuestro corazón, viviendo cada día el mismo amor, la única fuerza capaz de cambiar el mundo.

Esta noche hemos contemplado a Jesús en su rostro lleno de dolor, despreciado, ultrajado, desfigurado por el pecado del hombre; mañana por la noche lo contemplaremos en su rostro lleno de alegría, radiante y luminoso. Desde que Jesús fue colocado en el sepulcro, la tumba y la muerte ya no son un lugar sin esperanza, donde la historia concluye con el fracaso más completo, donde el hombre toca el límite extremo de su impotencia. El Viernes Santo es el día de la esperanza más grande, la esperanza madurada en la cruz, mientras Jesús muere, mientras exhala su último suspiro clamando con voz potente: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

Poniendo su existencia «donada» en las manos del Padre, sabe que su muerte se convierte en fuente de vida, igual que la semilla en la tierra tiene que deshacerse para que la planta pueda crecer. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Jesús es el grano de trigo que cae en tierra, se deshace, se rompe, muere, y por esto puede dar fruto. Desde el día en que Cristo fue alzado en ella, la cruz, que parece ser el signo del abandono, de la soledad, del fracaso, se ha convertido en un nuevo inicio: desde la profundidad de la muerte emerge la promesa de la vida eterna. En la cruz brilla ya el esplendor victorioso del alba del día de la Pascua.

En el silencio de esta noche, en el silencio que envuelve el Sábado Santo, embargados por el amor ilimitado de Dios, vivimos en la espera del alba del tercer día, el alba del triunfo del Amor de Dios, el alba de la luz que permite a los ojos del corazón ver de modo nuevo la vida, las dificultades, el sufrimiento. La esperanza ilumina nuestros fracasos, nuestras desilusiones, nuestras amarguras, que parecen marcar el desplome de todo. El acto de amor de la cruz, confirmado por el Padre, y la luz deslumbrante de la resurrección, lo envuelve y lo transforma todo: de la traición puede nacer la amistad, de la negación el perdón, del odio el amor.

Concédenos, Señor, llevar con amor nuestra cruz, nuestras cruces cotidianas, con la certeza de que están iluminadas con la claridad de tu Pascua. Amén.

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LA CRUZ DE CRISTO, FUENTE DE TODAS LAS BENDICIONES
Y ORIGEN DE TODAS LAS GRACIAS

San León Magno, Sermón 8 sobre la pasión del Señor, 6-8

Que nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad, reciba con puro y libre corazón la gloria de la cruz, que irradia por cielo y tierra, y trate de penetrar interiormente lo que el Señor quiso significar cuando, hablando de la pasión cercana, dijo: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Y más adelante: Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica a tu Hijo. Y como se oyera la voz del Padre, que decía desde el cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo, dijo Jesús a los que lo rodeaban: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va hacer echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.

¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella podemos admirar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado.

Atrajiste a todos hacia ti, Señor, porque la devoción de todas las naciones de la tierra puede celebrar ahora, con sacramentos eficaces y de significado claro, lo que antes sólo podía celebrarse en el templo de Jerusalén y únicamente por medio de símbolos y figuras.

Ahora, efectivamente, brilla con mayor esplendor el orden de los levitas, es mayor la grandeza de los sacerdotes, más santa la unción de los pontífices, porque tu cruz es ahora fuente de todas las bendiciones y origen de todas las gracias: por ella, los creyentes encuentran fuerza en la debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte. Ahora, al cesar la multiplicidad de los sacrificios carnales, la sola ofrenda de tu cuerpo y sangre lleva a realidad todos los antiguos sacrificios, porque Tú eres el verdadero Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo; de esta forma, en ti encuentran su plenitud todas las antiguas figuras, y así como un solo sacrificio suple todas las antiguas víctimas, así un solo reino congrega a todos los hombres.

Confesemos, pues, amadísimos, lo que el bienaventurado maestro de los gentiles, el apóstol Pablo, confesó con gloriosa voz, diciendo: Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

Aquí radica la maravillosa misericordia de Dios para con nosotros: en que Cristo no murió por los justos ni por los santos, sino por los pecadores y por los impíos; y, como la naturaleza divina no podía sufrir el suplicio de la muerte, tomó de nosotros, al nacer, lo que pudiera ofrecer por nosotros.

Efectivamente, en tiempos antiguos, Dios amenazaba ya a nuestra muerte con el poder de su muerte, profetizando por medio de Óseas: Oh muerte, yo seré tu muerte; yo seré tu ruina, infierno. En efecto, si Cristo, al morir, tuvo que acatar la ley del sepulcro, al resucitar, en cambio, la derogó, hasta tal punto que echó por tierra la perpetuidad de la muerte y la convirtió de eterna en temporal, ya que si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.

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¡FRANCISCO, ENSÉÑANOS A ORAR!
Sabiduría y gozo (II)

por Francesco Saverio Toppi, OFMCap

Con un conocimiento elemental del dinamismo de la vida espiritual, se comprende en seguida que Francisco, en su vida de oración y en su relación con Dios, es objeto de la infusión del don de la sabiduría.

Esta sabiduría le hace palpar, le hace experimentar en todas las fibras de su ser que la intimidad con el Señor es un gozo superior a todo gozo; que la unión con Dios en la oración, que el amor de Dios produce una embriaguez capaz de hacer perder de vista toda otra cosa que antes le agradaba y le absorbía. La metáfora nupcial es de origen bíblico: «La quise a la sabiduría y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su unión con Dios realza su nobleza, siendo el dueño de todo quien la ama; es confidente del saber divino y selecciona sus obras. Si la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿quién es más rico que la sabiduría, que lo realiza todo?» (Sab 8,1-5).

Celano, igual que los Tres Compañeros, hace entrever, como en filigrana, el éxtasis a continuación del banquete a la luz de la Sabiduría; la conclusión que se deriva de ello, o sea, la elección de la religión como «inmaculada esposa de Dios», entra en la lógica más obvia de la vida espiritual.

«Y desde aquel momento -continúan los Tres Compañeros-, dejó de adorarse a sí mismo, y poco a poco perdieron su fascinación las cosas que antes había amado. El cambio, con todo, no era total, porque su corazón quedaba todavía apegado a las sugestiones del mundo. Pero desvinculándose cada vez más de la superficialidad, se apasionaba por guardar a Cristo en lo íntimo del corazón; y escondiendo a la mirada de los ilusos la perla evangélica, que anhelaba adquirir al precio de todo cuanto tenía, con frecuencia y casi a diario se sumergía secretamente en la oración» (TC 8).

En este pasaje, los Tres Compañeros dejan traslucir una indicación preciosa: «Se apasionaba por guardar a Cristo en lo íntimo del corazón». Una vez más se pone de relieve el secreto de Francisco: el Señor Jesús en persona, Sabiduría encarnada, Revelación suprema, plenaria, del amor de Dios al hombre, que sacia y hace feliz al hombre.

Para comprender y explicar, no sólo en clave teológica, sino también a nivel psicológico e histórico, el heroísmo de las virtudes de san Francisco, es necesario referirse a esta experiencia carismática, avasalladora -verdadero éxtasis-; es la «sursumactio», matriz de la mística de san Buenaventura.

Cuando Jesús en persona se presenta, se revela, se hace experimentar como bien único, como amor infinito, como gozo pleno, es lógico e irresistible un gesto como el de Francisco: dejarlo todo y seguir a Cristo, zambullirse a cuerpo muerto en Él. Es la lógica de san Pablo: «¡Cualquier cosa la tengo por pérdida al lado de lo grande que es haber conocido personalmente al Mesías Jesús mi Señor!» (Flp 3,8).

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 19 (1978) 33-34]

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